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Mujeres maduras, MILFs y sueños imposibles - Libertad Guerra
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Mujeres maduras, MILFs y sueños imposibles

Debería escribir sobre Raquel Welch. Muchos lustros antes de que conjugáramos el verbo cosificar, fue apodada «El cuerpo».

Raquel Welch, eternamente joven, Hace un millón de años.

Debería escribir sobre Raquel Welch. Un mito erótico, una sex symbol, una actriz, una mujer, una madre de dos hijos y seguro que muchas otras cosas más, además de las evidentes. Muchos lustros antes de que conjugáramos el verbo cosificar, fue apodada «El cuerpo». Ahora que acaba de morir, las redes se han colapsado con cientos de fotografías suyas. La mayoría la muestran joven, arrebatadora, bellísima. Y muchos han elogiado su espléndida madurez y vejez. Pero en nuestro recuerdo perdura eternamente joven, en Hace un millón de años. El siglo pasado, en 1982, la despidieron de una película, Cannery Row, porque era demasiado mayor para el papel. Sólo tenía 41 años. Ha muerto con 82.

Debería escribir sobre Jennifer Coolidge, maravillosa, patética y decadente en White Lotus, una mujer madura que ya no es la MILF —la madre que los chavales se quieren tirar— de American pie. Debería decir que los 40 son los nuevos 20, los 50 son los nuevos 30, y los 60 —Jennifer Coolidge ya suma 61— los nuevos 40 y así hasta el infinito, acabaremos venciendo a la vejez y los cien serán los nuevos 80.

"Me basta con acariciar, con rozar con la yema de un dedo algo real, algo cierto, verdadero, con rozarlo me basta. Pido poco para mí, porque es demasiado."

Debería escribir sobre el atractivo y el poderío de las mujeres maduras, pero sólo me apetece copiar estas palabras de Patricia Highsmith:

«La madurez desciende como una tarta que se viniera abajo lentamente, envolviendo al individuo, entumeciéndole las piernas, haciendo que le sea difícil caminar. La madurez hace que uno mire un paisaje nuevo y diga: “Bueno, no está mal, no está bien, pero no sabría qué cambiarle.” La madurez te empuja a hacer toda clase de concesiones, te lleva a perdonar las cosas equivocadas (porque otras personas maduras lo hacen), te vuelve demasiado sensible para intentar hacer lo difícil. Te empuja a dejar de intentarlo prácticamente todo, porque has tenido tiempo de ver algo parecido, mejor hecho, en alguna parte. Lo peor de todo: la madurez destruye el yo, y te hace ser como todos los demás. A menos, claro, que tengas el buen juicio de volverte excéntrico. La madurez por otra parte te lleva a ver tantas opiniones y razones para todo (una forma de verdad, sin duda) que la respuesta directa se torna imposible, incluso a las cosas que merece la pena responder directamente».

Qué imagen. Una tarta que se desploma. Qué triste.

Aspiro a poco. Soy una mujer madura. Lo mejor ya ha pasado, quizá. O no. Aspiro a mirar como miraba Patricia Highsmith. Y a escribir párrafos como el anterior, extraído de sus Diarios y cuadernos, aunque no creo que la madurez destruya el yo ni que sea necesario recurrir a la excentricidad.

Un mundo ajeno late dentro de mí. Por eso escribo.

No pretendo ser original. Me conformo con acertar de vez en cuando, aunque sea por suerte más que por talento. Me conformo con acercarme al acierto, sin certezas, me conformo con tantear, me basta con acariciar, con rozar con la yema de un dedo algo real, algo cierto, verdadero, con rozarlo me basta. Pido poco para mí, porque es demasiado.

Pido poco, ay, pero mis sueños me desvelan. Porque sueño a lo grande.

«Lo mejor que uno puede desear para el año nuevo son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables, venenos no del todo mortales y cualquier embrollo imaginario en noches suaves, de forma que la costumbre no te someta a una vida anodina», escribió Manuel Vicent en El tiempo, columna publicada en El País un principio de año, hace ya trece.

Los sueños imposibles son plegarias no atendidas.

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Libertad Guerra

Dicen que hay tres Españas. Pero hay otra más. La cuarta España es la España de la imaginación, una España que en 1981, después de que triunfara el golpe del 23-F, padeció una dictadura militar y en la que ahora, tras años de opresión, se ha instaurado la Tercera República. En esa cuarta España vive Libertad Guerra, periodista y escritora nacida en Lerma, Burgos, que en 2022 protagonizó la novela de Leandro Pérez La última noche de Libertad Guerra. La imagen que ilustra este perfil es una fotografía de Miguel Trillo hecha en la sala Rock-Ola en 1982.

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Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

Esta Libertad Guerra debe ser hija de Álvaro de Laiglesia, sobrina de Edgar Neville y nieta de Chesterton.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Respeto. Respeto para la máxima instancia del Estado y para la única que, en este momento, no ha perdido la dignidad. Prestigio y dignidad en la única institución que nos queda con decencia. Y sus dos representantes cumplen de sobra las funciones enconendadas, demasiado pocas, en mi humilde opinión, ya que la inteligencia destaca por su ausencia en el resto de instituciones. Si fuera necesario cambiar la Constitución, lo serìa para otorgar más poderes a la máxima institución del Estado. Por ejemplo, poder destituir a presidentes de gobierno estúpidos, depravados o ambas cosas.

No sé, sra. Guerra si su distopía es más distópica que la que realmente estamos viviendo…

Y por favor, no vuelva a mencionarlo, ni por asomo, ni en su distópico relato, el que cierto personaje innombrable pueda ganar las próximas elecciones. Que paren el mundo que yo me bajo… el solo si es si, pero si y si, se quedaría corto.

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