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Jorge Javier Vázquez: «Un adicto es un adicto toda la vida» - Zenda
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Jorge Javier Vázquez: «Un adicto es un adicto toda la vida»

Como ocurre con su nuevo libro, Antes del olvido (Planeta) —estructurado como varios textos experienciales—, es muy difícil únicamente preguntar y no establecer un diálogo con Jorge Javier Vázquez. Nos ponemos a charlar en su casa madrileña, rodeados de varios perros, un burro y un fotógrafo de Villaverde.

Como ocurre con su nuevo libro, Antes del olvido (Planeta) —estructurado como varios textos experienciales—, es muy difícil únicamente preguntar y no establecer un diálogo con Jorge Javier Vázquez. Nos ponemos a charlar en su casa madrileña, rodeados de varios perros, un burro y un fotógrafo de Villaverde.

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—Este es el primer libro suyo que leo. Me ha sorprendido mucho que sea un libro hablado. Se le oye en cada página.

—Cuando le iba enviando los capítulos a la editorial, Sara, la persona con la que trabajaba, me decía que parecía que me estuviese oyendo.

—Más allá de que sea un libro hablado, como tantos, es un libro dialogado, donde coloca al lector como parte de ese diálogo. Se siente apelado a intervenir. No sé si es por el lenguaje televisivo o por qué.

"Quería hacer un libro sobre cómo me sentía y qué había significado el último año y medio de mi vida"

—Tenía muy claro qué tipo de libro quería hacer: por ejemplo, no quería hacer una novela porque no sé si tengo talento, me parece que no. En esta época de mi vida una novela me parecía un trabajo ímprobo para el que no tenía tiempo, no estaba capacitado y sobre todo, no tenía ganas. Quería hacer un libro que no me supusiera trabajo a la hora de escribirlo. Quería hacer un libro sobre cómo me sentía y qué había significado el último año y medio de mi vida. Y sobre eso quería escribir. Lo tenía muy claro. Tengo que decir que no me costó.

No quiero que suene ni a presunción, ni a orgullo. Lo que te puedo decir es que me puse a escribir y no quería tener que sentir «¿y ahora este hilo argumental por dónde va?». No. Quería sentirme totalmente libre para expresar sentimientos: creo que es un libro profundamente emocional. Su principal cualidad es la verdad. Por primera vez es un libro que no he dado a leer a mis familiares. Lo pongo en la primera página. No quería sentirme atado, ni cuestionado, ni «a ver qué cuentas, qué no cuentas». Quería sentirme totalmente libre y honesto a la hora de contar todo lo que contaba.

—La primera contradicción de muchas: a pesar de que es un libro dialogado, donde se tiene en cuenta al lector, también parece hecho para usted mismo. Como un búnker donde usted se cuenta cosas a sí mismo, quizá para reconciliarse con ellas.

—En un momento de mi vida sentí que nadie sabía cómo era. Que después de tantísimos años trabajando en televisión, dando tantas entrevistas, hablando tanto de mí… Me daba cuenta de que a mi alrededor nadie sabía cómo era. Nadie sabía qué pensaba. Qué no pensaba. Qué sentía. Sentí que nadie me escuchaba. Llegó un momento en que me daba cuenta de que por mucho que hablara, nadie me escuchaba. Y fundamentalmente sentí que nadie me conocía: me sentía un perfecto desconocido para los demás y para mí mismo. Detrás del libro quizá hay un deseo: principalmente de conocerme a mí mismo, que creo que me ha servido, de dejar de juzgarme. Lo del perdón me parece demasiado judeocristiano y no me gusta nada, quería dejar de juzgarme. Quería decirle a la gente quién soy y que quien quiera dedicarle esfuerzo a intentar conocerme, que lo dedique. Ya no me gusta que alguien diga «pues yo jamás iría a ver una obra de teatro de esta persona o de no leería jamás algo de esta persona». A mí eso no me cabe en la cabeza. Esa serie de prejuicios no los tengo nunca, nunca digo a nada que no. En principio, para mí todo es «sí». Y luego ya me gustará o no.

—Otra palabra judeocristiana que no aparece, gracias a Dios, en el libro…

—La culpa.

—La culpa y el arrepentimiento.

