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Isaki Lacuesta: "Convendría evitar la tentación de hablar de víctimas en general" - Zenda
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Isaki Lacuesta: «Convendría evitar la tentación de hablar de víctimas en general»

Desde que debutase en la dirección hace veinte años con Cravan vs Cravan, Isaki Lacuesta (Girona, 1975), ha ido afianzando un itinerario singular donde convergen registros de representación dispares hasta conferir a sus películas un enfoque muy personal donde los recuerdos, la memoria y la propia experiencia vivida se confunden hasta alumbrar un tipo de...

Foto de portada: FSS Jorge Fuembuena

Desde que debutase en la dirección hace veinte años con Cravan vs Cravan, Isaki Lacuesta (Girona, 1975), ha ido afianzando un itinerario singular donde convergen registros de representación dispares hasta conferir a sus películas un enfoque muy personal donde los recuerdos, la memoria y la propia experiencia vivida se confunden hasta alumbrar un tipo de narración enriquecida por esa mezcla entre lo real y lo imaginado. Atendiendo a esta lógica podemos aventurar el flechazo que el cineasta catalán sintió cuando cayó en sus manos el libro Paz, amor y death metal, escrito por Ramón González, uno de los supervivientes del ataque terrorista perpetrado en noviembre de 2015 contra la sala de conciertos Bataclan, en pleno corazón de París.

Sobre esta base y apoyándose en los propios recuerdos de los protagonistas, el dos veces ganador del Festival de San Sebastián, articula Un año, una noche, un largometraje realmente conmovedor centrado no tanto en los atentados en sí como en las secuelas emocionales que dejaron los mismos sobre una joven pareja. Las heridas psíquicas y el deterioro de su relación al no ser capaces de gestionar de igual manera su condición de supervivientes, marcan el siguiente año de vida de los personajes que encarnan, con estremecedora precisión, Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant. El filme, que concursó en la pasada edición del Festival de Berlín (donde concitó elogios de la prensa internacional), llega ahora a las salas.

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—Todo el relato de Un año, una noche, se sostiene sobre dos focos de tensión. Por una parte, la gestión del propio duelo, por otro la dificultad que supone vivir con el estigma de ‘víctima’. En ambos casos hay una confrontación entre las emociones individuales y las exigencias sociales. No sé si fue esta paradoja la que te llevó a interesarte por esta historia.

"Esta es una película sobre cómo vivir de acuerdo a nuestros deseos después de habernos confrontado con una situación extrema"

—Esta es una película sobre cómo vivir de acuerdo a nuestros deseos después de habernos confrontado con una situación extrema. Lo que me atrajo de la historia es el modo en que los dos protagonistas son capaces de vivir esa situación de dos maneras totalmente opuestas. Se trata de dos personas que no quieren que el hecho de sobrevivir a un atentado condicione su existencia, ambos pretenden seguir con su proyecto de vida tal y como lo tenían encauzado antes de vivir aquello, pero cada uno de ellos lo hace de una manera y esas diferencias, a la larga, acaban pasando factura a su relación. Un año, una noche narra una historia de amor a prueba de balas.

—En este sentido, tu película enmienda, en cierto modo, ese discurso algo naif de que “las tragedias sirven para unir a las personas”. En el caso de los protagonistas de tu película, el hecho de sobrevivir al atentado de Bataclan lo que hace es terminar por separarlos.

—Sí, bueno eso es algo que está en el propio libro de Ramón y es justo lo que más me interesó a la hora de adaptarlo al cine, el hecho de que cada uno de ellos tuviera un recuerdo tan diferente de la experiencia vivida, no solo en lo emocional, también desde el punto de vista físico. Cuando tuvimos la oportunidad de estar con las personas cuya experiencia inspira la de los cuatro protagonistas del filme, fue curioso comprobar cómo cada uno de ellos tiene un recuerdo muy distinto sobre el tiempo que pasaron retenidos en Bataclan, sobre la luz que había en la sala, sobre quien estaba a su lado… Esa sensación de no saber muy bien cuanto hay de real o de imaginado en la experiencia que has vivido resulta siempre muy inquietante y en el caso de la pareja protagonista resulta más extremo porque como dicen ellos mismos en la película «¿cómo vamos a explicar esto a los demás si ni siquiera nosotros estamos de acuerdo ni en cómo lo hemos vivido ni en cómo queremos afrontar el recuerdo de aquello?».

—El tema de la memoria, y de cómo a través de los recuerdos vamos tejiendo un relato alternativo de nosotros mismos, es un argumento que, directa o indirectamente está en todas tus películas ¿qué te interesa de este enfoque?

