Azahara Alonso debuta en narrativa con Gozo (Siruela), un libro fragmentario que oscila entre el ensayo, la crónica y el diario y en el que la narradora, instalada en una pequeña isla del archipiélago de Malta y apoyándose en otros autores como George Perec, Susan Sontag o Roland Barthes, reflexiona sobre el trabajo, el turismo, el cuerpo y tantos otros temas afectados por el ritmo vertiginoso de nuestro día a día.
En este making of, Azahara Alonso explica cómo escribió Gozo (Siruela).
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A la acostumbradísima pregunta de si me gusta más leer o escribir —pregunta que yo misma me replanteo a menudo, buscando la falla—, siempre he contestado sin llegar siquiera a tartamudear en la respuesta: leer. Por eso considero más míos los libros que he leído que los que he escrito. Sucede, sin embargo, que en esos otros libros empieza a latir a veces el germen de algo que pide atención, que se impone o lo intenta. Así fue cuando en los márgenes de las páginas —porque, en efecto, pertenezco al denostado clan de quienes los llenan de anotaciones— que he leído en los últimos años vi burbujear unas curiosas y demasiadas ges mayúsculas, así: G, G, G, G, G.
Y si bien un libro es para mí siempre el reflejo de unos años —las impresiones de ese tiempo, su pensamiento y las lecturas—, aquellos apuntes exigían más de mí, una escritura que transmitiese aquella atmósfera —el calor húmedo en la piel en la cubierta del ferry, las tormentas de arena, la piedra caliza, la luz del faro en casa—, y muy especialmente todo lo que en ella se ve una tentada a cavilar. Una escritura en la que hasta entonces no hubiera ahondado, por cierto.
¿Dónde estaba el conflicto? Es sencillo: en que cuando quería darle forma a este libro, los cuatro empleos a los que me dedicaba no me dejaban tiempo libre y lúcido y despierto y con la presión arterial regulada para ponerme a ello. Entretanto, a casi 3.000 kilómetros de distancia, veía cómo la isla iba siendo —gustosamente— colonizada por cruceros y visitantes. De modo que, a medida que en horas robadas a la rutina narraba la isla para no olvidarla, empecé a leer también más sobre el trabajo, sobre el turismo, sobre la prisa, y a seguir anotando cosas en los márgenes —exacto: quizá demasiadas—.
Gozo es así una novela hecha de fragmentos que forman una isla. Palabras y piedra caliza, párrafos y coordenadas. Y muchos libros. Esas piezas son lo que fui escribiendo por el placer y la manía de no perder nada, pero sobre todo por la obligación casi moral de no seguir contando lo mismo a familia y amigos. Durante demasiado tiempo fue difícil hablar conmigo de otra cosa: la isla es así, sus caminos son asá, el archipiélago cuenta con 365 iglesias, hoy me apetece dar un paseo por aquella costa, cómo te pareces al cartero de mi pueblo isleño, esa luz es casi idéntica a la que yo veía por las mañanas y espera, espera, esto es divertido: ¿Te he contando ya la anécdota con uno de los sacerdotes a los que con cada rito de paso invitaban de banquete al restaurante? Las primeras veces todo tiene gracia, pero las enésimas me abochornaban incluso a mí.
Después de aquello, retoqué cada palabra y párrafo como si fuese la talla de una piedra, la de aquella gran roca. Apenas conozco otra forma de escribir. Y siempre me viene a la memoria y al decir la letra de aquella canción que, curiosamente, es mucho más que su guitarra: I pick up all the pieces and make an island. Might even raise a little sand.
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Autora: Azahara Alonso. Título: Gozo. Editorial: Siruela. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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