Writers take sides
Uno de los libreros londinenses que suelen conseguirme rarezas me ha hecho llegar estos días dos raros panfletos poco o nada conocidos y que, por su valor histórico y por lo que nos toca, quizá vale la pena glosar. Uno, de junio de 1937, se titula Authors take sides; el otro, de mayo de 1938, Writers take sides (Los escritores toman partido); ambos contienen los resultados de la misma encuesta, hecha, respectivamente, a los escritores británicos y norteamericanos y consistente en dos preguntas: «¿Está usted a favor o en contra de Franco y el fascismo?» y «¿Está usted a favor o en contra del Gobierno legítimo y el pueblo de la España republicana?». No hace falta decir —o sí— que la inmensa mayoría de los consultados apoyan a la República y se oponen a Franco (en el panfleto americano sólo hay una autora, Gertrude Atherton, a favor de éste; entre los británicos, nada más que cinco). Bajo el epígrafe interrogativo ¿Neutrales? figuran unos pocos, incluidos quienes, como el poeta E. E. Cummings, se limitaron a devolver el cuestionario sin contestación. La mayoría de los nombres presentes (quinientos sesenta y seis sumándolos todos) son hoy totalmente desconocidos hasta en sus propios países, y la mayor parte de sus respuestas son anodinas e intercambiables. Algunas de grandes escritores son asimismo mecánicas o para salir del paso. No tenían por qué ser de otro modo, pero leídas más de medio siglo después decepcionan un poco. Así, William Faulkner se muestra soso: «Deseo sinceramente dejar constancia de que me opongo inmutablemente a Franco y al fascismo, a todas las violaciones del Gobierno legítimo, y a los ultrajes contra el pueblo de la España republicana». Con todo, queda algo por encima de su compañero de generación, el siempre jactancioso Hemingway: «Simplemente como cualquier hombre honrado, estoy en contra de Franco». Dashiell Hammett siente cierta perplejidad ante las preguntas, pero las contesta: «Me resulta muy difícil creer que nadie pueda aún tener dudas sinceras respecto a Franco y el fascismo, por separado o en equipo». Sherwood Anderson, el maestro de Faulkner, es más expeditivo: «Ya lo creo que estoy contra todos los malditos fascistas y cualquier otra clase de dictadores». Sin embargo, los que empiezan diciendo «Of course…» parecen insinceros y causan hoy mal efecto, la boca llena.
Entre los escasísimos partidarios de Franco cabe destacar —ay— a un escritor que admiro, el autor galés de cuentos de terror Arthur Machen (quizá era consecuente en sus gustos): «Mr. Arthur Machen presenta sus respetos y ruega que se informe de que está, y siempre ha estado, enteramente a favor del general Franco». De los cinco británicos franquistas sólo hay otro, Evelyn Waugh, más conocido hoy que entonces gracias a su televisivo Retorno a Brideshead: «Sólo conozco España como turista y lector de periódicos. La legitimidad del Gobierno de Valencia no me impresiona más de lo que impresiona a los comunistas ingleses la legitimidad de la Corona y el Parlamento. Creo que era un mal Gobierno, que se deterioraba rápidamente. Si fuera español estaría luchando a favor de Franco. Como inglés no me encuentro en el apuro de elegir entre dos males. No soy fascista ni me haré tal excepto si fuese la única alternativa al marxismo. Es malvado insinuar que tal elección sea inminente».
Los partidarios de la República, sin embargo, rara vez resultan brillantes; muchos tan sólo se adornan con sus respuestas, como tantos hoy que hablan enfáticamente de Bosnia; a menudo suenan cursis y falsos, como el escritor indio Mulk Raj Anand, que empieza así: «Toda la verdad de mi ser, toda la intensidad de la pasión de que soy capaz me impele a deciros que…». El famosísimo mandarín crítico Cyril Connolly, tras una seria advertencia contra la estupidización de la raza humana, concluye parcial e interesadamente: «Los intelectuales primero, casi antes que las mujeres y niños». En cuanto a Arthur Koestler, hace una puntualización muy linda: «Otras guerras consisten en una sucesión de batallas; ésta es una sucesión de tragedias, con el pueblo español como víctima». La respuesta del crítico de arte Herbert Read es sin duda la de un alma bella: «En España, y casi sólo en España, aún existe un espíritu de resistencia frente a la tiranía burocrática del Estado y la intolerancia intelectual de todos los doctrinarios. Por esa razón todos los poetas deben seguir el curso de este combate con abierto y apasionado partidismo». También, claro está, hay contestaciones inteligentes y razonadas dentro de ese apasionamiento requerido y por lo general cumplido, como las del poeta Auden o Ford Madox Ford, autor de una de las mejores novelas del siglo, El buen soldado. Pero a la postre, y en la distancia, quizá las más simpáticas y llamativas sean las de dos escritores bien distintos entre sí: la del viejo Aleister Crowley, el satanista, la Gran Bestia (su propio apodo), el hombre más malvado de su tiempo según él mismo y muchos otros, que respondió: «Haz lo que quieras será la totalidad de la Ley. Franco es un vulgar asesino y pirata: debería colgar de cadenas en el Muelle de las Ejecuciones. Mussolini, el asesino secreto, seguramente peor. Hitler puede resultar ser un profeta; el tiempo juzgará. El amor es la ley, el amor bajo la voluntad». La otra es la del joven Samuel Beckett, que se limitó a exclamar: «¡ARRIBALARREPÚBLICA!»* (Su maestro James Joyce, dicho sea de paso, no aparece por ningún lugar.)
Con frecuencia se echa hoy de menos a los intelectuales comprometidos de los años treinta. A la vista de estas encuestas que nos conciernen, no sé si tan gran nostalgia está muy justificada. Lo que quizá no lo está en absoluto es que casi sesenta años después una de las formas triunfantes y favoritas del periodismo sea seguir sometiendo a cuestionarios entontecedores a todo el mundo.
* «UPTHEREPUBLIC!», que también podría entenderse como «¡EL PÚBLICO AHÍ ARRIBA!», o como, casi, «¡EN PIE PÚBLICO!».
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Artículo de 1995, recogido en el libro de Javier Marías Literatura y fantasma (Alfaguara). Venta: Todos tus libros y Amazon.
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