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'La Casa del Dragón': Sangre y fuego - Zenda
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‘La Casa del Dragón’: Sangre y fuego

Sigue George R. R. Martin sin publicar los últimos libros que le quedan pendientes de Canción de hielo y fuego, pero mientras tanto le ha dado tiempo a publicar un tomo de centenares de páginas a modo de precuela, de la que aún tiene que aparecer una segunda parte, y también ha dado tiempo a...

Sigue George R. R. Martin sin publicar los últimos libros que le quedan pendientes de Canción de hielo y fuego, pero mientras tanto le ha dado tiempo a publicar un tomo de centenares de páginas a modo de precuela, de la que aún tiene que aparecer una segunda parte, y también ha dado tiempo a adaptar parte de ese primer tomo a serie de televisión (Martin considera que harían falta cuatro temporadas mínimo para hacerle justicia). Ese tomo, del que ya hablamos aquí cuando se publicó, es una especie de «doce césares» en los que imita a una crónica histórica que relata trescientos años de Historia de uno de sus continentes ficticios. El tono de la nueva serie es, pues, a la vez similar y diferente de Juego de tronos: hay más dragones, pero menos lugares distintos; más príncipes y princesas, pero menos pueblo llano; y la ambición por el poder en pleno centro. No por nada uno de los guionistas de la serie, Ryan Condal, la planteó al mismo nivel que el de la celebrada Succession.

[Aviso de destripes con trozos de placenta en todo el texto]

El libro original narra la conquista del continente de Poniente (Westeros) por parte de los Targaryen, una dinastía invasora procedente del este, y el primer siglo y medio de su dominio subsiguiente. La serie comienza con el reinado del quinto monarca «occidental» de esta dinastía, Viserys I, un hombre básicamente decente y pacífico que solamente busca disfrutar y prolongar el largo periodo de paz que ha heredado y asegurar la continuidad de su estirpe. Sin embargo, durante los veinte años siguientes que dura la temporada se verá que esto no va a ser posible. Cuando se echa un vistazo en la Historia real de nuestro mundo a aquellos reinos o imperios que emergieron y desaparecieron, se puede ver que el tema concreto de la sucesión en el poder a menudo resulta espinoso: si el poder se alcanza de manera militar y violenta, ¿quién debe seguir en el mando al líder que ha desaparecido? Si hay un sistema hereditario, ¿con qué matices se emplea? ¿Ha de heredar el mayor, sea hombre o mujer, o solo el varón mayor, y si el monarca anterior ha tenido varios matrimonios, eso altera en algo la línea sucesoria? ¿Qué pasa con los hijos tenidos fuera de matrimonios oficializados? ¿Y si el heredero no tiene pinta de resultar un buen continuador? Todo esto puede que suene a preocupaciones de clase extremadamente alta, pero también en cada familia normal, por llana que sea, se puede preguntar si lo que uno deja tras de sí lo debe heredar tu hermano, tu hijo o tu cónyuge, entre otras opciones.

Pues son precisamente estas complicaciones las que resultan un ingrediente esencial para espesar el caldo en el que se cuecen las tramas de la serie: para cuando muera Viserys en el octavo episodio, quedarán sobre el escenario su hermano Daemon, su hija Rhaenyra (dos de cuyos hijos son más que probablemente bastardos) y su esposa, Alicent, a su vez madre del hijo de ambos, Aegon. Durante las décadas anteriores los roces entre, principalmente, la hija y la esposa del rey han dado lugar a una desconfianza tan grande que cualquiera de los dos bandos (los negros contra los verdes) que no acabe en el trono cree ahora, quizá con fundamento, que será sacrificado sin remedio para evitarle venganzas y sinsabores a la rama vencedora. De nuevo, esto ha sido así a menudo en la Historia, sobre todo en pueblos de tecnología medieval como los que refleja, hasta cierto punto, esta saga. Lo que después se llamarían «ataques preventivos» (dispara primero antes de que lo haga el otro) han venido existiendo desde siempre.

