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Mar Abad: "Romanones fue un follonero" - Zenda
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Mar Abad: «Romanones fue un follonero»

Saber quién fue en realidad un personaje histórico resulta complicado. Sobre todo, si fue alguien que despertó amores y odios a partes iguales. Separar hagiografías de alegatos acusadores es un trabajo arduo y áspero. Mar Abad para escribir Romanones: Una zarzuela del poder en 37 actos (Libros del K.O., 2022) se lo leyó todo sobre...

Saber quién fue en realidad un personaje histórico resulta complicado. Sobre todo, si fue alguien que despertó amores y odios a partes iguales. Separar hagiografías de alegatos acusadores es un trabajo arduo y áspero. Mar Abad para escribir Romanones: Una zarzuela del poder en 37 actos (Libros del K.O., 2022) se lo leyó todo sobre este político español, con especial dedicación a sus memorias, en las cuales el conde —y eso es algo de los que pocos pueden alardear— no tiene reparos en contar lo bueno, lo malo y regular, asumir equivocaciones y errores y reconocer que él fue un cacique, porque eso es lo que tocaba en su época si tenías posibles.

El conde de Romanones hoy vive en el olvido. Su legado ha sido borrado pese a ser en su momento una de las figuras más importantes de la sociedad de nuestro país. Muchos dichos y frases sobre este noble apuntalaban las conversaciones de nuestros mayores. Nos sirve para comprobar su influencia una anécdota recogida al principio del libro de Mar Abad: un Fernando Fernán Gómez infante escribió una carta a su madre, adornada con un sello dibujado por él mismo, en la estampa el que aparece no es el rey, ni Cervantes ni Colón, sino el mismísimo conde de Romanones con bastón y puro. El liberalismo se le salía del pecho y cuando fue ministro sacó adelante las medidas más revolucionarias y progresistas. Sin embargo, todo se fue al traste cuando se convirtió en mayordomo del Borbón; ser el hombre de confianza de Alfonso XIII le llevó a los abismos. Envejecer a Romanones no le sentó bien, y no supo aceptar que igual que él había cambiado, también lo había hecho la política española. El país ya no quería más reyes y el bipartidismo de alternancia, entre liberales y conservadores, ya no era una fórmula de gobierno. Luchó contra los tiranos y las imposiciones, pero contra Franco ya no tuvo fuerzas ni ganas de combatir, y aceptó lo inevitable, él que nunca se rindió ante nada.

Mar Abad ha escrito una biografía precisa, amena y divertida de una de las figuras más notables de la primera mitad del siglo XX en España. Su tono irónico y castizo acompaña perfectamente a la narración. ¿Por qué la documentación exhaustiva debe estar reñida con el humor? Rebajar el tono nos permite disfrutar de libros tan entretenidos y divulgativos como este. Abad nos conduce con chispa y solvencia por el sendero que nos lleva a descubrir el perfil de este prohombre. La periodista acierta al elegir un número de páginas que recuerda las magníficas de obras de Jean Echenoz —Correr, Relámpagos, Ravel—, y evitar un voluminoso tocho diseñado para que el ponente nos demuestre todo lo que ha aprendido del finado.

Hablamos con Mar Abad del conde de Romanones, de maestros que se morían de hambre, del cine porno de Alfonso XIII y Gabriel Rufián.

*******

—No todo el mundo conoce a Romanones, pero a casi todos les suena.

"Yo jamás lo había estudiado, solo lo conocía por el callejero, pero cuando me puse a mirar en la hemeroteca siempre salía, por temas políticos o empresariales"

—A todo el mundo le suena muchísimo. Yo había oído hablar de Romanones. De hecho, vivo en Madrid muy cerca de la calle Conde de Romanones. Cuando empecé a estudiar a otras personas para hacer sus biografías, como Carmen de Burgos y Rosario de Acuña, mirase donde mirase: siempre aparecía el Conde Romanones. También hago un pódcast, que se llama Crímenes. El musical, ambientado en ese periodo cronológico; y siempre que buscaba información en un periódico de esos años ahí estaba Romanones. Entonces pensé: este hombre cortó mucho el bacalao en su época. Yo jamás lo había estudiado, solo lo conocía por el callejero, pero cuando me puse a mirar en la hemeroteca siempre salía por temas políticos o empresariales. De esa curiosidad por el personaje, surgió la idea de hacer una biografía de un hombre que suena tanto y que ha dejado un eco importante en el lenguaje de mis padres. Quería saber quién era este señor que estuvo tan presente en la sociedad española y que ahora está tan olvidado.

