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Pensando y conociendo el rewilding - Zenda
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Pensando y conociendo el rewilding

La noción de rewilding ha ganado popularidad en los últimos años. Recuperar la naturaleza salvaje es una apuesta por mitigar fenómenos como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o el deterioro de los ecosistemas. Pero el rewilding no es en sí mismo bueno o malo. Hay diversas maneras de comprenderlo y contextos donde practicarlo, así que para valorarlo...

La noción de rewilding ha ganado popularidad en los últimos años. Recuperar la naturaleza salvaje es una apuesta por mitigar fenómenos como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad o el deterioro de los ecosistemas. Pero el rewilding no es en sí mismo bueno o malo. Hay diversas maneras de comprenderlo y contextos donde practicarlo, así que para valorarlo moralmente hace falta una reflexión crítica.

Zenda ofrece un fragmento de Ética del rewilding, de Cristián Moyano (Plaza y Valdés, 2022).

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1.- Un primer abordaje del rewilding

Antes de pasar a discutir sobre los diversos aspectos controvertidos que presenta o a los que atiende el rewilding, primero hay que acabar de definir bien el mismo. Y es que, según se comprenda y se tome su significado, el rewilding servirá para abogar por unos argumentos u otros, generando asimismo unas tensiones éticas distintas. Como se tratará de explorar en este capítulo, la narrativa del rewilding suele confluir en una serie de características que se remontan a cómo los humanos nos relacionamos con la naturaleza salvaje. Según desarrollemos nuestros estilos de vida, dejaremos más o menos espacio a lo no humano para que florezca a su propia manera. Tal y como se apuntará en las primeras páginas, detrás del rewilding hay numerosas investigaciones científicas que otorgan una estructura conceptual y una solidez empírica a esta práctica. En este sentido, para conocer el rewilding, hay que escuchar qué nos dice la ciencia sobre él. Pero en otro sentido, la filosofía, las tradiciones y los imaginarios culturales también impregnan de significados el rewilding, a partir de los cuales podemos evocar unas u otras reflexiones epistemológicas y morales. En resumen, para encararlo, hace falta que ciencia y filosofía, una vez más, vayan de la mano.

1.1. ¿Qué es el rewilding?

En este trabajo he optado por utilizar principalmente el término en inglés rewilding en lugar de sus traducciones más habituales, como pueden ser «renaturalización», «resalvajización» o «reasilvestramiento » —si bien también usaré estas expresiones como sinónimas, aunque de un modo más marginal—. ¿Las razones? Tengo la impresión de que las actuales traducciones que existen del término difícilmente recogen toda la fuerza explicativa y la carga de sentido que transmite su expresión original en inglés. Rewilding hace alusión a toda una detallada narrativa y movimiento de regeneración natural que no solo implica hacer el mundo más salvaje o silvestre, aunque estos sean buena parte de sus planteamientos generales. «Renaturalización » puede conducirnos a reducir el debate a solo las nature-based solutions, a las «soluciones basadas en la naturaleza» que congenian con los principios del rewilding, pero no conciben como fundamental, por ejemplo, la reintroducción de animales salvajes clave. «Resalvajización», por otra parte, reduce la aproximación del rewilding a los intentos por hacer del planeta un lugar más salvaje y, si bien esta es una de sus ideas básicas, puede generar la contrapartida de idealizar lo salvaje per se, como si fuera un valor intrínseco que se debe preservar, a riesgo de las problemáticas que podría ocasionar el resalvajizar también la especie humana. Porque si la intención es resalvajizar el planeta, también nos habremos de hacer más salvajes nosotros. ¿Pero qué implicaría ello? Podría ocasionar un argumento de pendiente resbaladiza para justificar que actuemos como otros animales no humanos a la hora de ejercer actividades de caza o depredación, argumentando que «es lo natural», que «somos tan salvajes como ellos».

