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'Tener y no tener': Amor en tiempos de (películas de) guerra - Zenda
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‘Tener y no tener’: Amor en tiempos de (películas de) guerra

To Have and Have Not es famosa por ser la única película de la historia en la que han participado dos premios Nobel de literatura: Ernest Hemingway como autor de la novela original y William Faulkner como guionista. Sin embargo, a pesar de eso la crítica de su tiempo la recibió principalmente como una copia...

To Have and Have Not es famosa por ser la única película de la historia en la que han participado dos premios Nobel de literatura: Ernest Hemingway como autor de la novela original y William Faulkner como guionista. Sin embargo, a pesar de eso la crítica de su tiempo la recibió principalmente como una copia de menor calidad de Casablanca y no ganó ningún premio importante, pero desde entonces la química entre Humphrey Bogart y Lauren Bacall, que llevó a un matrimonio en la vida real, y el saber hacer de Howard Hawks le han dado un aura legendaria. La trama puede no ser gran cosa (hay una guerra a medio mundo de distancia, yo no me meto, pasad de mí, bueno, ya ayudo un poco, pero solo por dinero… y por la chica), pero cada vez que la Bacall mira de abajo a arriba bajo esas cejas de mujer de ten cuidado conmigo y dice una de sus frases de doble sentido, la pantalla se ilumina y la historia y sus motivos dejan de tener importancia (esa mirada, por cierto, que se convirtió en típica suya durante toda su carrera, comenzó a usarla porque así evitaba que le temblara la cabeza en este que era su primer rodaje, aún adolescente). Por su parte Bogart, ya asentado en las ligas mayores tras años de cine de segunda fila, juega sobre seguro un papel de cínico veterano y experto que solo quiere vivir y dejar vivir, hasta que, precisamente, vienen a no querer dejarlo vivir.

[Aviso de destripes juntando los labios en todo el texto]

Hemingway ya había creado el personaje del piloto de barcos Harry Morgan para un par de relatos, uno de ellos publicado en Cosmopolitan en 1934 y otro en Esquire en 1936, y había decidido usarlo de nuevo para una novela cuando comenzó la Guerra Civil Española, en la que estuvo como reportero. Entre viajes y artículos, fue acabando el libro, que se publicó en octubre de 1937. El título se refiere a una expresión común en inglés, «the haves and the have-nots», «los que tienen y los que no tienen (dinero)», o sea, los ricos y los pobres. En ella Harry, que vive en los Cayos de Florida, se ve en la ruina por causa de un cliente rico que le hace un simpa tras tres semanas de pesca por el Atlántico, y se ve obligado a hacer contrabando para mantener a su familia. Sin embargo, y dado que estamos en los años siguientes a la Gran Depresión, la novela describe la depravación tanto de los ricos en sus yates, cuya fortuna les permite comprar y hacer lo que quieren, como de los pobres cuya miseria acaba causando la desgracia de otras personas para sobrevivir. Harry, lejos de ser un simple transportista ilegal de alcohol o tabaco, trafica con inmigrantes chinos, mata a uno de sus intermediarios y en vez de llevarlos a Florida, como estaba contratado, los deja aparcados en Cuba. Esto entre otras lindezas.

Quien haya visto la película y no haya leído el libro se dará cuenta, leyendo lo anterior, de que salvo el detalle del pescador adinerado que no paga (y aun así es debido a su muerte), el resto de la novela no tiene nada que ver en absoluto con el guion. Para cuando se rodó la película no solo la Guerra Civil Española había acabado y la Gran Depresión era cosa de la generación anterior, sino que la Segunda Guerra Mundial ya entraba en su último año y medio, así que, en lugar de todo lo visto, Harry vive en Martinica (Cuba era entonces «amiga» de Estados Unidos, y la administración Roosevelt prefería no meneallo mucho), donde, debido a la conexión francófona, se pudo meter más o menos con calzador una trama de resistencia contra los nazis, aunque fuera a miles de kilómetros de distancia. Para el resto se compuso, sin mucho remilgo, una historia claramente a lo Casablanca (hasta sus capitanes franceses se apellidan Renault y Renard, respetivamente), esperando repetir el éxito de la fórmula, pero mientras que con la primera película, rodada en 1942, el tono de «a mí dejadme de líos» iba bastante en consonancia con el público norteamericano, casi tres años después aquello de no querer ayudar al bando correcto, mientras miles de hijos, hermanos, maridos, padres y nietos morían cada día tras la entrada estadounidense en la guerra ya no reflejaba tanto el sentimiento de la calle, y ese fue uno de los motivos también de que a pesar de que los números fueran buenos en taquilla, la recepción en general fuese más fría. Hay momentos en los que una postura anti-autoritarismo puede ser «que nadie me diga cómo tengo que reaccionar ante ello», incluyendo el no hacer nada al respecto, y hay otras veces en que eso no es suficiente y hace falta que la gente participe activamente contra él, aunque sea con una gran dosis añadida de mirar principalmente por sus propios intereses. Además, en esto cada uno tendrá su opinión, pero si podemos decir que entre Lauren Bacall e Ingrid Bergman podemos dar un empate, aun siendo dos actrices muy diferentes, en el apartado de los secundarios Claude Rains, Sydney Greenstreet y Peter Lorre rayan a más altura que Walter Brennan, Marcel Dalio y Dan Seymour, cuyo falso asento fgansés gesulta muy pobge y bastante caggante, la vegdad (los dos últimos aparecieron en ambas películas, por cierto).