—Es difícil encontrar una figura política con más contradicciones que el Conde de Romanones.

—Eso es lo más fascinante de Romanones, sus contradicciones. A mí me interesa como personaje narrativo. Cada lector saca una opinión de él en función de su ética, de su ideología política, de lo que quiera, pero a mí lo que me interesaba era que fuese una persona difícil de etiquetar. Romanones representa muy bien la amplitud de la condición humana, sus paradojas. Tenía una inteligencia emocional aplastante: era amigo de Galdós, del presidente de Francia y también del último pueblerino. Él estaba todo el día en palacio con los mandatarios del resto de Europa, pero también quería conocer y hablaba con las personas analfabetas en la Alcarria. De esa forma se fue ganando al pueblo. ¡Ojo!, que había gente que la amaba y gente que lo odiaba, por supuesto. Cuando tienes tanto poder, estás en tantos sitios, generas sentimientos encontrados, porque él tuvo muchísima influencia en la historia de España. Resulta muy curioso que ahora está absolutamente borrado. Hay una cosa que me fascina de él: en sus memorias explica cómo es la ambición del mando —como él lo llamaba— y no lo hace autojustificándose. Te cuenta la putada que le hizo a su suegro y la zancadilla que le puso a un compañero para entrar en una comisión. Me parece muy interesante que todo ese material lo dejase escrito en sus memorias para los investigadores del futuro. Parece que solo se puede hablar de gente que hizo cosas buenísimas. Algo que para empezar es muy relativo. Vivimos ahora un periodo muy polarizado en el que solo hay buenos y malos, amigos y enemigos. Yo tengo un montón de paradojas y contradicciones, y me encantan porque son parte de mí y de mi pensamiento. Pues con Romanones me pasa igual. Yo no pretendo juzgarlo, ni decir si era un héroe o un villano. Fue una persona que tuvo mucha influencia en España y que dejó muchas reflexiones sobre el poder que nos pueden ayudar a entender a las personas de esa época histórica. Que el lector juzgue. A mí no me interesa una biografía escrita para ensalzar a alguien o para machacarlo. Mi intención era basarme, sobre todo, en sus memorias, aparte de leerme todo lo que escribió Romanones, que fueron muchos libros, y lo que se publicó sobre él, que en muchos casos eran auténticas hagiografías. No soy historiadora, yo quería rescatar la memoria de una persona para que nos ayude a pensar y a encontrar los paralelismos entre el pasado y el presente.

—Parecía que su carrera iba encaminada al arte, pero cuando comprende que no podrá ser de los mejores lo deja. Para él no hay un término medio, la mediocridad no es una opción, solo vale el triunfo absoluto.

—Él era una persona muy ambiciosa. Y ser ambicioso no debería ser algo malo. La ambición mueve el mundo. Las grandes cosas que ha hecho la humanidad, como llegar a la luna, han sido por ambición. Hay gente que está contenta con tener una vida tranquilita, no hacer ruido, y también hay muchas personas, como él, con mucha ambición y que quieren llegar muy lejos. A mí esto me parece una lección de vida: me gusta dibujar, pues quiero ser el mejor; si voy a ser un mediocre, lo dejo. La ambición es el motor de su vida.

—Pese a ser el hijo de un acaudalado marqués, él no fue nada clasista, sobre todo en sus comienzos.

