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Miguel de la Fuente: "Es natural que la guerra exista, somos lobos y nos tenemos que defender" - Zenda
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Miguel de la Fuente: «Es natural que la guerra exista, somos lobos y nos tenemos que defender»

Miguel de la Fuente (Orense, 1961) cuenta a Zenda que, “en parte”, es cámara de guerra por Nada y así sea, de Oriana Fallaci. Para indignación de coolturetas exquisitos, es incapaz de tocar un libro mientras, qué sé yo, a tres kilómetros de donde duerme –de donde intenta dormir, más bien–, diluvian misiles por obra...

Miguel de la Fuente (Orense, 1961) cuenta a Zenda que, “en parte”, es cámara de guerra por Nada y así sea, de Oriana Fallaci. Para indignación de coolturetas exquisitos, es incapaz de tocar un libro mientras, qué sé yo, a tres kilómetros de donde duerme —de donde intenta dormir, más bien—, diluvian misiles por obra y gracia de algún hijo de puta. En esos momentos, bastante tiene con pensar en cómo hacer su trabajo de la mejor manera posible sin perder la vida. “Soy lo que puedo transmitir”, nos dice este aficionado a las motos que tiene cierto aire a Karl Ove Knausgård, que empezó su trayectoria profesional como fotógrafo de agencia y que acumula ya 33 años de experiencia en TVE. Sus imágenes han servido para informar sobre Sendero Luminoso, los meninos da rua brasileños o el terremoto de Haití. Sin embargo, destaca por haber cubierto un puñado gordo de conflictos bélicos: las dos guerras del Golfo, Sarajevo, Balcanes, Afganistán, etcétera. Acaba de llegar de Ucrania. Se nos ocurrió entrevistarlo. He aquí el fruto de nuestra conversación:

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—Señor de la Fuente, ¿tenía razón Plauto cuando afirmaba que el hombre es un lobo para el hombre?

—Sí. Se ha demostrado a lo largo de la Historia. Y seguimos comiéndonos entre nosotros.

—¿Qué ha aprendido sobre el ser humano en sus treinta años de experiencia como cámara de guerra?

"Hay una cosa que es real: todos nos pegaríamos por defender a nuestras madres, a nuestros hermanos, a nuestros hijos"

—Que es muy difícil que el ser humano conviva consigo mismo. Aceptarse a sí mismo es muy difícil, a nivel general. Entramos en el mundo de la filosofía, pero imagínate: salimos a la calle y vemos a una señora mayor cruzando un paso de cebra, con el semáforo en verde para peatones. Se le agota el tiempo, no le da tiempo a cruzar y un tipo, desde un coche, empieza a pitar porque no ha terminado de cruzar y el semáforo de peatones ya está en rojo. A partir de ahí, somos lobos.

—¿La guerra es absurda, como reza el tópico?

—Hay una cosa que es real: todos nos pegaríamos por defender a nuestras madres, a nuestros hermanos, a nuestros hijos. Partiendo de esa base, el instinto de supervivencia, de defensa de aquello que tú crees que te corresponde, que es tu familia, tu bandera, tu país, creo que es un derecho natural que todo el mundo tiene. Tú tienes que poder defender lo que tú has criado, a tu hijo, a tu familia, etcétera, ante el ataque de alguien que quiere robar, violar, romper… Claro que es natural que la guerra exista: somos lobos y nos tenemos que defender. En esta última guerra se ha visto de una forma muy evidente. Ucrania se tenía que defender. No hay dos posiciones equidistantes. Hay un país invasor y un país invadido.

—¿Qué me puede contar sobre su cobertura de la guerra de Ucrania?

"Cuando llevas 55 días de guerra, la cabeza la tienes a pájaros"

—Como en todas las guerras, tienes que estar pendiente, absolutamente, de todo. El trabajo de un fotógrafo de guerra, de un cámara de guerra o de un corresponsal de guerra va más allá de escribir la crónica o de darle al botón para grabar o para hacer la foto. Es cómo llegas al país, cómo te organizas con la gente de ese país, cómo estableces los contactos, cómo consigues, cuando no hay comida, comida, cómo consigues, cuando no hay conductores, un conductor, o un coche que te pueda llevar a tal o cual sitio, o cómo consigues que una familia te deje entrar en su casa y te dé el permiso para contar su historia. Esto pasa en todas las guerras pero, en esta última, no tenías un minuto libre al día para ocuparlo en otras cosas que no fueran la guerra, la intendencia y la forma que tienes de cubrirla. Quizás, la edición, el hacer los vídeos o el grabar las informaciones es lo que menos tiempo te lleva. Todo lo demás ocupa tanto tiempo que es lo que más te va minando. Cuando llevas 55 días de guerra, la cabeza la tienes a pájaros. Han sido muchos días de dormir poco. De, cuando duermes, soñar mucho, pensar mucho en lo que tienes que hacer. No hubo tiempo para pensar en otras cosas que te pudieran relajar. Eso es lo que, de alguna manera, más destacaría de mi estancia en Ucrania.

