El autor del siguiente texto, J. M. Bonet, es crítico de arte y literatura, poeta, comisario de exposiciones y museólogo. Zenda reproduce el prólogo que ha escrito al último libro del hispanista italiano Gabriele Morelli, filólogo, investigador y catedrático de la Universidad de Bérgamo.
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Mucho es lo que debe el mundo hispánico a Gabriele Morelli, uno de los grandes hispanistas italianos de nuestro tiempo. Sus trabajos sobre Rubén Darío, Jorge Guillén, Luis Buñuel, Vicente Aleixandre, Max Aub, Rafael Alberti y María Teresa León, Manuel Altolaguirre y Concha Méndez, Pablo Neruda, Miguel Hernández, José Hierro o Francisco Brines. Su labor de traducción al italiano de obras de algunos de los citados, pero también de Benito Pérez Galdós, Juan Valera, León Felipe, Juan Chabás, Federico García Lorca, Carmen Conde, Luis Rosales, Leopoldo Panero, Jesús Hilario Tundidor o más recientemente Roberto Bolaño, Luis García Montero, Abelardo Linares o Andrés Trapiello. Su labor de organizador de sendos volúmenes colectivos absolutamente pioneros como fueron Trent’anni di avanguardia spagnola: Da Ramón Gómez de la Serna a Juan Eduardo Cirlot (1988, edición española en 1991), o Ludus: Gioco, sport, cinema nell’avanguardia spagnola (1994, edición española en 2000). Por el lado de los facsímiles, sus prólogos a las recientes reediciones de las revistas huidobrianas Creación y Total, de la nerudiana y altolaguirriana Caballo Verde para la Poesía, de la sevillana Nueva Poesía, de la aubiana Los Sesenta, o de la antología veintisietista de Giacomo Prampolini. Sus investigaciones sobre la fortuna española de Giacomo Leopardi, desarrolladas como un acompañamiento de las versiones del erudito sevillano (y en su juventud, poeta ultraísta) Miguel Romero Martínez. Y muy especialmente su tenaz y extraordinariamente fructífera labor de investigación de la galaxia Vicente Huidobro / Gerardo Diego / Juan Larrea, tres nombres que he dejado deliberadamente para el final, porque nos acercan a Juan Gris, el grandísimo pintor objeto del presente libro, que lo contempla en su diálogo con estos y otros poetas del ámbito hispánico. Labor de investigación en parte inscrita en el horizonte de los archivos epistolares, sobre los cuales nuestro amigo nos ha convocado en varias ocasiones a interesantísimos congresos vanguardistas en la Universidad de Bérgamo, de la que ha sido profesor; congresos donde nos hemos conocido españoles que nos conocíamos sólo de referencia, y donde hemos tenido además la oportunidad de escuchar a Edoardo Sanguineti o a Luce Marinetti, una de las tres hijas del fundador del futurismo. Bérgamo, ciudad preciosa donde las haya, está a unos sesenta kilómetros de Milán, donde viven los Morelli. Interesantísima su biblioteca, que habla de las muchísimas horas de vuelo de él como hispanista. Por lo demás, nuestro amigo ha realizado una espléndida tarea de divulgación de las cosas de España y de la América que fue española desde las columnas del diario milanés Il giornale de Milán, fundado por Indro Montanelli.
Ya desde sus años de formación en su Madrid natal, Gris, que adoptó su seudónimo, tan simbolista, en 1904, fue un pintor rodeado de poetas. La revista madrileño-lisboeta Renacimiento Latino, codirigida por Francisco Villaespesa y el portugués Abel Botelho, y de la que salieron dos números, ambos en 1905, fue uno de los laboratorios centrales de nuestro modernismo. Aparte de por su calidad literaria, es recordada por los preciosos exlibris lineales simbolistas que en ella dibujó el pintor para sus directores y varios de sus colaboradores, incluidos algunos tan ilustres como el portugués Eugénio de Castro, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Gabriel Miró, Tomás Morales o Ramón Pérez de Ayala. Como lo recuerda Morelli, el firmante de estas líneas fue el que descubrió, gracias a un azar lisboeta, esas colaboraciones grisianas, así como, gracias a otro azar, madrileño este, su presencia, el año anterior, en la también capitalina Papel de Estraza.