Los personajes citados hasta ahora no son en absoluto los únicos importantes en el relato. Ser Otto Hightower, la Mano del Rey (su valido, o primer ministro), anuncia el tema principal en el primer episodio cuando menciona su opinión de que «no existe hombre que no ansíe el poder». Sabemos que esto no es así, y que ni siquiera en este universo ficticio es así, pero sí lo es en la reducida burbuja donde viven los personajes a los que seguimos, y lo demás no importa. Y si alguno parece en algún momento declararse un tanto lejano a este tipo de ambiciones, ya se encargarán los demás de recordarle que el destino entero de una familia puede depender de sus posibilidades de llegar al trono, o al menos de mantenerse útil a quien lo ocupa.

Uno de los detalles que se le ha achacado a la serie es su falta de algún personaje realmente memorable y sobresaliente al estilo de Tyrion Lannister en Juego de tronos, así como de una casi total falta de humor y chispa en los diálogos. La serie opta por mantener en el centro de manera casi constante un tono de seriedad, gravedad y preocupación moral pretendidamente shakespeareara, olvidando que Shakespeare también usaba la sal del humor, y eso también se nota en el haber dejado fuera del guion al enano Champiñón, uno de los personajes en los que, en el libro, se basa la crónica de esta época. Champiñón era un bufón de la corte, salido y mal hablado, cuyo relato está lleno de procacidades y que en la duda siempre tira por la versión más guarra de los hechos. Es fácil ver por qué no se lo ha incluido en la serie, desde la dificultad para hacer humor bien en medio de la épica hasta los temas de representación de ciertos tipos de condiciones físicas y su reflejo público, aunque sea en un ambiente ficticio-medieval. Además, habría sonado quizá a un descarado intento de replicar el éxito de Tyrion, pero ahí fue el propio Martin quien había redoblado la apuesta desde sus libros. En cuanto a las actuaciones, ha habido varias de muy buena calidad, Martin mencionando que el Viserys de Paddy Considine, aficionado a las maquetas de su propia ciudad y abrumado por las dudas de si pasará a la historia como un buen rey o no, es «mejor» que el suyo del libro. El tema del «reparto inclusivo» ha vuelto a asomar la cabeza también, con la otra familia oriental de la saga, los Velaryon, encarnada por actores negros que aun así mantienen el distintivo cabello rubio platino de los libros originales, solo que con rastas.

Lo de Champiñón nos lleva también a mencionar que a lo largo de todo el libro el «autor» de la crónica menciona a menudo varias versiones de lo ocurrido en ciertos momentos, cuando sus «fuentes» también difieren al respecto. Un ejemplo entre muchos es el incendio del castillo de Harrenhal, en el que mueren el amante de Rhaenyra (y padre de dos de sus hijos) y su padre, dejando la herencia libre para el segundo hijo, el del pie cojo. En el libro hay varias opciones sobre qué pudo haber ocurrido. En la serie no hay opciones que valgan: se deja claro que fue Larys, el hijo menor, quien provocó el incendio aposta, para quedarse con el castillo y para congraciarse con la reina Alicent, a quien, de alguna manera, beneficiaba la desaparición de los Strong. La serie, así, siempre escoge qué versión de los hechos es «real» (muestra, no cuentes), descartando las dudas de la crónica escrita.

