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Cómo acabar de una vez por todas con las pequeñas editoriales - Alberto Olmos
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Cómo acabar de una vez por todas con las pequeñas editoriales

A menudo me pregunto qué ha pasado con la editorial Lengua de Trapo. Seguramente, no hay muchas personas en España que, ahora mismo, se acuerden del pequeño sello madrileño que durante unos quince años fue publicando autores españoles –en particular nacidos en los años 60– y también latinoamericanos y hasta noruegos, llenando las librerías de cubiertas...

A menudo me pregunto qué ha pasado con la editorial Lengua de Trapo. Seguramente, no hay muchas personas en España que, ahora mismo, se acuerden del pequeño sello madrileño que durante unos quince años fue publicando autores españoles –en particular nacidos en los años 60– y también latinoamericanos y hasta noruegos, llenando las librerías de cubiertas estridentes de tan amarillas y, al cabo, abasteciendo el catálogo de sellos de mayor envergadura: aquella fue siempre una editorial para seguir o para detenerse, tocaba traición o tocaba silencio. A nadie le dejan permanecer eternamente en el borde del trampolín.

Crecer tiene estas cosas: ves morir. De joven, uno cree que casi todo lo que ama o le resulta mítico durará siempre; o, al menos, más que uno. Luego cierra el café-librería llamado El bandido doblemente armado y enseguida otro café-librería llamado Tipos infames ocupa su lugar en el mapa literario de la ciudad; y nadie echa de menos ninguna copa. Esto por hablar de los bares, que dan más pena. Hasta hemos visto cómo cerraba el café Comercial, por donde movieron sus libros escritores mucho mejores que nosotros. No hay manera.

"Aquella fue siempre una editorial para seguir o para detenerse, tocaba traición o tocaba silencio. A nadie le dejan permanecer eternamente en el borde del trampolín."

Las editoriales pequeñas están destinadas a la aniquilación, que es a lo que voy con estas letras, y sería una muestra muy pintona de épica mortuoria hacer un repaso de todos los sellos de alguna importancia (porque publicaron a autores que aún hoy leemos o reeditamos, por ejemplo) que hubo en España en el siglo XX. Sus nombres no nos dirían nada, y eso es lo peor que puede suceder con la casa de los demás, con el que fuera refugio de tantos otros escritores; que su nombre y sus siglas y el diseño de sus cubiertas, y ese protagonismo que sin duda tuvieron durante una época, resulten irreconocibles desde el futuro, donde ya nadie necesita publicar en ellas.

Lengua de Trapo no ha desaparecido, pero hace varios años que nadie sabe si saca libros, y si uno tiene interés en saberlo, se encontrará con extrañas noticias, autores imposibles, decisiones editoriales desconcertantes; Gómez Rufo, verbigracia.

Qué tiempos aquellos en los que todo joven escritor sin padrinos ni contactos soñaba con que le publicara la editorial de literatura adulta con nombre de editorial de literatura infantil, la de los marcos amarillos. Algunos suplementos hacían algún caso a los jóvenes autores que allí se publicaban, algunos periódicos les pedían entrevistas, no pocos premios propiciatorios del talento en agraz recaían en ellos; ciertos autores, finalmente, se iban a Alfaguara. Ay.

En España hay dos tipos, dos clases o dos categorías de editorial pequeña o independiente. La primera categoría la conforman aquellos sellos que publican sobre todo autores españoles, casi siempre debutantes. La segunda categoría agrupa a esos otros sellos que arman sus catálogos a base de traducciones, ya sea de obras contemporáneas, ya de clásicos más o menos conocidos. Si le preguntamos a un lector medio, interesado por los libros pero no muy atento al sello que los patrocina, qué tipo de editorial pequeña cree que goza de más prestigio probablemente no sepa qué decir; no sepa, en suma, que son las editoriales que traducen las que se llevan todo el predicamento.

