Desconocemos el nombre de la protagonista de Mamut (Literatura Random House, 2022), título que cierra la trilogía de Eva Baltasar (Barcelona, 1978) tras Permafrost (2018) y Boulder (2020), publicados por la misma editorial, pero sí sabemos que tiene veinticuatro años, que vive cerca de un zoológico y que se mantiene con empleos efímeros y alquilando habitaciones de su amplia vivienda. Una vida aparentemente similar a la de cualquier joven urbana excepto por los dos fuertes impulsos que la motivan: el deseo de gestar un hijo por su cuenta y riesgo, y el de escapar de la ciudad. Y con la persistente embestida de un auténtico mamut prehistórico logra sus objetivos. Baltasar narra el duro trasplante desde el asfalto a la tierra de esta voluntariosa mujer con su prosa exquisita traducida magníficamente por Nicole d’Amonvill Alegría. En sólo un centenar de páginas describe con un lenguaje sobrio de gran belleza poética el tránsito de una vida de cómoda vacuidad o a otra de plenitud con las mínimas necesidades cubiertas, bajo la mirada de un pastor anónimo y de un perro que sí tiene nombre, Toc toc.
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—¿Qué sensación tienes al acabar un proyecto al que has dedicado seis años?
—Muchísima paz y una gran satisfacción. Tengo la suerte de publicar en una editorial que respeta mis tiempos, y pude trabajar cada novela del tríptico a mi ritmo, tanto a nivel argumental como a nivel lingüístico. Ahora ya estoy metida en otra novela.
—¿Cómo combinas lírica y prosa?
—No siento que abandone la poesía al escribir prosa. Y eso sin hacer prosa poética. Diría que trabajo el lenguaje de la misma forma, buscando el ritmo, la musicalidad, creando imágenes, etcétera. Vengo de escribir una poesía muy íntima y confesional, y el hecho de crear un personaje en una novela me parece algo muy sanador por el hecho de salir de la burbuja del yo.
—El sexo, la homosexualidad, distintos tipos de maternidad, la incomunicación… son algunos de los hilos que conectan los tres relatos. ¿Alguno más?
—La incomodidad de vivir en la sociedad que nos ha tocado, por un lado, y que constantemente estamos ayudando a co-crear, por el otro. La intemperie, la fragilidad del yo atrapado en las relaciones mercantilistas que lo copan casi todo. Y la soledad, la importancia de la soledad como requisito para el autoconocimiento y para alcanzar cierta paz.
—¿El gran éxito de Boulder, publicado en plena pandemia, te impuso presión a la hora de proseguir la trilogía?
—No. Escribo con absoluta libertad, para mí, sin pensar en el lector, y esto me libera de cualquier tipo de presión. Sé que si luego la novela gusta será fantástico y estaré muy agradecida, pero que si no gusta al menos tendré la paz de haber escrito lo que realmente quería escribir. Esto no me lo quita nadie.
—Creo que empezaste a escribir novela por sugerencia de tu terapeuta. ¿Te ha ayudado la prosa a poner orden en la mente?
—Me ha ayudado a conocerme mejor. A través de la escritura me descubro, encuentro palabras para lo que solo eran emociones, miedos, incomodidades. Más que ordenadora, resulta muy reveladora.
—Vivimos en cárceles de miedos, seudoseguridad de pago y pega, y supermedicación. ¿Nos estamos haciendo cada vez más débiles como especie?
—Diría que más bien nos estamos llevando a la extinción. Por fortuna para el resto de fauna y flora del planeta, a las que arrasamos sin contemplación.
—De las tres mujeres que protagonizan la trilogía la protagonista de Mamut parece la más fuerte, la que consigue plenamente sus objetivos.
—Sí, es la única que decide dar el paso y salir de la zona de malestar en la que vive. Hay un desnudamiento de la protagonista, conforme marcha de la ciudad y empieza a identificarse con los bosques. El desnudamiento material es evidente, ya que descubre que puede vivir prescindiendo de muchas cosas, porque al fin y al cabo solo necesita un techo, algo de comida y leña para calentarse. Pero sobre todo hay un despojamiento de etiquetas y una gran liberación: la de las miradas y juicios de los demás. Creo que en gran medida nos educan para complacer y dar respuesta a las expectativas que los demás tienen sobre nosotros, y eso impide a mucha gente vivir en coherencia con su ser más interno.
—La mujer de Mamut es una experta en gestionar la soledad. ¿Por qué crees que hay tanta gente que se siente sola en estos tiempos de intensa interacción virtual?
—Podría ser porque los encuentros virtuales no son reales y, en muchas ocasiones, carecen de sentido.
—Permafrost, Boulder y Mamut. Los tres títulos tienen resonancias atávicas, como si quisieras reivindicar la fuerza de las primitivas hembras de la especie antes de ser encorsetadas por la civilización.
—No me lo había planteado así. Pero soy una escritora muy inconsciente, o sea que tal vez haya algo de ello por ahí. Conscientemente, son tres palabras de un mundo geológico duro, arcaico y desgastado, que para mí simbolizan a tres mujeres muy consistentes, a pesar de sus contradicciones.
—En algunos pasajes Mamut recuerda a Intemperie, de Jesús Carrasco. Personajes anónimos y una especie de desnudez anecdótica con predominio del paisaje. ¿Por qué no bautizas a las protagonistas?
—Porque me identifico plenamente con ellas, al escribir, y bautizarlas supondría alejarlas de mí. Y porque, de nombrarlas, lo haría con los títulos que las designan.
—La figura del pastor llena de claroscuros tiene una gran potencia y fuerza simbólica.
—El pastor es la encarnación de su territorio. Representa ese territorio, su particular moralidad, frente a la moralidad llena de tentáculos e hipocresía de la ciudad.
—Esa hipocresía se plasma en la peculiar matanza de los gatos abandonados. Muchos lectores te reprocharán por esas páginas.
—De momento no ha ocurrido. Pero es cierto que la protagonista aplica una lógica urbana al tener que solucionar problemas en un lugar muy distinto. Eso es lo que hace que se den ese tipo de aberraciones.
—Aunque hablas mucho de ti misma no haces libros autobiográficos. ¿Cómo dosificas la ficción y la memoria?
—No lo dosifico de manera consciente. Hablo mucho de mí porque, sin estar contando mi vida, al meterme en la piel de las protagonistas intento ser muy coherente no sólo con ellas, sino también conmigo misma.
—¿Declarar abiertamente tu lesbianismo ha sido liberador o te ha ocasionado algún problema?
—Ni lo uno ni lo otro. Ha sido tan natural como expresar mi amor por la filosofía.
—¿Con tus libros aportas una nueva visión de la sexualidad y del cuerpo de la mujer?
—No lo sé. Ésa sería una lectura posible, pero yo no hago lecturas acerca de mis propios libros: hablo de ellos cuando debo hacerlo y miro de no juzgarlos o etiquetarlos. Entiendo que ésa sea una lectura, y me parece bien, pero me resulta algo ajena.
—El hecho de ser madre es una de las cosas que más ha evolucionado en los últimos tiempos. ¿Estudiar pedagogía te ayuda con tus hijas?
—No. Estudiar pedagogía me ha servido para encontrar algún trabajo que me sustentara y financiara mis días de escritura y para descubrir la filosofía. He conocido a grandes pedagogos y pedagogas a lo largo de mi vida, y la mayoría no eran licenciados en pedagogía.
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