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Lo que el viento se llevó, nueva traducción con ilustraciones de Fernando Vicente - Zenda
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Lo que el viento se llevó, nueva traducción con ilustraciones de Fernando Vicente

Presentación del editor: «Un clásico del siglo XX» Cuentan que durante una gala literaria celebrada en Estados Unidos, André Gide le preguntó a una tímida señora que se sentaba a su lado si también ella era escritora. La aludida dijo que sí, pero de un solo libro, lo que la alejaba en importancia del resto...

Convertida por uno de los grandes estudios de Hollywood en un melodrama romántico, Lo que el viento se llevó, Premio Pulitzer 1937, no solo narra la turbulenta historia de amor entre una dama sureña joven y caprichosa, Scarlett O’Hara, y un apuesto contrabandista algo mayor que ella, Rhett Butler. La novela va mucho más allá y describe de forma despiadada la aristocrática sociedad esclavista de los potentados caballeros del Sur, que se niegan a perder sus rancios y viejos privilegios, como la posesión de esclavos, para cultivar sus campos de algodón. Opuestos radicalmente a las reformas impulsadas por el presidente Lincoln, lo que provoca la Guerra de Secesión, los «señores» del Sur asisten al derrumbamiento de su antiguo régimen. Ambientada antes y después de un conflicto bélico que dividió los Estados Unidos de América, donde aún no se han cerrado aquellas heridas, Fernando Vicente ilustra a color una nueva traducción fiel al texto original que, desde su primera aparición en librerías, ha gozado del fervor de millones de lectores en todo el mundo.

Presentación del editor: «Un clásico del siglo XX»

Cuentan que durante una gala literaria celebrada en Estados Unidos, André Gide le preguntó a una tímida señora que se sentaba a su lado si también ella era escritora. La aludida dijo que sí, pero de un solo libro, lo que la alejaba en importancia del resto de sus compañeros de mesa. Intrigado, el premio Nobel francés se interesó por el título de aquel único libro que ella había escrito y cuando le contestó que se trataba de Lo que el viento se llevó, Gide se puso en pie y le dedicó una cerrada ovación, rogando al resto de los comensales que secundaran ese aplauso en homenaje a Margaret Mitchell.

Lo cierto es que el éxito de la versión cinematográfica de la novela, todo un alarde de la época dorada de la Metro Goldwyn Mayer, ha ensombrecido la calidad literaria de un libro que, aparte de miles de lectores, obtuvo un año después de su publicación el Premio Pulitzer en 1937. Si es verdad que Scarlett O’Hara se parece a Vivien Leigh y Clark Gable es casi idéntico al escéptico capitán Rhett Butler, el idílico Sur que representa en el cine Leslie Howard (Ashley Wilkes) dista mucho del estado esclavista, el Reino del Algodón que describe Mitchell, ajeno a la industrialización y reacio a abandonar el Antiguo Régimen y perder los privilegios autárquicos que el Norte quiere desbaratar de la mano del republicano Abraham Lincoln, en una época en la que los demócratas eran los conservadores y los republicanos los liberales.

La gran pantalla convirtió en un melodrama de lujo una novela coral, repleta de personajes, más próxima a La Saga de los Forsyte, por ejemplo, que a Cumbres borrascosas, sin demérito literario para el dramón de Emily Brontë. Es decir, el trasunto romántico de la historia se impuso al análisis de la división de América del Norte entre liberales y ultraconservadores, que aún se refleja en la política actual; a Donald Trump solo le faltaría vestir el uniforme de los confederados para representar los viejos ideales de los caballeros sureños, aunque es verdad que ellos solían ser bastante más educados.

Ese cambio social, ese crack económico descoloca a los potentados sureños, que no solo pierden su dinero, sino el mundo en el que se criaron. «Son como peces fuera del agua —dirá Rhett Butler— o gatos con alas. Los educaron para ser determinadas personas, para hacer ciertas cosas, para ocupar unos huecos establecidos. Esas personas, cosas y huecos desaparecieron para siempre cuando el general Lee llegó a Appomattox», que significó el paso decisivo para la rendición del Sur.

La misma lucha que mantuvieron en España carlistas y liberales se refleja en Lo que el viento se llevó desde la perspectiva de una atractiva y frívola sureña, bastante ignorante por cierto, incapaz de comprender lo que se está jugando a su alrededor y aturdida por la elegancia de los uniformes grises de los oficiales que recorrían las calles de Atlanta; la misma pasión estética que sentía Ramón del Valle-Inclán cuando veía mecerse por la fuerza del viento las borlas rojas de las boinas carlistas.

