“La literatura que me interesa leer —y por tanto escribir— es muy variada. Pero todo participa de eso: no cuenta lo consabido, sino solo lo sabido y a la vez ignorado. O, en menos palabras: sin poder explicarlo, cuenta el misterio”.
JAVIER MARÍAS
Frederick Winterbourne, el narrador de Daisy Miller, cree que conoce, que sabe quién es y por qué actúa tan libremente, tan fuera de las convenciones sociales, esa joven norteamericana cuyo conocimiento le ha afectado sentimentalmente, pero lo que nos cuenta “es lo sabido” pero a la vez lo ignorado. Al final, cuando nada tenga remedio, Winterbourne comprenderá el misterio de Annie P. “Daisy” Miller, lo que guardaba en su corazón o, como el admirable Javier Marías pensaba, la narración “es una forma de saber que se sabe lo que no se sabía que se sabía”. Pero por esa ignorancia Winterbourne paga un muy alto precio, el amor perdido de Miss Miller.
En 1973, Peter Bogdanovich estaba en la cúspide fama y gloria. Su fulgurante carrera en Hollywood ofrecía los jalones de películas de éxito crítico y en taquilla: The Last Picture Show, ¿Qué me pasa, doctor? y Luna de papel. La Paramount les ofreció a los wonder boys, Coppola, Friedkin y Bogdanovich, que revitalizaban el comatoso cine de Hollywood, un cheque en blanco. Tendrían en el estudio su propia y exclusiva unidad de producción, la Director’s Company, para rodar las películas que quisieran, sin interferencia alguna, siempre que no sobrepasasen los tres millones de dólares en el presupuesto. La atractiva propuesta murió casi antes de nacer. Coppola rodó La Conversación y Bogdanovich, Luna de papel; Friedkin, que no rodó ninguna película y que se opuso al rodaje de Daisy Miller, abandonó la compañía y la Paramount canceló el acuerdo.
Daisy Miller fue un empeño, desoyendo las voces que le aconsejaban rodar Rambling Rose, muy personal de Bogdanovich. En el origen estaba su enorme admiración por Orson Welles, al que había acogido en su casa y que pensaba que la novela corta de Henry James, publicada en el Cornhill Magazine en 1878, era un excelente oportunidad para rodar una película intensamente romántica. Bogdanovich le ofreció la dirección, con él mismo y Cybill Shepherd como protagonistas, pero Welles declinó la oferta. Bogdanovich hizo suya la sugerencia y, contra viento y marea, decidió rodar en Europa Daisy Miller. Sin estrellas y con su novia Cybill Shepherd como protagonista. En la Paramount a nadie le gustaba la idea, así que cuando se estrenó cosechando un monumental fracaso en taquilla y con malas críticas, la Paramount se desentendió del asunto y dejó morir la película. Bogdanovich, de repente y tras un fracaso comercial, se convirtió en un apestado en Hollywood e inició un descenso artístico y personal a los infiernos.
Yo conseguí ver Daisy Miller —admiraba y tenía cierta relación personal con Peter desde sus tiempos de magnífico crítico y escritor de cine— en un cine de la calle Bravo Murillo, donde se estrenó de tapadillo, al regreso del verano de 1974. Apenas duró en cartel una semana y la crítica o la ignoró o la despedazó. Hoy sigo pensando lo mismo que pensaba cuando parpadeaba a la luz del sol madrileño de septiembre a la salida del cine. Es una muy hermosa película, de exquisita factura, posiblemente la mejor adaptación de un relato o novela del elusivo James, un melodrama amoroso sutil, elegante, indirecto, que es a la vez un juicio moral sobre la cobardía y el puritanismo social. Justo el terreno por el que transitaba sin ambages su admirado John Ford, puesto en escena con la sensibilidad psicológica y sofisticada de un George Cukor.
El mayor acierto —que es por el contrario uno de los escollos para adentrarse en sus imágenes— de Peter Bogdanovich es haber comprendido el secreto de Henry James al escribir este tipo de historias. Contar toda la historia manejando el secreto moral del relato con sutileza, de manera indirecta, para que poco a poco las acciones de los personajes se impongan a lo que hablan. La aparentemente vulgar damisela norteamericana (la actuación de la vilipendiada, la amiguita del director, Cybill Shepherd, es perfecta al encarnar física y emocionalmente a la heroína de James) de viaje en Grand Tour por la vieja Europa, esconde tras sus devaneos sentimentales las provocaciones al statu quo de las compatriotas exiladas, la libertad ingenua de quien quiere ser feliz, sin cortapisas, sin censuras, sin lugares comunes carcomidos por la hipocresía o la convención social. Sus paseos por una Roma decorada por la Historia con un joven arribista italiano escandalizan y la sentencian socialmente, pero es menos importante que la secreta historia de amor que comienza y acaba, y seguirá más allá de la vida, con el envarado Frederick Winterbourne (un soberbio Barry Brown, secreto, enamorado, celoso, finalmente devastado) al que las convenciones sociales, su larga estancia en Europa, le han acartonado el alma. Winterbourne, el perfecto personaje jamesiano, ve pero no comprende, analiza pero no profundiza en el corazón de Miss Miller, a la que ama pero censura, celoso del joven italiano, incapaz de descubrir la alegría gozosa de vivir de la joven compatriota. En una excursión al castillo de Chillon a orillas del lago Leman, ya atisbó Winterbourne la belleza interior, hecha de libre ingenuidad pero también de generosidad, de Daisy Miller. La fastuosidad romana, con el peso de sus monumentos, su pasado, le alejará de esa intuición. De manera inolvidable, Bogdanovich filma una emocional secuencia nocturna de Daisy-Winterbourne-Giovannelli en el Coliseo, plena de pathos, de dramatismo de ruptura que encubre un amor imposible entre reproches y encubiertas súplicas. Cuando la película se cierra sobre los errores de Winterbourne, el perfume de su amor perdido, va más allá de la súplica, desafiante pero enamorada, que Miss Miller le hace llegar: nunca se comprometió con Giovanelli. Esa confesión hiere profundamente a Winterbourne, porque va más allá de una tranquilizadora convención social que le han reprochado todos. Supone una nada indirecta confesión de amor, del que sentía en la distancia por el caballero incapaz de comprender el compromiso del amor, la entrega libre al otro, sumirse en él, aceptarlo y aceptarse, descubrir la intimidad más allá de los gestos sociales vacíos o censores, valorar una mirada, una sonrisa, una broma, lo que el caballero descubrirá cuando ya nada importe salvo la traición impostada a un amor que se le ofreció libre y generoso.
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Daisy Miller (Una joven rebelde, 1974). Producida y dirigida por Peter Bogdanovich. Guion de Frederic Raphael y Peter Bogdanovich, adaptando la novela corta de Henry James. Fotografía de Alberto Spagnoli en Technicolor. Montaje, Verna Fields. Música de Angelo Francesco. Diseño de producción, Ferdinando Scarfiotti. Vestuario, Mariolina Bono y John Furness. Interpretada por Cybill Shepherd, Barry Brown, Cloris Leachman, Mildred Natwick, Dulio del Prete, James McMurtry, Nicholas Jones, George Morfogen. Duración: 91 minutos.
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