Este artículo supone volver a abrir una época de mi vida que estaba prácticamente clausurada. Para mí escribir este texto, como también lo fue el que hice sobre Sabina, ha sido realizar una especie de trabajo arqueológico, arqueológico del alma, aunque es muy cierto que en todos estos años yo no haya dejado de escuchar las canciones de Bruce Springsteen, o de otros cantantes y músicos que tanto me acompañaron en otras épocas de mi vida. Pero la música, debo reconocerlo, ha estado en un plano más secundario.
Busco a Bruce Springsteen en mi vida, y en ella, buscándolo a él, creo encontrar la vida del lector, al propio lector. Hay algo generacional en mi artículo, algo propio de mi generación y de otras generaciones, mayores y menores, algo que debo reflejar de alguna manera, y esto también latía en el texto que he publicado sobre Sabina en Zenda hace poco.
Cuando apenas era un adolescente compré una colección de cintas de Bruce Springsteen en Londres y se la regalé a mi hermano mayor, Nicolás. Lo cierto es que luego yo también tuve ocasión de disfrutarlas. Debía de ser toda su discografía hasta ese momento.
Luego compré, con unos 16 años, dos discos que lanzó al mismo tiempo, lo que yo creo que no era frecuente: Human Touch y Lucky Town. Recuerdo muy bien la circunstancia que rodeó la compra de estos discos. Yo estaba en tercero de BUP. Por primera vez había suspendido algunas asignaturas y tuve que estudiar más en serio, o directamente en serio.
Recuerdo que mi padre estaba muy preocupado, y me contó en nuestra misma calle la parábola de los talentos, algo que debía de reflejar muy bien su preocupación, ahora que lo pienso. En fin, yo entendí el mensaje y me puse a estudiar todas las tardes, muy responsablemente. La música fue mi mejor aliada, porque la radio me acompañaba en el estudio y hacía que todo fuera más ameno. La tenía sonando todo el rato.
Recuerdo que como escuchaba los programas de música estaba al día de los lanzamientos musicales. Fue así cómo compré el “nuevo” disco de Paul McCartney —creo que era Off the Ground, 1993—, y estos dos discos de Bruce Springsteen. Todavía los tengo. Para escribir este artículo he abierto el armario donde guardo los discos y he sacado los de Springsteen y también algunos otros de esta época, como Money for Nothing, de Dire Straits, que también compré con gran ilusión, o Descanso dominical, de Mecano, anterior —tenía doce años cuando lo adquirí—, pero que también me hizo mucha ilusión.
Insisto: la música me ha acompañado siempre mucho, al estudiar, al leer, al escribir. Al vivir. Tuve mi época, larga, de música clásica, antes de esta de la que estoy hablando ahora, porque estudié música en el colegio, en primero de BUP, y los discos de Musicalia de mi padre me servían para preparar la asignatura, o para disfrutarla, mejor dicho. Pero sigo escuchando mucha música clásica.
Aparte de estos discos de Springsteen teníamos en casa Tunnel of Love, y yo luego, mucho más tarde, compré un CD con sus Greatest Hits, que todavía conservo y escucho. Recuerdo que este CD estaba de oferta en El Corte Inglés y que lo compré con dinero que gané dando clases de Lengua Española. Pero eso sucedió hace tan sólo unos años, aproximadamente en 2016. Cómo pasa el tiempo.
He escuchado muchas veces las canciones de Springsteen. Lo sigo haciendo. Una reflexión importante que hago ahora sobre sus canciones, algo quizá muy simple y sencillo, es que hay que entenderlas. Me temo que si no se entienden las canciones, las letras, fundamentalmente el idioma, no se entiende nada, o muy poco, se disfruta mucho menos. Ése es mi caso al menos.
