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Cimmeria reencontrada - Zenda
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Cimmeria reencontrada

La historia de Conan, como la de cualquier gran mito antiguo —y Conan es un mito antiguo, con la diferencia respecto a otros mitos de que tardó miles de años en encontrar al canalizador adecuado—, es una historia prolija y enrevesada, con relatos verídicos y habladurías que alcanzaron a ser oídas lo suficiente como para...

Conan vivió una vida larga, en una época lejana, cuando la magia estaba presente en el mundo como una rica tecnología. Era hijo de Corin y de Greshan —un hombre fuerte, una mujer bella e inteligente—, y nació en medio de una incursión de los vanires que asaltaron su aldea. Corin siempre dijo que su hijo lloró por no poder tomar una espada y mezclarse en la batalla. Su abuelo Drogin le enseñó a mirar el mundo como algo más que un lugar donde los hombres daban muerte a los hombres. Como su madre, le enseñó a utilizar su inteligencia, a no despreciar lo que ignoraba y a encandilarse con lo que era bello. En aquel mundo, aquellas eran palabras que valían tanto como el uso de la fuerza. A los doce años Conan volvería a llorar, cuando su abuelo, débil y extenuado de una vida entera al servicio de la espada, hizo uso por última vez de uno de los conocimientos que había enseñado a su nieto y escaló hasta la cima de los montes Eiglophes, donde los ancianos como él se retiraban, a solas, para enfrentarse a la muerte por última vez. Y desaparecer.

"Howard era un escritor rápido, al que preocupaba la forma pero no el estilo. No cabría entender, si no, una obra tan extensa en apenas quince años de carrera literaria. Sin embargo, al escribir las historias de Conan su mano iba todavía más rápido"

La historia de Conan, como la de cualquier gran mito antiguo —y Conan es un mito antiguo, con la diferencia respecto a otros mitos de que tardó miles de años en encontrar al canalizador adecuado—, es una historia prolija y enrevesada, con relatos verídicos y habladurías que alcanzaron a ser oídas lo suficiente como para convertirse en parte de un complejo canon. Robert E. Howard puso un oído atento y comenzó a escuchar los lejanos cantos de Aquilonia en la ciudad —de todos los lugares posibles— de Cross Plains, en Texas, y ya no dejaría de oírlos. Su amistad con Lovecraft y la lectura de sus relatos le permitió comprender todavía mejor las extrañezas que escuchaba. Supo que la magia a la que Conan tanto temía pero que no podía evitar encontrar a lo largo de sus aventuras pertenecía a un tiempo misterioso destapado por Lovecraft, el tiempo de los dioses primigenios, criaturas a veces encerradas en gemas de colores o encarnadas en enigmáticos ídolos de piedra que desataban la locura. Howard era un escritor rápido, al que preocupaba la forma pero no el estilo (lo que no significa que Howard fuera un escritor desatento: su forma era eficaz y en algunos momentos incluso preciosista. Nada más lejos de él que la fealdad o la falta de cuidado). No cabría entender, si no, una obra tan extensa en apenas quince años de carrera literaria. Sin embargo, al escribir las historias de Conan su mano iba todavía más rápido. A veces se sentía sumido en una especie de trance, y con frecuencia se preguntaba si de veras estaba creando esos relatos o si, más bien, una larga historia enterrada en el pasado acababa de dar con él. Una vez escribió: “No tenía la sensación de estar creando, sino contando cosas que habían ocurrido. No llego tan lejos como para creer que los relatos estén inspirados por espíritus o poderes ocultos, pero” (muy importante aquí la adversativa) “sí es cierto que en ocasiones he llegado a plantearme que ciertas fuerzas desconocidas del pasado o del presente, e incluso del futuro, actúen a través del pensamiento y de los actos de los hombres vivos”. Howard no lo sabía —no podía saberlo aún, a menos que…—, pero acababa de formular lo que en el futuro (¿futuro?) sentaría las bases de un modelo de la realidad que sumaba la cosmología a la física cuántica.

