En un primer momento, Hemingway reprochó a su padre que fuese un cobarde por suicidarse, después desplazó el peso de la culpa hacia su madre por permitirlo. El arquetipo de ser un hombre, alguien incapaz de ser cobarde y suicidarse, le pesó durante toda su obra. Su vida podría resumirse como una huida, pero tropezó con ambas, la cobardía y el suicidio. Antes intentó confundirlas con sus opuestos, hasta que fuesen indiscernibles y la muerte se pareciese a la vida. También intentó que una mujer pudiera confundirse con un hombre.
Al igual que el boxeo puede ser el modo de ocultar el miedo al dolor, la escritura puede convertirse en el modo de disfrazar los temores. El disgusto se diluye si en lugar de suicidarse le dice a su madre que es corresponsal de guerra, eso hizo Hemingway. Aquí aparece la virilidad como personaje que cultivó, aunque añadió un ingrediente más: el amor, que también fue un invento para despistar su conciencia de mortalidad.
Se escribe porque la vida nos mata. La escritura es un ejercicio de supervivencia, aunque a Hemingway no le bastó con la ficción: tuvo que convertirse él mismo en personaje y confundir la vida con la obra. Así, el escritor se convierte en el mentiroso más solvente. El peso del personaje es menor que la gravedad que soporta la persona.
Si se sale vivo del romance con la muerte, uno puede sentirse a salvo, inmortal, y descansar aunque sea por un instante. Hemingway, el vencedor fracasado del suicidio, esperó a la muerte en tres guerras, sobrevivió a peleas, dos accidentes aéreos en un día, cacerías en África e incursiones en el mar. Amar lo que puede matarte es la forma más efectiva de dulcificar el temor y hacerlo transitable, porque la felicidad se escribe con tinta transparente y es la agonía la que atiza el pulso de la trama. Hemingway, el turista de la muerte, disfrazó al suicida pasivo.
En el documental aparecen fotografías de Hemingway vestido de niña. Su madre se divertía travistiendo a sus hijos cuando eran pequeños. La costumbre tuvo que sembrar la fantasía de Hemingway, porque décadas después se convertiría en “Katherine”, y su mujer, Mary, sería “Pete”, así fueron sus juegos sexuales donde, por un momento, Hemingway descansó del peso de tener que ser un hombre.
No hay nada más cobarde que ser un hombre, aceptando todas sus exigencias. Uno de sus hijos fue más valiente que él, y, en lugar de ir a la guerra, se vistió de mujer para asistir a un cine en Los Ángeles. Fue arrestado por travestirse. Los hijos heredan los pecados de los padres, y Hemingway, que triunfó en la literatura, en el reino de la mentira, no pudo devorarlo.
Pocos casos literarios son tan descaradamente temerarios como la vida de Hemingway. No resulta extraña su afición por la tauromaquia, porque los toreros, como él, deben demostrar que son hombres y danzar junto a sus miedos. La muerte o el éxito. En el medio solo queda agazapada una vida anodina, la temida cobardía.
A lo largo del documental llama la atención que fuese incapaz de dormir solo. No puedo juzgar sus temores, desconozco los horrores de la guerra, cuyos fantasmas deben arrinconarse junto a la mesilla de noche. Todos los cadáveres le esperarían al cerrar los ojos. Y las mujeres como antídotos, secretas heroínas que se intercambiaron a lo largo de su vida sin tiempos de luto. Salto de liana lo llaman mis amigos, cuando quieres dejar una relación, pero no lo haces hasta que llega otra persona. En el fondo es una actitud pasiva, como el turismo de trincheras. Hemingway, el maestro de poner a danzar en sus libros a los opuestos, muerte y amor, hombres y mujeres. La página en blanco como capote y las palabras como vestidos que ocultan el sufrimiento.
Si la pasividad formaba parte esencial del arquetipo femenino, Hemingway fue una mujer, esperó a la muerte en sus múltiples manifestaciones, también esperó la aparición de otra mujer para dejar a su pareja. Una vida pasiva disfrazada de actividad, se inventó ser un hombre, lo logró, como él mismo escribió: el escritor es un mentiroso. La mentira del arte nos mantiene con vida.
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