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Bevilacqua se hace mayor - Zenda
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Bevilacqua se hace mayor

Ya entonces, y ha pasado cerca de un cuarto de siglo de escritura, el esclarecimiento de un asesinato venía acompañado de un análisis del entorno del suceso y de un componente reflexivo porque para Silva la intriga no es el único ni principal motivo de la novela, aunque las suyas sean sólidas, estén bien trabadas...

En 1998 dio Lorenzo Silva comienzo, con El lejano país de los estanques, a una serie policial o criminal protagonizada por dos guardias civiles, el sargento Rubén Bevilacqua, Vila entre sus próximos para facilitar el engorroso apellido de origen italiano, y la agente Virginia Chamorro. Traía un aliciente, que también podría haber sido una rémora: que los investigadores pertenecieran a la Guardia Civil, frente al comodín habitual de recurrir a un detective privado, un “huelebraguetas”, como llamaba Vázquez Montalbán a su Pepe Carvalho. Y también aportaba un interés añadido el que emparejase a un hombre y una mujer, pues algo podría ocurrir de esa proximidad, aunque nada haya pasado hasta la fecha y no porque alguna vez Silva no haya sembrado la duda.

Ya entonces, y ha pasado cerca de un cuarto de siglo de escritura, el esclarecimiento de un asesinato venía acompañado de un análisis del entorno del suceso y de un componente reflexivo porque para Silva la intriga no es el único ni principal motivo de la novela, aunque las suyas sean sólidas, estén bien trabadas y retengan la atención del lector. Doce entregas —con éxito de lectores y continuada apreciación positiva de la crítica— han seguido a aquella obra seminal. Con el paso del tiempo se han producido imprescindibles cambios internos en la saga, pues también el calendario afecta a los protagonistas y a la concepción misma de la serie.

"La llama de Focea es, en realidad, varias novelas, lo cual obliga a un desarrollo narrativo alternante que permita su exposición"

Los protagonistas siguen ahí, pero han ascendido en la escala profesional. Ahora Vila es subteniente y Chamorro, sargento. El comandante Pereira, paternal valedor de Vila, su guía profesional y vital, ha ascendido como teniente general hasta la cima del instituto armado. Vila, por otra parte, se ha hecho más sabio y más escéptico, ha incrementado su base cultural y ya roza niveles de auténtica reflexión filosófica. Y en la concepción de la serie el elemento especulativo ha ido subiendo su peso, al punto de que las últimas dos entregas alcanzan una gran densidad de pensamiento. Tiene Silva la buena mano, y el exigente respeto al oficio, de mantener la intriga, de concederle el peso suficiente para que un relato criminal lo siga siendo, pero en ambas entregas la materia especulativa se lleve la parte del león de la historia. Una sustancia múltiple: moral, vital, histórica. Que cuenta, por otra parte, con el fuerte sostén cultural declarado por los respectivos títulos, El mal de Corcira y La llama de Focea. Desde el mundo clásico, con la apelación a Tucídides en aquélla y a Heródoto en ésta, se iluminan rasgos del presente y ambos alcanzan dimensión de parábola histórica.

La llama de Focea es, en realidad, varias novelas, lo cual obliga a un desarrollo narrativo alternante que permita su exposición. La primera contiene la trama criminal. Bevilacqua investiga el asesinato de una chica, Queralt, en Sarria, un pequeño pueblo de Lugo en la ruta del Camino de Santiago. El caso es complicado, hay sospechas del asesino desde que Queralt se detuvo en Roncesvalles, se extienden a algunos peregrinos que tuvieron relación con ella y se amplían a una red de vínculos mafiosos del padre, un furibundo catalanista implicado en el procés que ha roto con la hija por las ideas. La trama es compleja, quizás un poco enrevesada por algún hilo pegadizo no del todo resuelto, y mantiene la tensión pertinente a la pesquisa de un caso de apariencia muy misteriosa. En suma, un relato criminal con ingredientes de suspense y con un minucioso surtido de detalles que lo amueblan (hipótesis erróneas, sorpresas grandes, procedimientos policiales, actuación judicial). Todo ello con su valor intrínseco pero vinculado con otra de las narraciones encastradas en la fábula general.

"En alguna medida podríamos decir que es una novela de la memoria; de la memoria de Bevilacqua; de una parte de ella, la vinculada con su actividad profesional en Cataluña"