A todo esto, la razón por la que surgió la película es porque Hawks y Hemingway eran amigos, y un día durante un viaje de pesca el primero intentó convencer al segundo de que se metiera a guionista, cosa que a Hemingway nunca le había interesado. Como último recurso Hawks puso las cosas en plan «sujétame la botella de ron» y le dijo que incluso con su peor libro se podría hacer una gran película, y la verdad es que vista la comparación entre ambas versiones, la conclusión es que así cualquiera «adapta» una novela al cine. Durante el resto del viaje los dos empezaron a trabajar en la trama, y se contrató para continuar a un profesional, Jules Furthman, cuya carta de presentación principal era haber escrito papeles para Marlene Dietrich en tres películas de los años 30, cuyo tono se pretendía imitar. Cuando se terminó el guion, el censor de turno se lo devolvió citando una treintena de infracciones del infame Código de Producción de la época: Morgan era un asesino sin castigo, las mujeres de la historia eran, sin llegar a decirlo, prostitutas y bebían demasiado, las escenas estaban llenas de alusiones sexuales a tres bandas al menos y cualquier muerte posterior, sobre todo causada por el protagonista, debía ser claramente en defensa propia. Además, había que quitar lo de Cuba también. Fue entonces cuando, una semana después, Faulkner se encargó de la reescritura, siendo él quien tuvo la idea de Martinica, porque había estado investigando la figura de Charles de Gaulle para otro proyecto que al final no se hizo y tenía las ideas frescas, con lo cual la segunda mujer de la historia, y su marido, pasaron a ser miembros de la resistencia francesa. También redujo el tiempo interno de la historia de varios meses a tres días, y se permitió a Harry salir vivo (y con la chica) en lugar de acabar muerto el descenso a los infiernos que le espera en la novela, y es que a Hawks no le gustaban las historias de perdedores. Incluso el borrachuzo Eddie, del que Harry cuida a pesar de que «es él quien piensa que me está cuidando a mí», acaba teniendo utilidad y pagando así los continuos favores que se le han hecho desde que el alcohol lo convirtió en un rummy, que es como lo llaman. Además, su manía de preguntar a la gente si alguna vez le ha picado una abeja muerta se convierte en lección valiosa tras la muerte de Johnson.

Sin embargo, cuando comenzó el rodaje solo había 36 páginas completas del guion, y fueron Hawks y el propio Bogart quienes fueron intentando reintroducir algo más de sexualidad en la historia. En la película Morgan y Marie se besan dos veces y ya está, pero si se recuerda la tensión sexual de este film por algo es por los sugerentes diálogos. Lo de «¿sabes cómo se silba?» no se le ocurrió a ninguno de los dos Nobeles, sino a Hawks, y era en principio una escena de prueba, de usar y tirar, solo para ver cómo de bien daba Lauren Bacall en plan insinuante durante el casting, pero el productor de la película, Jack L. Warner, insistió en incluirla en el guion final. Y lo de «es mejor cuando ayudas», también referido a besos, labios y las cosas que se hacen con ellos, tampoco estaba en el texto original. En realidad es una sexualidad juguetona, de indirectas, que te hace sonreír mientras eliges en tu mente cómo interpretas la palabra «blow» en «put your lips together and blow»: en inglés no solo significa «soplar».

Esta película es famosa también por ser el debut de Lauren Bacall en el cine. Hasta entonces había sido modelo, solo tenía 18 años (dato que siempre asombra a quien la ve en este papel) y se habían encargado dos versiones diferentes del guion, una con más Marie y otra con menos, por si la novata no acababa de convencer del todo, pero al final no solo se usó la primera sino que se abandonó del todo la idea de que la segunda mujer de la historia, la esposa del resistente francés a quien Harry tiene que ayudar, convirtiera el asunto en un triángulo amoroso. De hecho, esto hizo incluso que se contratara para este papel no a la más famosa Ann Sheridan, sino a una de las actrices «de estudio», de segunda línea, de la Warner, Dolores Moran. Y sabido es que Bacall y Bogart se liaron (él era 26 años mayor, más del doble de la edad de ella), él se divorció y estuvieron casados doce años, hasta la muerte de él (ella lo enterró con un silbato de oro en el bolsillo con la inscripción «si quieres algo, silba»), pero no tanta gente sabe que Moran y Hawks también tuvieron un affaire durante este rodaje, y que Hawks intentó sabotear la relación de Bogart y Bacall, lo cual estuvo a punto de hacer descarrilar el rodaje durante un par de semanas.

