Hay casualidades tan significativas que por fuerza tienen que resultar premonitorias. ¿Cómo explicar, si no, que en la primera reseña que recibe tu novela —o nouvelle, en este caso—, el duende la imprenta haga de las suyas y multiplique el precio de portada hasta cifras desorbitadas?
Y es que la puesta de largo de Barrio, efectivamente, bien merece una tasación generosa. Y sus virtudes, que son muchas, justifican de largo la apuesta decidida de su editor, David Villanueva, absolutamente convencido de haber dado con un autor de fuste para su sello Demipage.
La novela corta —más bien, cortísima— de Barrio sorprende, en primer lugar, por su extensión. Nada hay menos comercial que un volumen de narrativa del grosor de un poemario. Pero después nos sigue sorprendiendo por el universo literario que crea, alejado por completo de modas y actualidades: un exótico país hispanoamericano primero, una ficticia isla española, Macaya, más tarde… Ambas, detenidas en un tiempo indeterminado, en algún momento entre el fusilamiento de Aureliano Buendía y la llegada del hombre a la Luna. Dos mundos sin nuevas tecnologías ni dilemas postindustriales, pero que a cambio comparten lo exótico y lo excesivo. En uno, el de ultramar, el entorno exuberante se traslada al lenguaje e incluso al comportamiento humano, como sucede con la disparatada intrahistoria de las sardinas —no se la pierdan—. En otro, mucho más formal y comedido, se confunden sin embargo deseo y realidad. Pero no nos adelantemos.
Empecemos con Tulita. La protagonista de este singular artefacto literario es sin duda un personaje memorable: de regreso a su España natal, a caballo entre una infancia tropical y una adolescencia volcánica y turbadora, se ve envuelta, por mor de un no tan inocente escarceo juvenil con su primo, en un malentendido de dimensiones cósmicas. O celestiales, más bien, porque lo que cree presenciar una amiga de la familia es nada menos que una aparición divina, con lo que en la ficticia Isla Macaya se desata una fiebre mariana de consecuencias imprevisibles.
A partir de ahí, la inclasificable prosa del escritor juega constantemente con la dilación, el requiebro, la musicalidad. El constante trampantojo. De profuso colorido, preñada de imaginería —exótica, pero también local—, destaca su aliento claramente poético, su búsqueda de la belleza formal, y su clara vocación visual. Bebe sin disimulos del realismo mágico, aunque en el fondo quiera hablarnos de una cotidianidad más que tangible, una sociedad como la nuestra tan ávida de trascendencia y emoción que ansía tanto una catarsis que, a la menor oportunidad, es capaz de comulgar con ruedas de molino. No en vano se diría que ha analizado concienzudamente fenómenos como el de Garabandal, acontecido también en su región de origen.
Advertir, eso sí, que al lector le gustan los meandros, los caminos viejos y jugar al despiste. Si la primera parte del libro se aferra al simbolismo y la pirotecnia retórica, a medida que avanza el relato el realismo va ganando terreno, hasta lograr un resultado absolutamente cautivador, muy alejado del costumbrismo o la poesía pura que, a primera vista, podía esperar el lector.
En definitiva, un más que interesante debut de este cántabro, cosecha del ochenta y dos, fogueado en el mundo del marketing y ahora profesor de escritura creativa en Madrid, que hasta la fecha sólo había dado a la imprenta la colección de relatos Lo que no está (2017), además de mantener Disentimientos S.A., su blog literario.
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Autor: Jesús Barrios. Título: Tan largas las horas. Editorial: Demipage. Venta: Todostuslibros.
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