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Javier Herrero (Pecos): "Lo que quería era que me escucharan, no que me gritaran" - Zenda
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Javier Herrero (Pecos): «Lo que quería era que me escucharan, no que me gritaran»

Chispea en Madrid y Francisco Javier Herrero (Madrid, 1960) espera en la puerta de su casa con las gafas de sol. El par de vecinos que pasan a su lado le saludan: una señora pasea al perro, un caballero el carrito de la compra. Las gotas —pocas— que caen del cielo nublado son gordas y...

Chispea en Madrid y Francisco Javier Herrero (Madrid, 1960) espera en la puerta de su casa con las gafas de sol. El par de vecinos que pasan a su lado le saludan: una señora pasea al perro, un caballero el carrito de la compra. Las gotas —pocas— que caen del cielo nublado son gordas y calientes y de momento el chaparrón respeta a Javier, al que conocen como “el rubio de los Pecos”.

Cuando Miguel Ángel Arenas «Capi» se encontró por primera vez con Javier y Pedro, dos hermanos que venían del barrio de San Cristóbal de los Ángeles, se ocupó de que sus canciones llegaran a esa España de mediados de los setenta. Supieron pronto de Pecos Salvador Dalí o el mismísimo Adolfo Suárez. Eran los novios ideales y los yernos perfectos, al menos por parte de las madres. A los suegros les dedican Señor: “Acuérdese de ayer / Cuando era usted más joven que también buscó / Rincones a escondidos para hablar de amor / Usted también huía de un señor”. Lleva al cuello el entrevistado una medalla de San Judas Tadeo. La enseña: “Es el patrón de las causas imposibles. Me mola”. También un micro y una nota musical que “tiene más años que la hostia”, dice a la vez que suelta su vaso. El artista habla con sus ojos azules. En el bar que da cobijo de esta lluvia, los titanes de la parroquia discuten por las porras y Javier toma su café americano descafeinado. Las canciones de aquellos chavales de los setenta cuentan las historias de estos adultos del siglo XXI.

***

—¿Qué mueve una canción?

—Mueve la vida entera, muchas sensaciones. El autor, lo que trata de plasmar, es su entorno, su vida personal… Con lo cual, imagínate lo que mueve al propietario de esa canción y luego a la persona que la escucha. Mueve muchas sensaciones.

—¿Nada es imposible hasta que alguien lo intenta?

—Yo creo que nada es imposible. Pienso que, con mucho esfuerzo, con mucho tesón, con mucha suerte, porque también cuenta, todo es posible.

—¿Quién podía pensar que con siete años ibas a ser el cabeza de familia?

"Yo cumplía el mismo día que lo enterraban siete años, Pedro tenía cinco y se juntó mi padre muriéndose y mi madre dando a luz al pequeño"

—Nadie lo pensaba. Nadie. Desgraciadamente, mi padre muere con 33 años. Yo cumplía el mismo día que lo enterraban siete años, Pedro tenía cinco y se juntó mi padre muriéndose y mi madre dando a luz al pequeño, a Miguel. Yo era el mayor y tenía que ser cabeza de familia. A mí no me gustaba mucho estudiar, no me concentraba para nada, así que con 14 años me puse a trabajar.

—¿En qué momento os da por salir a cantar canciones de autor como Dúo Jarvey?

—Con 12 o 13 años. Nosotros vivíamos en San Cristóbal de los Ángeles. Había un parque precioso que todavía existe. Nos juntábamos con un grupo de gente en una pandilla que teníamos y allí escuché por primera vez a un amigo —que no sabía que tocaba la guitarra— acompañado de otro chico que no pertenecía a la pandilla. Cuando los escuché, yo dije: “Quiero ser como ellos”.

—Pero como te veían más pequeño, pasaron de ti.

