En Patria, de Fernando Aramburu, predominan dos olores, el del pescado rebozado y el de la mezcla de gasolina y neumáticos ardiendo. De esa dualidad surgen dos tipos de lectores, aquellos que sólo encuentran familiar el primero y los que tenemos la memoria fijada por dos tipos de humo, el que sale de la sartén y el de los autobuses calcinados. Afortunadamente los de este segundo grupo somos minoría.
Para aquellos a quienes chirría profundamente el mal uso del condicional, la novela es una puerta a la comprensión de un mundo duro y anómalo en el que pueden sumergirse gracias al recuerdo de una paella aceitosa en un mediodía de domingo, cuando el fútbol se jugaba siempre a las cinco de la tarde.
Los que leemos con normalidad la ausencia del imperfecto del subjuntivo nos vemos atrapados por la novela de un modo distinto, podemos hasta asustarnos al descubrir que nuestros ojos ven en cada página un ejercicio de costumbrismo, un reflejo de un día a día que nos llegó a parecer normal.
Afortunadamente el olor a las anchoas rebozadas ha acabado siendo el dominante, hay generaciones que no podrán describir con facilidad el tufo que deja el caucho ardiendo. Pero que no se nos olvide que algunos tenemos recuerdos fijados en la memoria a través del olor de ese humo tan negro. Para eso sirve también Patria, para tirar a la basura la palabra «normal» y recordarnos que somos capaces de acostumbrarnos y asumir como habitual la realidad más desquiciante.
Echo de menos que el fútbol se juegue siempre los domingos a las cinco de la tarde.
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