Álex Fidalgo (Corcubión, La Coruña, 1985) busca en sus entrevistados un reflejo de sí mismo. Se sumerge en la mente del otro, proyecta sus temores, su ejército de dudas y sus escasas certezas y emerge con un botín humano, íntimo y didáctico. Ese es el leitmotiv del exitoso Lo que tú digas, formato por el que han pasado, entre otros, Arturo Pérez-Reverte, Xoel López, Hovik Keuchkerian, Gloria Serra, Zahara o el compadre Jeosm. Periodista, se enamoró de la radio en la emisora de su pueblo, colaboró en Onda Madrid, en Onda Cero o en Radio 4G y, desde junio de 2017, es dueño y señor del citado podcast. Ha conocido la depresión, devora los libros de Oliver Sacks y tiene atravesados a Paulo Coelho y a Woody Allen. Conversamos en el Pepe Botella, por la plaza del Dos de Mayo.
—Señor Fidalgo, ¿para qué debiera servir una entrevista?
—Para conocer más a la persona que tenemos delante. Depende de los objetivos que tengas. Cada periodista tiene sus propios intereses y quiere descubrir determinadas cosas. En mi caso, quiero saber más sobre la psique de la persona con la que estoy sentado. Por qué hace lo que hace, cómo lo hace, cuál es su background… el objetivo es radiografiar a la persona.
—¿A qué se debiera parecer un entrevistador?
—A un psicólogo, a un psicoanalista, si bien el psicoanálisis está sujeto a mucho debate y a mucha polémica. El psicoanalista, al final, lo que hace es dejarte hablar y, cuando tu discurso llega a un punto determinado, te ayuda a que continúes. Facilita que hables, hables y hables, te vayas abriendo, sientas confianza y afloren algunas partes de tu vida que erróneamente, a lo mejor, quieres mantener ocultas. Esa es mi idea: que alguien venga a hablar conmigo y se vaya con dudas nuevas o con alguna respuesta, incluso. Y es lo mismo que espero para la audiencia.
—¿Cuáles son sus referentes?
—Me he fijado, sobre todo, en podcasters americanos como Marc Baron o Joe Rogan. Me he fijado más en el formato, pero, a la hora de afrontar las charlas, me baso en mi forma de ser, en mis inseguridades, mis dudas, mis neurosis o mis preocupaciones. Siempre me he estado preguntando cosas. Había algo en mi cabeza que creía que no funcionaba bien del todo. Tenía la sensación de que la gente a mi alrededor vivía de forma más despreocupada, que disfrutaba más del hecho de estar vivo que yo. Entonces, quería saber qué es lo que pasa en mi cabeza. Atravesé una depresión, empecé a leer muchísima filosofía, psicología y neurociencia, y creo que, al final, las charlas complementan toda esa formación e información que obtuve de los libros. Una entrevista es una especie de espejo. Procuro que no sea tan evidente para la persona con la que hablo, pero busco cosas mías en el entrevistado. Eso es lo que funciona. Todos lo hacemos. Todos, cuando alguien nos cuenta una experiencia, consciente o inconscientemente, pensamos: “¿Yo hubiera reaccionado así?”, o “Este tío es un flipado”, o “Si soy yo, quemo el sitio”. Siempre estamos evaluando. Y eso es lo agradece y valora la audiencia de Lo que tú digas.
—¿Y quién le ha ofrecido el espejo más nítido?
—Hay una que mantuve hace poco con un científico que trabaja en el Instituto de la Felicidad de Copenhague, Alejandro Cencerredo. Es físico, y trabaja en un centro en el que estudian los países en los que el bienestar está más extendido e intentan entender por qué pasa eso. Por qué son especialmente felices ahí o por qué están satisfechos. Ese sería un buen ejemplo. Otro sería Juan Soto Ivars, un periodista al que podríamos denominar controvertido, más allá de que lo sea con o sin intención. Con personajes como Juan, recibo muchos mensajes de oyentes diciéndome: “Me has jodido. Me has derrumbado lo que yo creía. Me has recordado que tengo muchos prejuicios y que me lo tengo que revisar, porque me ha caído muy bien esta persona”. Juan salió muy reforzado de su episodio: todo lo que recibo sobre él es gente diciéndome: “Joder, si es un tío supermajo con el que se puede hablar de todo”. También ha pasado a la inversa, pero prefiero no dar nombres.
—Pues le iba a preguntar por los entrevistados con las que más ha sufrido.
—Hay que tener en cuenta que todo aquel que se sienta en Lo que tú digas me está haciendo un regalo. No ofrezco nada a cambio: no hay pasta, no hay nada. Sí puedo hablar de charlas difíciles. Es vox pópuli entre la audiencia fiel del podcast que la del doctor Cavadas fue una charla difícil. Fue difícil porque, como todos los genios, tiene una personalidad muy peculiar y, como muchos genios, a la hora de acercarse a un desconocido, de relacionarse socialmente, es mucho más comedido. La de Santiago Segura fue también una charla… Bueno, a mí me gustó. Me gustan esas charlas en las que hay algo diferente a todo lo anterior, que le rompen un poco la cintura al oyente, aunque, durante la grabación, yo tenga mejores o peores momentos, o sufra un poquito más. A mí, las charlas que no me han gustado eran aquellas en las que el prota venía con un discurso y me utilizaba como un púlpito.
