El elogio de la lectura que me hace Andrea Fernández (Valencia de Don Juan, León, 1992) brota de las tripas, no del argumentario. Eso se nota y se agradece. Abogada, diputada en el Congreso por la provincia en la que vino a este mundo —que tose tuberculoso— y secretaria de Igualdad en la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, sostiene que “las grandes verdades de la vida se descubren a través de la lectura” y la reivindica como elemento democratizador. Lo hace, insisto, sin artificios, desde el subconsciente. Le pregunto que por qué no la mandan a Cultura, que urge escuchar discursos del estilo. Sonríe y, con un rubor leve, responde: “Ojalá”. Lideró la renovación del Pacto de Estado contra la Violencia de Género con el acuerdo de todos los grupos parlamentarios, a excepción de adivinen cuál, celebró/celebra la Ley del ‘Sólo sí es sí’ y se ha propuesto la abolición definitiva de la prostitución —menudo morlaco—. Conversamos sobre libros, autores y lo que va surgiendo en el Café Moderno, mientras el tórrido y maldito verano madrileño, a Dios gracias, por fin agoniza.
—Señora Fernández, ¿cuál es el primer recuerdo que tiene de su vida?
—El primer recuerdo que tengo de mi vida pertenece, sin duda, a mi pueblo, Valencia de Don Juan, y tiene que ver mucho con mi familia: los juegos con mis primas, con mi hermano, en el colegio… Tuve una infancia muy humilde, muy feliz y muy idílica.
—Su socialismo le viene de familia.
—No directamente: mis padres no estaban afiliados al PSOE ni participaban activamente, pero es verdad que en mi casa se hablaba mucho de política. Mi familia siempre ha sido muy socialista y se ha movido mucho por la cuestión de clase. Eso hizo que fuera una niña muy despierta, a la que le interesaba mucho la política.
—Tengo entendido que su familia sufrió algún tipo de represión durante la dictadura.
—Sí. Mis abuelos fueron víctimas directas e indirectas de la represión franquista. Prefiero no entrar en detalles, pero sí.
—¿En su casa se leía?
—No.
—¿Se acuerda del primer libro que leyó o de aquel que le enganchó a la lectura?
—Recuerdo mucho leer en mi infancia los libros de Elvira Lindo de Manolito Gafotas. Estaba superenganchada, me encantaban. Pese a la diferencia entre lo rural y la ciudad, me sentía muy identificada con el personaje, me hacía mucha gracia. Creo que es lo que me hizo una gran lectora. No obstante, también es verdad que tenía un tío ciego que residía en Madrid, que venía a vernos en verano. Con la excusa de que es ciego, me pedía que le leyera clásicos de la literatura. Me los traía él de regalo. Eso hizo que yo tuviera cierta cultura e incrementó mi interés por la lectura.
—Clásicos como por ejemplo…
—Fortunata y Jacinta, el Romancero español, que me resultaba especialmente aburrido (risas), La tía Tula…
—¿Algún libro que alimentara su vocación política?
—(Piensa) Diría que la lectura de clásicos, sobre todo, vinculados a la poesía: Miguel Hernández y Lorca. Por ese interés como más romántico por la injusticia y por la miseria. Me acuerdo mucho de las “Nanas de la cebolla” y de “El niño yuntero”.
—¿Alguno que debiera ser lectura obligada para un político?
—El mejor manual político que yo he leído es Juan Belmonte, matador de toros. Creo que a través de la explicación de la vida de Belmonte, con sus cuitas taurinas con Joselito, se explica mucho la política: el coraje, la valentía, la importancia de los valores. Y lo que relata y cómo se relata tiene mucho que ver con las decisiones que, a veces, tenemos que tomar en política con información imperfecta, con miedos y sin demasiada seguridad, y siempre con el arrojo y la fe de que tienes que tirar para adelante.
—¿Un político que lee es mejor que uno que no lo hace?
—Sin duda. Quizás pueda sonar pretencioso, pero creo que leer es muy importante a la hora de ejercer la labor política. Ayuda a perfeccionar el pensamiento, a saber apreciar ciertos matices y ciertas verdades. Tiene que ver con la obligación de la buena praxis en política, de hecho.
—Volvamos a sus lecturas: dígame qué libros son imprescindibles para usted.
—Cualquier novela de Annie Ernaux. Y un ensayo que me gustó mucho es Frágiles, de Remedios Zafra. Lo he leído este verano y es un ensayo muy, muy interesante. Habla sobre cómo, bajo mi punto de vista, debiera ser el futuro.
—¿Algún autor fetiche?
—No, la verdad es que no.
—¿Alguno que no soporte?
—Todos los veranos intento leerme algún gran clásico de la literatura. Este año me he leído La montaña mágica y estoy muy orgullosa de habérmelo terminado porque, en algunos puntos, se me ha hecho verdaderamente insufrible (risas).
