Foto de portada: Alejandra Lopez
Felipe II —un hombre frígido que evitaba el sexo— estaba obsesionado con los desnudos de su pintor favorito, Tiziano, al que pidió que realizase un cuadro de lo más erótico, Venus y Adonis. Todos esos lienzos de mujeres con poca ropa fueron un problema años más tarde para un Borbón, Carlos III, un hombre que consideraba el cuerpo humano «pecaminoso e impúdico», que no sabía dónde meter a tanta señora en paños menores que acababa de heredar de los Austria. Afortunadamente, la intervención de Antonio Rafael Mengs salvó de la quema a muchas de esas obras. También Felipe IV tuvo su incidente con las pinturas libidinosas cuando descubrió que Velázquez no gastaba todas sus energías en Las meninas y se distraía en secreto dando pinceladas a La Venus del espejo —como nos contó en su obra teatral el maestro Antonio Buero Vallejo—. Aparte de reyes más o menos mojigatos y de grandes artistas, en esas obras maestras, que cuelgan de las paredes de los mejores museos del mundo, las grandes protagonistas eran las modelos, durante muchos siglos olvidadas, y hoy rescatadas por Teresa Arijón en su brillante ensayo La mujer pintada (Lumen, 2022). Ella, que además de escribir poemas y traducir a otros también ha posado sin ropa en múltiples ocasiones, recupera en su libro a mujeres tan poderosas como la pintora Victorine Meurent, que fue la Olympia de Manet; a Kiki de Montparnasse, la musa de las fotografías de Man Ray; y a Henrietta Moraes, la icónica memoria de Bacon y Lucian Freud. John Berger dijo que «en la historia de la pintura hay unos pocos desnudos a los que no se les aplica la categoría de desnudo, los de las mujeres amadas por los pintores». Teresa Arijón deja de posar para el artista y se mete en su cabeza, y en su corazón, para trazar un lúcido recorrido por el sendero más sensual de la historia del arte.
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—El desnudo puede resultar un contrasentido. Un acto íntimo que se vuelve público.
—Por supuesto, es un acto íntimo con uno mismo o con una misma todos los días. También cuando te desnudas junto a alguien. También hay un desnudo público. Sobre todo, en España, en las playas, por ejemplo. Nosotros todavía en Argentina no tenemos tan naturalizado al cuerpo en ese sentido. El desnudo al que nos referimos, el artístico, sí que se vuelve público. Yo siempre subrayo que es una profesión. Yo viví mucho tiempo de posar, me ganaba la vida haciéndolo. Hay un oficio en ese desnudarse. No existe el pudor que quizás tendrías en otras situaciones más íntimas, porque tu cuerpo ya funciona, en cierto sentido, como un objeto, pero no como una cosa, ¿entendés? Yo estoy en contra de la idea de que el desnudo es una cosificación del cuerpo femenino. Si el cuerpo es objeto de la mirada del artista, o de los estudiantes de arte, y vos también te concibes así, entonces eso se vuelve algo natural. Por supuesto que las primeras experiencias siempre son difíciles; te conmociona la primera vez que posás, porque es la primera vez que esa persona te ve desnuda. Al final se convierte en algo totalmente natural.
—¿El desnudo femenino en el arte puede llegar a ser cancelado? ¿Nos invade una ola de puritanismo?
—Bueno, creo que de algún modo nos está invadiendo una ola de puritanismo, pero espero que no llegue a la cancelación. A mí me parece bien que las cosas se discutan y se levanten todo lo que sea necesario. Me parece espléndido, rico y necesario debatir el tema del desnudo femenino. En el libro, por ejemplo, hablo de mis encuentros con las Guerrilla Girls —me hice amiga de una de ellas—, que fueron conocidas en los años 80 al preguntar por qué había un 80% de mujeres desnudas en el MET y muy pocas artistas, al cuestionar si había que estar desnuda para poder entrar al Museo Metropolitano de Nueva York. Y por supuesto, me parecen bien todas esas visualizaciones. Yo espero que el desnudo no sea cancelado, porque acabaríamos con gran parte de la cultura en la que nos hemos formado. Esa cancelación hace que estemos viendo desde una perspectiva de hoy lo que pasó hace siglos. Yo creo que todo eso se va a ir equilibrando. Pero sí, a mí me interesa muchísimo el debate, que por supuesto es un debate feminista. Yo también soy feminista, y los debates relacionados con las mujeres me parece que son imprescindibles.
