A lo largo de toda su vida, Cioran hizo del hermetismo una cuestión de estilo: apenas escribió sobre su vida material, su origen o su entorno y rara vez aceptó ser entrevistado. La opacidad lo acompañó de forma deliberada desde su nacimiento en los confines del imperio austrohúngaro, años antes del estallido de la Primera Guerra Mundial, hasta su muerte en París más de veinte años después de mayo del 68.
En párrafos breves y autónomos, combinando citas del propio Cioran y de otros autores, Abandonar Coasta Boacii se sumerge tanto en su biografía como en los acontecimientos históricos que presenció, logrando establecer un enriquecedor diálogo entre el pensador rumano, su tiempo y muchos de sus contemporáneos: Paul Celan, Samuel Beckett, Simone Weil, Mircea Eliade, Eugène Ionesco o Victoria Ocampo son algunos de ellos.
Zenda adelanta un fragmento de esta obra de Oriol González Fábregas, publicada por Ediciones del Subsuelo.
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Su nombre de pila, Émile, no le gustaba, o al menos no en francés, idioma en el que decía que sonaba a nombre de peluquero, así que en Francia se hizo llamar por su apellido. Todos sus amigos, incluso Simone, lo llamaban Cioran.
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Poco después de su debut en francés comenzó a firmar sus libros como «E. M. Cioran», lo que provocó que mucha gente supusiera que la M correspondía a un segundo nombre, francés o rumano. En algunos diccionarios llegó a aparecer como Emil Michel —o Mihail— Cioran.
En realidad, la M entre nombre y apellido no significa nada (o nada que sepamos, ya que no se molestó en desmentirlo o aclararlo jamás, probablemente divertido con la confusión). Según relata su traductora y amiga Sanda Stolojan en su diario parisino Nubes sobre balcones, en 1984 le confesó que, en francés, «Émile» tiene una resonancia calina inapropiada con el carácter de sus obras.
Patrice Bollon, en una nota de Cioran l’hérétique, afirma que la M es «pura afectación», que, atraído por el nombre de E. M. Forster, del que era un gran lector, lo adoptó en 1949.
Muchos años más tarde, preguntado por Friedgard Thoma, dijo que había incorporado la M simplemente en el sentido de «Mensch» («ser humano»), que no tenía ningún nombre que empezara por M. Ella le dijo que su segundo nombre era María. Él, divertido, le contestó que quería tomarle prestado el nombre, dada su pasión por los santos y, especialmente, por las santas. Todo eso, como ella misma cuenta, era para engañarla.
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Unos tres años antes del episodio de Offranville, en el que decidió dejar de escribir en su lengua materna, había escrito algunos artículos en francés, firmándolos como Emmanuel Cioran.
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«¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos? ¿Por qué buscamos la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo contenido, aspirando a organizar un proceso caótico y rebelde? ¿No sería más fecundo abandonarnos a nuestra fluidez interior, sin ningún afán de objetivación, limitándonos a disfrutar de todos nuestros ardores, a gozar de todas nuestras agitaciones íntimas?»
«Después de todo, yo tampoco he perdido el tiempo, yo también me he zangoloteado como todo hijo de vecino en este universo descabellado».
Estas dos citas corresponden a lo primero y a lo último que publicó en vida. Las separan cincuenta y tres años.
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Quince libros, quince cadáveres, con eso basta.
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Con los años depuró la expresión de un contenido que se repite obsesivamente a lo largo de toda su vida. Pese a las evidentes evoluciones, el fondo temático es el mismo. La visión se mantiene, es la fórmula la que evoluciona. Simone lo expresó, reaccionando a las lecturas más estrictamente pesimistas de su obra, como sigue: «No me inclino a considerar esto como una “visión”. Yo siempre he captado la parte “alegre” de su personalidad y he reaccionado menos al aspecto del que habla usted. Lo que me interesaba de sus escritos era la perfección de la expresión».
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He escrito para injuriar a la vida y para injuriarme. ¿Resultado? Me he soportado mejor y he soportado mejor la vida.
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Sus escritos tienen, para muchos, propiedades terapéuticas. El modo en que se acepta la decadencia, el escepticismo, el tedio, sin subterfugios, confieren a sus planteamientos el consuelo de la claridad, aunque dicha claridad sea para el extravío. La forma cobra una entidad que, al igual que el sentido del humor, deviene una respuesta lúcida, un negativo de la contemplación.
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Mis libros no son deprimentes ni depresivos, del mismo modo que un látigo no es deprimente.
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«No pocas personas dicen que en los escritos de Cioran hay algo vivificante, que el sentido del humor acecha a cada paso. Lo cierto es que sus estados de ánimo eran muy cambiantes. Podía tener una actitud aniquiladora y cinco minutos después te hacía reír».
SIMONE BOUÉ
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El lado trágico de la vida es cómico al mismo tiempo y si tenemos presente en particular este aspecto cómico… fíjese en los borrachos, que son absolutamente sinceros: su actitud confirma todo esto. Yo reacciono ante la vida como un borracho sin alcohol.
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«Destiló sus escritos como contravenenos. Los que saben y los necesitados pueden hacer de esto el uso que les parezca sabio. Los imitadores, empero, no encontrarán en la farmacia de Cioran lo que busca su ambición. […] Este mundo menos que nunca puede prescindir de quienes enseñan la retirada. Nuestro siglo no ha conocido a otro más decidido que él».