"Romanones sabía usar el registro alto porque era amigo de Galdós, Echegaray y otros escritores, pero también relacionarse con gente analfabeta"

—Eso era por su inteligencia emocional. Él sabía que tenía que gustar a las personas de todas las clases sociales, y que para conseguir el poder tenía que estar, por supuesto, con los de arriba, pero también con los de abajo. Debía ser amigo de la monarquía, tener su camarilla política, y también contar con una base de electores y ser popular. Pienso que tuvo que ser una persona muy cercana, amable y que sabía utilizar su simpatía para ganarse a la gente. Eso es algo que se nota en las entrevistas que daba. Romanones sabía usar el registro alto porque era amigo de Galdós, Echegaray y otros escritores, pero también relacionarse con gente analfabeta cuando iba a las bodas, bautizos y funerales. Yo creo que eso era parte de su grandeza. En la universidad, él no quería estar solo con los estudiantes adinerados y se relacionaba también con los que no tenían recursos. Esto le hizo comprender la condición humana, conocer el mundo realmente y no estar solo en la burbujita de los ricos.

—En sus comienzos políticos propuso la idea de una España federalista, pero su llamamiento no consiguió demasiados adeptos.

—Nadie le hizo ni caso. Cuando él presentó su acta de diputado dijo cuál era su ideología, pero le daba igual estar con los conservadores o los liberales. Aunque sentía más afinidad por estos últimos, Romanones lo que quería era entrar en el Parlamento y llegar al poder. Aunque sí que es cierto que de su etapa de estudiante en Bolonia se trajo muchas ideas de la forma de gobierno en Inglaterra y Estados Unidos. Acabó siendo un liberal avanzado; Romanones era laico y creía en la democracia. De hecho, peleó mucho contra las dictaduras que tuvo que vivir, excepto al final de su vida; con Franco tiró la toalla. Al principio de su carrera, tuvo ideas como el federalismo, porque veía que en Estados Unidos funcionaba y para él ese era un modelo de futuro. Lo que pasa es que cuando lo presentó en el Ateneo a todo el mundo le pareció una locura. A los monárquicos y a los republicanos. Algo muy interesante de Romanones es que tenía sus ideas políticas, pero no era una persona excesivamente ideológica. Si tenía que mudar de opinión lo hacía. Cambiaba de chaqueta cuando le convenía y no tenía problemas en reconocerlo.

—Enseguida aprendió que en política le iba bien haciendo ruido y que lo más importante eran los contactos, que con tanta ahínco cultivó desde sus comienzos de diputado. Me encanta el apodo que le has puesto de «Maquiavelo de la Alcarria».

—(Risas) Es que lo veo absolutamente como un «Maquiavelo de la Alcarria». Pero Maquiavelo, no maquiavélico; sin connotaciones negativas. Él escribió sobre la teoría política, y sus memorias son un tratado de experiencia política salvaje. Él mismo cuenta que el Parlamento era un sitio elevado en el cual solamente entraban los miembros de las clases altas, ilustradas, abogados, escritores… Era un lugar donde las conversaciones eran en realidad discursos. Se exigía a los parlamentarios que fuesen vestidos con sus trajes más elegantes…; y de repente llegó él. Romanones empezó a meter sus chistes —fue el primero en practicar el marketing político—, salirse del tiesto y hacer ruido. Él se quería hacer notar como cuando Rufián fue al congreso con una impresora o Bescansa se llevó a su bebé. Pues todo eso ya lo hizo Romanones antes. Organizaba una especie de performance política para que la prensa hablase de él. Era un follonero. Desde que él llegó al Parlamento todo cambió.

—Como ministro de educación, en 1901, lo primero que hizo fue quitarles privilegios a las órdenes eclesiásticas, introducir la ciencia en los programas educativos y pagar a los maestros —que tenían muchas dificultades para cobrar su sueldo de los ayuntamientos—. Eso fue muy punk.

"Romanones resolvió un problema grandísimo. Había profesores que llevaban cinco años sin cobrar"

—Esa fue una de las cosas por la que más lo querían, por lo de los maestros. Hasta le levantaron una estatua. Él comentaba que cuando iba a un pueblo su primer amigo era el maestro. Romanones resolvió un problema grandísimo. Había profesores que llevaban cinco años sin cobrar porque en teoría los pagaban los ayuntamientos y como estos no tenían dinero pues no les abonaban el sueldo. De ahí el dicho de «tener más hambre que un maestro de escuela». Romanones propuso que les pagase el Estado. Muchas de sus medidas fueron muy interesantes. Como, por ejemplo, la jornada de ocho horas para los obreros. En esa época había muchos follones en Barcelona con las huelgas y los atentados. Romanones tomó esa medida para calmar la situación. Él también inició el proyecto de la Gran Vía de Madrid. Sin embargo, como ocurrió con otras cosas en las que participó, eso es algo que está absolutamente olvidado y borrado de nuestra historia.

