Me voy a disfrutar de un paseo por el Retiro. ¿Seré mala persona?
El otro día hice un experimento en Twitter y contesté a un mensaje que repetía multitud de veces que 25 grados en invierno no era una buena temperatura, como intentando autoconvencerse de que así era.
Qué ganas de sufrir. 25 grados es buen tiempo en sí mismo. Se puede luchar por el cambio climático y disfrutar de las circunstancias concretas.
— Manuel Ríos San Martín (@mriossanmartin) December 25, 2022
Mi respuesta lleva más de 65.000 reproducciones y un encendido debate repleto de insultos (egoísta, egocéntrico, terraplanista, estúpido, lerdo iluminado, memo, falto de empatía, y alguna cuenta hasta me desea una muerte por insolación…). En el intercambio de tuits yo respondía que había salido a pasear. Con mi paseo, ¿contribuía a que la Tierra quedase abocada al Armagedón, como me decía algún mensaje? ¿Los árboles frutales se iban a estropear por mi culpa? Yo puse el tuit para buscar reacciones y lo he conseguido. ¿Qué hay detrás de tanta agresividad?
La iglesia católica, durante muchos siglos, decidió que generar culpa en los fieles era un buen sistema de control y por eso incidió en los pecados cometidos más que en el amor. Prefirió hacer hincapié en los diez mandamientos de Moisés y no en los dos esenciales de los que habló Jesús. En realidad, no fue ella la inventora del sistema: en el judaísmo y en otras religiones y sociedades antiguas ya existía ese método. Y es que el ser humano tiene una manera de ser que permite que funcione. En algún momento de la evolución debió de ser muy útil sentirse culpable, y por eso se fijó en nuestro comportamiento. Es posible que, ante una pelea dentro de un clan, sirviera para hacer las paces más rápido, como los chimpancés que desparasitan a otro miembro del grupo al que han atacado para hacerse perdonar. Pero se nos olvida que la llegada de Jesús aportó una nueva perspectiva, que es el amor. Nos vino a decir: «No hagas las cosas porque te sientas mal, sino porque quieras a las demás personas (como a ti mismo)».
Parece que hoy en día, en el que el cristianismo es menos relevante en la sociedad, hemos optado por seguir adorando a la culpa y no al amor. Mi última novela, Donde haya tinieblas, trata este tema con la excusa de un asesinato: ¿misericordia o castigo?, plantea. Y es que la mayoría de las organizaciones que luchan por alguna causa justa han heredado lo peor de la religión. ¿Cómo se intenta detener el cambio climático? Haciéndonos sentir mal. Hace poco, una ONG subía un tuit avisando de que los gorilas desaparecen por nuestra culpa, por lo que debíamos aportar dinero. ¿De verdad estas advertencias sirven para algo? Debe de ser que sí, que la gente suelta la mosca ante este tipo de afirmaciones. Pero a largo plazo, ¿cuáles son los efectos? ¿Generan de verdad un cambio social?
Algunos mensajes me decían que ellos no podían disfrutar porque pensaban en que en julio haría mucho calor. Y se sentían culpables (esto cuando sabemos que el sol es un antidepresivo). Y es que culpabilizar solo es eficaz con las personas que ya tienen esa tendencia de antes, al que ya vive angustiado porque cree que si un día coge el coche el planeta se va al garete y no porque China, Estados Unidos e India generen la mitad del CO2 del mundo (por lo visto, España es el número 159 del ranking por emisiones de CO2, de 184 países). Nos preguntamos por qué existen tantas enfermedades mentales en la actualidad, pero somos incapaces de unir diversas realidades para su análisis. A las personas que ya de por sí tienen tendencia a culparse de lo que sucede, las redes sociales, las ONGs y muchos medios de comunicación les aumentan la angustia sin que eso tenga utilidad a largo plazo. Porque la amenaza tiene las patas muy cortas. Si te dicen que al viajar en avión el mundo se destruye, pero te levantas al día siguiente en la playa y no ha cambiado nada (o nada que notes), el asunto no funciona. O funciona solo unas horas. ¿Qué ocurre entonces? Que hay que subir la amenaza cada vez más para mantener el nivel de culpabilidad en los ciudadanos. Y así hasta el infinito. Aterrador.
¿Eso quiere decir que es mejor que no hagamos nada, que no hay remedio? Ya lo dijeron Jesús y los Beatles: el amor es la solución (all you need is love), pero ni entonces ni ahora lo escuchamos. A mí me fascinan los animales. No hace falta que me amenacen con que van a desaparecer los gorilas o los chimpancés por mi culpa. Es un tema que ya me tiene preocupado, porque me parecen unos seres maravillosos, nuestros parientes más cercanos, y me resulta interesantísimo entender su comportamiento. Me pasa con otros muchos animales, y comprendo que hasta los más pequeños son necesarios si queremos mantener el equilibrio. Me gustaría que los cuidáramos y que dejáramos un mundo al menos igual a nuestros hijos para que ellos también admiraran tanta belleza. Pero no porque me sienta culpable de nada, sino por algo positivo: el disfrute de algo hermoso y atrayente. Los mensajes en positivo no deprimen. Motivan. Impulsan la creatividad.
Félix Rodríguez de la Fuente cambió a toda una generación. Su discurso fundamental, el que transmitían sus programas, era de amor y descubrimiento de la naturaleza. Eso no quita para que, de vez en cuando, diera un toque de atención porque nos estábamos cargando el medioambiente. Pero esa no era la idea principal. Y creo que caló en muchos chavales que veían la televisión hechizados. Conozco biólogos, profesores, primatólogos y escritores que lo son o que escriben sobre estos temas gracias a la divulgación que hizo. También hoy en día, en redes, hay magníficas cuentas de naturalistas. Yo los incluyo, junto con divulgadores de otras áreas, en una lista que se llama Viva Twitter.
Entiendo que parece que generar culpa es un método más eficaz y rápido que intentar educar en el amor y el disfrute, pero no es cierto. La culpabilidad solo sirve cuando es puntual y tiene una salida ilusionante. Si no, crea una sociedad de gente deprimida, angustiada, que se dedica a espiar e insultar a los demás y a acusarlos por cualquier cosa que hagan, para sentirse ellos bien. Y esto no solo pasa con el cambio climático, se puede aplicar a casi todo.
Pero perdonad si os dejo ya: hoy también hace un buen día en Madrid y voy a disfrutar de un paseo por el Retiro.
¿Seré mala persona?
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