Jero García (Carabanchel, 1970) es un tío que mola. Su verbo suena con la firmeza del que tiene conocimiento de causa; del que, como escribió su admirado Lope de Vega, lo sabe porque lo probó. Discurre libre de filtros, imposturas y derivados. No los necesita. Y, si bien no exhibe esa no-necesidad de artificios, sí que la transmite de una forma inconsciente y admirable. Campeón de España de boxeo, kick boxing y full contact, entrenador con una vastísima experiencia, presidente de la fundación «FAID-Jero García», expresentador del programa Hermano Mayor, coach, actor, autor de un libro publicado y de otro que está gestándose, Jero, decía, es un tío que mola, y revienta con naturalidad, sin pretenderlo, el cuestionario que llevaba preparado, y empezamos a hablar y a hablar —y a hablar, etcétera— con la grabadora apagada, pero lo que cuenta es tan interesante que la enciendo, pulso el botón de Rec, y que sea lo que Dios quiera. Conversamos en un bar cercano a su palacio, La Escuela Boxeo, en la que, escrito con tiza, podemos leer: “Es una antigua cochera acondicionada que habla en morse al barrio con los golpes a los sacos”. Firma David Gistau.
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—Lo que falta es poder de transmisión a los padres. Creo que la administración, incluso el elenco médico, no está sabiendo transmitir a los padres las herramientas necesarias para poder educar a sus hijos. Y eso es complicado, porque cada vez va a peor.
—¿Por qué cada vez va a peor?
—Por la juventud. Tenemos una juventud completamente anestesiada por parte del hogar. Hay tal falta de formación en los padres a la hora de educar a los hijos, que a los hijos los están durmiendo. Los están haciendo tan débiles, que los están amodorrando. ¿Y por qué? Porque los están sobreprotegiendo. Los padres de ahora tienen mucho miedo. El miedo, como cualquier emoción, se traspasa. Los padres están traspasando ese miedo a los hijos, y estamos creando hordas muy débiles. ¿Y qué pasa? Que eso tiene otra cara B: cuando creas a alguien débil y se nota desesperado, puede reaccionar de tres maneras: o se bloquea, o sale corriendo o se enfada. Ahí es cuando empieza a venir la violencia, porque no hay forma más fácil de reafirmarte en la vida que a través de la agresividad. La agresividad, al final, es un instinto de supervivencia que tenemos el ser humano y los animales. Cuando te sientes desesperado, utilizas la agresividad, y encima, con la gente que tienes más cerca, con la que más te quiere. Y por eso está habiendo tantos casos de violencia de género, de acoso entre iguales y, sobre todo, de violencia ascendente. Hoy he recibido siete mails, y todavía estamos a media tarde, de padres completamente desesperados maltratados por sus hijos. Hace un par de meses, recibí la llamada de un jefe de Policía de una población que no voy a nombrar, pero bastante grande de aquí, de Madrid, y me dijo: “Jero, tío, ¿qué hago? Tengo más denuncias o notificaciones por violencia ascendente”, que es la violencia que insufla un niño a un padre o a un abuelo, “que por violencia de género”.
—¿Ese fenómeno se da más en la ciudad que en el pueblo? No sé cómo juegan los niños de ahora, pero, hace veinte/veinticinco años, los de mi quinta trepábamos por costeras de tierra, nos bañábamos en un río y, si la corriente te arrastraba, te metías por los carrizos y salías con los brazos como tras un encuentro con Freddy Krueger…
—Con lo que me acabas de decir, me acabas de dar la razón. Ese niño tiene más herramientas para la vida porque sus padres no tienen miedo. Es así. No hablemos de gente de pueblo, sino de poblaciones más pequeñas donde no existe el miedo que tenemos en los colegios de la ciudad, en los institutos, con violencia desatada entre bandas latinas, y tal… Los padres están cogiendo miedo a que los niños salgan, incluso, de casa; eso en un pueblo no pasa.