—¿A quién le gustaría entrevistar y todavía no lo ha hecho?
—Hay una ballena blanca que tú has cazado y que yo no he podido, ojalá en algún momento se dé la posibilidad, y es Jesús Quintero (la entrevista se hizo el 29 de septiembre; el maestro onubense, que en Gloria esté, aún no había fallecido). Me encantaría tener a Jesús. Es un referente para mí a pesar de que su estilo no tiene nada que ver con el mío. Él es más lírico, más estético, más poético, está menos apegado a la conversación vulgar o coloquial. Pero es su punto fuerte, y le escucho muchísimo. Además, como pasa con muchos entrevistadores, y estoy convencido de que tú cumples esta característica, creo que es un personaje. Que es una persona con la que hablas y te encuentras muchas cosas detrás.
—Para una entrevista, ¿prefiere a un bueno idiota o a un malvado inteligente?
—Cómo te lo diría yo… Es que me gustan los malvados. En lo que respecta a las personas, la luz es muy evidente, pero yo lo que quiero es apuntar con luz a la oscuridad. En el fondo, todos estamos más interesados en el Joker que en Batman. Me pasa eso, y quiero saber qué motiva a una persona a cometer actos o a llevar a cabo ciertas acciones que jamás me permitiría a mí mismo realizar.
—¿Entrevistaría a un terrorista?
—Sí, sí. Y he entrevistado a narcotraficantes en Lo que tú digas. Han estado Laureano Oubiña, un miembro fundador del cartel de Medellín, el líder de una organización religiosa que está considerada una secta en la mayor parte de países del planeta, y con todos he sido absolutamente igual. Jesús Quintero decía algo así como que él, cuando hacía entrevistas, intentaba llevar a la persona gentilmente a lo que verdaderamente es. Y ese es, exactamente, de forma diferente, el objetivo que tengo yo.
—¿La palabra se ha devaluado? ¿Se habla mucho y se dice poco?
—Creo que sí. Está muy relacionado con una palabra de este nuevo siglo, utilizada hasta la saciedad, y es “postureo”. El volumen de postureo es inversamente proporcional al de honestidad y de calidad de la palabra. La gente está cada vez más preocupada por las apariencias, por lo que proyecta. Eso hace que se repitan muchas veces las mismas palabras, las mismas consignas, los mismos eslóganes, porque sabemos que van a funcionar o porque nos adscriben a una tribu. Yo tengo la sensación de que lo menos exitoso, lo menos sexy, es no estar en ninguna parte, no tener opinión. Yo lo sé porque estoy ahí, y me siento un outsider, el marginado de clase. Tú me sientas en una mesa con la persona más de izquierdas que conozcas y con la persona más de derechas, y a una le diré: “hombre, en esto tienes razón”, pero a la otra también. No tengo una opinión determinada acerca de nada porque soy muy poco seguro, tengo muy poca confianza en mí mismo. Eso, que es un defecto… (Piensa) Soy muy consciente de las cosas malas que tengo. Entonces, intento cogerlas y darles un uso: “Ya que tengo esto, a ver si puedo sacar algo”. Por eso hago Lo que tú digas: la gente viene, dice de todo y yo le escucho. Eso sí: si hay algo con lo que discrepo, te lo voy a decir. Pero esa discrepancia no es por una ideología. Por ejemplo: si viene alguien al podcast y me dice “Tinder me parece una mierda, no tiene ningún sentido”, yo le diré: “Pues yo creo que es una herramienta muy útil, joder” (risas).
—¿Están el hombre y la mujer de 2022 anémicos de silencio?
—(Piensa) Diría que sí. Hemos dejado de aburrirnos. Nos lo han puesto muy fácil para no aburrirnos nunca. Creo que el filósofo es alguien que se aburre y utiliza el aburrimiento para llegar a ciertas reflexiones y a ciertas ideas que tienen mucha relevancia en el mundo. Ahora mismo, tú no puedes ser un filósofo con un smartphone y tener los niveles de concentración, de meditación y de cavilación que tenían antes, salvo que seas capaz de apartarlo o que tengas un Nokia antiguo. Yo, desde hace diez años, no veo las películas de verdad. Salvo cuando voy al cine. Pero ya no leo de verdad. Lo noto. Muchas veces, estoy leyendo y diciéndome a mí mismo: “Termino este capítulo y chequeo Instagram”. No sabes la preocupación que me produce, he probado un montón de cosas. Hace unos meses, leí Minimalismo digital, de Cal Newport, pensando en que me ayudaría. Es un libro lleno de obviedades, no aporta absolutamente nada. Newport tiene otros que están muy bien, pero no creo que este ayude a nadie. También me he comprado una caja con temporizador para meter el teléfono. Y un Nokia 3310. He probado todo lo que se te ocurra para dejar el teléfono, y si alguien me ofrece alguna alternativa que no haya testado, genial. El otro día vi que hay una aplicación de Android que convierte tu teléfono en un terminal minimalista.
