Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
-así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.
Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.
¡Aguarda, poeta! ¡No temas, ni te impacientes! Goza la calma, ten temple y sigue el consejo del antiguo maestro sevillano, Antonio Machado, que hoy cumpliría ciento cuarenta y siete años. ¡Longevo, eterno! Allá donde se encuentre Machado, ten por seguro que seguirá componiendo, deleitándose con sus Campos de Castilla desde el otro lado, y meditando acerca de Soledades, Galerías y otros poemas. Nuevas canciones, Elogios, La guerra o Juan de Mairena. Con pluma en mano, seguro que observa detenidamente a los que son como él, ¡poetas!, y piensa: ¡qué difícil resulta hoy ejercer! Pero por suerte están las grandes casas digitales, o virtuales, según se prefiera, como esta misma, Zenda, que da visibilidad a la poesía y la mantiene viva cada día. Con nuevos versos, rostros y firmas. Y a esos que se tambalean, que dudan, que no saben si tirar la pluma, el lápiz o el boli bic a la basura rebosante de papeles arrugados, llenas de palabras tachadas, sueltas y sinsentidos, a esos, que son su mayor debilidad, les susurra:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
De padre folklorista, bohemio, nómada, viajero, paseante al fin y al cabo, Machado heredó el marchar de aquí para allá, y se adentró en diversos caminos aunque estos tuvieran más de mil desvíos. ¿Qué importa el destino, la meta o el objetivo? La proeza reside en lanzarse a ciegas y descubrirlo por uno mismo. Como hizo Antonio, poeta que, como su admirado Gustavo Adolfo Bécquer, dejó atrás Andalucía para empezar su nueva vida en la capital, cogido de la mano de Manuel, su hermano, su confidente, su igual. Pero antes de adentrarse en el verso, se atrevió con algo más cercano, más terrenal, la prosa que dejó impresa en La caricatura.
No cabe duda de que Antonio fue un peregrino modelo a quien le daba igual el pueblo o la ciudad donde viviera, llámese París, Soria o Baeza, y aun así siempre retornaba a Madrid. A él sólo le dictaba el rumbo su corazón, y los años que cubrieron la estancia, así como el traslado de Castilla a Francia, llevó el nombre de Leonor, hasta que ésta falleció a raíz de la maldita tuberculosis que, como si de un asesino en serie se tratase, sólo acumulaba muertes. Entonces la pena y el dolor cubrieron a Antonio con un manto tan pesado que en el momento de mayor debilidad, pensó en adelantar su final: “Cuando perdí a mi mujer pensé en pegarme un tiro. El éxito de mi libro [Campos de Castilla] me salvó, y no por vanidad, ¡bien lo sabe Dios!, sino porque pensé que si había en mí una fuerza útil no tenía derecho a aniquilarla”, escribió a Juan Ramón Jiménez. Después de la pérdida, se volvió más introspectivo. Más callado. Más ermitaño. ¿A dónde vas, Machado?, le preguntaban cuando le veían deambular. “A leer y a pasear”, respondía. Y así, avanzando, se sucedieron largos periodos de escritura, de renovación, de poesía filosófica basada en la contemplación e interpretación de lo que está tan afuera como dentro de nosotros: una incógnita, un misterio. “(…) ¿Qué hacer entonces [para resolverlo]? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir (…)”. Matar el tiempo en tertulias y cafés. O reactivar el pecho con el golpe seco que provoca un amante nuevo. En este caso, Guiomar, la mujer a la que tuvo que ocultar por cuestiones de moral.
Finalmente, soplaron vientos de cambio y de guerra, y como él era más republicano que nacional, se fue sin mirar atrás hacia Colliure, donde el triste mar vio expirar a quien más supo aguardar…
Y la próxima vez que te entren las prisas por llegar, ya seas caminante o poeta, sigue otro de los consejos de Machado: “paciencia y humildad”.
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