—¿Se ha enamorado de algún personaje literario?
—No es un personaje, sino un autor que se deja ver a través de sus personajes: Pedro Mairal.
—Dígame algún personaje literario al que le hubiera gustado asesinar.
—Fred, de El cuento de la criada.
—¿Qué está leyendo ahora?
—El ocaso de la democracia. La seducción del autoritarismo, de Anne Applebaum. Es un ensayo sobre el comportamiento de la derecha para evitar el ascenso de la extrema derecha.
—¿Ha encontrado en los libros alguna verdad fundamental?
—Tiene que ver con lo que hablábamos al principio: creo que las grandes verdades de la vida se descubren a través de la lectura. No porque en sí misma sea una actividad especialmente noble, sino porque necesita de una reflexión, de tiempo, de calma, de un espacio concreto. Creo que todo eso tiene mucho que ver con descubrir matices que son importantes en la vida y sobre uno mismo, porque la lectura construye mucha identidad.
—Una democracia sin lectores es…
—Mucho peor. Creo que en un momento en el que las redes sociales tienen una importancia tan grande en nuestra vida, donde leemos a golpe de titular o de clic, es evidente que estamos viendo cómo eso hace que la ciudadanía esté menos formada y devalúa, de algún modo, la democracia. Es muy importante que, a través de la educación, se enseñe a leer y se incentive la lectura. Sobre todo, para quienes pertenecemos a clases sociales humildes, que quizás no tenemos tantas oportunidades de viajar, de conocer gente, de estar en espacios cultos. Tengo la sensación de que la lectura es muy democratizadora: por muy poco dinero, nos permite acceder a información y a conocimiento al que es casi imposible acceder por otras vías. Por eso creo que es fundamental.
—Dice la RAE: “La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas”. ¿El masculino genérico es facha?
—Creo que el femenino genérico, o la introducción del femenino en nuestro lenguaje, nos invita, sobre todo, a pensar. Es muy transformador. No sé si el masculino genérico es facha o no, pero sí sé que el femenino genérico nos ofrece una reflexión y una visión de las cosas que es mucho más amplia y, sobre todo, más justa. Nos habla de las otras, de las que siempre hemos sido invisibles. Es importante usarlo. Yo, de hecho, lo uso mucho. Quizá, la reflexión debiera ser al contrario: ¿por qué hay tanta gente de derechas o de extrema derecha que sobrerreacciona tanto a una simple modificación del uso del lenguaje? Si creo algo es que el feminismo siempre ha sido transformador y ha ayudado a que ciertas instituciones, quizá más conservadoras o tendentes a lo antiguo, evolucionen. Lo ha hecho con el poder legislativo, lo ha hecho con el judicial y, por qué no, con la RAE.
—Cambiando de tercio, ¿verán estos ojos la definitiva abolición de la prostitución?
—Sin duda. Sí, sí. Es imparable. Es un debate muy complejo, que admite muchos matices y mucha conversación, pero, entroncando con lo que decíamos antes: creo que la violencia con la que se plantean ciertos argumentos, o la vehemencia con la que se habla de este tema por parte de quien apuesta por que la prostitución siga existiendo, nos da una idea de cómo es una institución completamente arraigada en nuestras sociedades, y cómo cambiarla es hacer temblar los cimientos de absolutamente todo.
—Si yo le digo Ley del «Sí es Sí», usted me dice…
—Una conquista del feminismo y una muestra del poder que tenemos las feministas y las mujeres cuando decidimos luchar unidas por algo.
—Leyendo Hazte quien eres, un ensayo fantástico de Jorge Freire, me encuentro con lo siguiente: “La hiperpolitización lleva a la degeneración de la democracia: por cada escama del Leviatán, el rostro ensoberbecido de un activista”. ¿España es un país hiperpolitizado?
—Clara Campoamor definió muy bien a España en La revolución española vista por una republicana. En una parte del libro, define a los españoles como muy vehementes. Creo que España es un país que vive la política con muchísima pasión. Eso tiene sus cosas buenas y sus cosas malas, claro.
—No es su caso, porque concertar la entrevista con usted ha sido un ejercicio de eficacia: la hemos atado y hecho en cero coma, pero, ¿por qué hay tantos políticos a los que les cuesta hablar de literatura? Pablo Echenique, Inés Arrimadas o Cayetana Álvarez de Toledo, tan loada por su cultura en los círculos que se proclaman liberales, por poner tres ejemplos, nos dieron un sí rotundo y, desde hace años, todavía les estamos esperando.
—La verdad es que me sorprende. Tengo la sensación, frente a lo que mucha gente cree, de que la gente que se dedica a la política tiene muchos intereses intelectuales. O eso decimos casi todos.
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