PETER SLOTERDIJK
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Los hombres deben habituarse a vivir sin objeto y no es tan fácil como se cree.
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Guido Ceronetti le pidió un prefacio para la traducción francesa de El silencio del cuerpo. Cioran prefirió dar al texto una forma distinta, así que presentó una carta-prólogo al editor francés del libro titulada El infierno del cuerpo. Antes de entregarla a la editorial se la dio a leer a Simone, quien, pese a estar acostumbrada a que Cioran nunca hablara del tema requerido, se quedó desconcertada: la carta en cuestión empezaba contando cómo en una ocasión en que, paseando por el Luxemburgo, vio a Ceronetti con su hija adoptiva y se dedicó a espiarlos desde detrás de un árbol. En opinión de Simone era una insensatez publicar aquello, y así se lo dijo. Cioran confesó que mientras lo escribía había tenido fiebre, pero que igualmente no pensaba cambiar una sola coma del texto. Efectivamente, entregó el texto sin modificar absolutamente nada y así se publicó. Simone sabía que en lo concerniente a su escritura era poco propenso a tomar en cuenta observaciones, aunque matiza, «de tanto en cuanto sí, cuando pensaba que tenía razón».
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Fíjese, si por algo puedo felicitarme es por no haberle hecho caso a nadie. Ese es el consejo que les he dado a todos los escritores: que no hagan caso de la opinión de nadie. Una persona que no cree en sí misma, que no tiene una fe mística en lo que ha de hacer, en su misión, no debe acometer una obra.
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Guido Ceronetti fue un escritor, traductor, periodista y titiritero italiano. Sus textos breves y aforismos se han comparado a menudo con los de Cioran. Fundó, junto con su mujer, el teatro dei sensibili, un teatro doméstico reservado, en primera instancia, para disfrute de algunos amigos cercanos, entre los que se contaban Luis Buñuel y Federico Fellini. Con el tiempo empezaron a hacer pequeñas giras y es un espectáculo oficialmente público desde 1985.
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A lo largo de su vida, Cioran desarrolló una obra de preocupaciones muy delimitadas cuyos temas van reescribiéndose y anotándose mutuamente de forma obsesiva, completándose y contraviniéndose los unos a los otros. El único de todos ellos en el que el escepticismo pierde su orgullo, en el que la duda y la contradicción retroceden es el suicidio. Aquí mantuvo una posición clara y continuada a lo largo de toda su vida que puede considerarse como una teoría consistentemente formulada e incluso como una doctrina que pregonó y recomendó a lectores, conocidos y espontáneos que lo contactaban en busca de ayuda.
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Oscilamos entre la ausencia de esperanza y el orgullo insolente.
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La importancia capital del suicidio se fundamenta en que su aceptación como garante de la soberanía en una existencia truncada es el ancla emocional que permite la travesía del desierto de la propia experiencia. Sólo mediante ella es de hecho posible el restablecimiento tras cuantas crisis sucedan. A través de la idea, del planteamiento de la posibilidad del suicidio, uno cobra conciencia de que no es exclusivamente una víctima, ya que en última instancia puede disponer de sí mismo, al menos, en la renuncia. Como en un clavo ardiendo, hay en el suicidio una liberación fulgurante. «Es el nirvana por la violencia».
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Morir es probar que sabemos defendernos.
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Cioran, que se definía ya a los veintidós años como un «especialista en la muerte», consideraba que había que diferenciar el miedo a la muerte de la obsesión con ella, ya que «sólo se suicidan los optimistas», aunque sea los que ya no pueden seguir siéndolo. La muerte es simplemente la conclusión de una locura, y existir es siempre y primero consentir, contar con algo: sea lo que sea. Incluso hay una voluptuosidad en resistir. Todos cuantos perseveramos formamos parte del mismo grupo: «grandes creyentes».
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El problema no es tanto cómo puede alguien morir por algo, sino cómo se puede vivir por nada.
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En su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Marx afirma que «la crítica (de la religión) no ha arrancado de las cadenas las flores imaginarias para que el hombre soporte las cadenas sin fantasía ni consuelo, sino para que se las sacuda y recoja las flores vivas». En El aciago Demiurgo, Cioran escribe: «Contar con algo, sea lo que sea, aquí o en otra parte, es dar prueba de que aún se arrastran cadenas. […] Ser libre es desembarazarse para siempre de la idea de recompensa, es no esperar nada ni de los hombres ni de los dioses, es renunciar no solamente a este mundo y a todos los mundos, sino a la misma salvación, es romper hasta la idea de ella, esa cadena entre las cadenas».
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Si hubiese una manera corriente, incluso oficial, de matarse, el suicidio sería mucho más cómodo y mucho más frecuente. Pero como para terminar consigo mismo cada cual tiene que buscar su propia manera, pierde uno tanto tiempo meditando sobre bagatelas que olvida lo esencial.
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Durante años se vio regularmente con un cartero que estaba obsesionado con suicidarse. Una vez, al encontrarse con él, este le dijo:
—Anteayer intenté suicidarme, pero vi que tenía los pies sucios.
—No lo entiendo.
—Pues que me di cuenta de que no podía suicidarme teniendo los pies sucios.
—Pero ¿qué importancia puede tener para usted eso, que estén sucios o no?
—¡Ah, no puedo suicidarme de ninguna de las maneras con los pies sucios!
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Autor: Oriol González Fábregas. Título: Abandonar Coasta Boacii. Cioran: Una época en fragmentos. Editorial: Ediciones del Subsuelo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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