—Él que fue un hombre progresista, laico y tan liberal, cometió el error de apoyar a un rey tan conservador y dictador como Alfonso XIII.

—Al principio decía que Alfonso XIII era un «reycito» muy tirano, muy autoritario, un niñato… Pero yo creo que le fue cogiendo cariño y luego, cada vez, fue creyendo más en él. Romanones siempre quiso estar cerca de la monarquía. Y llegó un momento al final de su vida que yo creo que lo sentía de verdad. Pienso que tenía realmente una fascinación por los reyes y que decidió hacer de todo por Alfonso XIII.

—Hasta produjo películas porno para el Borbón.

— (Risas) Claro. Hay muchísima documentación sobre este tema y hasta se pueden ver esas pelis en Internet. Descubrieron esas películas en la Filmoteca de Valencia y al remover todos los papeles encontraron que Romanones ejercía de facilitador, porque Alfonso XIII no podía aparecer como la persona que financiaba, y que incluso daba ideas para los guiones, de estas películas pornográficas. Curiosamente la productora se llamaba Royal Films. Romanones era una persona de gran confianza para Alfonso XII y acabó preparando los trámites para rodar películas porno cuando tenía casi 70 años. Todas esas filmaciones se veían luego en Palacio, en la sala privada de cine que tenía el rey.

—Su otro gran error fue Marruecos.

"Romanones se justificaba diciendo que si esas minas no las explotaban los españoles lo harían los franceses o los ingleses"

—Eso fue un gran golpe a su reputación, incluso dentro de su mismo partido y del gobierno. Romanones tenía una explotación de minas en el Rif. Y como él tenía intereses allí pues le dijo a Maura que interviniese en Marruecos para proteger las minas. Romanones se justificaba diciendo que si esas minas no las explotaban los españoles lo harían los franceses o los ingleses, algo en lo que tampoco le faltaba razón. Pero el desgaste para su reputación fue enorme. Muchos jovencitos —que no sabía ni dónde estaba Melilla— tuvieron que ir a la guerra para defender los intereses en las minas del conde y de otros aristócratas.

—En un momento del libro cuenta cómo un campesino le recrimina a Romanones que han enviado a sus dos hijos a Melilla. Está enfadado porque pueden morir en la guerra, pero lo que le duele más es que haya sido él, en quien confiaba, quien haya iniciado ese conflicto. 

—Eso es algo que me fascina de sus memorias. Romanones tuvo la honestidad de contar esa escena —seguro que vivió muchísimas más de ese tipo—, de no ocultar un pasaje en el cual todos vamos a empatizar con ese pobre campesino.

—Romanones recomendaba los ataques de «brocha gorda» en el parlamento. ¿Cómo sería un enfrentamiento entre Romanones y Gabriel Rufián o con Iván Espinosa de los Monteros en el congreso de los diputados?

—(Ríe) Romanones hubiese salido victorioso muchas veces porque decían que era muy ingenioso, muy rápido, muy divertido. Creo que hubiese sido uno de los grandes retóricos de la política actual, también en los ataques de brocha gorda. Esto último lo hubiese hecho de de maravilla, porque ya lo hacía en su tiempo. De todas maneras, lo interesante es que no hubiera tanta brocha gorda en el Parlamento. Porque al final todo se limita al ruido y los ciudadanos perdemos interés en la política. Porque lo que en realidad nos interesa es que haya soluciones a nuestros problemas. Necesitamos más gestión y más elegancia.

—Terminamos. ¿Cuál es su próximo proyecto de escritura?

—Vuelvo a los temas del lenguaje. Que es otra de mis grandes pasiones. Mi próximo libro va a ir por ahí.

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Miguel Ángel Santamarina

Nací en Burgos, y ahora vivo bajo las palmeras de Almuñécar. Estoy prisionero en Zenda desde sus comienzos. No me canso de darle a la tecla. En breve, publico un libro de historia, mientras le sigo dando vueltas a mi primera novela.

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