"Siempre cambio la palabra culpa por responsabilidad. No me gusta la palabra culpa, la detesto"

—Me hace mucha gracia que te hayas dado cuenta porque siempre cambio la palabra culpa por responsabilidad. No me gusta la palabra culpa, la detesto. Es un concepto que nos ha hecho muchísimo daño, muchísimo. Y lo del arrepentimiento, te preguntaría «¿de qué te arrepientes?». Pues de nada, de qué me voy a arrepentir. Hice lo que hice porque lo hice, ¿de qué te vas a arrepentir? Pues claro que me hubiera gustado no hacer según qué tipo de comentarios, acostarme con según qué hombre, no escribir según qué cosas… Pero en aquel momento lo hice. ¿De qué vale el arrepentimiento? No tiene ningún tipo de solución ya. Lo que no tiene solución, para qué escarbar sobre ello. Y yo, por ejemplo, me castigo mucho con mi pasado. Te voy a contar algo muy literario (se ríe).

—Por favor.

—Este verano estaba despegando de uno de los múltiples aviones que me cogí en el viaje a África. Volvía para Johannesburgo, creo, y me decía «soy quien soy, ya no quiero volver a pedir perdón por ser quien soy». Y me sentí muy libre. Tenía ya totalmente escrito el libro y «dije hasta aquí».

—Del libro: «Años atrás, el de la tele y yo éramos la misma persona, pero dejamos de serlo porque ambos sufríamos mucho». Debe ser muy doloroso.

—He aprendido también que uno tiene que decir que a veces que está triste y que se encuentra mal. No hay que tener miedo a expresar eso. Aunque seas una persona popular, que se te presuponga dinero y que se te presuponga una vida acomodada. Eso no nos impide ser seres humanos. Hay veces que no me siento bien, que me encuentro infeliz, que me encuentro incómodo con mi vida, que no me gusta. Y todo esto trabajando en un medio en el que te estás viendo, en el que todo se agranda, en el que, como es lógico, todo el mundo habla de ti y en el que últimamente se añade otra cosa que me llama mucho la atención.

"Creo que para la gente que no sale en la tele, que no está expuesta, el envejecimiento o el deterioro físico no está tan presente"

He tenido un verano regular porque me pillé un mal de altura en Perú. Estuve dos días ingresado, estuve con corticoides y antibióticos. Luego en África me perdieron la maleta con los antidepresivos dentro, con lo cual pasé un mono de caballo. He venido con un cuerpo que físicamente no es el mío, que tiene todavía restos de corticoides. He venido con unos kilos de más que no son los míos. Y, entonces, un día que estaba aquí, a la vuelta de las vacaciones, había grabado un programa y me vi. Me vi envejecido, muy envejecido. Creo que para la gente que no sale en la tele, que no está expuesta, el envejecimiento o el deterioro físico no está tan presente porque no te ves en un medio tan profundamente agresivo como es la cámara. Y más la televisión, que es muy difícil estar perfectamente iluminado porque el movimiento te destroza. Entonces verme ese envejecimiento… Es otro ejercicio con el que tienes que convivir porque te das cuenta de que los años pasan. Por otra parte, este trabajo tiene muchas cosas buenísimas y yo no hubiera hecho otra cosa en mi vida jamás. No cambiaría mi vida por la de nadie, y volvería a pasar por todo lo que he pasado en mi profesión, porque me parece que el camino está siendo apasionante. Pero a mí me parece que cuando se habla de las tías, lo que pasa por el hecho de tener que estar sujetas al canon de la belleza, pues para los tíos también es complicado. Cuando te empiezas a ver dices: «hostiaaa, he envejecido».

—Los que nos dedicamos a mirar a los demás, los que nos dedicamos a mirar otros cuerpos y a cómo se gestionan, somos implacables con el propio.

—Hay una cosa que me agobiaba siempre que llegaba de vacaciones y estaba preocupadísimo por no coger kilos, porque nadie dijera que estoy gordo. Y ahora he llegado como he llegado. Pues me ponen los pantalones y si no me vienen que traigan otros. ¡Y ahora quiero un chándal!

—Creo que este libro es un primer intento de reconciliación con su edad.

—No me he dado cuenta y me he levantado un día con cincuenta años.

—Pero en Antes del olvido nos damos cuenta de que de que ya se da cuenta.