—¿Cuánto ha cambiado su trabajo desde el año 91, cuando cubrió la Primera Guerra del Golfo, hasta nuestros días?

—Personalmente, ha cambiado mucho. La experiencia te va diciendo todo: cómo analizar las cosas, cómo tomarte las cosas, las relaciones con los demás, cómo las estableces… A día de hoy, no quiero ir a ningún conflicto si no es con aquella gente con la que tengo la garantía de que me voy a llevar bien; antes, me hubiera ido con cualquiera, simplemente, porque me atraía este mundo. ¿Cuál es el motivo? No lo tengo muy claro. Hice la Primera Guerra del Golfo. Antes, en Sudamérica, hice Sendero Luminoso. Debí caer en gracia a alguien y, a partir de la Primera Guerra del Golfo, vinieron Sarajevo, algunas guerras más… y entendí que se me daba bien. Entonces, seguí. En lo personal, cada vez que voy a un sitio así, intento hacer un paréntesis, y hasta que termina la campaña, intento no pensar en cosas que sobran. Así he pasado conflicto tras conflicto, teniendo siempre presente que va a venir otro porque, cada siete o diez años, en el mundo hay un drama.

—¿Y cuánto cree que ha cambiado el receptor? ¿Se elabora un producto distinto pensando en el espectador de la era de los tuits, las fotografías de Instagram y demás comida rápida —presuntamente— informativa?

"Ahora está Twitter, Telegram… No sólo para nosotros: también para los soldados, que se comunican a través de estos canales"

—Hay una parte básica que creo que la hago igual que en Sarajevo, en la Segunda Guerra del Golfo o en Crimea. Tú tienes que elaborar una pieza que dura entre un minuto o dos minutos, no mucho más. Cada día, y dos veces al día. Entonces, tienes que intentar tener en la cabeza un esquema, que es el lenguaje audiovisual, y muy bien arraigado, para sacarle mejor provecho a lo que grabas. Eso es común en todas las guerras: llegas a un sitio y, en muy poco tiempo, tienes que sacar el mayor contenido para poder contar lo más y lo mejor del sitio en el que estés. Esa es tu función. Lo que sí ha cambiado mucho son las formas. Ahora está Twitter, Telegram… No sólo para nosotros: también para los soldados, que se comunican a través de estos canales, que llegan a los sitios antes a través de estos canales. Las unidades que desescombran la ciudad se comunican así. Y, gracias a ellas, a los pocos minutos, están todos concentrados en un sitio ayudando a familias para que esa noche no pasen frío en un lugar donde las temperaturas son gélidas. Nosotros complementamos. En este sentido, he notado mucho el Twitter. He tenido más seguidores desde que empezó la guerra hasta que me he vuelto. Creo que completaba un poco lo que hacía cada día. Le dedicaba, en total, dos o tres horas cada día a valorar lo que estaba pasando en Twitter. Luego, está lo que tú apuntas también para que vean los demás, que tiene que ver con la información que tú crees que debes dar. Yo tengo una gran suerte, y es que estoy en una empresa grande, y no todo el mundo tiene esa suerte. Hay otra gente que no puede permitirse el lujo de hacer una información como le hubiera gustado porque no tiene el respaldo de una empresa fuerte, y recurre a Twitter porque no tiene otra opción de publicar en otro sitio. Aun así, esa información tiene cabida, tiene audiencia y, a veces, incluso supera a las cadenas de televisión. No he visto youtubers en Ucrania, pero sí he visto a youtubers aquí que se ocupan del conflicto ucraniano. Les han dado mucha importancia y les han sacado mucho más partido que muchos programas de televisión.

—Permítame rebobinar: ¿cómo se convierte un fotógrafo de la prensa rosa en cámara de guerra?

—Yo empecé en el mundo de fotografía con lo que, en aquel momento, pude: en agencias. A partir de ahí, hice algunas cosas en la prensa rosa que, hoy, con la distancia, te digo que no volvería a hacer, pero porque me gusta mucho lo que hago ahora. Creo que es mucho más válido lo que hago ahora que lo que hacía por entonces, pero aquello me fue muy válido también porque me proporcionó el dinero suficiente como para poder seguir estudiando y meterme en este mundo. Por eso hay que respetar a todo el mundo, entre como entre en esta profesión. No todos tenemos la posibilidad de entrar siendo amigo o hijo de.

