Serafín y Joaquín Álvarez Quintero vieron por primera vez la luz deslumbrante de Andalucía en el pueblo sevillano de Utrera, el 26 de marzo de 1871 y el 21 de enero de 1873 respectivamente. Celebramos en este 2021 y el cercano 2023 los 150 años del nacimiento de estos hermanos inseparables.
Sus inicios dentro del género chico como autores de provincias de la época se vieron fortalecidos en un Madrid con una cartelera pletórica de piezas breves, cómicas y costumbristas. De hecho, al año de estrenar con éxito en Sevilla Esgrima y amor, su primera obra, en el teatro Cervantes, se trasladaron a la capital contando ambos apenas 20 años de edad.
Gracias a las amistades de su padre, don Joaquín Álvarez Hazañas, alcalde de Utrera, en la capital madrileña lograron encontrar trabajo en las oficinas del Ministerio de Hacienda, completando el sueldo con colaboraciones artísticas, caricaturas, dibujos para prensa e historietas, pero sin dejar nunca de escribir teatro. Sus primeras obritas de juventud se representaron en los castizos teatros Apolo y Lara, y poco a poco fueron ganado un nombre en el estrecho círculo de autores de la capital. El éxito les llegó con La buena sombra, estrenado en la zarzuela aquel señalado año de 1898. Leopoldo Alas “Clarín”, que no era precisamente generoso en elogios, decía públicamente: “Me he reído hasta ponerme malo. Un sainete así honra el teatro español y el genio español”.
Aquel exilio madrileño se había vuelto dorado, efervescente, prometedor, para estos hermanos que pudieron, con la distancia necesaria, desplegar todo el poderío del tópico andaluz, que a la postre es lo que define el alma indolente y ancestral de ese pueblo.
En esos primeros años del pasado siglo existían (como aún hoy siguen existiendo) muchas Andalucías, embrolladas en la dualidad constante de un país siempre oscilante entre la tradición y una modernidad la mayor parte de las veces mal entendida, excluyente, populista y politizada; pero lo cierto es que no debemos olvidar que aquel Sur inclasificable había parido a Lorca, a Alberti, a Cernuda, a Chaves Nogales o a los Machado, quienes nos legaron tantas versiones como hijos vieran la luz bajo aquel cielo; todas ellas válidas, todas reales: la del clavel de sangre y piel verde aceituna; o la cantarina, salada y azul; o la Sevilla asfixiante de aroma de jazmín y fuente encerrada, o la taquigrafiada a golpe de realidad política y social, o aquella Sevilla atrapada entre el luminoso limonero y el serrallo de don Guido.
Algunos de estos autores fueron maestros de los hermanos utreranos; otros, tardíos seguidores. Los Quintero supieron honrar la memoria de aquellos que admiraban con gestos de un simbolismo romántico y duradero; en Sevilla, promovieron y costearon el famoso monumento a Bécquer en el Parque de María Luisa; en Madrid, sembraron el limonero que hoy adorna el huerto de la Casa-Museo de Lope de Vega. En cuanto a la juventud de poetas modernos que despreciaban sin conocer, por pura estética, el teatro quinteriano, valga el caso del poeta sevillano Luis Cernuda quien, portando su fama de crítico implacable, acudió a una representación de los hermanos con la pluma cargada de tinta hirviendo, pero al finalizar la obra no tuvo más remedio que rendirse, entusiasta, al genio de sus compatriotas.
Así, los hermanos utreranos que escribían a 500 kilómetros de distancia del lugar que los inspiraba, habían encontrado una voz propia reivindicando en su libertad de creadores la Andalucía que más les gustaba; esa que brillaba a lo lejos como un candil de latón bruñido siempre encendido: una Andalucía viva, analfabeta, sabia, sagaz, superviviente, pícara y cervantina, seductora y riente, casi una Arcadia ensoñada cargada de tópicos que, paradójicamente, les permitió crear un teatro absolutamente personal, rozando en ocasiones una atemporalidad casi impermeable a la realidad circundante. Un teatro optimista y de evasión, sin pretensiones de ser innovador y, cuanto menos, rupturista. Un teatro no realista, ciertamente, pero sí tremendamente naturalista. Y en la capital, epicentro de la creación y la exigencia teatral, lograron depurar el andalucismo de la misma forma que Carlos Arniches hiciera con el madrileñismo.
No les faltó la polémica, y famoso fue el enfrentamiento con la condesa de Pardo Bazán, quien, enfurecida por el tipo de mujer que los Quintero habían pintado en una conferencia titulada ‘La mujer española’, contestó indignada y feminista a estos “simpáticos saineteros”, como solía llamarlos, en un iracundo artículo publicado en un periódico del momento, donde termina diciendo: “El ideal femenino de Moratín era generoso y algo valiente; no se conformaba con aves de corral, ni con ocas blancas. Dennos los Quintero algo que sea para su teatro como El sí de las niñas de Moratín».
La vida en Madrid y el éxito en el mundo
Sabemos que fueron muchos los altibajos que tuvieron que enfrentar los dos hermanos hasta conseguir su hueco en el panorama teatral de la capital. Trabajaban como funcionarios de Hacienda para ganarse la vida pero luego, en las tardes apacibles de su piso de la calle Velázquez, en pleno corazón del Madrid burgués, recuperaban la memoria ensoñada de su infancia trabando historias chispeantes con un elemento esencial: el oficio.