—Y tuve que ir al vecino que enseñaba. Ahí descubrí lo que quería ser y por lo que quería luchar en la vida. En esos momentos, lo que se llevaba era la música de cantautor político. La gente que cantaba lo hacía en colegios mayores, en iglesias o en cremés, que eran fiestas. Empezamos a cantar canciones de Víctor Jara y hacía mucha gracia que dos niños de 13 o 14 años, incluso 10, cantaran ese tipo de canción y levantaran el puño sin saber por qué. Veíamos que nos aplaudían mucho. Era la leche. Luego empezamos a componer nuestras canciones, que no tenían nada que ver con lo político, porque tampoco nos sentíamos muy identificados, éramos muy críos.

—Erais vecinos de Ángeles Muñoz, de Camela.

—Sí. Salía con unas primas nuestras que vivían en Madrid. Cuando ya éramos famosos y se arremolinaban las fans, ella y mis primas subían los papelitos para que les firmáramos autógrafos.

—¿Qué sucedió con aquellas 100 pesetas que te llevaste al colegio?

"Siempre me achacaban que yo nunca llevaba dinero, cosa que era verdad; no había un puto duro en casa. Un día vi el monedero de mi madre abierto en la cocina y le cogí 20 duros"

—Allí, por lo general, la gente llevaba dinero. No llevaba 100 pesetas, porque era mucho, pero a lo mejor 15 sí. Siempre me achacaban que yo nunca llevaba dinero, cosa que era verdad; no había un puto duro en casa. Un día vi el monedero de mi madre abierto en la cocina y le cogí 20 duros. Mi idea era volverlos a meter al regresar de casa del colegio. Bueno, pues voy al colegio con ese dinero, se lo enseño a todo el mundo y, mala suerte, le desaparecen a la profesora 100 pesetas. Claro, automáticamente me acusaron a mí, porque alguien que no llevaba nunca dinero y de repente aparecía con 20 duros y se lo enseñaba a todo el mundo… Tuve que llamar a mi madre y decírselo, y contárselo a la profesora… Mi madre tuvo que mentir a la profesora y decirle que me los había dado para comprar leche. Jamás en la vida se me olvidará. No haberlo hecho, si no que tuviera que mentir mi madre y la desconfianza de ella que durante un tiempo tuvo en mí.

—Cuando empiezas a trabajar, le dices a tu madre: “Jamás va a haber más miseria en esta casa”. ¿De alguna manera querías devolverle las 100 pesetas?

—Sí. Todavía estoy en deuda con ella. Sinceramente, pensaba que ya se había acabado la miseria en casa. Mi madre se quedó viuda con 28 años y con tres niños que sacar adelante. Recuerdo a esa mujer siempre trabajando. Se levantaba a las cuatro y media de la mañana para ir a limpiar en las oficinas donde trabajaba mi padre. Después, salía de allí y se iba al hotel Plaza para limpiar habitaciones. Y, en casa, cosía vestidos de la Nancy (la muñeca) y cortaba el pelo a las vecinas.

—Y tú te vas con tu primo a barnizar puertas. Ese trabajo te gustaba, pero ya estabas cantando con tu hermano, aunque no os pagaban…

—Sí. Mi primo me decía: “¿Yo te estoy pagando aquí un sueldo y tú cantas gratis?”, como burlándose. Yo le respondí: “Algún día —se lo dije sin saber, de rabia— me pagarán”. Más adelante lo hemos recordado.

—¿Qué era para ti ser artista en esos años?

"Un artista se hace, pero primero se nace y luego se va puliendo, y a mí lo que me faltaba era pulir las canciones"

—Era hacer bonitas canciones y conciertos bonitos, vestir diferente a la gente de la calle… Ahí, en esos momentos, quizá estaba entre los sueños que tenía y lo perdido que me encontraba, y pensaba que un artista se hacía; un artista se hace, pero primero se nace y luego se va puliendo, y a mí lo que me faltaba era pulir las canciones, mi voz, mi vestimenta, mi aureola de artista… Yo decía que sí la tenía porque, sin ser nada, ya había gente que por la calle me miraba.

—¿Quién os llevaba de compras cuando Pecos?

—Capi (Miguel Ángel Arenas, primer representante del dúo), y Emiliano (Hernando Viejo) fue el que nos llevó a Barcelona por primera vez a conocer el mar.

—¿No fue allí donde os hicieron las primeras fotos?

—Fue en La Granja, en Segovia. Esas fotos nos las hizo Emiliano. Él era fotógrafo y decía que se dedicaba a hacer fotos para catálogos de El Corte Inglés.

—Y luego sucedió lo que sucedió.

—Desfalcó al Corte Inglés 40 millones. Yo llevaba 200.000 pesetas en un sobre todos los días.

—¿No sospechabas nada?

"Yo entregaba un albarán con un sello y automáticamente me daban un sobre con 200.000 pelas"

—A mí me decía que fuera a la calle Hermosilla, que era donde estaban las oficinas, y allí yo entregaba un albarán con un sello y automáticamente me daban un sobre con 200.000 pelas. Volvía a la calle Goya, a la oficina, y se las daba a Emiliano.

—Y una mañana os encontráis cerrada la oficina de Producciones Hervi.

—No llegamos. Estábamos grabando en el estudio y un día nos dicen que ahí no se movía nada, que faltaban pagos. O sea, que o se pagaba o no podíamos continuar grabando. Automáticamente nos fuimos de allí y oímos por televisión que habían detenido a Emiliano.

—¿Cuánto había costado esa grabación?

—El single, que fueron tres canciones, costó medio millón de pesetas del año 77. Una locura.

—La canción Esperanzas no terminaba de despegar y Capi, a través de Rosa de Alba, habla con Adolfo Suárez.

—Se le ocurrió a este loco maravilloso, como es él, que tenía que ir a ver a Adolfo Suárez a Moncloa para decirle que había dos niños que estaban saliendo de la pobreza y que nos tenía que tomar como ejemplo para la juventud. No sé si le hizo caso o no, pero en vez de salir en revistas del corazón como salíamos, empezamos a salir en revistas más especializadas como Tiempo o Cambio 16. No sé si realmente le hicieron caso, pero sí que empezó a ampliarse el efecto.

—¿Que de repente empezara a funcionar el single no te extrañó?

—No. Empezó a coger inercia el single y comenzó a apuntarse la Cadena SER, que era como Dios. Estaba Pepe Fernández, que fue el que nos llevó a la compañía con Capi, y empezó a ponerlo y a llamar gente. No, no me extrañaba.

—Recuerdo que en la Súper Pop se hablaba de la guerra entre Pecos y Mecano. Más tarde, Ana Torroja le contó a Bertín Osborne que CBS se inventó que tú y ella teníais una relación sentimental. ¿Hasta qué punto eso podía haceros vender más?

"Entonces yo tenía mi novia, pero a escondidas, y me molestó muchísimo la historia. Ana Torroja y yo nunca lo hemos hablado"

—Desde luego a mí no. Nosotros teníamos ya nuestro éxito y todo lo que sonase a que teníamos novia no nos beneficiaba en cuanto a las fans. Me enteré de esto por la prensa. Entonces yo tenía mi novia, pero a escondidas, y me molestó muchísimo la historia. Ana y yo nunca lo hemos hablado. Tanto ella —me refiero a Mecano— como nosotros —Pecos— teníamos que tener cuidado; no podíamos estar incluidos en algún rollo sin nosotros saberlo, y andar con pies de plomo a la hora de a ver qué se contaba y qué se decía. Recuerdo que nos hicieron unas fotos en una historia de un concierto que hizo Manzanita y que ahí empezó la historia.

—¿Debíais ocultar que teníais pareja por contrato?

—No se llegó a firmar ninguna cláusula en ningún contrato, pero no era conveniente que las niñas, las fans, lo supieran, porque lo que sueña una fan es alcanzar y, por qué no, pensar que éramos sus novios. También, para las madres, éramos sus yernos.

—¿Os metíais en esto para tener más éxito con las chicas?

"Lo que quería era que me escucharan y que me valoraran por lo que estábamos haciendo en directo. Era inaguantable"

—Sinceramente, no. Yo me metí en esto para ser cantante. Lo demás era secundario. De hecho, hasta la segunda o tercera gira, no empecé a escuchar a mi hermano Pedro cantar. Había un griterío continuo que a mí me horrorizaba. Lo que quería era que me escucharan y que me valoraran por lo que estábamos haciendo en directo. Era inaguantable.

—Después de un concierto en Valencia, Juan Pardo os dijo: “Cuando esas personas que gritan os aplaudan, seréis verdaderos artistas”. ¿Fue así?

—Sí. Fíjate: unos niños de 17 o 18 años en esa época, que en vez de felicitarles por haber llenado el estadio les echaban la bronca, pues yo me lo tomé mal: “Este gilipollas, ¿qué dice ahora?”. Iba todo tan rápido que tenía que haber alguien que nos pusiera los pies en el suelo.

—¿Quién os administraba el dinero?

—Nuestra madre. Todo lo que ganábamos iba para ella, que se encargaba de ir al banco.

—¿Ella llegó a conocer a Dalí?

"Lo más alucinante fue conocer a Gala, su mujer. Tanto impacto le causé, que me comparó con un ángel de esos que pintó"

—Sí. Teníamos cuatro días libres entre tanta vorágine. A nosotros, para hacer promoción nos levantaban a las cinco de la mañana y a las seis estábamos ya en la radio. Yo le decía a Manolo Moreno, que era en esa época el que iba de promoción con nosotros, que a qué era debido levantarse tan temprano: “Yo me he hecho artista para no madrugar, no me jodas, que estoy madrugando más que cuando era barnizador”. Pero había una teoría que decía que la gente se levantaba muy temprano para ir a trabajar, ponía la radio y la primera canción que escuchaba ya la estaba tarareando todo el día. ¡Y era verdad! Luego, nos acostábamos tardísimo, como a la una o las dos, después de estar todo el día de promoción. Durante mucho tiempo estuvimos así. Como te decía, tuvimos cuatro días de descanso, para estar con la pandilla y dedicarnos a nosotros. Un día nos llama Juan Pardo por medio de Antonio de Olano, que era un periodista; resulta que le había llamado Dalí y quería conocernos. La primera frase que me salió fue: “¿Qué coño querrá este tío ahora?”. ¡Imagínate la gilipollez que tenía yo entonces! Cada vez que Dalí venía a Madrid, residía en el Palace, en una suite. Nos llevamos a Capi, a mi madre, y a todo el mundo que se quiso venir. Fue apasionante ver la transformación de la persona normal que nos recibía a cuando le avisaban para hacer una entrevista con una televisión italiana y se ponía el disfraz de genio. Lo más alucinante fue conocer a Gala, su mujer. Fuimos al teatro con él y a comer o a cenar, no recuerdo bien. Tanto impacto le causé, que me comparó con un ángel de esos que pintó. De hecho, nos quiso pintar, pero no pudimos, porque ya empezábamos a trabajar. La experiencia fue muy rápida. No nos enteramos de lo real que era todo eso, pero sí que hablamos mucho de arte y que él estaba entusiasmado de ver que dos chicos de 15 o 17 años hubieran hecho una canción que empezaba a tener éxito en España y que se llamaba Esperanzas.

—¿Te regaló algo?

—Sí. Un libro de Ramón Gómez de la Serna pintado por él. Me dibujó un picador y me puso: “Para Jabier”, con B.

—¿Has vuelto a comer marisco?

—(Risas) No fue en esa cena, sino en otra con Emiliano y con Capi, cuando firmamos el primer contrato. Pero no he vuelto a comer marisco. Todavía estoy dándole vueltas a cómo Pedro no le pasó lo mismo. ¿Por qué él sabía pelar gambas y yo no? ¿Por qué el plato de Pedro estaba lleno de cáscaras y el mío no? Yo pensaba: “¡Hay que ver las cosas tan raras que les gustan a los ricos!”.

—Tuvisteis unas giras tremendas, doblando en un mismo día.