—Y el salto, ¿cómo lo da?

"Cuando se me planteaba la posibilidad de ir a un conflicto, o de hacer un reportaje en una zona en la que hubiera habido, yo qué sé, un terremoto, estaba encantado"

—Me doy cuenta de que hay muchas deficiencias en el mundo de la fotografía y de que es complicado adentrarse en un sitio donde había mucha gente buena. Había mucho fotógrafo bueno y yo nunca me consideré un buen fotógrafo. Tenía cierta sensación de incompetente. Sentía que tenía que prepararme más y empecé a estudiar vídeo. Pensé que el vídeo tenía más proyección, más futuro. Empiezo a estudiar vídeo, me preparo las oposiciones a TVE, las apruebo, y entro en Servicios Informativos, con la gran suerte de que empiezo a hacer la información que siempre me había gustado. Poco a poco me voy metiendo, cada vez quiero hacer más cosas, no paro… Me casé, tuve una hija y, cada año, de 365 días, estaba 300 y pico fuera. Aparte, tuve una empresa en esos años, y los fines de semana hacíamos vídeos para gente… Tuve una necesidad de no parar porque tenía ganas de verlo todo, de conocerlo todo. Y cuando se me planteaba la posibilidad de ir a un conflicto, o de hacer un reportaje en una zona en la que hubiera habido, yo qué sé, un terremoto, estaba encantado. Si no he ido a más es porque no he podido, no porque no haya querido.

—¿Qué piensa y qué siente uno cuando filma una ejecución o un bombardeo?

—“¿Estaré grabando? ¿Le habré dado al botón? ¿Tendré el diafragma justo? ¿Habré grabado esto o no…?”. Es decir: mi nivel de preocupación, en ese momento, no es por lo que tengo delante del objetivo, sino por lo que está detrás del objetivo. Si la cámara no está funcionando… Un cámara sin la cámara no es nada. Si algo de valor tengo, si me pagan por algo, es porque tengo una cámara y le puedo sacar provecho. Si eso lo hago razonablemente bien, es decir, que grabo cuando tengo que grabar, con la luz correcta, que se entienda lo que quiero mostrar, y que, con lo que yo tengo en mi cabeza de lenguaje audiovisual, consiga componer una serie de imágenes que, luego, en edición, sean correctas, he hecho bien mi trabajo. Mi objetivo es conseguir que las imágenes hablen por sí solas.

—¿La mirada se endurece con los años?

"Cuando te apalean y no te matan, se te queda esa mirada. En todas las guerras he visto a gente con esa mirada"

—Creo que sí, aunque no es mi caso. Todavía no se me ha endurecido la mirada. No porque yo sea más o menos duro, sino porque todavía creo que no me ha afectado hasta ese punto. Y si hay alguien al que he visto yo con esa mirada fue a una pareja, en un telediario, que salió de Mariúpol. Los entrevistaron y, en la misma televisión, se les veía esa mirada. Es decir, a esa gente sí se le endurece la mirada porque ha pasado por lo que ha pasado: ver cómo violan a quien sea, cómo maltratan a quien sea. Cuando te apalean y no te matan, se te queda esa mirada. En todas las guerras he visto a gente con esa mirada. Creo y espero no tenerla nunca. No quiero pasar por ese trago. Que alguien me viera así…

—¿Cuál ha sido la guerra o el desastre que más le ha impactado?

—Siempre será Sarajevo. Era el tercer conflicto que hacía, y me pilló en un momento de mi vida en el que no había madurado lo suficiente. Aquello fue una ratonera. Cada mañana, salías a la calle a buscar noticias y veías morteros que caían continuamente, tiradores en cada esquina, y tenías que ir corriendo por las calles viendo cómo moría gente en las colas del pan, en las colas del agua, yendo a los hospitales o a la morgue cuando iban a recoger muertos. En Sarajevo quise darlo todo porque me quedé solo con Arturo Pérez-Reverte, cuando tenía otro compañero que se fue porque pasó un mal trago después de estar allí un mes.

—¿Cómo fue ese mal trago?

—Conoció, en una salida de refugiados, a una chica que se despedía de su madre y de su hermana pequeña. Estuvieron hablando durante un buen rato y se hicieron amigos, bueno, con la amistad que puedes tener en una situación así. Y un día que fuimos a la morgue del hospital, estaba esa chica esperando a un hermano que tenía también, que estaba en el frente y al que habían herido por la noche. Se saludaron y, en un momento dado, sale un médico, pregunta por la chica, la chica dice “yo soy” y el médico, en serbobosnio, le dice: “Tu hermano ha muerto”. La chica se abraza a este compañero mío y allí estuvieron sufriendo juntos durante un buen rato. Y ese fue su último día. Es una decisión que puede tomar cualquiera: a todos nos afecta una cosa así. Entonces, yo me quedé con Arturo, nos quedamos solos, y me esforcé doblemente para hacer mi trabajo lo mejor que podía y vivir lo mejor que podía vivir aquella situación. Y todos quedamos contentos.