"Para mí la presencia de Mila en mi vida era como tener una compañera adolescente, porque Mila era muy disfrutona"

—Ese darte cuenta es dolorosísimo, porque pensaba que la vida era una eterna juventud. Yo la viví así y la viví así con Mila (Ximénez, su compañera fallecida de cáncer en 2021), por ejemplo, que para mí la presencia de Mila en mi vida era como tener una compañera adolescente, porque Mila era muy disfrutona, tenía el disfrute de la adolescencia y yo era un adolescente con ella. Para mí la pérdida de Mila ha sido la pérdida de la adolescencia y de repente, de la noche a la mañana, me he convertido en un adulto. Y yo no sé cómo es esto, sinceramente: ni lo sé, ni me gusta.

—«Es que no me gusta» es una frase muy infantil. «¿Por qué no comes esto?». «Porque no me gusta». (Nos reímos)

—Pero ¿sabes por qué? Porque me gusta tanto la vida que me parece una putada que ya tenga cincuenta y dos años. Me gusta ahora la vida que llevo. Pero también echas la vista atrás y piensas: no volvería a los años atrás de los miedos, de las inseguridades, de «tendré trabajo, no tendré trabajo», «me llamarán, no me llamarán»… Eso me parece una agonía terrible. Y, sin embargo, ahora que tienes todo eso…

—Es otra de las contradicciones.

—Creo que la vida no es una vida estructurada…

—Tendríamos que ser como Benjamin Button.

—Es que a quién se le ocurre que tengamos que decidir lo que queremos ser a los dieciocho años. Es uno de los grandes errores de la vida y una gran fuente de frustraciones. Si no lo sabemos a los cincuenta, ¿cómo vas a pretender que una persona con dieciocho años sepa lo que quiere ser? Es que es imposible. La vida me parece una fuente de frustraciones hasta que lo aceptas y te relajas.

—Aquello de Woody Allen: «Dos señoras de edad están en un hotel de alta montaña y dice una: «¡Vaya, aquí la comida es realmente terrible!». Y contesta la otra: «Sí, y además ¡las raciones son tan pequeñas!»». (Nos reímos)

—Pero el libro no es pesimista. Simplemente es que yo pensaba que el amor era de otra manera, que el sexo era de otra manera, que las relaciones personales eran de otra manera, que el trabajo era de otra manera. Pero no, nada es como nos lo han contado.

—Aparece también en el libro una y otra vez esa frustración de que usted ha aceptado que las cosas son de otra manera, pero, a la vez, echa de menos que no sean como se las vendieron. Y de nuevo contradicciones: por ejemplo, dice que vive encerrado en sí mismo y a la vez le gustaría tener novios más jóvenes.

—Eso me encantaría.

—Pero son incompatibles ambos objetivos… (se ríe)

"Salgo de trabajar y tampoco me apetece meterme en un bar y empezar a ligar"

—El otro día me pasó una cosa muy curiosa en el programa porque hay un chico de veintitrés años que trabaja en control. Entonces, estuvimos hablando y yo pensé que a lo mejor le gusto y tal. Y me dijo: «es que podrías ser mi padre». (Nos reímos) ¡Pues aproveché que me enteré de que votaba a la derecha para echarle una bronca! Pero la bronca no era porque votara a la derecha, sino porque me había dicho que no. Que llegué a mi casa con un dolor de cabeza…

—¡Era el madero del Titanic al que se agarró por culpa del hundimiento!

—¡A este lo voy a machacar, porque no le gustan los mayores! ¡Como a mí, que nunca me han gustado!

—¡Y otra contradicción! Y otra que escribe en el libro: follar le apetece, pero follar mucho le estresa.

—Lo que me estresa es la caza. La caza es estresante porque yo ahora cuando llego por la noche a mi casa, me apetece poner Siempre reinas en Netflix, que tiene mucho que ver con todo lo que supone llegar a una cierta edad y tener que estar tres horas arreglándote para ser quien eres… No lo sé, me gustaría tener ganas de salir, pero es que no las tengo… Salgo de trabajar y tampoco me apetece meterme en un bar y empezar a ligar.

—Y «conocer gente».