—La mujer ha sido representada en la pintura como la buena madre, la perfecta esposa, la mujer seductora y malvada, la mujer moderna… ¿Demasiados estereotipos? ¿Cómo debe ser la visión de la mujer en la pintura del siglo XXI?
—En el siglo XXI la visión debe ser la de la mujer libre, la mujer como ella misma se vea, se perciba y se quiera representar.
—Después de haber rescatado a Clara Peeters del olvido en los últimos años, una nueva artista ha sido reivindicada este 2022, Sofonisba Anguissola, de actualidad en España gracias a la última novela de José María Merino. ¿Cuántas mujeres pintoras, artistas, quedan por visibilizar?
—Yo creo que muchas. Te cito un caso, el de Victorine Meurent, la modelo, ni más ni menos, de la Olympia de Manet, un cuadro, una pintura que revolucionó el desnudo femenino. Cuando las mujeres miran directamente al espectador ya no hay un pretexto, ni religioso ni mitológico, para pintarlas desnudas. Esa modelo también fue pintora, amiga de Édouard Manet, que discutía con ella sobre su manera de pintar porque la consideraba academicista. Él era mucho más revolucionario en sus propuestas. Quizás por eso ella sí que fue aceptada en el Salón de París y él fue rechazado. En su momento ella tuvo cierto reconocimiento artístico, y después, como era una mujer soltera sin descendencia, se retiró de esta profesión, compró un puesto de acomodadora de teatro, con la ayuda de Toulouse-Lautrec, que también era muy amigo de ella. Victorine se retiró a vivir a las afueras de París con otra mujer. Cuando ambas murieron no se sabe qué pasó con sus posesiones. Escribir La mujer pintada me llevó tres años. Al comienzo de la investigación había una sola pintura de Victorine Meurent, y cuando voy a terminar el libro descubro que hay tres óleos más de ella. Hay muchas artistas mujeres por descubrir. Aparte, hay un montón de cuadros que se conservan en colecciones privadas de las que no tenemos conocimiento; dicen que las obras que vemos los espectadores comunes, que asistimos a los museos y galerías es solo un 20% del arte que existe. En los comienzos no hubo tantas mujeres artistas, o que pudieran dedicarse al arte, como las hay ahora. Yo creo que ahora ya estamos en otro plano, en uno de igualdad.
—¿Son necesarios los movimientos que estudian y divulgan el arte con perspectiva de género?
—Yo creo que sí. Por lo que te dije antes, para debatir. Me parece absolutamente necesario. La cancelación me parece algo bastante autoritario; sí al debate, sí a la perspectiva de género, sí a que haya distintas opiniones. Me gustaría que mi libro se viera como objeto de estudio y también de debate. Por ejemplo, lo que pasa con Degas, que era un gran artista, aunque parece ser que era muy misógino, por lo que he podido estudiar de él. En una carta a un amigo, casi con un tono compungido, le confiesa: «Me temo que muchas veces he tratado a la mujer como un animal». Esa comparación es muy brutal, y muy sincera. No creo que haya que destruirlo, que cancelar la obra de Degas, retirarla de los sitios donde está expuesto por ese motivo. Me parece bien conocer estos aspectos de Degas. La perspectiva de género tiene que ampliar la mirada, hacerte pensar cómo fueron las cosas, cómo querrías que fueran y cómo son.
—En este libro vuelca su propia experiencia trabajando de modelo. ¿Cómo fueron esos años?
