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El abrigo de Mario - Diario de un mal nadador de Manuel Llorente
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El abrigo de Mario

Tenemos diferente hechura así que no ha de quedarme como un guante. Eres más ancho que estrecho y más bajo que alto, pero ahora los abrigos se llevan también cortos. No sé cómo me sentiré dentro de él, ni si encontraré alguna nota oculta, un número de teléfono sin nombre o un talismán, pero será...

Tenemos diferente hechura así que no ha de quedarme como un guante. Eres más ancho que estrecho y más bajo que alto, pero ahora los abrigos se llevan también cortos. No sé cómo me sentiré dentro de él, ni si encontraré alguna nota oculta, un número de teléfono sin nombre o un talismán, pero será la prenda que lleve este invierno.

Igual hace ya tres semanas desde que te vi dormido. Fue por los días de Fidel. La víspera de un encuentro más. Para entonces ya no te hacía ilusión ni el chocolate que te llevaba a escondidas en el hospital, cuando aún reías. Ya habíamos aplazado sine die la excursión por los Pirineos y los encuentros en tu casa eran a base de té y recuerdos frente a la chimenea.

Hablabas, Mario, de tus viajes iniciáticos por la India, de tus años como médico anestesista en Sudáfrica, de mujeres y libros con Schubert al fondo. Y cuando acababa la cinta la ponías de nuevo, una y otra vez. Deambulabas por el salón con una manta fina encima de tu cuerpo de huesos. Tu voz había perdido la sombra y el pulso era el de una mariposa.

Surges esta tarde entre las notas de un preludio de Scriabin pero a veces te da por pasear por mi habitación mientras duermo, o tengo los ojos cerrados esperando que el primer trino señale que todo tendría que estar a punto de empezar. Hay noches que prefieres sentarte en el sillón junto a la cama y te demoras en mirar uno de esos álbumes que me regalaste repletos de risas, gafas de sol, mochilas y bastones con los que recorríamos la sierra. Puede que también me leas poemas de Blas de Otero o los de Lorca en Nueva York que tanto te gustaban. Te gustaba repetirlos una y otra vez buscando su sonido negro, el pulso de desgarro de quien quería cicatrizar la hemorragia de una pasión incurable.

"Esa mañana de lluvia agria y cielo de enero, un día de frío y vinagre, se dio por finalizada la desventura de un año de combate a doce asaltos sin árbitro ni reglas."

Sigues prendido, en tu silencio pertinaz, prendido a la solapa de mis camisas, a los dedos con los que ahora te escribo, al limón que me limpia cada mañana. Me acompañas cuando acaricio las piedras que me trajiste del Muro de Berlín, del cementerio judío de Praga, de una calle del Barrio Latino.

Ellos, los demás, creían haber resuelto la agonía de todo un año, de más de 350 mediodías, al verte tranquilo, por fin descansando en la sala 21 con dos ambientes, mesita baja y dos butacones de sky oscuro. Acudieron, tú lo verías, a la incineración, a la misa del funeral de los jesuitas junto al Teatro Español (¿te acuerdas cuando vimos allí Ricardo III que tanto te impresionó, el musical con el que se despidió Mario Gas, las cenas luego, aún con vino, en ese restaurante tan chic de la calle del Prado?).

Esa mañana de lluvia agria y cielo de enero, un día de frío y vinagre, se dio por finalizada la desventura de un año de combate a doce asaltos sin árbitro ni reglas. Ya lo había anunciado el periódico, ya la ciudad te había dado la espalda, pero emerges con otra canción, con otro bis más. No quieres, no quiero, que acabe tu concierto. No debes de dejar que acabe tu actuación. Recuerda que tenemos una larga gira pendiente por provincias, por América, tantas plazas nos quedan por descubrir…

Esa mañana de hiel leí ante los tuyos un escrito que quise fuera como un paño blanco de seda con agua de jazmín. Como quizás estabas algo débil, ahora te lo envío, por si quieres leerlo una de esas noches de duermevela en las que cantas con la delicadeza de un colibrí.