—Nunca se me va a olvidar: tocábamos por la mañana en Logroño y por la noche en Málaga, y así no quedábamos bien ni en Logroño ni en Málaga. Recuerdo que cantamos en Logroño, cogimos un coche hasta Zaragoza y, de ahí, en avioneta a Málaga. Y desde el aeropuerto de Málaga un coche nos llevaba hasta el recinto. Nosotros hemos llegado a cantar tres veces en un día: mañana, tarde y noche. El primer año que hicimos conciertos, que no fue el primer año que salimos, había tanta demanda que hicimos 180 conciertos en cuatro meses.

—En unos Sanfermines, la dirección del Hotel Tres Reyes se vio obligada a hablar con el gobernador civil de Navarra para que mandara a la policía y desalojara la zona.

"Cada uno salía con alfileres para pinchar a las fans en el culo y que se apartaran, y así nos podían meter dentro"

—Era tremendo. Incluso en Madrid, cuando íbamos a Gran Vía 32, a la SER, llegamos a cortar tres veces la Gran Vía. Y si vieras cómo salíamos… Para salir y entrar en el portal de la cadena SER, iba un coche delante, otro detrás y nosotros en el medio. Guardaespaldas, gente de la compañía, el mánager… Cada uno salía con alfileres para pinchar a las fans en el culo y que se apartaran, y así nos podían meter dentro. Ingenios que se inventaban. Yo me he encontrado con puntas de tijeras para cortarme el pelo.

—¿Os amenazaron alguna vez?

—Sí. Decían que nos llevábamos el dinero del país y no sé qué historias. Eso fue por E.T.A.

—¿Me estás diciendo que recibisteis una carta de E.T.A.?

—No la he visto, pero el mánager decía que la tenía. A los tres días cantábamos en Bilbao.

—¿Y con qué cuerpo vais?

—Éramos unos inconscientes y nos daba igual todo. Íbamos con miedo, pero nos veíamos muy arropados por la gente que nos acompañaba. Después no he vuelto a saber nada absolutamente. Pero no éramos solo nosotros, había más gente.

—En la vida de Pecos hay un capítulo muy duro, el de la muerte por aplastamiento de Marta Tormo Trian, una fan de 15 años, en el Parque de Atracciones de Montjuïc. La Vanguardia decía que había hasta 50.000 personas, El País que eran 10.000… en un lugar para 6.000.

"Si tú lees El Caso, los titulares eran: “Pecos matan”, “Pecos asesinos”... No era un concierto nuestro, se hacían entrevistas y luego se actuaba"

—Yo no creo que hubiera 50.000 personas. El Parque de Atracciones de Montjuïc se parecía al Parque de Atracciones de Madrid, donde se cantaba, y ahí no cabían 50.000 personas. Sí es verdad que, en cada asiento, había tres personas en vez de una. Esto era un espectáculo de El Gran Musical, de la SER. Si tú lees El Caso, los titulares eran: “Pecos matan”, “Pecos asesinos”… No era un concierto nuestro, se hacían entrevistas y luego se actuaba y se hacía un miniconcierto. Nosotros cerrábamos el programa, pero no organizamos nada. Era la SER la que organizaba el evento y no nos enterábamos de nada. Yo salí a actuar con fiebre, con 39 grados, bajo mi responsabilidad. Tenía al médico a mi lado y salí porque vi tanta gente que era imposible no salir y defraudar. Cuando terminamos, nos fuimos al hotel y puso la televisión el road manager que estaba conmigo y vimos la noticia. Yo no sabía si estaba alucinando de la fiebre o si aquello que estaban contando era real.

—Pedro dijo en la revista Garbo que estabais pensando en dejar la música. ¿Era verdad?

—Sí, porque aquello no merecía la pena para la muerte de una niña de 15 años. Suspendimos lo que nos quedaba de gira y no quisimos salir. Teníamos miedo por la gente y miedo por nosotros. En esa época no había guardas jurados, los recintos no estaban preparados para tanta gente… Vimos que nos acusaban de cosas de las que nosotros no éramos culpables.

—Después de aquello, te toca ir a la mili, a Zaragoza. ¿Fue un alivio?

—Sí, un bálsamo para encontrarme a mí mismo y vivir otra vida y no la que estaba viviendo. Todo era muy bonito, pero estaba como en una cárcel de oro. No lo estaba digiriendo, no lo estaba disfrutando… De hecho, cuando cantaba y me gritaban, me ponía de mala hostia. Lo que quería era que me escucharan, no que me gritaran.