—¿Y qué se le pasa a uno por la cabeza cuando muere un compañero? Usted conoció a Julio Fuentes, a Ricardo Ortega, a José Couso, a Miguel Gil…

"Soy lo que puedo transmitir. Sin la cámara sería un turista, no podría contar nada"

—A Julio Fuentes le habíamos cogido una habitación en el Hotel Intercontinental de Kabul, cuando ya no había casi habitaciones, porque venía un convoy al día siguiente. A Ricardo Ortega le había conocido en Afganistán; a Miguel Gil, en Kosovo, cuando trabajaba con una moto y, con la cámara, pasaba las líneas, cruzaba la zona serbia, hacía imágenes y volvía a pasar la línea para editarlas. Era todo un personaje. Lo conocí en Sarajevo. Couso y yo éramos los dos únicos cámaras gallegos que, en esa época, trabajábamos en Madrid. He conocido a mucha más gente que ha sufrido heridas. ¿Cómo se lleva esto? Como ahora pasó con Sasha (Oleksandra Kuvshynova), la intérprete que iba con estos de Fox News, que mataron en Ucrania. Habíamos coincidido en Chernóbil con ellos. El día que nos contaron que la habían matado, no volví a pensar en ello. No le puedes dar vueltas. No te queda tiempo, y es mejor que no te quede tiempo para ello. Me pasó lo mismo con Couso y con Julio Anguita Parrado. Estaba empotrado con los dos. La diferencia entre las muertes de uno y otro fue de diez días, creo recordar. Murió uno, y vinieron tres oficiales americanos a mi tienda a darme el pésame. Yo me quedé callado, pensando durante un minuto, pero al rato me busqué una tarea que hacer y recurrí a la cámara. Volviendo a lo de antes: sin la cámara, no soy nadie. Soy lo que puedo transmitir. Sin la cámara, sería un turista, no podría contar nada. Y creo que lo mismo que pienso yo, estos lo pensaban. Sabes que tus imágenes van a llegar a mucha gente y que ello puede cambiar el curso de la Historia hasta cierto punto. Siempre es hasta cierto punto, pero puede cambiar mentalidades u opiniones de líderes mundiales para que ayuden, contribuyan o cambien las cosas.

—Permítame un volantazo: Zenda es, ante todo, una revista literaria. ¿Cuál es el libro sobre guerra y/o periodismo del que más ha aprendido, o el que más ha disfrutado?

—Nada y así sea, de Oriana Fallaci. Si me dedico a esto, en parte, es en honor a ese libro. Me lo debí leer con dieciséis años. En aquella época, me impactó una imagen mucho: un general vietnamita, el general Loan, mató de un tiro a un vietcong. El vietcong se cae al suelo y el general guarda la pistola en su cinto, como si nada. Eran las primeras imágenes que se veían de la Guerra de Vietnam, y aquello impactó mucho. Fallaci escribió sobre aquella historia y la contó en este libro. También se montó en un caza y describió cómo se ve un bombardeo desde un caza. Cosas que pasaban en aquella época y que ya no. Los periodistas trabajaban con más libertad en aquella época, llegaban a más sitios a los que ahora es difícil llegar. Y ese libro me impactó mucho. De hecho, antes de salir para Ucrania, empecé a releerlo.

—¿Alguna vez se ha llevado libros a la guerra?

"Yo no he sido capaz de concentrarme en un libro durante una guerra"

—Precisamente, me llevé Nada y así sea, pero no pasé de página. De hecho, creo que las últimas páginas que leí del libro fue en el avión que nos llevaba a Kiev. Lo quise abrir cuando iba de Kiev a Járkov. Recuerdo que lo abrí y, según lo abrí, lo volví a meter en la bolsa. Me daba tiempo para leer cosas cortas y ágiles, como es el mundo de Twitter. Por las noches no era capaz de concentrarme. Ahora he vuelto a España y he continuado con el libro. Pero yo no he sido capaz de concentrarme en un libro durante una guerra.

—Y, para finalizar, ¿alguna vez ha pensado en plasmar sus memorias en un libro?

—Nunca me lo había dicho tanta gente como ahora, que he vuelto de Ucrania. No lo estoy despreciando en absoluto. He intentado ordenar mi vida periodística escribiéndola. Me está saliendo alguna cosa que me está gustando, pero eso no quiere decir que vaya a publicar un libro. Me está gustando escribir para mí.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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