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Philip K. Dick y sus realidades bastardas - Zenda
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Philip K. Dick y sus realidades bastardas

Sí señor, el padre póstumo del ciberpunk —el género más representativo de la ciencia ficción contemporánea— también murió perseguido por los seres invisibles desde este lado de la razón, si verdaderamente la razón está a este lado. Le maldijo ese mal fario, tan insistente como el polvo radioactivo que cae sobre los paisajes por él...

Siempre que recuerdo la dedicatoria de Juan Perucho de Con la técnica de Lovecraft, su relato de Los mitos de Cthulhu (1968) —la impagable selección con la que Rafael Llopis dio a conocer a los lectores españoles el universo del outsider de Providence, enmarcándolo, además, entre el de sus precursores y discípulos—, vuelvo a sobrecogerme: “A la memoria de Lovecraft, escritor de science fiction que murió perseguido por los seres invisibles”, reza la frase en cuestión. Y yo, cada vez que vuelvo a leerla, amén de sobrecogerme, la hago extensiva a otro outsider, éste del mundo entero: Philip K. Dick.

Sí señor, el padre póstumo del ciberpunk —el género más representativo de la ciencia ficción contemporánea— también murió perseguido por los seres invisibles desde este lado de la razón, si verdaderamente la razón está a este lado. Le maldijo ese mal fario, tan insistente como el polvo radioactivo que cae sobre los paisajes por él imaginados, estigma igualmente de Sean Young, genuina representación de la Rachael de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) en Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Si Dick nunca fue consultado por ninguno de los responsables del libreto de esta última, cuya primera redacción data de 1977, fue porque ya era un alucinado notable. En las pocas entrevistas que le dedicaban, respondía una sarta de chifladuras mientras parecía estar abducido por alguna secta. Algo así como esos sujetos que aseguran en ciertas emisiones televisivas que han llegado a una inteligencia con los marcianos.

"Afortunadamente, los cineastas más perspicaces, aunque a él nunca le llamasen para escribir nada, supieron ver todo el potencial que su obra entrañaba"

Con todo, en sus delirios imaginó realidades bastardas, que la pantalla terminó de aquilatar, y las colmó con su desasosiego. Mientras tanto, la verdadera ciencia aún pergeñaba las realidades virtuales. Entre sus supuestas necedades, Dick abundó con una lucidez asombrosa en la lucha del hombre contra las máquinas, uno de los temas recurrentes del cine de anticipación actual. Pero su gran aportación, no ya a la pantalla de ciencia ficción, a uno de los grandes debates de nuestro tiempo, fue un mestizaje: el imaginado entre la inteligencia artificial y la biológica, entre la vida misma y la mecánica. Todo esto, hoy uno de los temas fundamentales del cine de ciencia ficción, es fruto de la enajenación de un escritor maldito y alucinado.

Afortunadamente, los cineastas más perspicaces, aunque a él nunca le llamasen para escribir nada, supieron ver todo el potencial que su obra entrañaba. Cuarenta años después de que los seres invisibles se lo llevasen, la suerte del gran Philip K. Dick se antoja la que hubiera sido la del gran Julio Verne y H. G. Wells —que son al steampunk lo que nuestro hombre al ciberpunk— si no hubieran recibido, ni en vida ni después de muertos, todo el reconocimiento que se merecen.

"No es difícil encontrar, tanto en Segunda variación como en su versión fílmica, varias concomitancias con ese cine de exaltación colonial de los años 30"

Se ha escrito tanto y con tanto acierto sobre Blade Runner y Desafío total (Paul Verhoeven, 1990), sin duda las más celebradas adaptaciones del padre póstumo del ciberpunk, que iniciaré mi reivindicación del maestro de los lunáticos en la cabeza por Segunda variedad (1953). Llevada al cine por Christian Duguay en el 95 con el título de Asesinos cibernéticos, nos transporta al planeta Sirius B, una antigua explotación minera. Corre el 2078 y han pasado cinco años desde que los androides al cuidado de las minas se rebelaron contra sus responsables. Un grupo de soldados comandados por Joe Hendrickson (Peter Weller) es el encargado de atajar la sedición. Se incide así tanto en el tema de la rebelión de las máquinas como en el de la insurrección en una colonia terrestre del espacio exterior. Ésta, la del imperialismo terráqueo, es otra de las constantes argumentales de la ciencia ficción desde que el pequeño paso de Neil Armstrong en la Luna el veintiuno de julio de 1969, además de suponer un gran salto para la humanidad, pusiese fin a un tema recurrente de la ciencia ficción desde sus albores: el viaje a la Luna.

Desafío total, de Paul Verhoeven.

Además de una fuente inagotable de argumentos para la pantalla, Dick fue tan amante del cine como la mayoría de los grandes escritores del amado siglo XX, de modo que, a poco que se estudie su asunto, no es difícil encontrar, tanto en Segunda variación como en su versión fílmica, varias concomitancias con ese cine de exaltación colonial de los años 30. Sí señor, los lanceros bengalíes tocan muy de cerca a los hombres de Hendrickson.

"Dick imaginó estados tan opresivos como la Oceanía de Orwell con su colectivismo y su partido único. Pero tampoco se llama la atención sobre ello"

Siempre que expreso mi opinión sobre el bueno de Steven Spielberg, algunos de sus admiradores, amparándose en el anonimato al que invitan esos espacios para la participación que suelen abrirse al final de los artículos publicados en Internet, me insultan. Pese a ello, Minority Report, que el rey Midas del Hollywood adocenado, agotado y falto de imaginación estrenó en 2002, es junto a Inteligencia artificial (2001) la única de sus cintas que estimo. Basada en otro relato, también homónimo, de Dick, aparecido en 1956, su acción se desarrolla en un futuro próximo.

El ciberpunk siempre está más cerca de nuestros días —el 92, el año en que está ambientada Blade Runner, ya hace treinta que quedó atrás— que ese siglo XXIII del Logan de La fuga de Logan, la distopía que William F. Nolan y George Clayton Johnson dieron a la estampa en 1967, inspiración, nueve años después, de la cinta homónima, igualmente estimable, de Michael Anderson.

En ese futuro con trazas de presente que nos aguarda en Minority Report, hay ciertos clarividentes conocidos como los precogs. Son capaces de prever los crímenes antes de que sus autores los cometan y advierten de ellos a la Unidad Precrimen de la policía, quienes detienen a los delincuentes en potencia antes de que lleguen a serlo. La cosa se complica cuando John (Tom Cruise), al mando del singular cuerpo, sabe que en unas horas matará a un desconocido. A partir de entonces, intentará evitar el crimen. Mas cuanto hace para ello parece conducirle inexorablemente a ese asesinato que quiere evitar. Sí señor, Dick imaginó estados tan opresivos como la Oceanía de Orwell con su colectivismo y su partido único. Pero tampoco se llama la atención sobre ello cuando se habla, si es que se hace, de él.

"Esa textura de novela gráfica de Una mirada a la oscuridad tiene una implicación dramática en el asunto sobresaliente. Bella, pero a la vez sombría, es la visión bajo los efectos de estos estupefacientes"

Basada en otro relato publicado por el perseguido por los seres invisibles en 1953, La paga, John Woo despierta mucho más interés en Paycheck (2003) que en sus celebrados thrillers violentos. Su asunto gira en torno a la peripecia de un ingeniero, Michael Jennings (Ben Affleck), luego de que le sea borrada la memoria por la compañía que lo ha empleado en los últimos años con el objeto de no abonarle los valiosísimos servicios prestados. Jennings, ignorante de todo, deberá comenzar a recomponer sus recuerdos en base a algunos objetos personales que le entregan los mismos que le han borrado la memoria.

Una mirada a la oscuridad (Richard Linklater, 2006) es otra de las grandes cintas del ciberpunk. A fe mía, también es la mejor de su realizador. Filmada mediante un procedimiento conocido como rostocopiado, consistente en calcar mediante sugerentes dibujos la acción real rodada previamente, la forma se adecúa al fondo de un modo encomiable. Porque en esta ocasión la novela homónima de Dick, aparecida en 1977, trata sobre la experiencia con los alucinógenos del escritor. En efecto, la que dejó a los lunáticos asentados en su cabeza para el resto de sus días. Así que esa textura de novela gráfica de Una mirada a la oscuridad tiene una implicación dramática en el asunto sobresaliente. Bella, pero a la vez sombría, es la visión bajo los efectos de estos estupefacientes.

Una mirada a la oscuridad, de Richard Linklater.

El infiltrado (Gary Fleder, 2001) es una de las primeras adaptaciones de Philip K. Dick que conoce el tercer milenio. Su asunto vuelve a versar sobre las dudas acerca de la propia identidad. En este caso es Spencer Olham (Gary Sinise, que despunta como uno de los rostros más frecuentes del género en estos años) quien se hace preguntas sobre sí mismo. Acaba de crear un arma para luchar contra los alienígenas y empieza a pensar que él mismo es uno de ellos.

"Dominado siempre por sus falsos perseguidores, en su vasta bibliografía sus desequilibrios psíquicos le inspiraron en la misma medida obras maestras y obras menores"

La fascinación que los escenarios de Philip K. Dick —a menudo visiones futuristas y desoladas de Los Ángeles— y sus propuestas —con frecuencia humanos en lucha con androides o ficciones de su propia experiencia, como sus realidades bastardas— ejercen sobre el lector, hacen que éste olvide la tremenda angustia que inspiró todas sus páginas. Eternamente en lucha con los seres invisibles, fueron éstos, ya digo, los que le llevaron a la tumba cuando el cine descubría la profundidad de la inquietud que transmiten sus ficciones.

Dick publicó su primera novela —Lotería Solar— en 1952. Ni que decir tiene que no era la primera que escribía. Sí fue, por el contrario, su primera obra maestra. Ambientada en un mundo dominado por la estricta lógica de los números, donde la máxima autoridad —el presidente Leon Cartwright— es designada mediante el sistema de lotería al que alude el título, lo tratado en ella era la experiencia de un hombre —Ted Benteley— que, sin saberlo, ha sido contratado para asesinar a Cartwright. El complejo sistema telepático que protege al presidente proporcionará a Dick la mejor coartada para dar rienda suelta a todas sus paranoias.

En efecto, dominado siempre por sus falsos perseguidores, en su vasta bibliografía —46 libros escritos en apenas 30 años (1950-1980)— sus desequilibrios psíquicos le inspiraron en la misma medida obras maestras y obras menores. Como bien apunta John Clute en su Enciclopedia de la Ciencia Ficción, “no es oro todo lo que reluce en la producción de nuestro autor”. Publicadas en gran medida con posterioridad a su muerte, mientras el cine lo adaptaba con la avidez que lo sigue haciendo, en las historias de Dick incluso se suceden los argumentos realistas con las ficciones científicas.

"La certeza es que la experiencia onírica, convertida en un terrible trasunto de la realidad, será una constante en la producción de nuestro narrador"

Gozando del favor de los editores merced al éxito de Lotería solar, en los años siguientes publica con el mismo frenesí que escribe. Cuando en 1962 obtiene el Premio Hugo, uno de los más prestigiosos en lo que a la ciencia ficción se refiere, su bibliografía está integrada por nueve títulos. Diríase que el maestro, alucinado y maldito, busca la redención a su locura en la literatura. «Nada nuevo», estimará el lector versado en autores perseguidos por la muerte y la locura. La novedad de Dick radica en el género al que adscribe sus visiones.

Con anterioridad, el novelista ha publicado otra de sus obras maestras: Los tres enigmas de Palmer Eldritch (1965) es una historia que versa sobre un empresario que comercializa un producto sustitutivo de la realidad por terribles pesadillas. La clara influencia de las drogas psicotrópicas que se registra en el texto nos lleva a pensar que Dick, como tantos desequilibrados que a la sazón intentan recuperar el equilibrio en base a las terapias propuestas por la psiquiatría alternativa, experimenta con alucinógenos. La tenía ya perdida, o fue entonces cuando perdió la cabeza. Ése es el dilema. La certeza es que la experiencia onírica, convertida en un terrible trasunto de la realidad, será una constante en la producción de nuestro narrador.

Entre delirios, divorcios y cambios de domicilio, es decir: lo normal en alguien que se cree perseguido por sus propios fantasmas, en 1974 se le concede el Premio J. W. Campbell por “Fluyan mis lágrimas”, dijo el policía. Pero la gloria literaria no consigue redimirle: Philip K. Dick muere en 1982 dejando tras de sí un buen número de novelas inéditas. Los editores se pelearán por ellas. Será entonces, entre sus publicaciones póstumas, cuando los lectores descubran títulos como Gather Yourselves Together, The Broken Bubble o Humpty Dumpty in Oakland. Escritos todos ellos en los años 50, vienen a demostrarnos que la primera vocación de su autor fue realista. Sí señor, como apunta Clute, Philip K. Dick quiso ser un autor de análisis desquiciados de la vida moderna. Fue el poco interés que despertaron sus ficciones realistas entre los editores lo que le llevó al futuro para retratar algunas de las grandes miserias de nuestros días. El resto fue el cine, que terminó de darles forma. Vaya evocando el soliloquio postrero de Batty (Rutger Hauer), el más famoso de los androides basados en los delirios de Dick: todo quedó en lágrimas en medio de la lluvia.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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Bixen
Bixen
2 años hace

En México, es casi lema nacional «el si hubiese… no existe». Parece simplón, pero es tan complejo, que hasta todos los de allí lo entienden. Por eso pocos utilizan la palabra ‘habría’ o ‘hubiera’.

Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

La historia indaga lo que pasó, la ucronía lo que podía haber pasado. Es una verdad a medias. El historiador trabaja con una realidad no evidente, pero que va descubriendo por la investigación. El historiador no inventa, interpreta, pero interpreta la realidad. Ralidad pasada, sì, pero no lo que le da la gana. El escritor de ucronías no emplea el mismo método. Una cosa ea literatura, otra ciencia (ciencia equivale a saber). El saber sobre el pasado está ‘fuera’, está escrito o fijado en sus vestigios, no en una vulgar especulación personal sobre algo que no hemos vivido. La historia exige objetividad, salir de nuestro ‘yo’, la ucronía no. La historia puede demostrarse, la ucronìa no. Ambas están separadas la realidad. Los historiadores son enemigos de las ucronías (no así de las buenas novelas históricas), como es normal, porque en la ucronía la posibilidad de adulteración de la realidad es enorme y porque carece de utilidad el comparar realidad con ficción, a no ser que el objetivo sea manipular la realidad. No nos distraigamos con paparruchas. El tiempo es limitado, el estudio es arduo y las ciencias sociales no deben confundirse con los juegos.

Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Las ucronías o distopías son muy interesantes pero, en mi opinión, van siempre en la misma dirección. Qiiero decir, ¿por qué no se imaginan que el marxismo hubiera vencido en EEUU y en el resto del mundo y qué hubiera sucedido al respecto? ¿Qué hubiera pasado si la República vence a Franco y la revolución anarquista y comunista se adueña del país y hubiéramos entrado en la IIGM, cayendo bajo la influencia del telón de acero?
Es muy curioso que nadie imagine esas situaciones que también podrían haber sido posibles y que pertenecen al mundo de lo que no ha pasado pero podría haberlo hecho. Creo que hay mucho buenismo izquierdista en la configuración de las ucronías y una tendenciosidad evidente para imbuir en la gente el miedo a la multirrepetida palabra: fascismo. Opino que hay que tenerlo, por supuesto, pero también a la otra tendencia ultra: el marxismo.

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