—Conozco a alguna pareja joven que acaba de estrenar paternidad y que trabaja hasta las tantas. El padre o la madre llega hecho pedazos a casa y, para entretener al niño, tenga este dos o tres años, le da el móvil, y a pastar. No tengo ni pajolera sobre psicología, psiquiatría o coaching, pero creo que esa costumbre es tumoral.
—Estoy completamente de acuerdo. Para mí, hay cinco tipos de padres. De estos cinco, cuatro lo hacen fatal, van a crear problemas en sus hijos. Primero, me quedo con el que se preocupa y educa, y educa bien y, sobre todo, con el ejemplo. De ahí sacaremos siempre cosas positivas. Luego, tenemos el que maleduca, el que siempre da mal ejemplo. Tenemos el que no educa, el que deja al niño en manos de la tata o de la abuela. Y no es lo mismo: los padres necesitan tener apego con sus hijos al igual que los hijos necesitan tener apego con los padres. Tenemos también el padre que no está ni se le espera. Y el último, y el más peligroso: el padre helicóptero, el que siempre está sobrevolando alrededor de su hijo. Lo puedes ver, perfectamente, en un parque. Tú te vas a un parque y ves al padre normal que mira a su hijo de vez en cuando, y bien, y luego ves al papá helicóptero, que es el que está detrás del niño para evitar que se caiga. ¡Paquete: deja que se caiga y luego le ayudas a levantarse! Es importante que el niño tenga confianza en que su padre siempre le va a ayudar a levantarse, no que le va a evitar caer. Me voy a una metáfora de la vida del boxeo: te puedes preparar toda la vida para esquivar, pero cuando menos te lo esperes, te va a llegar la hostia. Entonces, prepárate más para encajar que para esquivar. Cuanto más preparado estés para encajar, más aguantarás el palo.
—Con tanto borrego, ¿se está abonando el terreno para el totalitarismo?
—La base del totalitarismo es el aborregamiento de la juventud, es así. Ahora mismo, estamos creando una juventud débil y, posiblemente, es más fácil que se deje llevar por algún indocumentao. Es así, está claro. Cuando una persona se ilustra, estudia, se forma, va a tener un pensamiento crítico, pero si a esa persona la dejamos que navegue por el mundo sin conocimiento ninguno y, sobre todo, sin ningún tipo de protección propia…
—Antes me ha mencionado las bandas…
—Convivo con ellos. En la fundación, tengo de todo. Tengo una amalgama de lo que quieras. Tengo a niños con delitos de sangre. Tengo a niños por los que yo he tenido que ir al juzgado. Y no pasa nada. Todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad.
—Permítame un volantazo: ¿cuál es el primer recuerdo que tiene de su vida?
—Una velada de boxeo en El Pardo.
—Con su abuelo, ¿no?
—Con mi abuelo. Recuerdo a dos hombres sin camisetas, sudorosos, como dos gladiadores.
—Cuando era niño, ¿qué quería ser de mayor?
—Nunca tuve muchas expectativas. Tenía que vivir el presente con mucha atención. Mi mente iba a tanta velocidad que nunca me di un tiempo para pensar lo que quería ser.
—¿Cómo era el Carabanchel del Jero García adolescente?
—Era un barrio bravo, como dicen en México. O quitabas el bocadillo o te lo quitaban a ti. No había más.
—Alguna vez ha mencionado su historial de faltas en los expedientes académico y militar. ¿Alguna que sobresalga?
—A los cinco días de mili, estaba arrestado toda ella. Por golpear al cabo primero.
—¿Cómo supo que tenía TDH?