Optar por el término rewilding —en mi opinión— evita, al menos de entrada, desembocar hacia comprensiones tan estrechas (sin tener por ello que cerrar en absoluto el provechoso diálogo con ellas). A su vez, hablar de rewilding hace referencia a entablar conversaciones con buena parte de la literatura científica conservacionista que ha brotado los últimos años. Cualquier persona puede hacerse una idea más o menos aproximada de lo que significa «renaturalizar» o «resalvajizar». Pero son muchos quienes aún no conocen la expresión rewilding y si la escuchan o leen por primera vez pueden no captar inmediatamente toda la trama de significados que engloba. Así que a ellos les ofrezco este libro como una invitación a conocer mejor este concepto y práctica, que cada vez está siendo más viral. En cambio, quienes ya lo conozcan o incluso lo estudien desde hace tiempo, encontrarán en este libro un lenguaje común sobre el que podrán compartir reflexiones, anécdotas o fructíferas discusiones.

En definitiva, hablar de rewilding supone abordar un asunto común, un trending topic, se podría decir, que ha cautivado la atención de muchos científicos, académicos e interesados, al menos en la época en la que se ha escrito este trabajo. Creo que merece la pena conocerlo, aprehenderlo y pensar filosóficamente sobre él. Lo veo como una invitación a la reflexión moral que nos ha puesto el contexto que hoy en día vivimos.

Y a todo esto, para quienes aún no lo conozcan en detalle, ¿qué es el rewilding? Se dice que quien empezó a discutir el concepto en 1992 fue Dave Foreman, editor de la revista Wild Earth, pero su definición ha ido cambiando desde entonces. A finales de la década de los noventa, los biólogos conservacionistas Michael Soulé y Reed Noss escribieron un artículo haciendo referencia al significado de este término 2 y, ya desde entonces, se convirtió en una idea esencial de los diálogos por la conservación de la naturaleza. Ambos autores lo plantearon como un nuevo método que complementaría las estrategias clásicas de la conservación.

Desde que la biología de la conservación emergiera a principios del siglo xx, tradicionalmente enfatizaba la representación de la vegetación o la diversidad de características físicas y la protección de elementos bióticos especiales. Es decir, apuntaba a hábitats específicos y se centraba en plantas y animales raros («especies umbrales») para la conservación utilizando áreas protegidas (como parques nacionales). Muchos de sus métodos, además, eran considerados de «abajo-arriba» (del inglés, bottom-up), según los cuales para restaurar ecosistemas era fundamental empezar desde los niveles más elementales y básicos de la red trófica, como por ejemplo asegurar la variabilidad y riqueza de la vegetación.

Esta metodología de preservación de la biodiversidad era adecuada y necesaria, según Soulé y Noss. Pero no era suficiente. Por ello, plantearon otra estrategia que podría complementarla y hacer así más fructíferos los esfuerzos conservacionistas. Aquí es cuando empezaron a hablar del rewilding. El rewilding enfatiza la restauración y protección de grandes áreas silvestres y animales de gran tamaño, particularmente carnívoros. Su enfoque se basa en tres premisas básicas: (i) los ecosistemas sanos necesitan grandes carnívoros, (ii) los grandes carnívoros necesitan grandes áreas salvajes y sin carreteras, y (iii) la mayoría de las áreas libres de carreteras son pequeñas y necesitan ser conectadas 3. Así, el rewilding puede ser sintetizado bajo la «regla de las 3 C»: cores (núcleos), corridors (corredores) y carnivores (carnívoros).

Gracias a la contribución de diversos científicos y académicos (entre los cuales destaca Dave Foreman), el concepto de rewilding ha ido profundizando cada vez más sus significados y ha sido objeto de múltiples análisis teóricos e iniciativas prácticas. El resultado que encontramos a día de hoy es que coexiste una variedad de definiciones, si bien todas relacionadas, para este concepto. A pesar de mantener todas un claro hilo conductor y un respeto por la regla de las 3 C, la diversidad de significados que evoca actualmente el rewilding permite reflexiones morales diferentes, lo cual enriquece y dificulta por igual el objetivo de este trabajo.