—¿Estabas en la mili cuando os tocó ir al Viña del Mar? Tenías suerte de que te dejaran salir…

—Había un capitán muy majo al que le gustaba mucho Julio Iglesias, entonces la compañía le inflaba a discos de Julio Iglesias y por eso me dejó ir a Viña del Mar a cantar. Sí es cierto que me tenía que presentar en los consulados para saber que no era prófugo.

—¿Qué sucedió con Raphael en el Viña del Mar?

—Me sentó fatal lo que me dijo. Toda España se enteró de que me iba a la mili. Estuvimos mirando lo de los permisos con la compañía discográfica y con el mánager, con el Real Madrid para ver dónde metían a los jugadores… Dijimos que traíamos divisas al país, pero no sirvió de nada. Estando en el Viña del Mar, actuábamos: Raphael, Pecos y The Police el mismo día. Yo a Raphael no le había visto ni sabía que estaba y, de repente, en un restaurante le vimos. Vino a saludarnos muy efusivamente y me dijo: “¿Por qué no me has llamado? Te hubiera salvado del servicio militar”. Me sentó tan mal… Era de tan poco compañero, macho… A mí no se me hubiera ocurrido llamarle para ver si me podía salvar de la mili.

—Luego, estuvisteis cinco años sin poder utilizar vuestro nombre y también se sumó el parón.

"Había una cláusula que decía que durante cinco años no podíamos llamarnos Pecos. Lo preferíamos a estar encadenados"

—Hubo un cúmulo de situaciones. Nosotros habíamos renovado contrato, nos habían adelantado un dinero, que es lo que se solía hacer… No recuerdo el nombre del director en esos momentos, solo sé que era un sueco, y, de repente, entró Manolo Díaz. Nosotros habíamos sido número uno en Francia cuando él estaba en la CBS de Francia. ¡Y cantando en español! Pero a su vuelta empezó a no sentirse identificado con nada de lo que había ahí ni con ninguno de los artistas: Joaquín Sabina, Miguel Bosé, Víctor Manuel y Ana Belén… Nosotros acabábamos de renovar y no nos podían echar, pero nos iban dando largas. Hasta que un día decidimos comprar nuestra carta de libertad con el dinero que nos habían dado, pero había una cláusula que decía que durante cinco años no podíamos llamarnos Pecos. Lo preferíamos a estar encadenados.

—¿Y preferíais parar, con todo lo que conllevaba?

—Sí. Nos quedamos fuera del circuito, pero lo preferíamos a quedarnos presos, porque después de la condena íbamos fuera.

—Te cambió la vida tanto que entraste en una depresión.

—Así es, aunque ya lo venía arrastrando.

—¿Desde cuándo?

—Era algo que no sé si llamar depresión, pero sí que estaba tocado desde todo este follón de no sentirme artista y desde que nos hace esta putada este hombre (Tomás Muñoz). El cambio de vida me generó malos rollos en mí mismo.

—Pedro cuenta en su libro Propósitos que él no se sentía artista.

—Era como que habían jugado un poco con nosotros en ese sentido. Teniendo todo el talento que teníamos, teniendo todas las ganas que teníamos y el éxito, que alguien nos cortara los pies porque le salía de los cojones… No lo asimilé, pero tampoco se podía hacer nada. No podíamos demostrar nada, porque así como Miguel Bosé fichó por Warner y a Mecano le fichó Ariola, a nosotros no nos fichó nadie y no podíamos demostrar el talento que teníamos.

—“No hables bien de los que han muerto, porque nunca te lo agradecerá”, decía Antonio de Olano.

—Hay que hablar bien de todo el mundo. Incluso de las canciones y hasta de tus enemigos.

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Carlos H. Vázquez

Periodista y guionista. Escribe en En GQ, Zenda, ICON, Efe Eme, Jot Down y Vanity Fair. Autor de 'Conversaciones ilegales'. @Charly_HV

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