En cuanto al personaje en sí, era muy típico de Hawks el construir sus películas en torno a un personaje masculino fuerte, acompañado de una mujer que sabe retarlo y mantenerle el ritmo, y se dice que esto venía de su propia esposa, Nancy Keith, de la que Marie toma su apodo («Slim», «Flaca» en el doblaje castellano) y que fue quien «descubrió» a Bacall a su marido tras verla en una portada de Harper’s Bazaar. Ella, por cierto, también llama «Steve» a Harry, que es el apodo que Nancy usaba con Hawks. Marie es en su mayor parte un misterio, ya que apenas sabemos su edad (22 años) de dónde ha llegado a la isla (Río de Janeiro vía Trinidad) y que es de nacionalidad estadounidense, pero en realidad nada más sobre su familia u otras circunstancias. No parece estar muy al tanto de lo que pasa en el mundo con el rollo ese de los de Vichy contra los Franceses Libres (o se lo hace), pero Harry deduce algo turbio en su pasado cuando nota que reacciona con entereza a la bofetada que le da el capitán Renard por ponérsele sardónica en el interrogatorio: «Apenas parpadeaste. Se necesita práctica para hacer eso». Debido a su belleza y a que frecuenta bares y tugurios se la puede tomar por una «buscona» más o menos profesional, incluyendo (o no) en el término la venta de sexo por dinero, pero debido al Código de Producción la cosa se limita a considerarla una carterista sin más. Un detalle que considerar es que Bacall canta con su propia voz… y no particularmente bien. Lo normal habría sido que la doblara una cantante profesional, pero el no haberlo hecho así (tras insistencia propia, y quizá de Bogart), y que se note que no se le da bien, aumenta el encanto del personaje: se atreve con todo… y le cuela: a pesar de que un profesional de la música como el pianista Cricket (Grillo), que no sale en el libro, tiene que darse cuenta de que esa voz no vale para esto, también notará (él y Frenchy, el dueño del local) que la presencia física de su dueña compensará esa deficiencia en cuanto a atraer clientela. También se ve en ella que el cine ya empezaba a ser una presencia importante en la educación de la gente, ya que el personaje de vampiresa que se ha montado no solo tiene influencias de una Marlene Dietrich admirada desde la pantalla grande, sino que la frase que usa de que «soy difícil de conseguir, lo único que tienes que hace es preguntarme» viene de otra película anterior, Solo los ángeles tienen alas, con Cary Grant y Jean Arthur. La gente ya no cita clásicos de la literatura, sino frases memorables de lo que será llamado séptimo arte.

Sin embargo, tras el asunto del tiroteo en el bar, la dinámica de que él es el varón sólido y veterano y ella es la mujer perdida, sola y necesitada se da la vuelta cuando ambos se quedan sin dinero ni para tomar un trago: van a otro bar y ella dice que «quizá pueda hacer algo». Él comprende a qué se refiere: «¿Lo has elegido ya?». Y allá se va ella a flirtear con un militar local. Ahora es ella la que está en su elemento para rescatarlos a los dos. Harry se va de allí, y ella al rato sube a su habitación con una botella para ambos. ¿Cómo la ha conseguido exactamente? ¿Bailando? ¿Charlando? ¿Algo más? Lo único que ella llega a decir es que «no estoy entregando nada que me importe» y que los hombres así son todos unos… También dirá más adelante que treinta dólares son «justo lo suficiente como para poder decir «no» si me parece». ¿No a qué? Cada uno que se imagine lo que quiera, que para eso se ha corrido el tupido velo de la elipsis… y del Código de Producción. Solo van dos escenas juntos, y ya han logrado que el único que al público le interese sea verlos juntos pincharse mutuamente y pasar completamente de la trama de contrabando de espías. El problema, al menos desde el punto de ella, es que parece haber vivido tanto de jugar con los sentimientos de la gente con la que se encuentra (sobre todo con los hombres) que luego resulta difícil saber si cuando se apena es cierto («te traje esta botella para que te sintieras barato, y en vez de eso quien se siente barata soy yo») o es un recurso más de manipuladora, como demuestra el gran interés que parece tener luego en si Harry va a aceptar el lucrativo encargo de los franceses. Harry, de hecho, parece más fácil de dejarse convencer por una damisela en apuros que por una chula que le iguale todas las apuestas, así que ese podría ser el motivo real de su cambio de comportamiento. Harry pone las cosas claras: «No andes pensando que hago esto por ayudarte. También necesito dinero». Quizá demasiado claras. ¿Por qué iba a ser ella «también» un motivo para aceptar el peligroso encargo. ¿No sería el dinero, y ya está, el único necesario? Porque Harry parece tener una regla clara: de una mujer se acepta que te dé un beso, pero no que te dé dinero. «Estos billetes me pertenecen a mí, y también mis labios. No veo la diferencia», dice ella. «Yo sí». Y ahora es ella la que adivina, sarcástica y aún tan joven, que hubo una chica en el pasado de Harry que lo dejó «con tan alta opinión de las mujeres». En fin, que si quieres algo, silba.