Morelli nos recuerda el pionero interés por Gris de Eugenio d’Ors, o del futuro caligramista Josep Maria Junoy, y subraya la importancia de un reportaje de Pedro Luis de Gálvez publicado precisamente en el suplemento dominical del Corriere della Sera, y que en su día nos descubrió René de Costa, reportaje en el que este poeta bohemio cuenta su visita al estudio parisiense de Gris. En una perspectiva parecida, nos descubre un texto similar, e inesperado, de un conocido del pintor de antes de su marcha a París, el gran humorista Julio Camba, también de paso por la capital francesa. Y dos de Amadeo Legua, uno tardío (1934) y del que existía ya alguna pista, y otro de 1911, totalmente desconocido hasta ahora, e interesantísimo.
Sobre este Amadeo Legua también hice uno en tiempos alguna pequeña investigación. Hoy está meridianamente claro que el Legua retratado por Gris en 1911 en un cuadro que está en el Metropolitan Museum de Nueva York, es Amadeo, y no ese “Juan Legua” que no parece haber existido, el típico error repetido de texto en texto, y de libro en libro. Lo que se sabe de Amadeo Legua, en cualquier caso, son cabos sueltos que piden a gritos una “quest”. Ser temprano amigo de Gris, narrador en valenciano (debió serlo), caricaturista ocasional, amigo del boliviano y revolucionario Tristán Maroff…. todo hace de él un personaje novelesco, como novelescas son no pocas de las sombras que cruzan por las páginas del volumen que el lector tiene en las manos, y pienso por ejemplo en Augusto Agero, en Rosa Riera y en Eduard Egozcue, o en la chilena y suicida Teresa Wilms.
Hace muy bien Morelli en recordarnos el papel pionero de Ramón Gómez de la Serna, y más en concreto, su proyecto de un álbum litográfico con los cubistas, París 1917, sueño desgraciadamente no realizado, en el cual Gris iba a haber participado en compañía de Angelina Beloff, Jacques Lipchitz, Marevna, Picasso, Diego Rivera y Ángel Zárraga.
Todo lo que he señalado hasta ahora son los prolegómenos de las páginas centrales y más brillantes de este libro: aquellas donde Morelli reconstruye a la perfección, con gran abundancia de detalles exactos, la relación de Gris con Huidobro, Gerardo Diego y Juan Larrea. Clarísima esta frase suya, respecto de una común militancia grisiana de los tres, que nunca había sido visualizada con tanto énfasis: “El punto de referencia principal de la tríada Huidobro-Diego-Larrea, que se va aglutinando en torno a la idea creacionista, era Juan Gris”.
El primero de ese núcleo en entrar en contacto con Gris fue obviamente Huidobro, en los tiempos de Nord-Sud. Sabemos por René de Costa que el madrileño, que lo retrataría en dos ocasiones, ayudó al chileno, que sólo llevaba unos meses en París, a dar forma a sus primeros poemas franceses, que integrarían Horizon carré (1917), primer libro, hay que recordarlo, en que un poeta hispánico se aproximó a la vanguardia, y más concretamente a la poesía cubista. Libro cuyos ejemplares “de tête” llevan una lámina de Gris. Morelli trae oportunamente a colación el recuerdo de Huidobro de unas sesiones de poemas colectivos en las que intervinieron él mismo, Gris, y Picasso. Siguiendo en esto a René de Costa, también menciona poemas de la mano de Gris, preguntándose si se trata de borradores de traducciones, o de poemas grisianos “a la manera de”. En cualquier caso, está claro que hubo entre ambos una auténtica comunión espiritual, una profunda sintonía. Gris, lo recuerda el autor, fue uno de los elegidos para participar en el primer número de Creación, la revista internacional en que Huidobro combinó poesía, artes plásticas, y música. Ambos, por lo demás, eran masones, lo mismo que sus amigos Lipchitz y Paul Dermée. En el transcurso de su análisis de la relación Huidobro-Gris, Morelli naturalmente evoca la tremenda polémica Huidobro-Reverdy. También la ruptura entre Gris y Huidobro, acaecida tres años antes de la desaparición del primero.
Fue gracias a Huidobro que Gerardo Diego, durante su primer viaje a París, conoció a Gris. Le impresiona al benjamín la comunidad espiritual, la afinidad profunda entre el chileno y el madrileño. Gran conocedor de todas las facetas de la personalidad de Diego, Morelli nos lo muestra como un gran entendido en la obra grisiana. Como alguien que, en su excelente retrato póstumo del pintor para Revista de Occidente, aunque obviamente también cite a Zurbarán (o a El Greco), es capaz de entender lo mucho que el pintor le debe al arte francés de todos los siglos, y no sólo al de la última hora: preciosa, en concreto, la comparación con Chardin. Y como alguien, por último, capaz también de comparar la emoción que le produce la obra de Gris, con la que siente ante Cimabue o Giotto. Muy interesantes las consideraciones de Morelli sobre el común interés de ambos creadores por la música. Y muy oportuno el recuerdo a la cercanía de Diego a su paisana María Blanchard, próxima también a Gris, y durante un tiempo a su poética.