Recientemente, Nathalie Pettorelli y colaboradores han recogido y distinguido buena parte de estas concepciones diferentes. Tal y como explican en su último libro, pueden presentarse al menos las siguientes definiciones del rewilding, agrupadas en tres grandes temas:

A) El primero trata sobre reactivar lo salvaje, por el que las áreas degradadas puedan recuperar la biodiversidad y desarrollar estados futuros indefinidos sin mayor interferencia y no necesariamente con mayor utilidad para los humanos. Más en detalle, puede entenderse como:

A.1) Mantener o incrementar la biodiversidad mientras se reduce el impacto de las intervenciones humanas presentes y pasadas mediante la restauración de especies y de procesos ecológicos

A.2) Hacer que las áreas no salvajes vuelvan a serlo, incrementando así el nivel de salvajización.

B) El segundo se centra en reintroducir especies extirpadas (o sus sustitutos) de manera que un ecosistema pueda retomar su funcionalidad anterior, con beneficios para la humanidad potenciales. En concreto, las siguientes definiciones académicas han descrito esta comprensión del rewilding:

B.1) Reintroducir especies extirpadas o tipos de elevada importancia ecológica funcional para restaurar la autogestión funcional, ecosistemas biodiversos, enfatizando reintroducciones de especies para restaurar funciones ecológicas.

B.2) Reintroducir o restaurar organismos salvajes y/o procesos ecológicos para aquellos ecosistemas en los que tales organismos y procesos están ausentes o son «disfuncionales».

B.3) Darle utilidad a las tierras abandonadas e improductivas, transformándolas en nuevas áreas salvajes donde los ecosistemas naturales sean autosostenibles, y mediante la reintroducción de grandes herbívoros y la protección del hábitat para carnívoros y otras especies.

C) El tercer gran tema se basa en reconocer que la biodiversidad existe dentro de sistemas socio-ecológicos cambiantes, en los que los costes y beneficios percibidos dictan cuáles son las partes de la naturaleza salvaje que permanecen o se van. El objetivo aquí es la función autosustentable de un ecosistema, y quienes lo gestionan no tienen por qué restaurar necesariamente un estado antiguo, sino que puede bastar con darle al ecosistema unas condiciones ambientales adecuadas, ejerciendo una intervención mínima. Así, el rewilding consistiría en:

C.1) Enfocarse en los beneficios de funciones o procesos ecosistémicos renovados, antes que en la restauración clásica donde una comunidad converge hacia un objetivo predefinido a través de una trayectoria predecible.

C.2) Reorganizar la biota y los procesos ecosistémicos para establecer un sistema socio-ecológico identificado en una trayectoria preferida, lo que lleva a la provisión autosostenible de los servicios ecosistémicos con una gestión continua mínima.

Hay quienes han argumentado que el vocablo rewilding debería desecharse, porque es un sinónimo de restauración ecológica y por tanto no aporta nada nuevo. Pero sí que hay diferencias. Estas tres amplias definiciones brevemente descritas comparten un punto de salida común, en el que se presenta al rewilding como un proceso o filosofía diferente a la restauración. Mientras que, por una parte, el rewilding trata de elegir nuevas trayectorias de cambio hacia lo salvaje en estados indefinidos y futuros; la restauración, por otra parte, trata de revertir la trayectoria de cambio para regresar a un estado previo ya definido. El concepto de rewilding también busca utilizar una intervención humana mínima, pero la restauración no se preocupa por reducir tales interferencias. Además, el rewilding se centra más en unos objetivos funcionales que en la composición de los ecosistemas, hecho que a menudo le lleva a plantear las intervenciones a una escala geográfica más vasta. Y el rewilding aporta un énfasis en los procesos tróficos escalonados de «arriba-abajo» (topdown), también denominados «cascadas tróficas», en lugar de enfocarse fundamentalmente en los procesos de «abajo-arriba» (bottom-up), tal y como ha mantenido tradicionalmente la disciplina de

la restauración ecológica. Con todo, a pesar de estas desemejanzas que ahuyentan la intercambiabilidad de los términos, es cierto que ambas narrativas no deben entenderse en absoluto como antagónicas, sino como complementarias, en las que abundan las convergencias por encima de las discrepancias. Ambas, restauración y rewilding, mantienen el claro objetivo de disminuir el deterioro en la salud e integridad de los ecosistemas naturales.

