Sebastián Urli es un poeta nacido en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1987. Actualmente reside en Maine, Estados Unidos, donde da clases de literatura a nivel universitario. Ha publicado los poemarios Diagnóstico (zindo&gafuri, 2018) y, junto a María Auxiliadora Balladares, Urux. Una correspondencia (Pirata Cartonera, 2018). Presentamos una selección de poemas inéditos del libro El peso del agua.
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Colapso
Un amigo me dice:
“Soy zen. He cambiado”
Y yo le digo:
“somos pasión,
una película americana,
calles
llenas de culpa y de plenitud
como bandidos”.
Mi amigo insiste:
“Soy zen. He cambiado
Y yo pienso:
“me quedo solo en mi neurosis clandestina”
No se lo digo
(no digo nada)
pero es triste la palabra ‘clandestina’
y triste también
la ilusión de un bandido.
En el poema a esta altura
no queda nadie.
Ni gringos ni culpa,
nadie.
Mi amigo dice:
“Soy zen. He cambiado.”
Y yo
le tengo miedo a su plenitud.
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La economía del mundo
En la ilusión de un pasillo,
la libertad.
Me gusta mucho el idioma de Kafka.
No me parezco.
Prefiero el canto,
los surcos que iluminan las palabras.
Como mi cuerpo,
como el amor,
cada sonido es un préstamo del mundo.
Hay que buscarlo,
con insistencia.
Y devolverlo con decoro a la salida.
Intacto.
No.
Pulido.
Me gusta mucho el idioma de Kafka.
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Poema del vidrio
No existe el amor, existe el viento
y su sombra
y la sombra del vidrio en un rostro.
Pero no existe el amor
ni la sombra
ni el viento.
En realidad
tampoco existe y el no
es el amor cuando ama
y se refleja
y no se ve.
Y en mis ojos
se confunde con la sombra y con el vidrio
o con el viento
o con aquello que existe en tus ojos
y que no existe en verdad
porque tampoco existe el amor
ni se confunde:
con tus ojos
con mi amor
ni con su sombra
nada se confunde con el vidrio
salvo tu amor
que ya no existe.
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El sin sentido (homenaje)
Mi madre me ajusta el cuello de lo que fue
“no porque empieza a nevar
sino para que empiece a nevar”
y yo
me moriré en un tren
mirando el cielo
en un sitio en el cual
tan solo hay agua
y un alce que persigue su miseria.
Mi madre también
sufrió algodones
y yo me enfermé
después de ella.
(Quizá
una madre solo se enferma
cuando se enferman sus hijos)
¿Tienen abrigos?
¿Tienen abrigos los bordes del cielo? Hay
un mutilado.
Y después otro.
Y al mutilado del mutilado
le sobra algo:
Como mi madre
él ya no sueña
como mi madre que ama a mi padre
quien a su vez
la quiere a ella.
Pero no importa: hay esperanza
porque Dios se morirá en París
mirando el cielo. Y mi madre
me ajusta el cuello de lo que fue
mientras limpia el algodón
y su tiniebla.
Con tanta fe,
no existe el mundo
tan solo el agua.
Y mi cadáver,
como el del tiempo,
está lleno del cadáver de mi padre.
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Oblicuo, sin título
“Tell all the truth but tell it slant”
(Emily Dickinson)
El mundo insiste:
hay que decir la verdad
Circuito ajeno
como los niños, toda
Y si se puede
también mentirla
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Ravel (o Pittsburgh)
Amanece
y en tus ojos han huido los leopardos.
Tu boca late,
ya no los ves,
y tu cuerpo que se olvida de las manchas.
Y de la lengua
y de la sombra que lame la herida
y no se cansa. Amanece
y ya no vienen a visitarme las moscas
ni las abejas
ni los pájaros de cuello colorado
con sus llanuras. Mi boca late,
ya no la ves,
los patos temen el peso del agua. Amanece
y en su temor
el sol esconde sin piedad
tus manchas.
***
Canción de amor sin mundo
como aquel viejo sol
que hace el camino inverso
voy a empezar mi muerte con un canto
voy a nacer
desde el adiós profundo
voy a salir
de vos
cantando
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