—Habrá gente que se gaste mil ñapos en un teléfono y le meta esa aplicación.
—Sí, sí. Eso son pijaditas que se pone alguien que tiene pasta (risas). Pero fíjate: hemos llegado a un momento en el que el valor está en algo que convierte a tu smartphone en un teléfono tonto. ¡Es brutal! Y eso está relacionado con la anemia de silencio de la que tú me hablas.
—Pasemos al cuestionario literario. ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—Los detectives López y Baldosillo. Debía estar yo en primaria. El autor era Pedro Soria Fernández-Mayoralas. A diferencia de La regenta, me parece una muy buena primera lectura. La recomiendo para niños y también para adultos.
—¿Alguno que haya alimentado su vocación?
—No creo. Mi vocación la alimentó la radio. Seguramente, el aldabonazo definitivo me lo dio el pasar por la emisora municipal de Corcubión, Radio Neria. Nos llevaron en una excursión escolar y me quedé completamente enamorado. Éramos unos 25 niños y el que se quedó completamente obnubilado y enganchado fui yo. Eran los tiempos en los que era muy bonito entrar en una radio: había CDs por todas partes, casetes, una mesa de mezclas superaustera, una pecera y, al otro lado, gente hablando al micrófono, comunicándose, riéndose, recibiendo llamadas de oyentes… Me pareció fascinante. Desde aquel día, volvía cuando podía a la radio y, en casa, sintonizaba la emisora, la escuchaba, llamaba, dedicaba canciones… Era muy bonito lo de dedicar canciones; ahora, es un formato que no tiene mucho sentido. No sé si se seguirá haciendo.
—¿Con qué escritor se iría de copas?
—(Piensa) Se me ocurre, por ejemplo, Oliver Sacks, que es un neurólogo que ha escrito libros. Y con Alejandro Dumas, que es el escritor de ficción con el que más he disfrutado en mi vida. Estoy pensando en un escritor con una vida dura, llena de embates… Vi hace poco un documental sobre un escritor irlandés, John Healy. Sólo tiene un libro, es su biografía y habla sobre sus tiempos como mendigo, presenta a sus compañeros de mendicidad… Era borracho, violento y campeón de ajedrez.
—Bajemos al barro: dígame algún autor que deteste.
—Paulo Coelho. Me parece que es un personaje que vende soluciones como quienes venden crecepelo. Es el impulsor de una epidemia que tenemos ahora, que es la de los oradores motivacionales. No soy un gran creyente en los speakers motivacionales, sí en las personas con las que reflexionas. Es como si un nutricionista se sube a un escenario y te dice qué es lo que tienes que comer tú. Si lo miras bien, tú no tienes que comer lo mismo que yo ni lo que el camarero porque, a lo mejor, a ti los carbohidratos te sientan de puta madre, pero si yo me meto una panzada de arroz para comer, después no me puedo mover de la cama. No hay una dieta que sirva para todo el mundo ni tampoco un discurso que arregle la vida a todos esos que van a las charlas.
—¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?
—Me fascina Edmundo Dantés. Me vuelve loco: soy un enamorado de las venganzas. Por eso me vuelve loco el cine de mafiosos y de gánsteres. Me encanta ese tipo de cine. Hay un autor que no tiene tanto predicamento en España, y es muy interesante, y es Jens Lapidus. Es el autor de la ‘Trilogía negra de Estocolmo’. Se hizo una película sobre el primer libro, Dinero fácil. En esa película, los protagonistas son un por entonces desconocido Joel Kinnaman y Matías Varela, que también salió en Narcos México. Tiene una vida increíble y con él hice un episodio acojonante del podcast.
—¿Alguno al que haya querido asesinar?
—Muchísimos. Se me vienen a la cabeza personajes cinematográficos. A cualquier personaje de Woody Allen. Y a Woody Allen en sus películas (risas). ¡Es que, en ellas, no me cae bien nadie! ¿Sabes qué pasa? Que yo, sobre todo, leo no ficción.
—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?
—Sí. Pero un hombre que lee más de un libro. No sé quién dijo que no hay nadie más peligroso que alguien que ha leído un solo libro. Me parece muy interesante. Es mejor que no leas ninguno o que leas varios.
— Para finalizar, ¿ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
—Sí, que necesitas leer para conocerte. Es imposible que alguien se conozca sin leer. Yo me he conocido leyendo. Y me he reconocido leyendo.
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