Hecha esta breve comparativa, retomemos la variedad de definiciones aportadas y sus tres tipologías correspondientes. A lo largo de esta obra procuraré ir comentando que aunque la multiplicidad de definiciones dadas sobre el rewilding coincida en toda una narrativa general enfocada en mirar hacia el futuro y en propiciar a la naturaleza unas herramientas básicas para que sea capaz de autosustentarse ecológicamente, ello no implica que de los diferentes matices característicos de cada definición no se pueda predicar una filosofía moral ligeramente distinta. Es decir, aunque la teoría general del rewilding ya induce a una serie de consideraciones morales con unas direcciones comunes que son fascinantes y dan mucho que hablar, cada definición más específica puede evocar un pensamiento moral no necesariamente común al del resto de las definiciones y que marca un rumbo propio sujeto a discusión. Y si esta multiplicidad de perspectivas morales con sus respectivos debates pueden darse en una dimensión teórica del rewilding, imaginémonos a nivel práctico, donde cada contexto y momento en el que se proyecta una iniciativa puede tener unas causas, agentes implicados y consecuencias particulares diferentes. El análisis moral del rewilding es inagotable e irreductible a una norma o principio deontológico que sirva automáticamente para todos los casos. Cada ejemplo merece un detenido espacio para que la reflexión filosófica lo evalúe dentro de la definición amplia o metodología general a la cual se podría acoger, pero también en sus propias condicionalidades, que siempre serán únicas.

Ahora bien, por muy contextualista que pueda ser cualquier aproximación bioética, es cierto que siempre pueden estudiarse una serie de patrones que faciliten la identificación de una práctica o abordaje de rewilding, de manera que pueda agilizarse (sin por ello tener que reducirse categóricamente) su evaluación moral. Siguiendo el hilo argumental que proponen Pettorelli y sus colaboradores, además de las tres amplias temáticas donde pueden encajarse las muchas definiciones, también hay una variedad metodológica en las mismas que ella resume de la siguiente manera: «rewilding pleistocénico», «rewilding trófico» y «rewilding pasivo o ecológico». A estas tres metodologías o estrategias me referiré más adelante en la segunda parte de este libro. Me parecen muy adecuadas porque permiten clasificar temáticamente el rewilding según el modo en que se gestione la naturaleza salvaje, no tanto por lo que respecta a su distribución territorial, sino sobre todo en cuanto a qué especies se pretende recuperar y mediante qué técnicas. Dividir el análisis en estos tres tipos de rewilding, permite clasificar más afinadamente los sesgos, limitaciones y desafíos que presenta cada uno, facilitando el balance ético que puede estimarse de cada metodología.

Por su parte, Jordi Palau, en su ejemplar obra Rewilding Iberia, presenta tres modos o versiones de clasificar el rewilding ligeramente distintos. Una primera clasificación se basa en la escala temporal de referencia que se tome y, así, pueden plantearse dos subgrupos: «rewilding pleistocénico» y «rewilding holocénico». Una segunda clasificación puede hacerse en función de la escala espacial de referencia, indicando así tipos de rewilding que varíen de una «microescala » (donde el terreno de aplicación sea de apenas unos cuantos metros cuadrados), pasando por una «meso-escala» (donde el entorno conste de varias hectáreas) y llegando a una «macro-escala» (donde el área ya sea de miles de hectáreas). Una tercera clasificación parte del alcance o enfoque que se le dé al rewilding, es decir, dónde se pone el énfasis de la acción regenerativa, distinguiéndose así: un «rewilding pasivo», del «ecológico» y del «trófico», si bien también contempla otros tipos, como por ejemplo el «rewilding pírico» o el «hidrológico».