"Tendemos a establecer diferencias entre recuerdos reales y recuerdos inventados cuando lo cierto es que en nuestra cabeza no existe esa diferenciación"

—Bueno, es que yo pienso que en realidad todos vivimos un poco así. Tendemos a establecer diferencias entre recuerdos reales y recuerdos inventados cuando lo cierto es que en nuestra cabeza no existe esa diferenciación. En el caso de Un año, una noche, me interesaba mucho trabajar sobre esa paradoja, y mostrar hasta qué punto todos nuestros recuerdos son reconstrucciones y reelaboraciones. Quizá por eso ha sido el guion más complicado que hemos escrito, porque además ese enfoque nos obligó a cambiar la estructura del libro sin dejar de ser fieles a lo que en él se cuenta y sin traicionar la memoria de sus protagonistas.

—Esa responsabilidad adicional por ser fiel a la memoria de los protagonistas me imagino que también se dio respecto a los espectadores, al estar evocando unos acontecimientos recientes que están frescos en la memoria de muchos. No sé si fue justamente eso lo que te llevó a no mostrar el ataque a la sala Bataclan y centrar el relato en las secuelas emocionales de dicho ataque entre quienes sobrevivieron al mismo.

—Fue una decisión deliberada. Por una parte, me daba miedo recrear los atentados participando de ese fuera de campo que tiende a caracterizar el cine de autor más timorato. Pero, al mismo tiempo, vimos la necesidad de establecer una serie de líneas rojas dado que, como tú comentas, se trata de un atentado que está muy cercano en el tiempo y en el espacio. Después de darle muchas vueltas concluimos que debíamos filmar a los personajes en Bataclan, acompañarlos en esos instantes de terror pero sin mostrar en ningún momento a los terroristas ni sacar balas impactando en los cuerpos. También porque nos parecía mucho más doloroso e impactante mostrar cómo esas víctimas tienen que luchar por su supervivencia.

—Pero ¿fue algo que tuvisteis claro desde el principio o fue una decisión que adoptasteis mientras rodabais?

—Fue algo que determinamos a partir de un proceso de ensayo y error. La primera versión del guion sí contemplaba una serie de secuencias donde mostrábamos el ataque aunque lo hacíamos fuera de campo, un poco al estilo de cómo se muestra la realidad de los campos de concentración en El hijo de Saúl, donde dicha realidad no se manifiesta visualmente pero se intuye perfectamente. Pero al ver lo que habíamos rodado nos pareció que aquello tampoco era una opción porque se trataba de algo impúdico. Así que por respeto a Ramón y al resto de supervivientes con los que estuvimos en contacto decidimos cambiar el punto de vista determinando que los ataques se plasmasen en la mirada de quienes los padecieron.

¿Cómo te planteaste el trabajo con los actores atendiendo a que sus personajes son seres que están definidos a partir de recuerdos fragmentados?

"Ellos aportaron mucho también al trabajo de los actores haciéndoles comprender bastantes cosas sobre lo que habían vivido"

—La verdad es que he tenido mucha suerte. Siempre digo que haciendo esta película me he sentido como si estuviera conduciendo dos Rolls Royce, lo cual, ahora que lo pienso es una metáfora absurda porque yo ni siquiera conduzco (risas). Nahuel fue siempre nuestra primera opción y nos dio el sí antes incluso de que tuviéramos escrito el guion, por lo que fuimos construyendo el personaje con él en mente. Mientras lo escribíamos se estrenó Retrato de una mujer en llamas y ahí descubrimos a Noémi Merlant y nos quedamos prendados de ella. Tener a dos actores así te facilita muchas cosas ya que ambos son capaces de trabajar en un registro de precisión extrema y, al mismo tiempo, son muy receptivos al juego cuando nos daba por improvisar alguna secuencia que, en principio, no estaba en el guion. A partir de ahí lo que hicimos fue ensayar mucho con la suerte de tener a nuestro lado en esos ensayos a las cuatro personas que sobrevivieron al ataque y en los que nos inspiramos para los cuatro protagonistas de la historia. Ellos aportaron mucho también al trabajo de los actores haciéndoles comprender bastantes cosas sobre lo que habían vivido.

Foto: FSS Jorge Fuembuena

—Sin ser un filme discursivo, Un año, una noche tiene trazas del mejor cine político, aquel que se rodaba en los años 70 mostrando los efectos de una sociedad convulsa, ¿es un espejo en el que te miraste o, por el contrario, te da pereza definir tu película como cine político habida cuenta de lo denostado que está el concepto?

