Con la resaca de la Feria del Libro de Madrid y las vacaciones a la vuelta de la esquina, les propongo cuatro lecturas diferentes, cosmopolitas y elegantes que no superan las trescientas páginas y que sin embargo son capaces de alcanzar un tono de inteligencia culta del que últimamente la literatura parece huir. Descansemos por unas semanas de la tiranía de las novelas y viajemos por el mundo del pensamiento: Francia, Italia, Inglaterra y Grecia en banquetes, recuerdos de guerra, música y sueños de una Europa a punto de desaparecer:
El cuaderno negro, de François Mauriac (Fórcola) abre este viaje. Publicado bajo el seudónimo de Forez en el 43, en plena Ocupación, fue escrito por un Mauriac condenado por Vichy a un silencio que él supo transformar en rebeldía participando en la prensa clandestina de la Resistencia. Se trata de un libelo de combate, corto pero denso, apasionado pero lúcido. Mauriac escribirá este Cuaderno Negro en estado de excepción, con la guerra asolando el continente, a medias entre el enfado resistente y cierta melancolía de la devastación. Su voz, una de las grandes voces de la Resistencia, se abre por primera vez al español en una magnífica traducción de Ester Quirós Damiá. Al terminar su lectura uno se pregunta, como el mismo José Carlos Llop en el prólogo: «¿Cuántos Mauriac necesitamos ahora en Europa?»
Alfabeto triestino, de Samuel Brussell (Fórcola) nos lleva a una ciudad casi de ensueño: un viaje literario por las calles de Trieste, lugar fronterizo antídoto contra la idea de capital donde siempre se respiró un aire de diáspora; una ciudad llena de personajes enigmáticos, encantadores y legendarios de la Mitteleuropa, ese viejo continente literaturizado, acaso imaginado solo en los libros, en el que tantos lectores seguimos viviendo. La Trieste de los cafés, los anticuarios, las míticas editoriales, los poetas y los escritores que un día la habitaron: Stendhal, James Joyce, Italo Svevo… Un libro que tiene algo de poema de amor a una ciudad que una vez encarnó el sueño de una Europa exquisita.
John Dowland: La música inglesa en tiempos de melancolía, de Alberto Álvarez Calero (Fórcola). En Inglaterra continuamos este viaje lector intimando con Dowland, uno de los compositores británicos más brillantes del Renacimiento. Su personalidad compleja y depresiva marcó su creación artística, y su origen católico en aquella Inglaterra calvinista supuso para él un peligroso freno (por entonces se perseguía y daba muerte a los católicos). Contemporáneo de Shakespeare (nació un año antes que el Bardo), sus canciones lo han consagrado como un virtuoso del laúd, admirado por importantes mujeres laudistas de entonces, y por supuesto por la reina Isabel I. Espía al servicio de la corte danesa, John Dowland viajaba por aquella Europa del Seiscientos tratando asuntos de política y escribiendo en las brumosas noches del norte las más tristes canciones de amor cortés. Una biografía deliciosa de un hombre y una época fastuosos.
Simposios y banquetes griegos, de Carlos García Gual (Alfabeto). Terminamos donde todo comienza, en Grecia, con estos diálogos de amor, vino y literatura. Qué mejor momento que estas noches interminables de verano para trajinar buen vino y asistir atentos a estos encuentros singulares entre filósofos, poetas y amantes: el banquete de Platón, el de los Lapitas, con Luciano de Samóstata, el de los Siete Sabios con Plutarco, y el de los eruditos con Ateneo de Náucratis. Un marco escénico en el que las charlas eruditas se intercalan con los poemas del vino y la celebración del placer y el amor. Sostiene el profesor García Gual que los autores elegidos, o mejor dicho “anfitriones” de estos banquetes, Platón, Jenofonte, Luciano, Plutarco y Ateneo, vienen a formar un conjunto equilibrado, pues “encontraremos así a los dos discípulos de Sócrates al comienzo, al escritor cínico en medio, y por fin a los dos eruditos, el sabio Plutarco y el minucioso Ateneo”. Bebamos, pues con ellos en estas noches de verano porque, como bien canta Asclepíades en este final que parece hecho para el final de nuestro mundo: “Bebamos, pues no hay ya amor. Luego no queda mucho tiempo. Dormiremos la larguísima noche”.
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