Wisława Szymborska fue una poeta, ensayista y traductora nacida en Kórnik, Polonia, en 1923. Considerada como una de las autoras más singulares de su país, recibió el Nobel de Literatura en 1996. Estudió filología y sociología después de la Segunda Guerra Mundial en la Universidad Jagellónica, tras lo cual inició su andadura literaria, consagrada esencialmente a la poesía, aunque también a la crítica y al ensayo en diversas publicaciones periódicas, en particular en Vida Literaria. Su primer poema publicado, «Busco la palabra», apareció en 1945 en el Diario Polaco, y fue a partir del poemario Por eso vivimos (1952) cuando obtuvo reconocimiento público. Será con Llamada al Yeti (1957) cuando romperá definitivamente con los preceptos del régimen, en un ajuste de cuentas con su actitud anterior y también con la de la sociedad oficial. A partir de aquel año, en Polonia como en otros países, se inició un fuerte movimiento de rechazo de la imposición soviética y del doctrinarismo comunista, en forma de rebeldía nacionalista. Szymborska optó por la reflexión filosófica y ética, tomando distancia de los debates concretos, y siempre tiñendo de su peculiar humor sus indagaciones poéticas sobre el espíritu humano individual. Sucesivamente fueron apareciendo sus obras de madurez: La sal (1962), Cien alegrías (1967), Todo caso (1972), Gran número (1976) y Gente en el puente (1986), hasta llegar a Fin y principio (1993). Otro de los rasgos de su obra es su facultad para desvelar lo insólito a través de los hechos y los fenómenos aparentemente más insignificantes y cotidianos. Además del Premio Nobel, recibió otros galardones como el Premio Goethe (1991) o el Premio Herder (1995).
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ENCUENTRO INESPERADO
Somos muy amables el uno con el otro,
decimos que es bonito encontrarse después de tantos años.
Nuestros tigres beben leche.
Nuestros azores van a pie.
Nuestros tiburones se ahogan en el agua.
Nuestros lobos bostezan ante una jaula vacía.
Nuestras víboras se han sacudido los relámpagos,
los monos la inspiración, los pavos reales las plumas.
¡Cuánto hace que dejaron nuestro pelo los murciélagos!
Callamos sin terminar la frase,
sonriendo sin remedio.
Nuestras personas
no saben cómo hablarse.
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POEMA EN HONOR
Había una vez. Inventó el cero.
En un país incierto. Bajo una estrella
hoy probablemente oscura. Entre fechas
por las que quién juraría. Sin nombre
ni siquiera cuestionable. Sin dejar
bajo su cero ningún pensamiento profundo
sobre la vida, que es como. Ni una leyenda
de que cierto día a una rosa cortada
le agregó un cero y la ató en un ramillete.
Que cuando tenía que morir se fue al desierto
en un camello de cien jorobas. Que se quedó dormido
a la sombra de la palma que se había llevado. Que se despertará
cuando ya todo esté contado
hasta un grano de arena. Qué clase de hombre.
Por la grieta entre el hecho y lo inventado
se escapó nuestra atención. Resistente
a cada sino. Se sacude
cada aspecto que le doy.
Se le adhirió el silencio sin que la voz dejara cicatriz.
La ausencia tomó forma de horizonte.
El cero se escribe solo.
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VIETNAM
Mujer, ¿cómo te llamas? – No sé.
¿Cuándo naciste, de dónde eres? – No sé.
¿Por qué cavaste esta madriguera? – No sé.
¿Desde cuándo te escondes? – No sé.
¿Por qué mordiste el dedo cordial? – No sé.
¿Sabes que no te vamos a hacer nada? – No sé.
¿A favor de quién estás? – No sé.
Estamos en guerra, tienes que elegir. – No sé.
¿Existe todavía tu aldea? – No sé.
¿Éstos son tus hijos? – Sí.
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A MI CORAZÓN EL DOMINGO
Gracias te doy, corazón mío,
por no quejarte, por ir y venir
sin premios, sin halagos,
por diligencia innata.
Tienes setenta merecimientos por minuto.
Cada una de tus sístoles
es como empujar una barca
hacia alta mar
en un viaje alrededor del mundo.
Gracias te doy, corazón mío,
porque una y otra vez
me extraes del todo,
y sigo separada hasta en el sueño.
Cuidas de que no me sueñe al vuelo,
y hasta el extremo de un vuelo
para el que no se necesitan alas.
Gracias te doy, corazón mío,
por haberme despertado de nuevo,
y aunque es domingo,
día de descanso,
bajo mis costillas
continúa el movimiento de un día laboral.
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PROSPECTO
Soy un tranquilizante.
Funciono en casa,
soy eficaz en la oficina,
me siento en los exámenes,
comparezco antes los tribunales,
pego cuidadosamente las tazas rotas:
sólo tienes que tomarme,
disolverme bajo la lengua,
tragarme,
sólo tienes que beber un poco de agua.
Sé qué hacer con la desgracia,
cómo sobrellevar una mala noticia,
disminuir la injusticia,
iluminar la ausencia de Dios,
escoger un sombrero de luto que quede bien con una cara.
A qué esperas,
confía en la piedad química.
Eres todavía un hombre (una mujer) joven,
deberías sentar la cabeza de algún modo.
¿Quién ha dicho
que la vida hay que vivirla arriesgadamente?
Entrégame tu abismo,
lo cubriré de sueño,
me estarás agradecido (agradecida)
por haber caído de pies.
Véndeme tu alama.
No habrá más comprador.
Ya no hay otro demonio.
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EL VIEJO CANTANTE
Él canta hoy así: trala tra la.
Y yo cantaba así: trala tra la.
¿Oye usted la diferencia?
Y en lugar de ponerse aquí se pone aquí
y mira hacia allá y no hacia allá
aunque desde allí y no desde allí
venía corriendo –no como ahora pampa rampa pam,
sino sencillamente pampa rampa pam–
lo inolvidable Tschubeck-Bombonieri,
sólo que
quién la recuerda”.
***
FIN Y PRINCIPIO
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
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UN GATO EN UN PISO VACÍO
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.
***
LAS TRES PALABRAS MÁS EXTRAÑAS
Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.
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