El ganador del concurso de relatos #HistoriasdeAnimales, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, es Laura Pérez Caballero, por el texto Pedrito, premiado con 1.000 euros. Los dos finalistas del certamen, en el que han participado casi 800 concursantes en nuestro foro, son Juancho Plaza y Rosa Ocaña Mejía, que recibirán por su parte 500 euros cada uno.
El jurado de esta edición está formado por los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y la agente literaria Palmira Márquez.
A continuación reproducimos los tres relatos premiados. Gracias a todos por participar.
*******
GANADOR
Autor: Laura Pérez Caballero
Título: Pedrito
Mi abuela ingresó con 92 años en el Hospital Álvarez Buylla de Mieres, sabía que no volvería a salir viva. Toda su vida, desde quedarse viuda a los 54, había tenido gatos. El último era uno de color negro al que llamaba Pedrito y que solo ella podía tocar, pues era muy arisco.
Desde su ingreso, me pidió que me ocupara de que estuviera alimentado, tuviera agua y le limpiara el arenero. Yo lo hacía sin rechistar. No veía nunca al gato, supongo que se escondía de mí, pero me encontraba vacíos los boles de comida y agua y eso me bastaba.
Ella me preguntaba todos los días por él y yo le mentía y contaba que estaba bien, aunque no me permitía ni verle. Cuando en el hospital decidieron que ya no podían hacer más por ella, pidió que la dejaran volver para morir en casa.
Yo me instalé allí con ella y en los últimos días sí que vi al gato, que se pasaba la mayor parte del tiempo en la cama, a los pies de mi abuela, pero que no me permitía ni acercarme a él. Una mañana, mi abuela mi abuela despertó y me di cuenta de que había llegado el momento.
Respiraba con mayor dificultad y deliraba. En sus últimos segundos de vida me hizo agachar junto a ella, en el lecho, su boca pegada a mis labios.
—Ya le he explicado todo a Pedrito. Quiero que te lo quedes tú. Le cogí la mano y la acompañé hasta su último aliento.
El animal, con su pelaje negro y sus ojos amarillos nos observaba desde los pies de la cama.
Yo no le dije a mi abuela que Pedrito jamás querría vivir conmigo. Quería que muriese tranquila, que no sufriera por el futuro de aquel ser al que tanto adoraba.
Después de su entierro volví a su casa cada día, y durante una semana rellenaba los boles de agua y comida, pero ni rastro de Pedrito.
Al cabo de esa semana me acerqué al cementerio. Antes de llegar a la tumba vi un bulto negro enroscado sobre la lápida blanca.
El gato se puso en pie, curvó el lomo, erizó el pelaje e infló la cola. Por un momento pensé que me había vuelto loca, que deliraba como mi abuela aquel último día, porque, de repente, me escuché dirigiéndome al gato:
—Pedrito, ¿qué haces aquí? No te explico todo la abuela antes de irse. ¡Venga, baja, que te vienes conmigo!
Y el felino instantáneamente relajó el cuerpo, saltó de la lápida, se paseó entre mis piernas y comenzó a ronronear.
Desde ese día se lo cuento todo. Le hablo mucho de la abuela y no me altero cuando desaparece un par de días. Solo necesito ir al cementerio y recordarle con dulzura las últimas palabras que le dijo mi abuela para que se vuelva manso y regrese conmigo a casa.
******
FINALISTAS
Autor: Juancho Plaza
Título: Sacrificio
Con su aire de seductor entristecido asalta el gallinero. Sus pies almohadillados se alían con el silencio de la noche, traspasa la frontera de alambre y como un fantasma se cuela en el corral. El gallo duerme con uno de sus ojos siempre abiertos, pero el zorro sabe por qué lado debe burlar su vigilancia. Las gallinas, en lo más profundo de sus sueños, se ven entre sus fauces calientes, entregan el pescuezo a la maestría del donjuán, se dejan arrastrar al oscuro lagar en el que se fraguan los amores imposibles, desplumarse con la voluptuosidad que solo conoce un gigoló. Liberadas de la esclavitud de la puesta cotidiana, del arbitrario revolcón del macho abusador que las fecunda, del cacareo perenne de todas sus hermanas, llega con la aurora la realidad de la vigilia, el quiquiriquí que las despierta de repente y las sume, otra vez, en la rutina de pitas ponederas. No es el hambre la que mueve los pasos del raposo, es el deseo el que alimenta el rapto a la luz de las estrellas. ¿Por qué arriesgarse si no a la pétrea ferocidad del espolón del guardián del gallinero, al desatado furor de su pico resentido, al plomo voraz del aldeano? ¿Por qué no saciar sus apetitos con un ratón perdido en la hojarasca o con las uvas, ya maduras, de una parra? ¿Por qué no asaltar los cubos de basura, bufé libre que le ofrece la extraña generosidad de los humanos? Porque en su alma de filántropo busca el equilibrio, liberar a las sabinas de su cárcel de pienso y antibióticos, esquivar su destino de agua hirviente o pepitoria, ofrecerles un festín, único, de sangre y de lujuria, una muerte digna ejecutada por un amante consumado.