El fuego de los dragones y la sangre de la violencia era algo que ya se esperaba desde el principio, incluso si ninguna de las dos palabras acababa en el título, pero la serie ha llevado lo de la sangre a un lugar adonde a menudo no se ha llegado en este tipo de obras: los partos. En medio de golpes, espadazos, ojos perdidos y dragones abrasando gente, las escenas que más incómodo pueden hacer sentir a muchos espectadores son las de los frecuentes nacimientos que ocurren en la familia real durante estos años, reflejando su gran importancia para la trama. Mientras que en otros lugares esto se obvia y solo se nos presenta a los bebés ya bañados y adorables una vez todo ha terminado, en la serie hay varias veces en las que se somete a quien la ve a una exhibición de (una mínima parte en comparación, de) dolor, gritos y, sí, sangre, tanto la nueva incorporada a la familia como la que la madre pierde durante su agonía. A veces el precio que se paga es la vida de una, otro o ambos, y así se escribe la historia también. Y en este sentido, se realza este papel de la mujer en este tipo de historias, haciéndolo pasar de limitado y secundario a importante. La sangre es también el motivo principal de la cabecera de la serie, con esos ríos que manan y se bifurcan de la fuente central, recorriendo toda la ciudad y que van cambiando sutilmente de cauce dependiendo de quién nace y muere durante la trama.

Un lugar común, desde al menos la saga artúrica, como ya vimos el hablar de Excalibur, es la relación entre un rey su y reino, llevada incluso a un extremo más allá de la analogía: si el rey enferma físicamente, su reino sufrirá plagas y catástrofes, como si hubiera una relación causa-efecto directa. Aquí no se llega a tanto, pero sí a que el deterioro de Viserys tenga su reflejo en la podredumbre que va invadiendo su casa, la del Dragón. Hay quien llega al extremo de fijarse en que la parte de su cara que se corrompe es la misma que hacia donde se sienta la parte de la familia acusada de traer los males a la dinastía. También se establecen paralelismos entre la máscara dorada que lleva en sus últimos días con la «corona de oro» que el khal Drogo le «impondrá» a otro Viserys siglos más tarde, el hermano de Daenerys. A Martin es cierto que le encantan todos estos juegos de simbologías, recuerdos, paralelismos, presagios y demás, pero algunas teorías pueden llegar a ser un poco descabelladas. Con uno de estos motivos, el sueño-profecía original de la canción de hielo y fuego, se intenta ligar a esta serie con Juego de tronos a través de la importancia de que cada rey Targaryen herede el relato de esta visión (algún día vendrá del frío una amenaza que podría acabar con toda la vida del continente, y se ha de estar preparado para ello), y sobre todo que continúe pasándola de generación en generación para que esta cadena de conocimiento no se rompa. Así, la línea sucesoria de la corona se convierte, literalmente, en vital para la supervivencia de todos, tanto gobernantes como pueblo: un buen rey, en este sentido, será quien haya organizado su familia de manera que le permita escoger un sucesor lo suficientemente bien formado como para que nada de esto se pierda, encarnado en la daga de acero valyrio con la que Arya Stark, siglos después, matará al Rey de la Noche, haciendo la profecía (y el sueño original) realidad. Desde ese punto de vista, Viserys sí que fue un buen rey y varios otros de los Targaryen también, pero a menudo la supervivencia de la daga y la profecía no se mantuvo a flote debido al buen gobierno de cada uno de los sucesores de la dinastía. Si no, todo sería demasiado fácil.

En cuanto a la recepción de la serie, sobre todo comparada con su «rival» en el tiempo, Los Anillos de Poder, ha salido en general mejor parada por parte de los fieles a estas sagas, a pesar de que los datos de audiencia han favorecido a la adaptación tolkieniana, en parte probablemente también porque Amazon tiene más alcance internacional que HBO. Esto es normal, debido a que La Casa del Dragón sigue más fielmente el libro original, mientras que una buena parte de la discusión sobre Los Anillos se ha encauzado por la parte de cómo de fiel es a la obra de J. R. R. Tolkien. Martin, aparte de que está vivo y activo, ha estado pendiente del retoño e incluso ha dicho haberse puesto «competitivo» al respecto de esta inesperada batalla contra el gran maestro.

(La lista de todas las reseñas de este blog, por orden cronológico, puede encontrarse aquí)

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