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El reconocimiento literario - Eduardo Martínez Rico - Zenda
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El reconocimiento literario

Cela tenía una idea sobre el público lector, sobre cómo el escritor se va haciendo con un público, que yo he expuesto en alguno de mis artículos. Decía que el escritor no se debía preocupar por este tema, sino simplemente ir escribiendo e ir dejando que se formara ese público. Pienso que con el reconocimiento...

Francisco Umbral me decía, hace ya mucho tiempo, que no había mayor reconocimiento que el dinero, y es seguro que el pago es un gran reconocimiento, pero hay muchos otros. Un premio sin dotación económica alguna puede ser, en mi opinión, en un momento dado, un gran reconocimiento para un escritor que sin duda recibirá otros reconocimientos en el futuro.

Cela tenía una idea sobre el público lector, sobre cómo el escritor se va haciendo con un público, que yo he expuesto en alguno de mis artículos. Decía que el escritor no se debía preocupar por este tema, sino simplemente ir escribiendo e ir dejando que se formara ese público. Pienso que con el reconocimiento ocurre algo parecido. Siempre habrá lectores, o no lectores, que no te reconozcan, que te ignoren, o que directamente no te conozcan. Lo que hay que hacer es seguir escribiendo sin poner excesivo cuidado en si te reconocen o no te reconocen.

El reconocimiento puede ser más de público o de crítica. Puede llegar por un premio comercial o por un premio estatal. Puede venir del dinero o de la calidad intrínseca de la obra. No es lo mismo ser considerado un best-seller —algo por cierto bastante objetivo— a alcanzar la categoría de gran escritor, quizá de clásico. Cómo se alcanza esa categoría, ese estatus, esa otra buena pregunta.

Saber que a uno lo leen puede responder a un gran reconocimiento, a mi juicio. Un juicio que no quiere juzgar nada, por supuesto.

Yo creo que el principal reconocimiento es el del “auto-reconocimiento”, que es el que a uno le lleva a seguir escribiendo, por el  placer que nos provoca o por otra razón. Cuando existe ese “auto-reconocimiento”, por llamarlo de algún modo, no importa mucho que alguien le diga a uno que no le gusta algo que ha leído de él. Cuando existe ese “auto-reconocimiento” uno acepta que la literatura es algo subjetivo, que no se le puede gustar a todo el mundo y que estamos en el terreno de las opiniones, de los gustos, de las inclinaciones personales. Además, lo que no le gusta a un lector ahora quizá dentro de unos años sí le guste, y a mí esto me ha ocurrido.

¿Qué hay que hacer para lograr el reconocimiento literario? Creo que lo ideal es escribir, seguir escribiendo, tratar de hacerlo lo mejor posible, procurar disfrutar lo más posible. El camino no es el del reconocimiento, sino el de la realización personal, pero para darse cuenta de esto hay que avanzar mucho en el camino literario, o ese fue mi caso al menos. Siempre estamos trabajando a favor de esa realización personal: siempre está en proceso, en marcha, en progreso.

Simplemente hay que esforzarse por hacerlo lo mejor posible, como hacemos con cualquier otra actividad. Y no cejar en el empeño.

Leer mucho y bien. Cultivarse. Practicar. Escribir si es posible a diario. Cuando ya se tiene mucha práctica se puede cambiar de método, pero cuando uno no es experto, en mi opinión, lo mejor es leer y escribir a diario, sin olvidarse de vivir, aunque eso yo creo que es inevitable: hagamos lo que hagamos no podemos evitar vivir. En lo que hay que poner disciplina, si de verdad queremos ser escritores, en mi humilde opinión, está en el leer y escribir. Aunque bien mirado “la disciplina de vivir”, es algo más que una frase, al igual que “el oficio de vivir”, es algo más que un título. Un recuerdo para Cesare Pavese.

Recuerdo que una vez le dije a Luis Alberto de Cuenca que yo escribía todos los días. Entonces él me aconsejó hacerlo sólo cuando me apeteciera: “Porque tú ya sabes escribir”, me dijo.

Considero que el escritor, en este sentido y en otros, siente siempre una insatisfacción. Dicha insatisfacción le lleva paradójicamente —sólo en parte— a seguir escribiendo, no estando libre de cierto sufrimiento que siempre le acompaña porque mi impresión es que el escritor suele sentir que no es justamente valorado, aunque pueda recibir grandes reconocimientos.

Insisto, siempre habrá gente que no lo valore, que lo ignore, o simplemente que no lo conozca, que no lo haya leído. Eso teniendo en cuenta que el camino literario no es continuo, ni es un camino lleno de éxitos continuos. Es un camino más bien abrupto y, como dice el tópico, azaroso. Lo es. Depende de la voluntad del escritor, seguramente de su vocación, palabra importante. El escritor llena ese camino, y hace camino, con su escritura, escribiendo, a la vez que hace muchas otras cosas, a la vez que vive, lo que confluye todo ello en su obra literaria.

Otra pequeña enseñanza —práctica, digamos— que he sacado leyendo y escribiendo es que opinar, juzgar, criticar, es mucho más fácil que escribir. Eso hay que tenerlo también muy en cuenta. Es posible que opinar esté al alcance de todo el mundo, pero escribir literatura no. Literatura que puede gustar más o menos, más a unos que a otros, pero literatura. Qué es literatura, esa es otra cuestión.

Reconozco que es un tema difícil, pero siempre me gustó la literatura porque en ella dos más dos no es igual a cuatro, necesariamente. Es una de sus grandezas, aunque también me parecen muy grandes las matemáticas u otras materias, disciplinas, actividades, artes.

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Eduardo Martínez Rico

Nació en Madrid en 1976. Se licenció en Filología Hispánica en 1999 por la Universidad Complutense de Madrid, y se doctoró en Filología, por la misma Universidad, en 2002. Es autor de 17 libros publicados, de novela, biografía y ensayo. Entre sus obras se pueden citar las novelas históricas Cid Campeador y Fernando el Católico. El destino del rey, su ensayo La guerra de las galaxias. El mito renovado y su biografía Pedro J. Tinta en las venas. Ha sido profesor del Instituto de Empresa y de la Universidad de Mayores del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras de Madrid (Literatura Española).

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