Nutridos del Siglo de Oro, rechazaron, por ajena, la moda teatral que ensalzaba la decadencia y la imitación francesa y exótica. De los abuelos Enzina, Naharro y Lope de Rueda aprendieron a copiar los asuntos de la entraña y la sicología popular, y de Lope de Vega la defensa de un teatro sin prejuicios, por y para la complacencia de satisfacer al pueblo llano. Admiraron como espectadores a Zorrilla y al duque de Rivas, a Campoamor y a Bécquer, de quien tomaron la certeza de que para crear había que beber en la fuente inagotable del cancionero popular, rico en anécdotas y sucesos susceptibles de ser escenificados.
El sainete finalmente cobró, gracias al talento bifronte de los Quintero, un acento nuevo (nunca mejor dicho): su andalucismo sin complejos se encaramó a los escenarios cargado de riqueza verbal, hipérboles, imágenes y agudezas. Irónico, pero sin amargura; resabiado, aunque sin resentimiento, el diálogo brillaba rápido y sonoro como un relámpago de ingenio y los hermanos se abrieron paso, a golpe de éxito popular, por entre el humor que en aquellos felices años 20 lideraban en la capital autores como Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville o Miguel Mihura, la «otra generación del 27», apostando por el absurdo o el disparate en un teatro para un público de cierto nivel cultural.
Esto, sin embargo, no impidió que el oficio, talento y éxito de los sevillanos fuesen reconocidos: la mitad de sus más de 200 obras se tradujeron a numerosos idiomas, representándose en apartadas latitudes como el mítico Teatro Colón de Buenos Aires, donde los emigrantes acudían en masa y lloraban, emocionados, al oír el acento de una patria lejana nunca olvidada. Asimismo, fueron nombrados miembros de la Real Academia Española: Serafín en 1920 y Joaquín en 1925.
Guerra, muerte y el olvido
Una década después, con la Guerra Civil a las puertas, los afanes por cambiar la realidad a través del humor y el júbilo se truncaron. Los Quintero, con domicilio en El Escorial, fueron en un primer momento detenidos, pasando la noche en el patio del Monasterio. En Madrid incluso llegó a decirse que los habían fusilado. En su liberación tuvo mucho que ver el sevillano anarquista de la CNT-FAI Melchor Rodríguez García, conocido con el apodo de “el ángel rojo”, pues fue notoria su valentía en el intento de salvar a muchos detenidos al borde del fusilamiento poniendo en riesgo su propia vida.
Finalizaba con sangre y metralla una época de España, y en su teatro todo lo que olía a costumbrismo fue manejado a la sazón de unos pocos que desvirtuaron este género, aunque a esas alturas poco podía influir ya a los hermanos dramaturgos. Serafín había muerto en 1938 y Joaquín, el solitario de la calle Velázquez, que seguía escribiendo y firmando con ambos nombres, como siempre, desgranaba estos versos como lección hermosa de amor fraternal frente a la locura y el odio:
“Tuyo será cuanto mi amor construya;
Tuyo mi afán, mi fe, mis pensamientos…
¡Hasta la mano que esto escribe es tuya!
Tras haber mantenido su inmensa popularidad durante la Monarquía, la República, la Guerra Civil y el Franquismo, con el retorno de la democracia llegarían, sin embargo, el rechazo o el consciente olvido de los Hermanos Álvarez Quintero de la mano de una nueva corriente social que, confundiendo con torpeza tradición y andalucismo bienhumorado con el régimen anterior, desterró a los Álvarez Quintero de las escuelas, las bibliotecas y casi de la memoria, tachando su talento creativo con el etiquetado de rancio, de folklórico y de culpable de pregonar una Andalucía de charanga y pandereta.
Hoy, el esfuerzo por recuperar la obra de los hermanos Álvarez Quintero se manifiesta en una serie de actos organizados al amparo del doble aniversario. El milagro de volver a hacer que miremos la obra de los Álvarez Quintero bajo otra óptica, reconciliando a los andaluces con su identidad múltiple y sin complejos que también incluye lo “quinteriano”, nos trae a la garganta aquel lema de estos hermanos universales: ¡Alegrémonos de haber nacido!
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Obra recomendada:
DE LA H A LA E: OTRA MIRADA SOBRE LOS HERMANOS ÁLVAREZ QUINTERO (DISCURSOS, POLÉMICAS Y HOMENAJES)
Autor: Pedro Sánchez Núñez. Editorial: El carro de la nieve. Año de edición: 2021
Con este trabajo el autor, Pedro Sánchez Núñez, académico numerario de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, pretende ofrecer una imagen «distinta» de los Álvarez Quintero, no sólo como autores, explica él mismo, sino también como ciudadanos e «intelectuales comprometidos» con la sociedad. El autor quiere defender en su tratado la figura de los hermanos utreranos «ante los distintos desprecios que ellos y su obra han sufrido durante décadas por el tipo de obras costumbristas que presentaban, y la imagen que ofrecían sobre Andalucía».
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Texto publicado en Publishers Weekly en español.
Alfonso Sánchez dirige Homenaje a los Álvarez Quintero desde el 17 de agosto hasta el 11 de septiembre en el Teatro Galileo Quique San Francisco de Madrid. El Patio del Galileocon un espectáculo que es la puesta en escena de los sainetes: El cerrojazo, Fea y con gracia, Filosofía Alcohólica, Sangre gorda y Ganas de reñir.
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