—Fue a través de un estudio. Yo ya estaba con la Fundación, tenía 36 o 37 años. Siempre había sabido que me pasaba algo, aunque nunca le pusiera nombre. Era consciente de que no iba a una velocidad normal. Empiezo a trabajar la prevención de las violencias, sobre todo, con campañas de bullying, y, en un momento dado, se me acerca una gente que estaba haciendo un estudio. Era sobre campeones olímpicos que habían sufrido bullying. En el cruce de la información, salía que todos eran TDH. Entonces, me empezó a interesar esto, empecé a estudiar, y en la primera conversación que tuve con el neurólogo, que vino al gimnasio, estábamos en el Palacio, me dijo: “Oye, ¿a ti no te han hecho ningún tipo de prueba?”. “No”. Y me pidió una foto. “¿Tienes una foto con doce o trece años?”. Le deje esa foto y me dijo. “Tienes muchas posibilidades de tener TDH”.
—¿Y qué vio en esa foto?
—Porque yo, con doce años, tenía unos abdominales… Es una forma de detectarlo: los niños que, con once o doce años, están superapretaos… Es por los nervios. Yo nunca había caído. Mi mujer me decía: “Cabrón, tú con doce años ya estabas bueno”. (Risas) Es verdad: yo, con doce años, estaba cuadrao. A partir de ahí, a través de la Fundación, yo tengo contacto con grandes psicólogos, como Rafa Guerrero, o Carlos Sánchez Menéndez, son especialistas en TDH. Sobre todo, con el que más he hablado es con Rafa Guerrero. Al final, piensa que el TDH es sintomático. No hay una prueba irrefutable. Al final, en el DSM-5, hay unos determinados parámetros, y si tú concuerdas con esos determinados parámetros, se te diagnostica. Ahora mismo no me acuerdo, pero si hay diez parámetros, y con cinco ya eres TDH, yo tenía como ocho o nueve. El pack completo.
— Fue padre a los 22.
—Sí.
—Y, para usted, esa época, tirando de eufemismo, fue divertida.
—Para mí, sí. Muchísimo. Era un puto salvaje.
— Y, paradójicamente, encontró la paz en los golpes.
—Todo tiene su orden. El primer KO de mi carrera fue cuando nace mi hija. Es lo primero que me hace sentarme de culo. Fue una hostia. Yo digo, Jesús, que la vida son golpes y decisiones. Y las decisiones más importantes que tomas en tu vida siempre son después de cada golpe. Me llevé un golpe, decidí tener a mi hija, decidí casarme y decidí ser una persona responsable. ¿Por qué? Porque esa fue la forma de motivarme a través de esa responsabilidad. La motivación no es hacer las cosas cuando te apetece: la verdadera motivación es hacer las cosas cuando tienes responsabilidad para hacerlas. Esa es la verdadera motivación. Y yo, en veintidós años, jamás estuve motivado… hasta que nace mi hija. Gracias a esa motivación, pude dedicarme a un deporte que ya practicaba, pero que practicaba porque me gustaba pelear. Antes me pegaba en la calle, y luego empecé a pegarme en un ring, pero lo hacía mal. Fui subcampeón de Madrid de peso pesado cuando, de profesional, peleaba de peso medio. Pesaba veinte kilos más. Era un gordo que fumaba, que bebía, pero me gustaba pegarme. Porque me hacía sentir bien. ¿Qué ocurre? Que cuando te das cuenta de que tanto el boxeo como la vida son cosas más serias de lo que tú crees, a través de mi hija, es cuando empiezo a tomármelo en serio. Y es cuando empiezo a tomarme en serio el boxeo y es cuando empiezo a encontrar la paz entre los golpes. Cuando encuentro un lugar, un sitio por el que ir.
—Si tuviera que elegir tres palabras para describirme el boxeo, utilizaría…
—(Piensa) Equilibrio, paz y control.
—¿Por qué colgó los guantes?