Del mismo modo, Larrea, también vía Huidobro, se hizo amigo de Gris, al que conoció con ocasión de su primer viaje a París, al que trató asiduamente a partir de su instalación en la capital francesa, y por el que, al igual que Diego (y que su común amigo César Vallejo, que informó a sus lectores limeños de la obra del “Pitágoras de la pintura”), tuvo siempre gran admiración.
La importancia de Gris para Diego y Larrea la dejan meridianamente clara sus respectivas elegías al pintor, ambas aparecidas en el primer número de Carmen. En el caso de Larrea, están además sus esfuerzos, durante la década del treinta, para que el Museo de Arte Moderno de Madrid comprara obra tanto de Gris como de María Blanchard, esfuerzos en parte compartidos con su amigo Torres-García, y ni que decir tiene que no coronados por el éxito. (Como es bien sabido, en el caso de Gris, el Estado no compraría un cuadro suyo hasta 1977, año del cincuentenario de su fallecimiento).
Queda un cuarto poeta del mismo ámbito, especialmente activo él también en la apología de la figura de Gris: Guillermo de Torre, el primer discípulo de Huidobro y líder del ultraísmo. Morelli nos recuerda que este incluyó a Gris en su álbum de retratos artístico-literarios de Grecia. Y que el año anterior a la muerte del pintor, lo visitaría en Boulogne-sur-Seine (hoy Boulogne-Billancourt), como lo recordaría en un texto tardío y precioso, obviamente aquí presente en el apartado documental, y analizado como lo que es, un documento de primera mano. Guillermo de Torre fue uno de los poetas españoles de su tiempo más receptivos al arte nuevo: Picasso, Robert y Sonia Delaunay, Rafael Barradas, Wladyslaw Jahl, Gabriel García Maroto, Joaquín Torres-García, Dalí, Ángel Ferrant, el fotógrafo Henri Cartier Bresson, y naturalmente Norah Borges, su mujer, fueron objeto de textos suyos, todos de gran enjundia… Tiene razón Morelli en subrayar la densidad de la red de relaciones internacionales que supo tejer el autor de Hélices para el ultraísmo, y para sí mismo. Interesante lo que dice sobre el disgusto que le produce a Huidobro ver que Gris sigue tratando a su antaño discípulo amado, con el que él había roto estrepitosamente, calificándolo, entre otras lindezas, de “pick-pocket”. Habría, sin embargo, en la década del cuarenta, una reconciliación tardía, pero sincera por ambas partes.
Morelli nos recuerda que poetas también atentos a la obra de Gris fueron, además de todos los mencionados, José Moreno Villa (visitante del pintor con motivo de un viaje a París), Federico García Lorca (bien es verdad que con algunos reparos o reservas, evidenciados en su conferencia, aquí citada, y muy bien analizada, Sketch de la Nueva Pintura), y Rafael Alberti, al cual el madrileño envió por correo el original de su exquisita portada para el número gongorino de Litoral. Los tres, por lo demás, poetas con obra plástica. Asimismo oportuna la referencia, al paso, a María Zambrano, que como otros glosadores de la obra grisiana, entre ellos Guillermo de Torre, insiste en la filiación zurbaranesca de aquella, una filiación que la filósofa malagueña detectará también en la pintura de su amigo Luis Fernández, otro reivindicador, por lo demás, de la figura del madrileño.
Por último, hace muy bien Morelli en recordar, también al paso, a Max Aub y su imaginario Jusep Torres Campalans, que encontraba demasiado cerebral a su colega, y que le tenía tirria, y que en efecto dibuja su cabeza… cruelmente reducida a una biblioteca.
Me parece realmente fascinante cómo va engarzando Morelli las fichas (muchísimas más, obviamente, de las que acabo de mencionar en estas breves líneas: recordar por ejemplo que también alude al diálogo de Gris con poetas franceses, o con el polaco Tadeusz Peiper, que dio los primeros pasos en dirección a su poesía de vanguardia en el Madrid ultraísta, y que estaría en contacto con Huidobro) sobre las que construye su discurso, un discurso que subraya muy pertinentemente el entrelazarse, tanto en el París cubista y luego surrealista, como en la España de las vanguardias y del 27, de la mejor poesía y el arte mejor (más, a veces, la música). Entrelazarse maravillosamente encarnado por el cuarteto protagonista del volumen.
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Autor: Gabriele Morelli. Título: Juan Gris y la vanguardia literaria hispánica. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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