A pesar de que la película es, en principio, de guerra, en realidad tiene más elementos de cine negro, como la mujer fatal, las motivaciones económicas, la moralidad gris y la comisión de un delito (aunque en este caso sea «para bien», como es ayudar a un militante antinazi). Además, la iluminación, sobre todo cuando Marie está presente, abunda en claroscuros y franjas de sombras y luces estratégicamente colocadas. Aunque este juego de claroscuros se convirtió después en una de las señas formales más reconocibles del cine negro, no fue uno de sus elementos fundacionales, como ya vimos al hablar de El halcón maltés, pero aquí, solo unos pocos años después, lo tenemos en plena efervescencia, y con el mismo protagonista masculino. La esposa del espía francés, Hélène, de hecho, también ha debido de ver demasiado cine en blanco y negro (el único que había, por oro lado), y parece creerse tanto su papel de dama noir que aparece en el pantalán con tacones, falda ajustada, labios pintados y sombrero cuidadosamente ladeado. Ideal para un rescate nocturno en pleno océano. Cuando luego se desmaya y prácticamente se tira en brazos de Harry (tanto que Marie se burla de ella después y Harry se acaba de convencer que todas las tías están locas) resulta fácil desestimar a su personaje como una cabeza hueca que ha visto Casablanca demasiadas veces y que se cree más mona que Ingrid Bergman, pero al menos luego se redime a través de una conversación con Harry que resulta bastante interesante sobre qué hace allí. «Lo amo y quiero estar con él». «Buena razón», responde Harry. Pero hay más: «Nuestra gente me dijo que viniera con él. Dijeron que nadie hará las cosas bien si deja a alguien detrás en Francia a quien los alemanes puedan atrapar. Yo les dije que solo iba a ser un estorbo, que no serviré de nada, que tenía miedo… pero lo peor de todo es que ha sido muy duro para él llevarme consigo, porque se lo he pegado. Ahora él también tiene miedo». En pocas palabras consigue empaquetar varios elementos en torno a las inesperadas dificultades a las que debe enfrentarse un supuesto héroe de guerra, entre ellas la gente de sus familias que nunca sale en las películas: es difícil correr con alguien amado a las espaldas, pero también lo es dejarlos en la estacada. Las películas sobre guerras hechas mientras esa guerra aún está ocurriendo tienen a menudo retazos como este, que se nota que han debido de salir de alguna experiencia directa ocurrida tal cual.

Muchas de las películas de esta época, especialmente aquellas en las que se presenta a un hombre y una mujer que se conocen y enamoran en circunstancias difíciles, acaban justo en el punto dulce en el que superan la aventura y la cámara se aparta de ellos para que disfruten de su apogeo en privado. A menudo la dinámica era la de un galán soltero y maduro que por fin encontraba alguien (generalmente un sex symbol de bandera, lo cual ayuda) con quien sentar la cabeza, y aquí Harry se da cuenta de eso en la escena en la que ordena a Marie dar la vuelta alrededor de él: «No, no tienes hilos atados [cual marioneta]… Todavía no». Pero al final de la película él se olvida de los barcos, de los turistas y del océano y se va con la Flaca. Luego quién sabe qué les ocurriría: ¿un romance rápido? ¿Una relación intensa luego estropeada por la domesticidad y la rutina? ¿Un feliz matrimonio de doce años? La realidad a veces jugaba a responder estar preguntas, aunque esas respuestas ocurrieran fuera del universo ficticio. Bogie y Bacall se casaron, Clark Gable y Grace Kelly se liaron (como ya vimos al hablar de Mogambo), y muchas otras vidas se entrelazaron de manera más o menos productiva a raíz del cine. Hawks llegó a decir que de quien Bogart se había enamorado no era de Bacall, sino de Marie (y de hecho en 1946 los dos volvieron a retomar a sus personajes para adaptar la historia a serial de radio, con sus propias voces) pero quién sabe… Igual eran celos.

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