—Porque dudé. Hay deportes en los que no se puede dudar: el automovilismo, el motociclismo, el alpinismo, el paracaidismo… si dudas, te matas. Y en el boxeo, también. El boxeo es un deporte peligroso. Yo he subido setenta veces a un ring y considero que me he jugado la vida setenta veces. Por tanto, en ese momento en el que tuve unas determinadas dudas, di un paso atrás. ¿Por qué dudé? Porque llevaba trece años peleándome por todos los rings del mundo. Quince fracturas de nariz. Cicatrices en los pómulos. Cejas tristes, como decimos nosotros. Manos rotas. Y voy a Italia y siento que me roban, que la ilusión de mi vida me la están robando. Pero no pasa nada, puedo continuar, no es por la derrota en sí. Pero, entonces, en la báscula de pesos está mi carrera profesional y la carrera deportiva de la gente que yo ya tengo alrededor. Cuando voy a pelear a Italia tengo veinticinco peleadores a mi cargo. ¡Veinticinco! Entonces, tuve que pensar si dedicarme, realmente, a seguir boxeando o a prepararlos bien.
—¿Cuánto lleva en La Escuela Boxeo?
—El planeta que tengo aquí metido en un garaje, en marzo, ha hecho quince años.
—¿Y cómo llega a los medios de comunicación?
—A través del boxeo. Creo que debería vivir tres vidas para agradecer al boxeo todo lo que ha hecho conmigo. He utilizado el boxeo como palanca en todo. Luego, piensa que yo he tenido mucha rimbombancia por el tema de, desde muy joven, entrenar a niños para sacarlos de la calle. Eso siempre ha sido como muy mediático. Aparte, luego llega un momento en el que encuentro en las artes escénicas otro amante. Yo estoy casado con el boxeo pero encontré en las artes escénicas un amante maravilloso con el que de vez en cuando le pongo los cuernos al boxeo. ¿Por qué? Porque, sin querer, empecé a hacer cosas de especialista, de lucha escénica, empecé a actuar, y yo siempre he sido muy respetuoso. He querido ser el mejor en todo. Entonces, aunque tuviera que decir una frase en cualquier serie o en cualquier cosa, yo quería decirla bien. Y me puse a estudiar arte dramático. Nunca he querido ser actor, ni quiero ser actor ni me considero actor, pero para que cuando me tocara… Yo me dedico a muchas cosas en mi vida, pero si algo quiero es ser el mejor en cada una de las que haga. Sin competencias: el único competidor que tengo en mi vida soy yo. Pero si yo hago una cosa, mañana la tengo que hacer mejor, aunque sea pintar la mona (risas). Ese hambre me ha hecho formarme. Da igual: me he tirado tres años estudiando Historia; cinco estudiando Psicología… Al final, la incertidumbre que me entre la voy a realizar. No por nada, sino por ser mejor que yo mismo.
—No sabía que había estudiado Historia.
—Siempre me ha gustado mucho la Historia. Soy de los que dice que si no conoces tu historia, estás condenado a repetirla. Y lo que empezó oyendo podcasts, yo soy un enamorado de Memoria de un tambor, me hizo estar tres años estudiando, comprando libros, leyendo, formándome… y hubo un momento en el que me conocía todos los reyes de nuestro país. Empecé con la Historia de España y acabé con la de Inglaterra. La primera vez que di una ponencia con José Antonio Marina, me dijo: “Te admiro porque tú eres de los que entrenan”. Y digo: “Sí, sí, en esta vida, todo pasa y todo se entrena”. Y me decía: “Qué razón tienes. Las neuronas, también”. “¿Qué me dices, Jose?”. “Sí, hasta el día que tú te mueras, tú eres capaz de reproducir neuronas si estás aplicando tu aparato cognitivo: aprender, leer, memorizar”. Desde ese día, no hay un día que no me acueste sin haber intentado memorizar algo.
—¿Tiene más influencia ahora, a través de sus redes sociales, que cuando presentaba Hermano Mayor?
