Foto de portada: Iván Giménez. Seix Barral.
Corren por toda Europa versiones de una misma leyenda según la cual por las noches, cuando los niños se acuestan y se apagan las luces, un individuo de tez mortecina se cuela en sus alcobas, se acerca sigiloso a sus camas y derrama pellizcos de arena sobre sus ojos. Es por eso que los chiquillos se duermen aun no queriendo hacerlo y es asimismo por eso que, a la mañana siguiente, algunos despiertan con unas lagañas tan terrosas que hay que diluirlas en agua para arrancárselas. Y es que a los críos hay que ayudarles a conciliar el sueño… y a algunos escritores también.
Para Fernández Mallo escribir es pensar, y pensar enlazar ideas. Lo otro, lo de sentarse frente al ordenador y componer frases, construir párrafos y estructurar libros es ya una mera cuestión de oficio. Pero lo de pensar, ¡ah!, lo de pensar no es tan sencillo. Su trabajo consiste —o al menos así lo concibe él— en conectar hechos en apariencia dispersos, en crear enlaces entre los distintos acontecimientos que ofrece el mundo, en tejer redes entre los muchos elementos que configuran la realidad. Vamos, en darle todo el santo día al coco.
Fernández Mallo no tiene horarios ni manías ni fetiches porque, en su opinión, todos esos elementos solo sirven para procrastinar eternamente. Los amigos de los rituales se engañan a sí mismos alegando que ayer no trabajaron porque la luz no incidía sobre el papel de una determinada manera o porque una llamada de teléfono les arrebató la concentración en el momento preciso, y luego pasan los años y no han publicado ni un triste libro. Es más, para Fernández Mallo los rituales de trabajo encorsetan y asfixian la creatividad, y la mejor forma de no caer en esa trampa es, primero, no viéndose a uno mismo como escritor y, segundo, dejando que el impulso creativo marque el calendario laboral, y no a la inversa. De hecho, la técnica de trabajo de Fernández Mallo es francamente sencilla: andar por la vida con los ojos abiertos y la mente porosa, y dejar que la realidad haga el resto.
Si tuviéramos ocasión de espiar a este poeta, narrador y ensayista, veríamos que no estructura sus días según el trabajo pendiente, sino según las tareas domésticas. Se levanta por la mañana y desayuna, se ducha y se arregla. Después baja a la calle, y hace la compra y toma un café y hasta da un paseo. Vuelve al cabo de un rato a casa, y prepara la comida, se sienta a la mesa y se pega una siesta. Por las tardes, se queda en el sofá viendo la televisión o leyendo un libro, y al llegar la noche cena un poco, se mete en la cama y hasta mañana si Dios quiere. Un espectador externo podría llegar a la conclusión de que este hombre se ha pasado el día rascándose la barriga, pero alguien que prestara realmente atención se habría dado cuenta, por ejemplo, de que el televisor que ha estado mirando durante toda la tarde tenía el volumen a cero. Y entonces entendería que Fernández Mallo no estaba perdiendo el tiempo ante un programa de entretenimiento, sino que observaba las imágenes emitidas, por más estúpidas que éstas fueran, a la caza de alguna idea que, conectada con otra, alimentara su libro. Y ese mismo observador minucioso también habría reparado en que, mientras fregaba los platos o hacía la compra, el autor se quedaba repentinamente quieto, cogía un papel y anotaba algo, para retomar enseguida su actividad como si nunca la hubiera interrumpido.
Fernández Mallo no usa libretas porque no le gusta anotar sus reflexiones de un modo ordenado, así que apunta las ideas que la vida le va regalando en el reverso de los tiques del supermercado, en los espacios en blanco del borrador de Hacienda o en los resguardos de la tintorería. Luego archiva esos legajos según la temática que garabateó en ellos, aunque también es cierto que después nunca los revisa y deja que caigan en el olvido. Y si permite que eso ocurra es porque sabe que los hallazgos realmente importantes, aquellos que después levantarán su libro, siempre regresan por sí mismos. Y es que, cuando un escritor encuentra una verdad a su alrededor, una verdad de esas que no admite réplica, una verdad tan evidente que parece mentira que nadie las hubiera visto hasta ese momento, nunca se le olvida. No sólo no se le olvida, sino que incluso le permite irse a dormir con la conciencia tranquila. Aunque no haya escrito nada en todo el día.
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La última novela de Agustín Fernández Mallo es El libro de todos los amores (Seix Barral, 2022).
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