—Porque eso ya no existe. Es que ya no hay bares donde la gente hable. Con lo cual el tiempo que yo conocí me pareció prodigioso. Es que eso ya no existe. He probado todas las aplicaciones, pero no me llaman en exceso. He llegado a la conclusión de que prefiero estar tiempo sin follar. Y si tiene que salir, que salga, pero provocarlo me cuesta un poco. Echo de menos el contacto, los bares. Como antes no había otra posibilidad de conocer a alguien más que saliendo a la calle, pues salías. Pero es que ahora ya sales a la calle y los grupos de gente en los bares ya están hechos. Es muy difícil entrar en un grupo y conocer a alguien.

—Creo que hay menos tolerancia a la frustración. Es decir, que hace décadas tenías una cierta tolerancia a la frustración porque sabías que costaba.

—Es que cuando quedaba con alguien y me acostaba con él era como si me tocara la lotería. Te esforzabas al máximo porque pensabas que era la última. No quiero que suene a conservador porque no lo soy en absoluto, pero creo que hay que refundar la idea del sexo. Creo que es mejor otorgarle un poco más de profundidad. Creo… pero no quiero que suene conservador. Si ahora tuviera veinte o veinticinco años, tendría mis aplicaciones. Follaría todos los días. Creo que vivimos en una sociedad que parece que si no tienes sexo es un motivo de frustración. Porque aquí parece que todo el mundo folla mogollón y parece que todo está enfocado a eso. Te metes en cualquier sitio y todos son cuerpos estupendos. ¿Y yo qué hago? Y luego hay cosas muy raras también. Tienen esa dicotomía de que tienen esa facilidad para el sexo, pero también tienen que conocer la persona.

—Se crea esa contradicción. Tienes que ver o demostrar que eres o la de enfrente es una gran persona por dentro ¡pero rápido! ¡Que si no pido otro Big Mac! En cambio, las personas, como sabemos, son poliédricas: a ratos decepcionantes, a ratos tristes… Y es muy duro gestionar eso en una sociedad que dice te pone a la carta otra persona mejor al instante.

—Justo. Es que yo creo que en este momento lo más complicado es cómo te vas a quedar con alguien si crees que en cualquier momento te puede aparecer alguien mejor. Es imposible, entonces, que algo funcione y que una pareja funcione porque siempre vas a estar pensando: ¿qué me estoy perdiendo? Funciona más lo que te estás perdiendo a lo que tienes en ese momento.

—Los americanos lo han llamado FOMO: Fear Of Missing Out. El miedo constante a estar perdiéndote algo. Y no te pierdes nada.

—Cuando estás soltero piensas que tu vida va a ser un carrusel de fantasía. Y no lo es. Siempre que estás en pareja piensas «madre mía, cuando esté soltero aquí no va a quedar nadie libre». Y luego muchas veces lo que te apetece son etapas de recogimiento también.

—Usted cuenta sus adicciones desde una perspectiva que me ha gustado mucho porque últimamente las adicciones, que son terribles, se cuentan desde una perspectiva, en determinados momentos y en algunos libros, excesivamente victimista, por mucho que en algunos casos sea terrible. Me refiero a la forma de contarlo. En su caso habla de sus diversas adicciones con alegría inusitada, tanto por haberlas perdido como por haberlas tenido.

"A mí, saber que puedo estar enfermo y que tengo un trastorno obsesivo compulsivo me ha ayudado muchísimo a reconocerme"

—Me siento afortunado por haber dado con una psicóloga especialista en adicciones. Lo primero que le pregunto es si seré adicto. Para ponerte la etiqueta porque es importante etiquetarse. Y mi psicóloga me dice que tengo comportamientos adictivos, que probablemente sea adicto, pero adicto no quiere decir que sea adicto al alcohol, o que sea adicto a las compras, o que sea adicto al sexo… Es que eres adicto en general. A mí, saber que puedo estar enfermo y que tengo un trastorno obsesivo compulsivo me ha ayudado muchísimo a reconocerme y a reconocer ciertos comportamientos. No a justificarme sino a reconocerme y a saber que mi cerebro funciona de una determinada manera, que me tengo que controlar y que tengo que cuidarme más que otros. Por ejemplo, se habla siempre de adicciones a sustancias, pero yo he sido adicto al trabajo y hay adicciones que están muy bien vistas socialmente. Como dice mi psicóloga, todas las adicciones son peligrosas, absolutamente todas. Y yo me considero un superviviente pero yo he sido un adicto al trabajo, he trabajado muchísimo, muchísimo, muchísimo. Por adicción.

