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Hierro ilustrado - Zenda
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Hierro ilustrado

Hierro ilustrado recoge los poemas esenciales de un autor que ya forma parte de nuestra tradición, en una edición que pretende ser no solo una referencia para entender su trayectoria poética y vital sino una completa e inédita noticia de su faceta como artista plástico. Retratos, autorretratos, paisajes y elementos diversos extraídos a golpe de...

Hierro ilustrado recoge los poemas esenciales de un autor que ya forma parte de nuestra tradición, en una edición que pretende ser no solo una referencia para entender su trayectoria poética y vital sino una completa e inédita noticia de su faceta como artista plástico. Retratos, autorretratos, paisajes y elementos diversos extraídos a golpe de mirada germinal sobre lo absoluto y también sobre lo infraordinario conviven junto a sus poemas como lo hicieran en vida de un hombre que amó el mundo, su luz, sus texturas; que se fascinó y nos conmovió desde la humanidad y su palabra.

Zenda adelanta las primeras páginas de esta antología poética ilustrada de José Hierro editada por Nórdica Libros.

***

PRÓLOGO DE FRANCISCA AGUIRRE

JOSÉ HIERRO; UNA PRESENCIA PERMANENTE

Antes de lanzarme a la aventura de dejar sobre el papel algunas reflexiones en torno al poeta y el amigo que fue José Hierro, desearía pedir disculpas a los lectores por semejante atrevimiento. Pero no quiero que piensen ustedes que esto es lo que llamamos «falsa modestia». De ningún modo; en primer lugar porque eso sería algo que mi amigo Pepe no me perdonaría y, en segundo término, porque aunque soy plenamente consciente de que sin duda existen personas más cualificadas que yo para hablar de la obra de José Hierro, no creo, sin embargo, que exista alguien que lo haya querido y admirado más y mejor que yo. Y eso es lo que voy a tratar de explicarles. Voy a contarles quién fue mi amigo, casi mi hermano y, desde luego, mi maestro, sobre todo en literatura, pero también en música, pintura y otros aspectos del arte.

Conocí a Pepe allá por los años cincuenta y tantos, cuando él dirigía la tertulia literaria en el Aula Pequeña del Ateneo. Y tanto mi entonces novio, Félix Grande, como yo nos hicimos asiduos no ya de la tertulia, sino de la persona que era Pepe. Porque Pepe, señoras y señores, constituía él solo todo un poema. Oírlo hablar era mucho mejor que ver una película; escucharlo recitar a Juan Ramón Jiménez, a Quevedo, a Lope era como descubrir una verdad oculta. Pepe era lo uno y lo otro, lo lejano y lo cercanísimo. Cuando hablaba de música se nos ponía a todos la carne de gallina.

Les he dicho al principio que me da cierto reparo hablar de un ser tan múltiple y al mismo tiempo tan cercano y, sin embargo, hablar de él es para mí casi una obligación. Y digo esto porque sé que prácticamente nadie quiere correr el riesgo de explicar lo inexplicable. Y Pepe nos parecía inexplicable. Porque era al mismo tiempo un rey y un mendigo, un enamorado y un libertario, un crítico feroz y un asceta que lo entiende todo. Pepe era un revolucionario, un defensor de las libertades y alguien tan sumamente libre como para defender a Ezra Pound. Para sentir dolor por la pérdida de unos posibles escritos de Pound.

He conocido pocas personas tan enamoradas de la vida como él. Era el permanente enamorado. Pepe lo amaba todo: el mar, la tierra, los cielos, las mujeres, los animales. Y por eso a mí me gustaría explicarles a ustedes la identidad de ese encantador de serpientes que conocemos con el nombre de José Hierro.

Porque no es fácil saber quién fue aquel hombre, aquel extraordinario poeta, aquel músico, aquel pintor, aquel ebanista, aquel albañil. Aquel ser al que nada humano le era ajeno. Sobre todo porque ya que él en cualquier terreno artístico era la pura exigencia, no podemos nosotros acercarnos a su persona y a su obra sin esa misma exigencia. Porque José Hierro era eso que de forma trivial la gente denomina un demócrata. Nada menos. Vivió toda su vida de frente, acorde con la moral, acorde con la música del humanismo. Pepe siempre vivió dentro de ese tono maravilloso que llamamos moral, o como dirían los flamencos: siempre a compás.

Pero el caso es que cuando se trata de lo excepcional hay una cierta predisposición a la grandilocuencia que acaba recordándonos el teatro. Y por eso yo quería dibujar para ustedes la persona del artista que fue José Hierro. Alguien a quien entusiasmaban las plantas, los helechos, los ficus. Un entusiasta de la cocina, un enamorado del mar. A Pepe le gustaba la vida y sus contrasentidos. Le gustaban los animales. Le gustaban los niños, los suyos y los de los otros. Y le gustaba hablar y vivir. A Pepe le encantaba vivir. Todo lo suyo era también lo nuestro. Llegábamos a su casa como a la nuestra.

No he conocido a nadie tan consciente de lo que era vivir. Y con esa consciencia escribía. Escribía sobre lo vivo y sobre lo muerto. Escribía sobre el amor y sobre la desdicha, sobre el trabajo y sobre la injusticia. Pasó frío con los andaluces y cruzó el océano para conocer la tierra en la que nació Walt Whitman. Félix, Guadalupe y yo lo oímos reír muchas veces en nuestra casa. Nos parece mentira no poder seguir viéndolo todos los días.