"No sé si la política está denostada. Más bien tengo la sensación de que ocupa más espacio que nunca"

—Bueno, yo realmente no sé si la política está denostada. Más bien tengo la sensación de que ocupa más espacio que nunca, incluso en los programas del corazón que han terminado por convertir la política en espectáculo. De todas maneras, por contestar a tu pregunta yo creo que mi apuesta es más por lo poético que por lo político. Lo poético, al final, incluye lo político, mientras que al revés no sucede lo mismo. De hecho, lo poético lo incluye todo y cuando tú haces una película en ese registro es una manera de no renunciar al componente político.

—Pero hay un enfoque político evidente en ese modo de percibir al otro que nutre las tensiones sobre las que ambos protagonistas van gestionando su propia condición de víctimas.

—Sí, pero eso es algo que ya se plasmaba en el libro de Ramón, ese miedo a ser racista, a ser como no pensábamos que éramos para descubrir, finalmente, que es algo que llevamos dentro y que puede exacerbarse fácilmente tras haber vivido una experiencia como la de Bataclan. Es algo que todos nos contaban y por eso mismo para nosotros era importante mostrarlo en la película.

—No sé hasta qué punto eso es algo que tiene que ver con ese sentimiento de culpa que se da en muchos supervivientes justamente por el hecho de haber sobrevivido.

"Muchos supervivientes de los atentados del 11-S revisten su relato de una épica que resulta muy difícil de encontrar en los testimonios de las víctimas de Bataclan"

—Eso es algo que está ahí y que resulta atroz. De todas maneras convendría evitar la tentación de hablar de víctimas en general. Cada persona es un mundo y gestiona su condición de superviviente como quiere o, en la mayoría de los casos, como puede. Eso se ve muy bien en el personaje de Noémi donde ella, en todo momento, rechaza la estigmatización que conlleva su condición de víctima, de ahí que rehuse hablar del atentado. Gestionar esos sentimientos también cambia mucho en función de cuál sea nuestra pauta cultural. Por ejemplo, viendo documentales sobre el 11-S, muchos supervivientes de aquellos atentados revisten su relato de una épica que resulta muy difícil de encontrar en los testimonios de las víctimas de Bataclan o de otros atentados que han acontecido en Europa donde cualquier actuación heroica se evoca casi como si se tratara de un accidente, de algo involuntario.

—Quizá por eso, en tu película te esfuerzas en mostrar esos momentos de humor que los protagonistas fuerzan casi como un mecanismo de defensa frente al horror vivido.

—Sí. No sé si es algo que tiene reflejo en la película. Pero cuando me planteé rodar esta historia quería hacer una película propositiva y que dejara espacio a la esperanza, de tal modo que el mensaje que le llegara al espectador es «si esta gente es capaz de seguir viviendo sin renunciar a sus ilusiones y al modo en que quieren vivir después de haber pasado por una situación como ésta, nosotros también podemos hacerlo». A mí hay una cosa que me aterra y que pensaba mientras rodaba la escena donde están todos recluidos en el camerino. Según cuenta en su libro Ramón, fue justamente en ese momento cuando decidió que, si salía de aquello, iba a cambiar su estilo de vida e iba a dedicarse a aquello que le hacía realmente feliz. Y a mí me dio por pensar: «¿realmente hace falta que nos tiroteen para vivir de acuerdo a nuestras convicciones?».

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Jaime Iglesias

Periodista especializado en cine, teatro y literatura, ha desarrollado su labor para diversos medios (“Muy interesante”, “Metrópoli”, “Secuencias: revista de Historia del Cine” o “GARA”, donde sigue colaborando). Durante diez años fue, asimismo, corresponsal en España de la revista mexicana CinePremiere. Poseedor del título de Estudios Avanzados en Historia del Cine y Máster en Televisión Educativa, Jaime Iglesias ha desarrollado, asimismo, una destacada trayectoria como escritor cinematográfico con obras como “Robert Aldrich” (Cátedra), “La risa oblicua: tangentes, paralelismos e intersecciones entre documental y humor” (Documenta Madrid) o los distintos libros de Ediciones Notorious en los que viene colaborando (“2001, una odisea en el espacio”, “Grupo salvaje”, “El planeta de los simios”, “El halcón maltés”, “El gran dictador”, “El apartamento”, “West Side Story”, “El hombre que mató a Liberty Valance”, “El universo de John Ford”, “El universo de Ernst Lubitsch”, “El universo de Federico Fellini”, “El universo de Luis García Berlanga”, “El universo de Fernando Fernán Gómez”, “El universo de José Luis López Vázquez”). En la actualidad forma parte del equipo de redactores del diario del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

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