—Total. Tengo 800.000 seguidores entre todas. Mira, las redes sociales las utilizo únicamente para trabajo. Lo mío no es una excusa: soy generoso en el esfuerzo de estar porque creo que es una forma de llegar a los jóvenes. Tengo una herramienta que no tienen muchos, que es llegar a los jóvenes a través de las redes sociales. Al final, yo soy ejemplo. Por ser entrenador, por haber sido boxeador, por haber salido en la tele… no sé, por muchas cosas, soy ejemplo de muchos. No puedo fallarles. Y tuve la suerte, o la desgracia, el tiempo lo dirá, de haber estado en un programa de televisión durante bastantes años. En su momento, ayudé a muchas personas. Pero creo que ahora estoy ayudando a más a través de esa divulgación de las redes sociales. Me siento mucho más reconocido por la calle ahora que antes.
—¿Cómo se convirtió en escritor?
—Con incertidumbres. Yo siempre he escrito. He hecho mucha lírica. Siempre me ha gustado mucho la poesía. Me he tirado horas y horas haciendo sonetos, midiendo, tal.
—Ya ha hecho más que algún premio Espasa de Poesía.
—(Risas) Tengo algún soneto publicado. Siempre me ha gustado escribir poesía. De hecho, cuando empecé a escribir prosa, buah, tenía unos líos… Lo que pasa es que mi mujer, gracias a Dios, me ayudó mucho. Creo que fue la más joven en entrar en la Academia de Jóvenes Escritores. Y me animé a escribir El boxeo es vida, vive duro. Me ha valido de terapia. Las tres cosas que más me gustan en esta vida me han servido de terapia: el boxeo, las artes escénicas y escribir.
—¿Cuáles son sus referentes poéticos?
—Yo soy muy de Lope de Vega. Luego, he leído a Bukowski y a Neruda. Pero, quitando a Lope… Las pruebas de sonido las hago recitando “ojos de mayor gracia y hermosura, / que han dado envidia al Sol, color al cielo” (risas). A veces, pregunto a los técnicos: “¿A que es la primera vez que te hacen una prueba de sonido con Lope? Pues ya soy el primero en algo” (risas).
—¿Algún libro que influyera o alimentara su vocación?
—Yo tengo un ídolo y es Pérez-Reverte. El primer libro que se leen todos mis alumnos es El capitán Alatriste. Es el escaparate del español histórico, del guerrero. Incluso mi hijo. A él le gusta mucho el coaching porque al final, lógicamente, el ejemplo siempre abriga. Él, en cierta manera, quiere parecerse a mí. Como yo quería parecerme a mi padre. Entonces, está muy interesado en el tema del coach deportivo, pero le dije: “Primero, El capitán Alatriste”.
—¿Algún libro que ame por encima de todos los demás?
—Soy muy de El capitán Alatriste, de Los pilares de la Tierra, de La potencia de uno, de Bryce Courtenay… Normalmente, leo cosas que me sirvan. Hace mucho que no leo por leer. Me gusta mucho la novela histórica. De hecho, ahora estoy con La sangre de los inocentes, de Julia Navarro.
—¿Y uno que no regalaría ni a su peor enemigo? Mejor dicho: que regalaría a su peor enemigo.
—Manual de resistencia (risas).
—Por cierto, si yo le digo David Gistau, usted me dice…
—Hermano. Valores. Códigos.
—Y talento.
—¡Uf, madre mía! Me quedo con una cosa que dijo Jabois: cuando se levantaba de la mesa, nos dejaba un sentimiento de orfandad. Es de los que no hay. El suyo es, posiblemente, el único teléfono que no he borrado.
—Qué buena es Golpes bajos. Le suena, ¿no?
—Y tanto. Está basada en algún gilipollas de por ahí (risas). Y no me dijo nunca nada. Me dio el libro, y flipé. Yo recuerdo que comíamos y me decía: “Cuéntame cosas”, pero nunca me dijo que estaba haciendo ese libro.
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