Llamo narración a la segunda pieza que acoge La llama de Focea porque se trata de una amplia secuencia ensayística y no de un texto de ficción. Se trata de una exposición del carácter catalán sostenido sobre una base analítica en la que intervienen bastantes materiales literarios e históricos. Se remonta el comentario a la peculiaridad catalana desde tiempos antiguos y llega hasta la actualidad. El hilo conductor fundamental del pensamiento de Bevilacqua —que asume la posición del propio Lorenzo Silva, creo— sigue las interpretaciones del historiador Jaume Vicens Vives. De continuo se pregunta el subteniente por la personalidad histórica de Cataluña y tiene un foco de atención en su estado reciente, el que va, anudado a la trayectoria biográfica del personaje para que obtenga debido encaje en el conjunto ficcional, de los fastos olímpicos del 92 hasta los episodios violentos que concluyeron en la condena de los sediciosos de 2017. El contraste lo marcan los días olímpicos en que “Barcelona era una ciudad que reventaba futuro y promesas” y los actuales, timbrados por el desentendimiento y la conflictividad debidos al independentismo. Bevilacqua —o mejor, digámoslo claro, Lorenzo Silva— expresa una proximidad cordial con Cataluña y con los catalanes y admira su historia vinculada a la modernidad y al progreso, pero denuncia las malas artes y el egoísmo de quienes han abusado de un sentimiento nacional en su propio y personal beneficio. El padre de la asesinada aporta la cabal representación de semejante abuso.

Un tercer texto, este por completo de raigambre novelesca, se entrevera en la trama La llama de Focea. En alguna medida podríamos decir que es una novela de la memoria —de la memoria de Bevilacqua, de una parte de ella, la vinculada con su actividad profesional en Cataluña—. Lo mismo hizo Silva en El mal de Corcira, aquí respecto de sus inicios profesionales y su trabajo en el País Vasco. De modo que las dos novelas rescatan un trecho muy amplio del personaje, lo cual aporta un material muy atractivo para muchos de los miles de seguidores del ciclo policial al ir completando ausencias noticiosas de su biografía. Estos pormenores biográficos bien podrían tener un tratamiento editorial suelto porque darían un buen volumen con un retrato del personaje, algo así como un “Bevilacqua íntimo”.

"Bevilacqua se ha hecho mayor. Otea la jubilación, aunque sin la zozobra de Pepe Carvalho, el aventurero que en sus tiempos finales solo pensaba en devengar una pensión"

Varios episodios importantes del pasado de Vila refiere Silva en esta ocasión. No son un pie forzado porque la espita de los recuerdos abierta por la investigación actual en Cataluña los justifica. En este cañamazo se presentan el matrimonio fracasado del guardia civil, una intensa y magnífica historia de infidelidad conyugal repleta de sutiles matices emocionales o la trayectoria del sargento Robles, el maestro de Vila, otro gran personaje de Silva, cuya violenta muerte ya se había contado en La marca del meridiano, premio Planeta de hace diez años. Esta novela de la memoria se inclina hacia una visión melancólica del pasado con peso determinante de la nostalgia. El personaje acentúa al extremo su carácter contemplativo y ensimismado. No tiene grandes aspiraciones de futuro. Ni siquiera le tienta la posibilidad de acceder al rango de suboficial mayor, que rechaza. Sí se interesa por el porvenir profesional y privado de su hijo, también policía judicial. Asimismo le preocupa que su colega Chamorro vea reconocidos sus méritos. Bevilacqua se ha hecho mayor. Otea la jubilación, aunque sin la zozobra de Pepe Carvalho, el aventurero que en sus tiempos finales solo pensaba en devengar una pensión.

Lorenzo Silva ha dado un enorme paso adelante en la plenitud de su personaje en La llama de Focea. Ha redondeado la densidad y hondura que ya venían de antes. El escepticismo y la sensación de náufrago en un mundo confuso a que ha llegado Rubén Bevilacqua, la pérdida de la esperanza en llegar a habitar un cosmos ordenado y coherente, es el resultado natural de un proceso interior. Y de una confrontación mental a la vez con su vida y con la historia reciente de nuestro país. Ha conseguido Silva así una magnífica novela y, me parece, la mejor de la serie policiaca entera. Ello se debe en buena medida a que la obra se beneficia de la larga trayectoria precedente porque, como el propio Silva reconoce en una nota final, “en muchos sentidos este libro es un compendio de los anteriores y los complementa y redondea su sentido”.

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Autor: Lorenzo Silva. TítuloLa llama de Focea. Editorial: Destino. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Santos Sanz Villanueva

Santos Sanz Villanueva (Soria, 1948) es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza y doctor en Filología Románica por la Complutense de Madrid, de la cual es catedrático jubilado de Literatura Españo­la. Conferenciante y crítico literario, ha recibido el Premio Fastenrath de Ensayo de la Real Academia Española por Historia de la novela social española, y el Premio Fray Luis de León de Ensayo. Entre sus publicaciones más importantes, destacan Narrativa en el exilio (1977), Lectura de Juan Goytisolo (1980), El siglo XX. Literatura actual (1984), La Eva actual (1998), El último Delibes y otras notas de lectura (2007), Diez novelistas españoles de postgue­rra. Siete olvidados y tres raros (2010) y La novela española durante el franquismo (2010). Ha prologado libros de Cervantes, Miguel Delibes, José Hierro, Juan Goytisolo, José María Merino, Arturo Pérez-Reverte, Josep Pla, Gonzalo Torrente Ballester y Francisco Umbral.

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