—Usted no distinguía la televisión de sí mismo. Y si son lo mismo, se entendería incluso que durmiese allí.

—Ahora echo la vista atrás y… Pienso en una de las frases que dijiste: yo me repetía «este trabajo me va a matar».

—La definición de adicto.

—Te metes en una rueda que no sabes parar. Porque cómo vas a parar si todo te va bien, si te da adrenalina, si te da dinero, si te da posición social, si te gusta, si lo estás disfrutando. Te metes en una dinámica adictiva.

—Y el miedo a que no cuenten con usted.

—Ahora ya no, pero antes, por supuesto. Una de las grandes obsesiones de mi vida ha sido que me dejasen de llamar para trabajar en la televisión. Porque en televisión una vez que te dejan de llamar, ya no te vuelven a llamar porque hueles a fracaso. Nadie contrata un fracaso. Cuando se acabó Aquí no hay tomate me veía paseando por Barcelona con una bicicleta.

—Es una imagen genial. (Nos reímos)

"Este libro no es un libro de adicciones, pero se habla de cómo repercute en la mente una adicción"

—Te juro que siempre pensaba que a lo mejor con los años me pasaría como a Toni Leblanc con Santiago Segura. Que de repente alguien se acordará de mí y me rescataría. Te juro que lo pensaba. Afortunadamente esa adicción ya la tengo muy controlada. Pero un adicto es un adicto toda la vida. Este libro no es un libro de adicciones, pero se habla de cómo repercute en la mente una adicción. He tenido mucha suerte en encontrar una especialista. Como cuento en el libro llamé un día a la clínica y dije: «Soy Jorge Javier, quiero una cita». Se pensaban que era broma porque normalmente a este tipo de sitios los pacientes van empujados por la familia. Yo sentía que había algo en mi vida que se me escapaba. Por ejemplo, siempre me preguntaba si era alcohólico. Y que evidentemente llegó un momento que no tenía buena relación con el alcohol. Por prescripción, dejé de beber. Y ahora creo que no he estado nunca tan bien de ánimo.

 

—Eso es extraño en un adicto.

—Me lo he bebido todo, pero yo no soy de los de la fe del converso. Me lo he pasado muy bien bebiendo, estando borracho… Pero nunca he sentido como me estoy sintiendo ahora. Cuando mi psicóloga me decía que había conocido poca gente tan desconectada de sí mismo como yo. No entendía nada eso de la conexión. Y ahora entiendo lo que significa estar conectado con uno mismo y estar conectado con uno mismo implica. Implica no beber, entre otras cosas, en mi caso, y vivir la vida a pelo.

—En el libro conviven escenas de dibujos animados, como ese «a ver quién me atraca más» en Marruecos, con escenas muy terribles como cuando recuerda al hermano de su abuela, Fernando, que vivía en la Francia de postguerra y cómo hablaba tranquilamente del asesinato a sangre fría de una vecina por colaboracionista.

"Fíjate cómo estaba de la cabeza mi bisabuelo que se iba a la comisaría a delatar a mi padre por rojo siendo un bebé"

—Se me ponen los pelos de punta. Me acuerdo de que esto se lo conté a mi director, Alberto Díaz. Me dijo que como lo cuento todo seguido parece broma. Pero es que es verdad: en mi casa no se hablaba de la guerra. Estoy convencido de que la gente de mi generación, si escarbara un poco, encontraría historias absolutamente brutales. A mi abuela la calificábamos de triste. Mi abuela paterna. Con tendencia a la depresión. A mí no me gustaba nada su carácter. Una mujer muy depresiva, muy triste. Pero cuando mi tía, como relato en el libro, me contó que una bomba de Franco mató a una hermana de mi abuela yendo a por azúcar y su padre, al verla, se volvió loco. Mi abuela quería ingresar a su padre en el manicomio. Pero no lo ingresaban hasta que no había sangre por medio y hasta que no ocurrió un episodio de sangre, no lo pudieron ingresar. Mi abuela sólo pedía que no lo sacaran de casa con camisa de fuerza. Por el resto de la vecindad y, sobre todo, para él mismo: verse con camisa de fuerza. Fíjate cómo estaba de la cabeza mi bisabuelo que se iba a la comisaría a delatar a mi padre por rojo siendo un bebé. ¡Es que es una locura! Mi abuela no me las había contado en la vida porque era una mujer muy hermética y porque de la guerra no se hablaba. En mi casa no había conciencia política, ni se hablaba de política: no se hablaba. Y de la guerra muchísimo menos.