"Esa manera de proceder deja, sin embargo, inmensas lagunas, que uno es incapaz de colmar a menos que sea un auténtico erudito en el no menos inmenso campo de las aventuras de Conan en los cómics. Y eso precisamente es Francisco Calderón"

Como ocurre en todos los mitos, la historia de Conan también se despliega por diversas corrientes que se fijan allí donde hay alguien dispuesto a relatar, escribir, dibujar. La más extensa sin discusión es la que recoge sus aventuras en cómic, que comienza, tras la negativa inicial de John Buscema, con La llegada de Conan (Roy Thomas y Barry Smith, 1970), y se extiende hasta los 275 números publicados solamente bajo la cabecera de Conan el bárbaro y los otros cientos en que las aventuras de Conan se van ramificando, adaptando y reelaborando, desde La espada salvaje de Conan hasta Conan rey. Inevitablemente (como sucedía con los relatos de Howard y las continuaciones posteriores de Carter, de Camp y tantos más) no se trataba de historias contadas cronológicamente, más bien constituían un mosaico disperso al que el lector interesado trataba de dar una forma ordenada: aquí el Conan adolescente que todavía se muestra un poco cándido, aquí el Conan de cuarenta que ya ha subido al trono, aquí el de apenas veinte que se ha enamorado de Bêlit. Esa manera de proceder deja, sin embargo, inmensas lagunas, que uno es incapaz de colmar a menos que sea un auténtico erudito en el no menos inmenso campo de las aventuras de Conan en los cómics. Y eso precisamente es Francisco Calderón: un especialista en la era hiboria que ha conseguido colmar esas lagunas no sólo para él sino también para los demás.

Conan. Biografía de una leyenda es, una vez más sin discusión, la mejor biografía existente de Conan y me arriesgo a decir que lo es sin tener que recurrir a las limitaciones de país y de lenguaje. Lo es en español como lo sería en inglés o sueco si su autor se llamara Mr. Cauldron o Herr. Kittel. Primero, porque ha conseguido organizar cronológicamente la extensísima bibliografía de Conan en cómic hasta dar con la que posiblemente sea la versión más verosímil de su vida y aventuras. Y segundo, porque su escritura es tan clara y desenvuelta como la de cualquier cronista latino o griego, o hiborio, para el caso. De hecho (véanse los apéndices, material para la baba de quien disfrute en el papel de investigador), Francisco Calderón actúa en un doble rol, por un lado como cronista, al recopilar y reelaborar los materiales para darles una muy adecuada estructura narrativa, y por otro como hermeneuta de esas mismas crónicas: separar del canon los apócrifos en virtud de detalles relacionados con la personalidad de Conan o del descubrimiento de que formaban parte de la mitología de otros aventureros es la clase de excelsa tarea investigadora que un buen estudioso comparte solamente con los mejores de su reino, ya estudien a los emperadores romanos o al rey Jesús, ya se llamen Heródoto o Robert Graves.

¿Libro, entonces, para los amantes de Conan o para los seguidores de Conan? Yo diría que para unos y para otros: los amantes del personaje se encontrarán con una guía perfecta para entender cronológicamente sus aventuras y los seguidores encontrarán más de una razón para abandonar los confines siempre inciertos de la lectura aficionada. Conan es, de nuevo sin discusión, uno de los últimos grandes mitos de la cultura universal y necesitaba un libro a la altura. Y aquí lo tenemos.

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Autor: Francisco Calderón. Título: Conan. Biografía de una leyenda. Editorial: Dolmen. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Lorenzo Luengo

Lorenzo Luengo (1974) ha publicado las novelas La reina del mediodía (2002), El quinto peregrino (2009), Amerika (2009) y Abaddon (2013), la colección del relatos El satanismo contado a los niños (2014) y la primera edición completa en español de los Diarios de Lord Byron.

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