FRANCISCA AGUIRRE

Marzo de 2012

PRÓLOGO DE LUIS ALBERTO DE CUENCA

Se cumplen diez años desde que Pepe Hierro nos dejó y noventa desde que vino al mundo. El Centro de Poesía que lleva su nombre, auspiciado por la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de Getafe y dirigido por una de las nietas del poeta, Tacha Romero Hierro, ha decidido celebrar a lo grande ese aniversario. Uno de los frutos palpables de tal celebración es este hermosísimo libro editado por Nórdica, en el que se dan cita el Hierro poeta y el Hierro artista plástico, a mayor gloria de nuestros ojos, que lo recorren iluminados por su belleza. Tuve la suerte de coincidir innumerables veces con Pepe Hierro, y en todos nuestros encuentros hubo algo que los hicieron memorables, como si las muchas ocasiones en que, a lo largo de los años, disfruté de su compañía, estuviesen marcadas con letras de oro en mi calendario. Sigo sin hacerme a la idea de que nos ha dejado, porque su presencia era demasiado notoria y manifiesta, demasiado real (como su segundo apellido), como para que las servidumbres que depara la muerte difuminen ni un solo ápice su perfil en la imagen que de él conservo. Y de su poesía, qué decir salvo «¡Gracias!» con voz rotunda y verdadera. Tenía un oído portentoso, en la línea de su admirado Lope de Vega, a quien compartíamos como poeta favorito. Hablaba claro. Se entendía siempre lo que decía desde el primero hasta el último de sus versos, sin que tuviera por ello que renunciar al contagio con el misterio, tan importante en poesía, porque lo misterioso no se identificaba nunca en él con lo hermético, sino con las preguntas en el aire que jalonan la vida de los hombres. He leído en voz alta a Pepe Hierro desde que tengo uso de razón, y su lectura me ha ayudado precisamente a no extraviarme por el —en apariencia— recto camino de la mera razón, aportándome sentimiento, humanidad, emoción a manos llenas. Hoy, con motivo de esta nueva y preciosa antología de su arte pictórico y poético, vuelvo a experimentar la sensación de que haber conocido de cerca al hombre y haber leído con devoción al poeta supone para mí un privilegio fronterizo con el milagro.

LUIS ALBERTO DE CUENCA

Madrid, 13 de marzo de 2012

TIERRA SIN NOSOTROS (1947)

Despedida del mar

Por más que intente al despedirme
guardarte entero en mi recinto
de soledad, por más que quiera
beber tus ojos infinitos,
tus largas tardes plateadas,
tu vasto gesto, gris y frío,
sé que al volver a tus orillas
nos sentiremos muy distintos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.

Este perfume de manzanas,
¿de dónde viene? ¡Oh sueño mío,
mar mío! ¡Fúndeme, despójame
de mi carne, de mi vestido
mortal! ¡Olvídame en la arena,
y sea yo también un hijo
más, un caudal de agua serena
que vuelve a ti, a su salino
nacimiento, a vivir tu vida
como el más triste de los ríos!

Ramos frescos de espuma… Barcas
soñolientas y vagas… Niños
rebañando la miel poniente
del sol… ¡Qué nuevo y fresco y limpio
el mundo!… Nace cada día
del mar, recorre los caminos
que rodean mi alma, y corre
a esconderse bajo el sombrío,
lúgubre aceite de la noche;
vuelve a su origen y principio.

¡Y que ahora tenga que dejarte
para emprender otro camino!…
Por más que intente al despedirme
llevar tu imagen, mar, conmigo;
por más que quiera traspasarte,
fijarte, exacto, en mis sentidos;
por más que busque tus cadenas
para negarme a mi destino,
yo sé que pronto estará rota
tu malla gris de tenues hilos.
Nunca jamás volveré a verte
con estos ojos que hoy te miro.

***

Canción de cuna para dormir a un preso

La gaviota sobre el pinar.
(La mar resuena.)
Se acerca el sueño. Dormirás,
soñarás, aunque no lo quieras.
La gaviota sobre el pinar
goteado todo de estrellas.

Duerme. Ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
No hay más que sombra. Arriba, luna.
Peter Pan por las alamedas.
Sobre ciervos de lomo verde
la niña ciega.
Ya tú eres hombre, ya te duermes,
mi amigo, ea…

Duerme, mi amigo. Vuela un cuervo
sobre la luna, y la degüella.
La mar está cerca de ti,
muerde tus piernas.
No es verdad que tú seas hombre;
eres un niño que no sueña.
No es verdad que tú hayas sufrido:
son cuentos tristes que te cuentan.
Duerme. La sombra toda es tuya,
mi amigo, ea…

Eres un niño que está serio.
Perdió la risa y no la encuentra.
Será que habrá caído al mar,
la habrá comido una ballena.

Duerme, mi amigo, que te acunen
campanillas y panderetas,
flautas de caña de son vago
amanecidas en la niebla.

No es verdad que te pese el alma.
El alma es aire y humo y seda.
La noche es vasta. Tiene espacios
para volar por donde quieras,
para llegar al alba y ver
las aguas frías que despiertan,
las rocas grises, como el casco
que tú llevabas a la guerra.
La noche es amplia, duerme, amigo,
mi amigo, ea…

La noche es bella, está desnuda,
no tiene límites ni rejas.
No es verdad que tú hayas sufrido,
son cuentos tristes que te cuentan.
Tú eres un niño que está triste,
eres un niño que no sueña.
Y la gaviota está esperando
para venir cuando te duermas.
Duerme, ya tienes en tus manos
el azul de la noche inmensa.
Duerme, mi amigo…

Ya se duerme

mi amigo, ea…

—————————————

Autor: José Hierro. Título: Hierro ilustradoEditorial: Nórdica Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Luisnavarrovaldivielso@hotmail.com
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2 años hace

Re- emocionante la evocación a esa persona que físicamente rememora a más a un leñador canadiense que a un poeta e interiormente a quien observa la vida, la comparte y la disfruta. Gloria en su centenario igual que lo fue su aportación literaria

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