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Una vidriera en Leópolis, de Żanna Słoniowska - Zenda
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Una vidriera en Leópolis, de Żanna Słoniowska

La escritora polaco-ucraniana Żanna Słoniowska ha preparado para Zenda este fragmento del prólogo a su libro que es, en esencia, un repaso de los últimos cien años de la historia de Ucrania y de la Unión Soviética a través de cuatro generaciones de mujeres. La fronteriza, multicultural y disputada Leópolis del título es el personaje...

La escritora polaco-ucraniana Żanna Słoniowska ha preparado para Zenda este fragmento del prólogo a su libro que es, en esencia, un repaso de los últimos cien años de la historia de Ucrania y de la Unión Soviética a través de cuatro generaciones de mujeres. La fronteriza, multicultural y disputada Leópolis del título es el personaje principal.

***

Una ciudad vendada

«… porque vi con mis ojos el Leópolis de antes de la guerra»: con estas palabras terminaba un correo de apoyo que recibí de un conocido de Alemania (una vez organizó para mí una presentación literaria muy agradable). Me quedé estupefacta: no era ni mucho menos un anciano, ¿cómo podía haber visto el Leópolis de antes de la guerra? Tuve que pensarlo un buen rato para entenderlo. Después del pasado 24 de febrero, palabras y expresiones conocidas empezaron a cambiar de significado. La guerra llegó a Leópolis: hubo ataques aéreos contra la ciudad, en el bombardeo de una base militar cercana murieron treinta y cinco personas. Una vez estuve allí con un equipo de televisión para filmar el esqueleto, excepcionalmente pintoresco, de una antigua iglesia ortodoxa; en la época soviética los soldados la utilizaban como blanco en sus prácticas de tiro. En la Ucrania libre ya no se disparaba contra las iglesias; el esqueleto acribillado servía de recuerdo, de testigo de tiempos pretéritos y sus costumbres.

La historia vuelve a irrumpir en Una vidriera en Leópolis como si nunca le hubiera puesto punto final.

En marzo de 2022 mi Leópolis se convirtió en una ciudad en guerra: se establecieron puntos de control en las fronteras, se impusieron restricciones y el toque de queda y flotaba una sensación de inquietud en el aire: el enemigo podía atacar en cualquier momento.

Todos los días suenan las campanas en las iglesias de diferentes confesiones y sus vidrieras se cubren con láminas de metal: ahora los interiores se ven privados de luz natural incluso de día.

Las cuatro estatuas de dioses antiguos que había en las esquinas de la plaza del Mercado se han convertido en momias egipcias porque las han envuelto en telas incombustibles, papel de aluminio y no sé qué más. También hacen pensar en un circo y en un zoológico porque se ha construido una enorme jaula de metal alrededor de cada una. El precioso crucifijo gótico de la catedral armenia se ha llevado a un destino desconocido donde permanece oculto.

A raíz de la bárbara invasión de Ucrania por parte de Rusia, cada vez son más las personas que abandonan el ruso, su lengua natal, para hablar en ucraniano, tal como hizo la protagonista de mi libro, Marianna, a finales de la década de 1980. El cliché de su tío Alekséi sobre el «cielo pacífico» se ha convertido ahora en un grito desesperado que pide a Occidente «el cierre del espacio aéreo» sobre el valeroso país defensor. Me imagino a otro personaje de mi novela, Mikołaj, andando por una soleada Leópolis en tiempos de guerra. Pasa por delante de la catedral latina, donde un funcionario del ayuntamiento, inflexible, supervisa la protección de las estatuas de los apóstoles. Junto a las estatuas hay sacos de arena en el suelo, que se supone que las protegerán de la onda expansiva en caso de producirse una explosión.

—¿Puedo echar una mano? —pregunta Mikołaj.

—Va usted demasiado elegante —responde el funcionario.

Entretanto, los trabajadores ponen otra capa protectora, esta vez blanca, a las esculturas ya vendadas.

—¿Para qué sirve eso? —pregunta Mikołaj.

—Escriben los polacos… La estética… —dice la mujer, buscando en su móvil. Resulta que las esculturas alrededor de la catedral fueron restauradas hace poco por especialistas polacos.

Como heridas, las esculturas de Leópolis están vendadas. En los últimos días, a la «protagonista» de mi libro, una vidriera de estilo Secesión situada en el hueco de la escalera de uno de sus edificios, también la han protegido de las explosiones; me gustaría creer que ha sido así gracias a la literatura. Sobre todo porque, al contrario que en mi texto, no se desmoronó, sino que fue reparada por los restauradores.

—¿Sigues yendo a tomar café a Leópolis? —le pregunto a Mikołaj.

—Sí, todos los días, de lo contrario no podría soportarlo. Solo hay que llegar antes de las cinco, porque después cierran.

Primero la pandemia y luego la guerra hicieron que el tiempo se reblandeciera, y en algunos lugares se agrietó y se estropeó: el reloj en el Rijksmuseum de Ámsterdam en el que alguien dibuja y borra las agujas sigue sirviendo para describir este fenómeno.

Recientemente, los cadáveres de muchos habitantes de una hermosa ciudad cerca de Kiev, donde algunas de mis amigas de Leópolis habían construido sus casas, fueron descubier­tos en fosas comunes y la propia ciudad, Bucha, fue arrasada.

¿Y si destruyen también Leópolis? Con solo pensarlo, el suelo se hunde bajo mis pies. De repente empiezo a entender mucho mejor a los varsovitas que vivieron la guerra.

Me reconforta la historia de Seamus Heaney. Cuando na­ció, su tía plantó cerca de su casa un árbol que creció junto con él. Estaba muy unido a ese árbol, hasta que un día se vendió la casa y los nuevos inquilinos lo cortaron. En lugar de sentirse triste, se puso a pensar en el espacio radiante al que creía que había ido el árbol muerto. Se identificó con él como antes se había identificado con el árbol vivo. Escribió que ese espacio era un cielo sin lugar (placeless heaven) y no un lugar celestial (heavenly place).

En los últimos días, no solo las palabras están cambiando de significado, sino también los símbolos. Antes de la inva­sión, el edificio de la curia de Leópolis, el mismo desde el que en 1918 el arzobispo polaco Bilczewski envió cartas al arzobispo ucraniano Szeptycki durante las batallas polaco­ucranianas por Leópolis, estaba engalanado con una ban­dera azul y amarilla. No creo que esto hubiera llegado a ocu­rrir si la historia hubiera sido más pacífica.

Esta bandera, vergonzante y rústica para la joven protagonista de Una vidriera en Leópolis, ha comenzado a percibirse de una nueva manera por muchas personas en el mundo. Sus colores, antes asociados a la opresión y a la periferia, se están transformando ante nuestros ojos en los colores de la libertad, así como de los valores sobre los que se construyó la Europa unida. Son los colores de David, que se enfrenta con valentía al gigante Goliat, esta vez armado, y ya no solo en la poesía y las canciones.

La historia vuelve a colarse en Una vidriera en Leópolis como si lo que se describiera en esta novela no fuera sino una semilla. La flor la veremos en el futuro.

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Autora: Żanna Słoniowska. Traductora: Marta Rebón. Título: Una vidriera en Leópolis. Editorial: Alianza Editorial. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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