*******
Autor: Rosa Ocaña Mejía
Título: Berso
Había
una vez
un miedito chiquitito
que no paraba de crecer…
Pasaron
1
2
3
4
5
6 semanas
y aquel miedito se convirtió en miedo.
Tengo ocho hermanitos, chiquititos. Acabamos de nacer.
Mi mamá nos mima, nos cuida con muchísimo amor. Nos lame y nos amamanta.
Somos unos cachorritos muy muy felices. Juego con mis hermanitos y duermo.
Duermo mucho.
Comer, dormir, jugar… jugar comer, dormir… ¡Qué felicidad!
Nuestros amos son buenos, acarician a mamá y nos abrazan. A veces, susurran.
Dicen que en casa somos muchos, que no pueden mantener a toda la camada, que mamá es suficiente y que nosotros nos tenemos que ir. Susurran. Escucho y no entiendo. Susurran. Como, duermo, juego. Lloro. Miedito.
En la oscuridad de la noche, luna creciente de gato risón, los amos nos abandonan a mis hermanitos y a mi en la cuneta de un camino cercano a casa. La soledad, el silencio, la oscuridad nos rodean. ¡Guau! El miedo es una enorme bola de nieve que no deja de rodar. Miedo. Miedo. Miedo y más.
En la oscuridad de la noche, luna creciente, unas luces lejanas se van acercando. Un coche se para y se lleva a cuatro hermanitos chiquititos. No sé dónde van, no sé qué va a ser de ellos, sólo sé que no les volveré a ver nunca más. Me quedo con otros cuatro hermanitos chiquititos, y ya sólo somos cinco.
En la oscuridad de la noche, luna incipiente, unas luces lejanas se van acercando. Un coche grande y negro -como la noche- se para. Una mujer de pelo largo y rizado se baja del coche, dice que ha visto a un cachorrito, un perrito chiquitito. Encuentra a mi hermanita y la abraza. Se bajan del coche otras personas, un padre y una madre, dos hijas y un hijo. Son una familia numerosa, igual que éramos nosotros. Se van a llevar a mi hermanita, pero están mirando en la vereda del camino por si hubiese algún perrito más. Les digo a mis hermanos que ladren para que nos lleven a todos, que nos ayudarán a vivir. ¡Guau! ¡Aquí hay otro! ¡Se mueven aquellas matas! ¡Otro! ¡Silencio, parece que ladran más! ¡Otro! Ya no hay más. Sí, escuchad, ¡se oye algo! ¡Guau! ¡Aquí hay otro! Y son -somos- cinco!!!!! ¡Cinco cachorritos chiquititos abandonados! ¡Pobrecitos! ¡Pero qué afortunados han sido de encontrarnos!
Miedito. Nos llevan a una casa grande. Nos limpian. Nos abrazan. Nos dan de comer. Nos abrazan. Más miedito. No sé qué va a pasar ahora, pero confío en esta familia amorosa. Nos miran con ojos chispeantes y nos abrazan. Paz.
En la oscuridad de la noche de esta casa grande y ruidosa hay otras mascotas: tres gatos, dos perros y un guacamayo. Faunia. No creo que puedan quedarse con todos nosotros, somos demasiados. Así va a ser, la hija mediana está difundiendo en sus redes sociales la adopción de unos cachorritos chiquititos abandonados. Rápidamente los amigos y los amigos de los amigos de los amigos responden a la llamada de adopción. Hay muchas personas interesadas en adoptarnos, cuidarnos, querernos. Somos afortunados, aunque es muy muy triste tener que separarme de todos mis hermanos… Somos afortunados, nos habían condenado a morir y ahora tenemos la oportunidad de vivir, de vivir y ser felices en un Hogar.
En la claridad del día, una pareja de enamorados se ha llevado a mi hermano sin nombre, una chica se ha llevado a mi hermana Nala y un chico se ha llevado a Freda. Y ya sólo somos dos: Saturnino y yo. A nosotros también nos quieren adoptar, pero algo está pasando, que no entiendo, y no vienen a por nosotros. Mejor, así puedo disfrutar aquí más tiempo, con esta familia que me hace feliz y a quienes nosotros también estamos haciendo felices. Y estoy con mi hermanito, chiquitito. Comemos, dormimos, jugamos… jugamos, dormimos, comemos. Paz. El miedito se ha convertido en paz. ¡Ojalá que esta paz dure para siempre!
Por cierto, me llamo
Berso.
2.6/5
(36 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: