La precariedad laboral, el abuso sexual y el clasismo son algunos denominadores comunes que a lo largo de la historia, y aún en la actualidad, sufren algunas trabajadoras domésticas y que recogen dos libros mostrando lo alejado de sus realidades con series como Downton Abbey o Arriba y abajo.
La reciente película Libertad, de Clara Roquet, la francesa La ceremonia, de Claude Chabrol, de 1995; Los Santos inocentes, de Mario Camus, 1984, o la serie La asistenta (Molly Smith Metzler, 2021), las obras de teatro Las criadas, de Jean Genet, o Las que limpian, actualmente en cartelera en Madrid, son otras manifestaciones de la cultura que hablan sobre esta relación.
Fue la obra Las criadas la que llevó a Cristina Sánchez-Andrade a evocar a la criada de su abuela y a reflexionar sobre los abusos que todavía hoy sufren muchas empleadas del hogar, por lo que decidió recoger los testimonios —directos, sinceros, desgarradores— de varias mujeres procedentes de Honduras, Portugal y Cabo Verde que, arrastradas por las necesidades económicas, vinieron a España a trabajar. Quería, indica la autora en una entrevista con Efe, que las protagonistas «contaran la cruda realidad con sus palabras, que no hubiera ningún narrador que alterara el relato». Y cuenta el anuncio que encontró en una plataforma en el que un tipo busca a «una mujer negra», como dice él, «de entre 20 y 35 años para que, mientras se van conociendo, puedan ir teniendo “momentos de ternura y complicidad”.
Más atrás en el tiempo, en pleno apogeo de la serie de televisión Arriba y abajo, el periodista y escritor inglés Frank Victor Dawes, hijo de una criada que, como tantas otras, comenzó a servir a la edad de trece años, quiso investigar las razones de la ostensible disminución del número de personas empleadas en ese sector en el Reino Unido (del casi millón y medio hasta la Primera Guerra Mundial a los menos de cien mil de ese momento). Para ello publicó en 1972 un anuncio en el Daily Telegraph en el que solicitaba a cualquiera que hubiese trabajado como personal doméstico que le enviara cartas en las que contara sus vivencias, y el resultado fue Nunca delante de los criados, un retrato del trabajo doméstico a lo largo de cien años con multitud de testimonios. Entre ellos, el de una señora que empezó a trabajar a los doce años en la cocina de una anciana soltera que tenía 30 gatos y cuyo trabajo consistía en cocinar cantidades asombrosas de comida para los animales, cuando las raciones de los criados eran exiguas.
El décimo duque de Bedford detestaba a las sirvientas hasta tal extremo que cualquiera que se cruzara con él después de mediodía, cuando se suponía que las tareas de la casa habían terminado, se arriesgaba a un despido inmediato. Prender el fuego de las chimeneas podía ser el trabajo más duro de una doncella, recuerda Dawes, que explica que «el único soplo de aire fresco que tenían esas esclavas del trapo y el cubo y la única vez que veían la fachada de la casa era por la mañana temprano, cuando había que limpiar los escalones de la entrada». «No me permitían ponerme ninguna clase de abrigo ni encima ni debajo del uniforme, pues podría perder prestigio entre los otros sirvientes», relata la doncella.
Pero si el trabajo de estas criadas y las fregadoras era penoso, la suerte de la criada general que trabajaba sola en una casa más pequeña era incluso peor, «pues tenía que compaginar sus tareas con las de la cocinera, doncella, camarera, y si había niños, de niñera también». Tenía que hacerlo todo, desde limpiar botas a vaciar orinales y atender la mesa.
A lo largo de los cien años que abarca el libro del autor inglés se pagaron salarios «escandalosamente bajos». Además, «todas las barreras sociales se desmoronaban cuando se trataba de sexo», indica el autor, ya que la liberación de los complejos sexuales nunca iba acompañada de ninguna idea progresista sobre las clases.
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Autoras: Carmen Sigüenza y Carmen Naranjo.
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