Y tal vez sea por ese empeño del Sur en rendir culto al gris por lo que los personajes de la novela de Margaret Mitchell nunca son muy buenos, ni muy malos. La malvada Scarlett resulta más estúpida que perversa, y el bueno de Ashley agota por cursi que, como decía Edgar Neville, es uno de los peores males que afectan a la sociedad. Incluso el descreído Butler se impone por su naturalidad y sensatez a una sociedad que se empacha de supuesto honor y se muere de hambre por defenderlo.

Pero él tampoco es un santo. Aunque el lector se sienta atraído hacia ese personaje, él deja bien claro que si se obtienen pingües beneficios creando un imperio, resulta mucho más rentable sacarlos de su hundimiento. «¿De qué imperio habla?», le pregunta Scarlett y él no duda: «De este en el que vivimos: el Sur, la Confederación, el Reino del Algodón se desmorona bajo nuestros pies. Pero la mayoría de los necios no lo verán y no aprovecharán la situación que crea el deterioro. Yo estoy ganando una fortuna con su hundimiento».

Se ha criticado a Margaret Mitchell que en su novela los esclavos negros aparecen como seres infantiles que rechazan ser libres o, peor, mezquinos egoístas que pretenden arrebatar la escasa fortuna que les queda a sus antiguos amos. Pero ni todos están descritos en Lo que el viento se llevó con esos mismos patrones ni ella pretendía adaptar la realidad social de los negros en la época en que se desarrolla la acción a los deseos o intereses de la sociedad actual, radicalmente opuesta al racismo y la desigualdad.

Otros inciden en el machismo de la novela, sin duda por no haberla leído. La única vez en que la autora rompe con la técnica del narrador omnisciente y asume la primera persona es para alzarse en contra de la discriminación femenina. La propia Scarlett, pese a ser cruelmente primaria —tal vez debido a su exigua formación académica—, se da cuenta de una «sorprendente» idea: «Que una mujer puede llevar los negocios tan bien o mejor que un hombre. Una idea revolucionaria para Scarlett, que había sido criada en la tradición de que los hombres eran omniscientes y las mujeres poco inteligentes. Claro que ella había descubierto que eso no era del todo verdad, pero la agradable farsa continuaba aferrada a su cabeza. Nunca antes había expresado en voz alta semejante idea». La madre de Margaret Mitchell, Maybelle, no solo educó a su hija en la igualdad entre géneros sino que le transmitió la lucha en favor del sufragio femenino.

Fernando Vicente ha tomado prestados los rostros que aparecieron en la versión cinematográfica de Victor Fleming para narrar de manera espectacular y sugerente, a color y en blanco y negro, una de las novelas más poderosas de la narrativa contemporánea de los Estados Unidos de América y, sin desmerecer viejas traducciones, Susana Carral, con su maestría y calidad habituales, ha devuelto la novela un brillo y una fidelidad al original inéditos en anteriores versiones, lo que hace de su lectura una nueva aventura apasionante.

(Jesús Egido)

Los autores

Margaret Mitchell (Atlanta, Georgia, 1900-1949) fue periodista y escritora. En 1926, poco después de contraer su segundo matrimonio, sufrió un accidente que le obligó a permanecer inactiva durante un tiempo, lo que aprovechó para comenzar a escribir Lo que el viento se llevó. Durante diez años plasmó sobre el papel la historia de una familia georgiana, basándose en los testimonios escuchados a los veteranos confederados de la Guerra de Secesión. Obtuvo con ella el Premio Pulitzer y la inmortalidad, debido al éxito de la novela y la película homónima, dirigida por Victor Fleming y protagonizada por Clark Gable y Vivien Leigh.

Fernando Vicente (Madrid 1963) es pintor e ilustrador. Sus primeros trabajos los publicó en la revista Madriz y desde 1999 lo hace asiduamente en el diario El País y en su suplemento cultural, Babelia. Gracias a este trabajo ha ganado tres premios Award of Excellence de la Society for News Design. Además de sus colaboraciones en prensa diaria y revistas, ha realizado portadas de libros y discos y ha ilustrado más de treinta libros, tanto dirigidos al público infantil y juvenil como a los adultos, entre ellos, una versión de Drácula, que en 2015 obtuvo el 2º premio al Libro Mejor Editado en España, y Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. En su faceta como pintor destacan las series Atlas, Anatomías, Vanitas y Venus.

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Autor: Margaret Mitchell. Ilustraciones: Fernando Vicente. Título: Lo que el viento se llevó. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todostuslibros

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