Durante mucho tiempo yo no entendí las canciones, como si no me importara, o no me importara lo suficiente. Cuando entendemos las letras las canciones se iluminan —la vida se ilumina, en realidad— por su belleza y profundidad. Las canciones de Springsteen, en buena parte al menos, por lo que veo, son historias, historias de la vida, sentimientos… y si sólo escuchamos la música no nos llegan con toda su potencia, con toda su hondura. En fin, a mi juicio, no hay comparación.
Llevo unos días inmerso en sus canciones, y mientras voy leyendo Born to Run (Penguin Random House, 2016), su precioso y muy trabajado libro de memorias, completando lo uno con lo otro. Es lo que estoy haciendo, con lápiz y papel, subrayando.
Bruce Springsteen atiende en su libro a lo grande y a lo pequeño, pero el lector se da cuenta de que lo pequeño es importante, tan importante quizá, o más, que lo aparentemente más grande, y que por eso el autor lo incluye. Esto le da una autenticidad al libro, una gran intimidad, así como un potente tono literario. En el tono directo y sencillo del libro el lector identifica a Springsteen, su firma de músico, de persona y en este caso de escritor.
Born to Run se siente, al leerlo, que es un libro salido de las entrañas de Bruce Springsteen, de su propia alma. Se advierte que es un libro muy elaborado por el artista, durante años, durante siete años según dice el propio Springsteen.
Gracias a este texto que escribo ahora rememoro la época en que compraba discos y yo era muy fan de la música, aunque he llegado a la conclusión, verdadera conclusión, de que lo sigo siendo, de que nunca he dejado de serlo.
En el artículo sobre Joaquín Sabina que publiqué hace unas semanas toco este tema. Escucho música todos los días; es una gran compañera de mi vida. Si lo pienso, aunque yo le preste menos atención en estos últimos tiempos, tal vez sea tan importante como la literatura, aunque yo no hago música, y nunca me he planteado hacerla. En fin, se puede decir claramente que la música cumple una función muy importante en mi vida, una función que va mucho más allá del entretenimiento o relajación. Estoy seguro de que lo mismo les ocurre a muchas personas, y a muchos lectores de este texto.
En cada etapa de mi vida, desde temprano, hay un disco de Springsteen (como lo hay de Dire Straits, de Mecano…), y están presentes sus canciones, su figura, en los medios de comunicación, desde muy pronto, que yo recuerde.
Digamos que Springsteen está en mi vida antes de que yo lo escuchase, o lo siguiera conscientemente, y esto tal vez sea una seña de los grandes fenómenos. Los grandes fenómenos flotan, pienso yo, en el ambiente, se mueven en él, antes de llegar a ti. Y luego entran en tu vida con enorme fuerza, para quedarse, aunque tú muchas veces no lo adviertas.
Ahora me doy cuenta de que Bruce Springsteen es tremendamente famoso desde bastante pronto. Él dice que lo es desde Born in the USA, disco que se publicó en 1984. Habla de esto en un capítulo de Born to Run: “El gran éxito” (p. 359).
Bruce Springsteen está en nuestra vida. Forma parte de ella. A este tipo de persona no la conocemos personalmente, o lo normal es que no la conozcamos personalmente, pero nunca diríamos que no la conocemos, y mucho menos que nos resulta indiferente. A Bruce Springsteen, a Bruce, como se le conoce muchas veces, o El Jefe, lo conocemos por sus canciones, por sus conciertos y por su libro de memorias, ahora, tan revelador, entre otros testimonios de vida. Sus palabras y su música están ya entretejidas con nuestra memoria, con toda nuestra existencia, con nuestros sueños, y es posible que ya forme parte de lo que conocemos como el inconsciente colectivo. El de hoy, el de varias generaciones.
Cuando lo veo interpretar en un concierto la canción «Born to Run» hay una palabra me viene rápidamente a la cabeza: fuerza. Aquello tiene una fuerza muy grande, y me parece que esa fuerza viene sobre todo de Bruce Springsteen, y que su éxito en todo el mundo, y todo lo que estoy diciendo en este artículo, y muchísimo más, proviene de esa fuerza, de él mismo.
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