—Otra parte del pasado que está muy presente en el libro: su amiga Mila Ximénez. ¿Sigue soñando con sus amigos muertos?

—Con Mila me pasa una cosa muy curiosa: la tengo muy presente en mi vida y es una muerte que, a excepción de la de mi madre cuando ocurra y la de mi padre, ha sido la muerte más importante en mi vida. Me ha dejado muy tocado y me sumió en una época de una tristeza muy honda y muy profunda. Me quedé sin mi pareja. Mi pareja era una mujer. Me llevaba veinte años, murió con sesenta y nueve, y yo jamás advertí que ella tuviera sesenta y nueve años. Era la vitalidad hecha persona. Nos conocimos en Telecinco. Le hice una entrevista para Aquí no hay tomate y ella me dijo que me veía con su hija Alba y que se reía mucho. Pero amigos, amigos, nos hicimos en Sálvame. Amigos, amigos de viajar juntos, de complicidad: más que familia porque tú a una familia no le cuentas según qué cosas de tu vida. Y ella ha sido cómplice mía de cosas y me ha tapado cosas y me ha ocultado cosas y me ha apoyado en historias… Y yo, sobre todo, recuerdo que ella cuando ya sabe que se va se despide de cuatro personas. Dos de ellas somos mi ex y yo. Cuando llego a su cama la primera frase que me dijo es: «la de aventuras que hemos vivido». Lo dijo como sonriendo y ahí me relajé mucho porque yo no quería que mi amiga sufriera antes de irse. Y cuando me dijo eso, pensé «ostias, se va con plenitud».

—Hay una frase de Delibes muy lúcida en ese sentido, cuando ya esperaba la muerte: «Doy mi vida por vivida». Una frase que te reconcilia tanto con su vida como con la muerte. Se parece en ese sentido a la de Mila.

"Entonces le dije: Quiero que sepas que has sido muy importante en mi vida y que te quiero muchísimo"

—Me reconfortó, me reconfortó mucho. Decidí ir a verla y verla muy tranquila… Ese rato nos reímos mucho. Hubo un momento que le dije «Mila, escúchame antes de dormirte» porque estaba muy cansada. Ella sabía que yo le iba a decir cosas bonitas y tal. Entonces le dije: «Quiero que sepas que has sido muy importante en mi vida y que te quiero muchísimo». Y me estoy emocionando. (Se emociona) «Que te quiero, que te quiero muchísimo y que te voy a recordar siempre». Y ella se quedaba como sonriendo. Pero, fíjate, lo que más me impresionó: le pregunté «¿quieres que me vaya?». Y yo sé que era muy importante para ella. Pero ella respondió «sí, sí». Porque ya estaba muy cansada. En ese momento pensé: «Pues ya está». A mí Mila me ha enviado señales. Estoy convencido.

—¿Usted está seguro de eso…?

—Seguro. Fíjate que durante el primer año la noté súper revuelta con que se había ido. Pero ahora yo noto, te lo digo de verdad, que ha encontrado su lugar. Pero el primer año estuvo muy revuelta… (me mira) Tú en esto no crees, ¿no?

—No. En nada. Soy excesivamente racionalista…

Yo también. (Nos reímos) Pero me han pasado cosas con ella que cuento en el libro que están fuera de toda lógica. Probablemente sea la necesidad de volver a verla.

—O quizá tenga otra explicación, pero como no la podemos encontrar ahora, vamos a hablar de libros. ¿Qué ficciones le han reconfortado a usted durante la vida, no sólo con la muerte de amigos, sino en general?