En España no hay cosa peor que pueda hacer un empresario editor que publicar escritores españoles, esto es, lo más bajo que se puede caer como editor es promocionar la literatura española. Esta noción tan inquietante ni siquiera es mía: se la leí en una entrevista al editor Sergio Gaspar, fundador, editor y clausurador de la editorial DVD, novela y poesía, todo ello en español. Nunca un premio, nunca un empujón, nunca un reconocimiento. Nunca nada. Consiguió cerrar, según sus palabras, sin deberle dinero a nadie.

Lengua de Trapo tampoco ha recibido –ni tiene pinta de que ahora vaya a recibirlo– el, por lo demás, errático (ojo al nombre) Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural (las mayúsculas son del Ministerio). ¿Puede una “labor editorial” no ser “cultural”? Si publicas españoles, parece que sí. Publicar escritores españoles no es ni cultura, por Dios santo.

Si vamos bajando por las escalinatas del reconocimiento y el viático oficial, veremos, escalón a escalón, que todo conspira para acabar con las pequeñas editoriales que, en España, sean tan idiotas como para dedicar sus esfuerzos a dar aliento a la literatura… de España.

En los suplementos tiene cabida mucho antes un autor bosnio que uno de Hospitalet de Llobregat, y cualquier cosa que suene de lejos a autor joven que quizá pueda convertirse en un gran autor es despreciado y silenciado de inmediato. Lo mismo puede decirse con las páginas de Cultura de los periódicos: no hay apenas sitio para un autor español si no lo ha publicado un gran grupo editorial. Quizá se entiende que, si alguien ha puesto una respetable cantidad de dinero -el adelanto- en un escritor, ese escritor es mejor que otro al que el editor –pequeño– no ha podido pagarle nada. Lo mismo puede decirse de la traducción del autor bosnio: ¡con lo que les debe de haber costado volcar al castellano ese texto en idioma bosnio, cómo no va a ser bueno este bosnio!

De ahí pasamos a las librerías, que se preocuparán de tener los autores que aparecen en prensa –porque pocos, pero insistentes lectores de periódicos les pedirán que los tengan–, mientras subrayarán la marginación de los ninguneados, cuyos libros, con suerte, quizá lleguen a estar en una caja sin abrir en la trastienda.

Conclusión: la pequeña editorial que apostó por un autor joven español vende 116 ejemplares, y quiebra, después de una década batallando sola contra el mundo a razón de diez autores-jóvenes-españoles-que-venden-116-ejemplares por año.

No queda mucho para que nombres como Lengua de Trapo, DVD o Libros del silencio –que cerró hace tres años tras fallecer su editor, el gran Gonzalo Canedo– no le digan nada a la gente que se acerque al mundo de los libros, por mucho que en su tiempo fueran responsables de algunos hallazgos editoriales sobresalientes.

"En los suplementos tiene cabida mucho antes un autor bosnio que uno de Hospitalet de Llobregat, y cualquier cosa que suene de lejos a autor joven que quizá pueda convertirse en un gran autor es despreciado y silenciado de inmediato."

Dentro de un siglo, el nombre de muchas pequeñas editoriales nos sonará tan insignificante como ahora nos lo parece el de los sellos donde Valle-Inclán publicó sus obras, que ni siquiera se detallan en la Wikipedia, como si la editorial fuera el andamio que la posteridad retira luego, admirada ante un libro que pareció siempre haberse producido solo, como sustanciado por sí mismo en los anaqueles de librerías y bibliotecas.

Pero una pequeña editorial no es un andamio; es la cuerda floja del escritor funambulista, que, aunque lo sueñe, no puede andar sobre el aire.

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Alberto Olmos

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor y columnista. Ha publicado nueve novelas, entre las que destacan Trenes hacia Tokio (2006), Alabanza (2014) o Irene y el aire (2020). Su primer libro de relatos se tituló Guardar las formas (2016), y su primer ensayo, Vidas baratas: elogio de lo cutre (2021). Es premio Ojo Crítico RNE de Narrativa (2009) y I Premio David Gistau de Periodismo (2020). Escribió y locutó el podcast sobre literatura Todo está en los libros (2022). Vive en Madrid.

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