Las clasificaciones de Palau, en mi opinión, desgranan más finamente que Pettorelli y su equipo las sintonías y divergencias que pueden existir entre la multiplicidad de versiones de rewilding. Aportando tres dimensiones distintas en la categorización de rewilding (temporal, espacial y de alcance), por un lado, detalla mejor la complejidad que supone la evaluación de cualquier práctica de este tipo. Por otro lado, esta tridimensionalidad también presupone que habrá diferentes iniciativas de rewilding que quizás coincidan en una dimensión pero se alejen en otra, sugiriendo que hay diversos grados de parentesco o similitud entre una práctica y otra, en lugar de que simplemente se puedan categorizar de un modo reduccionista como «diferentes».

Ahora bien, en este trabajo he optado por simplificar estas tres clasificaciones y más de diez tipologías propuestas por Palau, así como las definiciones y metodologías recogidas por Pettorelli y sus compañeros, y combinarlas para hacer que las próximas páginas sean más digestivas para el lector. Soy consciente de que esta falta de consenso sobre un significado unívoco y cerrado de rewilding, y estas diversas versiones de categorizar sus estrategias y metodologías, pueden suscitar confusión. El rewilding es un asunto complejo y, reitero, no hay una norma aplicable por igual y con detalle a todos los casos existentes o proyectables. Pero identificar algunos patrones comunes que guíen hacia unas pocas agrupaciones, facilitará que tengamos una comprensión más ágil.

Es por esto que especialmente en la segunda parte del presente libro se hará alusión en una primera instancia general solo a tres grupos, tipos o estrategias de rewilding: pleistocénico, holocénico y pasivo. Es una clasificación casi idéntica a la que termina por hacer Pettorelli y su equipo, pero en esta quizás integro más explícitamente algunos de los criterios de Palau. El primero remite a regenerar activamente la fauna de una época geológica lejana; el segundo implica la reintroducción activa de fauna holocénica propia; y el tercero se basa en la renaturalización pasiva de los ecosistemas donde la gestión sea realmente mínima. Los dos primeros tipos pueden entenderse, a mi modo de ver, como estrategias activas antes que pasivas, así que lo que la diferencia del último tipo es su grado de intervención. Y entre el rewilding pleistocénico y el holocénico se distinguen fácilmente por la escala temporal desde la que parten. Así, tanto el periodo temporal como el alcance o actividad son las dos dimensiones que tomaré fundamentalmente como referencia para predicar de ellas una serie de consideraciones morales características. Aunque ello no quita que también contemple la dimensión espacial y otros criterios a lo largo de todo el libro, solo que lo haré de una manera menos explícita para no cargar al lector con tantas categorías distintas. También es cierto que, en una segunda instancia más afinada, desglosaré el rewilding pleistocénico en dos subtipos («débil» y «fuerte»), según si implica procesos de desextinción o no, es decir, basándome nuevamente en el criterio del grado de intervención o alcance que se lleva a cabo. Pero de todos modos será una subdivisión sencilla y la única que propondré para así no levantar tantos muros teóricos.

En resumen, la idea de rewilding expresa todo un relato cuyo objetivo último consiste en recuperar las funcionalidades, la salud y la integridad de la biota y de los ecosistemas. Por ello, se presenta como una alternativa a las severas consecuencias del Antropoceno, donde cada vez son más graves las disrupciones que está padeciendo la biosfera, tanto en su conjunto como para cada uno de los integrantes vivos que la conformamos. El rewilding tiene el potencial de cambiar no solo el rumbo de muchas de nuestras acciones antropogénicas o de nuestras estrategias racionales e interesadas, sino de ir más allá. A mi modo de entenderlo, es capaz de transformar una serie de cosmovisiones que han imperado los últimos siglos y muy especialmente las últimas décadas, en las que la humanidad se ha presentado como el núcleo de la supremacía y la cúspide jerárquica del planeta. El rewilding puede invitar, con elegancia, ciencia y humildad, a abandonar este paradigma.

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Autor: . Título: Ética del rewilding. Editorial: Plaza y Valdés. Cristián Moyano. Venta: Todostuslibros 

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