"Fui un chico muy solitario y para mí la lectura fue un asidero fundamental para vivir mi soledad"

—Fui un chico muy solitario y para mí la lectura fue un asidero fundamental para vivir mi soledad. Que no la viví con tristeza. Al contrario. Desde La historia interminable, por ejemplo: recuerdo que disfruté con ese libro muchísimo. La hoja roja de Delibes me impactó muchísimo. Luego, en mi etapa de adolescencia, Malena es un nombre de tango de Almudena Grandes: esa manera de describir el amor. Me acuerdo de que estaba en unos exámenes de junio en EGB y, en lugar de estudiar, estaba flipando con Los gozos y las sombras. Reconocerme, por ejemplo, en los poemas de Gil de Biedma. Hay poemas en los que me siento realmente identificado. La literatura te salva de vivir. Ese momento de querer volver a casa para reencontrarte con un personaje o para saber qué pasa en un libro, parece magia. Y los que tenemos la suerte de haber encontrado eso… Otros lo vivirán con los videojuegos, con lo que sea. Me siento afortunado con que la literatura, de golpe, me sirva para tener un enganche para vivir.

—Recuerda usted a Gil de Biedma. Cómo lleva esta obsesión con Gil de Biedma, o Picasso, o Neruda, o cualquier otro ejemplo, de no separar vida y obra. ¿Puede leer igual a Gil de Biedma o ver las obras de Picasso sabiendo que con respecto a nuestra época evidentemente no fueron las mejores personas? ¿O le aburre?

—No, no, no, no, no me aburre. Se me hace raro, se me hace complicado. Y es que… ¿Qué hacemos? ¿Cuál es la solución? No tengo solución. ¿Sabes qué me pasa? Que no tengo respuestas para todo y para eso necesitaría que alguien viniera con criterio, que para eso no lo tengo, y me explicara porque no lo tengo claro. No lo tengo.

—Por mi parte, convivo sin problema. Y entiendo que haya personas que personalmente no puedan leer a Gil de Biedma, pero no me convencen sus argumentos.

"Por mucho que te guste Gil de Biedma, no justificas esa parte de su vida"

—Pero, por ejemplo, tú lees a Gil de Biedma y lees cómo relata su vida sexual en Filipinas y te produce rechazo. ¿Qué más quieres? El rechazo que eso te produce. Por mucho que te guste Gil de Biedma, no justificas esa parte de su vida. Creo que no se debe cancelar toda su historia: sabiendo cómo era el personaje y sabiendo que eso te produce rechazo y que no está bien. Pero me parece bien toda esta conciencia con todo. Es que hemos pasado mucho tiempo anestesiados y dormidos. Y a mí me parece que está bien que la sociedad despierte y que seamos conscientes. Pero de ahí a la cancelación…

—Ya que estamos hablando de la posteridad: ¿usted piensa en su posteridad?

—Cero. Eso sí que no me interesa absolutamente nada. Fundamentalmente porque me dedico a un medio, la televisión, que está muy unido al olvido. Entonces nunca he pensado que iba a dejar huella. Le escuché una vez a Ana María Matute en un programa de televisión de La 2 decir: «Estamos condenados al olvido». Yo creo que cuando dejé de trabajar, la gente se olvidará de mí y punto. Y si me muero sin hacer televisión habrá gente que dirá: «Este salía en la tele, ¿te acuerdas?». (Nos reímos).

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Edu Galán

Edu Galán (Oviedo, 1980) es escritor y psicólogo. Desde 2002 escribe con regularidad en diferentes medios: a día de hoy, en Zenda y ABC Cultural. En 2022 publicó La máscara moral, una reflexión sobre el manoseo individualista de las diversas morales en nuestros tiempos, y estrenó la serie documental en audio Casete (2022), una sociología de los chistes de casete y el país que los parió. Su ensayo El síndrome Woody Allen (Debate) vio la luz en 2020. Ese año se reeditó en digital Morir de pie. Stand-up (y Norteamérica) (Rema y Vive). Es cofundador de la revista satírica Mongolia (2012): ha participado en todos sus números mensuales, libros, espectáculos teatrales, podcasts y apariciones televisivas hasta junio de 2021, donde ya solo continúa como accionista. Produjo con David Trueba y Fran Nixon el documental Salir de casa (2016) de David Trueba. Colabora en La brújula de Onda Cero, con Rafa Latorre, y en diversos programas de La Sexta, como Encuentros inesperados (2022) con Mamen Mendizábal. @edugalan

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