Conocer la historia no sirve solamente para intentar no volver a repetirla, sino también para comprender el mundo en el que vivimos. Intentar explicar qué está pasando en Ucrania en 2022 y sobre todo por qué está pasando es muy difícil sin saber qué es lo que piensan los altos mandos rusos y, especialmente, su presidente. Muy probablemente para todos ellos la URSS sea un periodo en el que inspirarse, una época dorada donde Rusia alcanzó el papel de segunda mega potencia mundial. Ese recuerdo, junto al añorado Imperio zarista, podría explicar muchas cosas de la actual situación geopolítica en el Este de Europa y el centro de Asia. Además, hay otro elemento que hay que tener muy en cuenta y es que en la actual Rusia la figura de Stalin está siendo repensada, las élites han olvidado en cierto modo el régimen totalitario que protagonizó y comienzan a quedarse solamente con los fragmentos positivos de su gobierno, desde la muerte de Lenin en 1924 hasta su propia muerte en 1953. Uno de esos aspectos a resaltar es su papel como comandante en jefe de las fuerzas soviéticas durante lo que denominan Gran Guerra Patria contra el nazismo, la extensión de su ámbito de influencia, recuperando gran parte de las pérdidas territoriales de los años 20, a excepción de Finlandia, y la consecución de una serie de estados satélites en el Este de Europa: Polonia, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria. Así como la defensa frente a las potencias capitalistas occidentales, el bloqueo de Berlín, el triunfo de Mao en la guerra civil China y la guerra de Corea.
En este punto es donde hay que destacar la obra de Geoffrey Robertson Las Guerras de Stalin (publicado originalmente en inglés por la universidad de Yale en 2006 y traducido en 2022 al español por la editorial HRM) cuyo punto de partida es el pacto germano soviético de agosto de 1939, por el que ambas potencias decidieron repartirse Polonia. Desde ese momento, la política exterior soviética entró en una espiral belicista sin precedentes, ya que tras anexionarse casi un tercio del territorio polaco vendría luego la guerra contra Finlandia, los combates en el extremo oriente contra Japón en las estepas de Mongolia y, finalmente, la anexión de Estonia, Letonia y Lituania en 1940.
Según la corriente mayoritaria de historiadores la operación Barbarroja, es decir la invasión de la Unión Soviética por parte de las tropas alemanas y sus aliados, cogió por sorpresa a Stalin. En este aspecto el profesor Roberts señala que esta no fue una guerra buscada por los soviéticos. Aquí es donde el análisis del autor trata de demostrar que, a pesar de la gran cantidad de actores en el desarrollo de la guerra por parte soviética – desde el mariscal Zhukov, artífice de algunas de las más importantes victorias en la guerra, hasta el general Rodimtsev, cuya 13.ª división de Guardias fue esencial en la defensa de Stalingrado en septiembre de 1942– fue la figura de Stalin la que posibilitó en gran medida el definitivo triunfo soviético en la guerra. Por ejemplo, cuando frente a la opinión generalizada decidió no abandonar Moscú en invierno de 1941 pese a que las avanzadillas germanas estaban a solo unos 20 kilómetros del centro de la capital e incluso informaron que eran capaces de ver con sus prismáticos las mismísimas cúpulas del Kremlin.
En todo caso, el autor también hace referencia a las deportaciones masivas de ciudadanos soviéticos al Gulag durante y después de la guerra, a los asesinatos de polacos en las fosas de Katyn, y en general a la barbarie asesina del régimen estalinista, aunque esta obra se centra especialmente en el papel de Stalin como general y director de la guerra. Roberts opina, pienso que acertadamente, que la influencia del dictador sobre el resultado final del conflicto fue mayor que la que protagonizaron los presidentes Roosevelt y Truman de Estados Unidos o el británico Churchill. Ni que decir tiene que a tenor de los hechos su influencia militar fue de lejos mucho más positiva que la de Hitler o Mussolini.
La segunda parte del libro –en nuestra opinión la más interesante– trata sobre el periodo que se abre tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con la derrota Alemania y la posterior ofensiva soviética en agosto de 1945 contra Japón, ocupado Manchuria, parte de la península de Corea, y las islas Kuriles y Sajalin. Toda una revancha de la derrota zarista en la guerra contra el Japón en 1905.
Las tensiones entre los antiguos aliados comenzaron pronto por la influencia en los Balcanes. Los soviéticos argumentaron que solamente Grecia quedaba excluida de su esfera, y los británicos y americanos comenzaron por exigir elecciones libres en Bulgaria y Rumanía. La guerra civil en Grecia o la posible invasión de Turquía llevó al presidente americano Truman a apoyar a ambos países frente a la amenaza comunista. La Guerra Fría, un conflicto que se fue gestando en esos años, añadiendo la guerra civil en China, el bloqueo de Berlín y la posterior creación de la República Federal alemana y la OTAN en 1949. Los soviéticos responderían haciéndose con el poder en Checoslovaquia y Polonia y su propia bomba atómica en 1949.
La guerra de Corea (1950-1953), donde los soviéticos no solamente aportaron suministros bélicos y armamento, sino también aviones de combate con tripulaciones rusas, fue el último episodio de la Unión Soviética estalinista.
En definitiva, un trabajo imprescindible para comprender qué importancia tuvo la figura de Stalin como líder militar en la consecución de la victoria en la Segunda guerra Mundial, que trajo como consecuencia el periodo de máxima extensión de la influencia soviética a nivel internacional, y como fue creciendo la desconfianza entre los antiguos aliados y se gestó la Guerra Fría.
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Autor: Geoffrey Roberts. Título: Las guerras de Stalin. Editorial: HRM. Venta: web de la editorial.
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