***

Hola, Mario,

Para el próximo fin de semana también parece que va a llover, así que tendremos que aplazar la excursión por los Miradores de la Fuenfría. Es una ruta circular, de las que te gustan. Cuatro horas. Muy recomendable para el otoño, tu estación preferida. Los colores de las arboledas, temperatura fresca pero que a medida que andemos se volverá agradable. Yo llevaré la fruta y tú, lo que prepare Emilia. Ah, y que no se te olviden las latas de sardinas. Sigo sin entender muy bien por qué las tienes tanto aprecio, a no ser por un guiño hacia nuestro Bilbao.

"Pues ahora nos ha dado por darte un homenaje, ya ves, porque sí. Es una celebración. Nos ha dado por ahí. Dicen que hoy no podías venir, pero yo no me lo creo."

Por cierto, tengo que dejarte el último libro de Fernando Aramburu, te gustará. Y hablando de libros, hoy he visto uno que te hará gracia: trata de la música que Julio Cortázar hace sonar en  Rayuela. Se incluye un disco con las diferentes piezas. Bien mirado, me lo podría haber callado y regalártelo para Reyes…

Ah, y ya he hecho la reserva para el verano de la Transpirenaica. Hay otra opción: el valle de Ordesa. Cuatro días con posibilidades distintas. Parece Suiza. ¿Te acuerdas? Hace cinco años celebramos allí tu cumpleaños. A la falda de Les Plans, mi refugio favorito. Estábamos todos. Todos. No sabíamos entonces nada de lo que algunos se empeñan en decir que ha ocurrido. Ni caso. Nosotros a lo nuestro: andar montaña arriba, hablar cuando se tercie, contemplar cómo el día se afana en esa rutina diferente cada jornada, buscando el diapasón de la luz, detrás de ese metrónomo interior que nos marque el ritmo de la mañana.

Como ahora no me ves, te confieso que estoy fumando, no sé muy bien por qué. Y me ha dado por mirar esos álbumes de fotos que me regalaste cuando recorrimos la sierra de Madrid, las palizas que nos dimos en Panticosa, con nuestras polainas, las gafas de sol, la nieve hasta las rodillas, los bastones como única ayuda, exhaustos pero limpios, nuevos.

Tenemos que hablar del Nobel a Bob Dylan y de la pérdida de Leonard Cohen. No sé qué te parecerá pero igual es más poeta Cohen. Podrías bajarte el disco de sus grandes éxitos y así lo ponemos en el coche camino de Cercedilla. Y lo escuchamos una y otra vez, para hacerlo nuestro, hasta que se convierta en un mantra, y cuando estemos andando resonará en nuestro corazón, será sangre de nuestra sangre, pan, agua.

De todo parece que han pasado veinte años, que cantaba Serrat. O Aute. Por cierto, estuve el domingo pasado con él, una mañana de frío y aguacero, como la de hoy. Ya te contaré detalles pero ya anda algo y mantiene fina su ironía. Tenemos que dedicar una tarde de merienda en tu casa a base de alguna película de Hitchcock y una buena dosis de Aute. Ah, y tenemos que ir al Real. Programan El holandés errante de Wagner.

Pues hablando de esa ópera. Te pega todo; me refiero a cuando hiciste aquel viaje hasta la India buscando algo que te saciara esa sed de encontrar un más allá, que te diera sentido a la vida. La vida. No sé muy bien en qué consiste. Quizá no hay que darla demasiadas vueltas, como Baroja. Hace no tanto unos cuantos de los que nos hemos reunido hoy te acompañamos en esta iglesia de los Jesuitas para despedir a tu padre, y ahora…

Pues ahora nos ha dado por darte un homenaje, ya ves, porque sí. Es una celebración. Nos ha dado por ahí. Dicen que hoy no podías venir, pero yo no me lo creo. Estás camuflado bajo un abrigo por aquí. Bueno, que es la hora del aperitivo y tengo ganas, no sé muy bien por qué, ya te digo, de fumar. Pues eso. Que si el próximo fin de semana llueve, lo aplazamos. Y que no se te olviden las sardinas, como la última vez.

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Manuel Llorente

Periodista, redactor jefe de Cultura de El Mundo. Autor de dos libros de poemas: Desmesura y Si la palabra fuera un espejo. @llorente_manu

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