Cuando en 1984 se publica La insoportable levedad del ser Milan Kundera ya era para mí un autor importante porque había leído La broma, La vida está en otra parte y El libro de la risa y el olvido, sin duda el que más me impresionó entonces y cuyo recuerdo me trae el aroma de las lecturas “militantes” de la época.
El próximo 1 de abril Milan Kundera cumplirá 94 años y me temo que los académicos del Premio Nobel, a veces tan inoportunos, tanto en la elección como en el olvido, volverán a no tener en cuenta a este novelista que nos contó con una voz inigualable los regímenes totalitarios y la disidencia en la Europa del Este.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Kundera se afilió al Partido Comunista y en 1950 lo expulsaron “por presuntas actividades contra el partido”. En La broma, una sátira del comunismo estalinista, Ludvik Khan, el protagonista, le envía una tarjeta postal a su novia —comunista seria y celosa que ama más la ideología que a su chico—, en la que le escribe: “El optimismo es el opio del pueblo… ¡Viva Trotsky!” (fdo.) Ludvik. “Se trataba de una broma —una chanza fútil y mal comprendida— en un mundo que ha perdido el sentido del humor”, dijo entonces el autor. Pero al joven Ludvik su ingenuidad le costó una buena temporada de trabajos forzados en una mina de carbón.
En 1968 los soviéticos entraron en Praga para sofocar el intento de descentralización administrativa, es decir, la tímida democratización de la economía y de la libertad de expresión, y las obras de Kundera, que como Kafka se convertiría en otro ciudadano K., se prohibieron en Checoslovaquia y el escritor se quedó sin trabajo. Pero como hay saberes que en un momento dado pueden salvarnos la vida, Kundera ejerció como pianista de jazz, instrumento que su padre, músico, le había enseñado a tocar desde niño.
El poeta francés Louis Aragon escribió lo que las tiranías del mundo han sabido siempre: “La literatura es un asunto importante para un país; es, a fin de cuentas, su semblante”. Y Kundera, tiempo después: “La novela no está amenaza por el agotamiento, sino por el estado ideológico del mundo contemporáneo. Nada hay más opuesto al espíritu de la novela, profundamente ligada al descubrimiento de la relatividad del mundo, que la mentalidad totalitaria, dedicada a la implantación de una verdad única”.
Los escritores Julio Cortázar, que por entonces tenía 54 años, Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, ambos con 40, lo visitaron en diciembre de 1968 en Praga, de tan lejos les venía la admiración a estos tres grandes de la literatura. Carlos Fuentes escribió un largo prólogo para contarlo en la primera edición de Seix Barral de 1979 de La vida está en otra parte.
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Publicado en el suplemento Abril de El periódico de España, el 26 de enero
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