—Todo empezó cuando era muy jovencita, como una manera de ganarme la vida. Mientras era estudiante. Yo estudiaba teatro, donde el cuerpo es tu instrumento, así te lo enseñan. Prestas tu cuerpo a muchas cosas. No solo al personaje; lo tienes que explorar, conocerlo, saber cuál puede ser su especialidad. La relación con mi cuerpo ya era una relación bastante fluida, lo que me preparó para poder desnudarme y posar. Yo antes de eso me ganaba la vida vendiendo libros. Salía de casa con un bolso lleno de best sellers y se los ofrecía a las personas que me encontraba. Entonces una amiga me comentó la posibilidad de ser modelo. En aquel entonces no había Google, ni Internet ni celulares. Lo que hice fue poner un cartel en una pizarra en la Asociación de Bellas Artes con el número de teléfono de la línea de mi casa. Los artistas te llamaban y te preguntaban por tu disponibilidad horaria y cuánto cobras por hora. También te preguntaban la edad y si tenías experiencia o no. Me llamaban mucho. La verdad es que creo que debo de haber sido una buena modelo porque tuve mucha permanencia en los lugares donde posaba. Con quien más trabajé fue con el pintor realista Juan Lascano, un gran pintor de desnudos, principalmente femeninos. Posé para él más de setecientas veces durante veinticinco años. Durante mucho tiempo fui su única modelo. Y todo se vendió.
—¿De qué pintor le hubiese gustado ser modelo? ¿Freud? ¿Manet? ¿Botticelli?
—(Piensa durante un buen rato) ¿Tengo que elegir solo uno?
—Tienes barra libre.
—(Risas) Me hubiera gustado ser modelo de Lucian Freud, por supuesto. También de Van Gogh. Para ver qué pensaba, y si me quería pintar o dibujar o lo que fuera. (Se vuelve a quedar en silencio). Me viene a la cabeza Matisse, que solo aparece de pasada en el libro, por sus líneas y porque necesitaba ver a la modelo moviéndose antes de pintarla. También me gustaría posar para Clio Newton.
—Hemos hablado de pintura y de mujeres, tanto artistas como modelos. Usted, que ha publicado ocho libros de poesía y ha traducido más de cincuenta, ¿cómo ve el papel de la mujer en la literatura actual?
—Su papel está siendo recuperado por las feministas, pero por las feministas de larga edad. Gracias a ellas, las mujeres, de todas las clases sociales, nos vamos abriendo camino en la vida, en el arte y en la cultura. Las mujeres ahora son también una nueva potencia en la literatura de Argentina. Hay muchísimas mujeres que escriben y que lo hacen de maravilla. Hasta no hace mucho tiempo se decía que las mujeres —yo lo he escuchado decir con estas orejitas que tengo— no sabían escribir. Decían que había dos o tres mujeres poetas que sabían hacerlo, pero no el resto. Ahora bien, todos los varones, casi todos, sabían escribir. Esto lo conté yo hace poco en un debate que hubo en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Y lo dije, sentada justo al lado de una de las personas que sostenía esa teoría hace treinta años, un poeta mayor, que se quedó callado y tuvo que asentir. Ahora, afortunadamente, las mujeres somos una potencia, una cosa muy vital, muy fuerte. Por supuesto, hay buenas y no tan buenas, como entre los varones. Lo interesante es que yo he escuchado eso hace treinta años, y ahora le puedo decir al mismo señor que lo afirmó en un debate público que eso que yo escuchaba cuando tenía veinte años me producía mucha rabia, porque era un sinsentido, una forma de detentar un poder por su parte. Creo que las mujeres somos cada vez más fuertes, y eso me hace muy feliz.
—¿Cuáles son sus próximos proyectos?
—Hay otro libro después de La mujer pintada que ya está contratado… No me animo a anticipar porque es un libro que tiene que ver con la orfandad. Desde una perspectiva móvil, ágil, vital, personal… donde también hay mucha investigación literaria. Será un libro con el estilo de La mujer pintada, mezclando ensayo e historias. Y en poesía tengo un libro pendiente desde hace años, porque yo soy muy lenta para comunicar. Pero existe uno que está esperando para salir, que en un momento se llamaba Poemas del extranjero, pero ahora se llama Poemas por encargo y se publicará con la editorial argentina Hilos.
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