Elena Fortún (Madrid, 1886-1952) continúa siendo una autora mucho menos reconocida de lo que cabría esperar de la creadora de uno de los personajes más célebres de la literatura infantil y juvenil española: Celia. Una niña que va creciendo en la España de los años veinte y treinta y trata de comprender el complicado mundo de los adultos, mientras continúa viviendo en su propio universo: conversa con la gata Pirracas y con el Rey Mago Baltasar, busca a la Madrina de Cenicienta y está convencida de que su madre es un hada. Además, aparece rodeada de personajes entrañables: su hermano Cuchifritín, la bondadosa Doña Benita, el padre, con quien tiene una gran complicidad…
Gracias también a Renacimiento, en 2016 se publicó Oculto sendero, una novela inédita en vida de la autora que da fe de su maestría, más allá de ser la creadora de Celia. La obra, de tono autobiográfico, presenta a una protagonista burguesa, María Luisa Arroyo, que va buscando su propia identidad, tratando de entender su orientación homosexual en una época en la que ser lesbiana resultaba algo socialmente inaceptable. María Luisa es pintora y, al igual que la propia Fortún, se ve obligada —por presión social— a casarse con un hombre que, como también le ocurría a Fortún, no valoraba lo suficiente su arte, por ser mujer. Quizás a partir de Oculto sendero muchos lectores comenzamos a interesarnos no solo por el personaje de Celia, sino también por el de su autora, cuya vida podría inspirar varias novelas. Hace solo unos días, Renacimiento anunciaba la publicación de otra novela inédita en vida de la autora, escrita junto a Matilde Ras, que también trata el tema de la homosexualidad: El pensionado de Santa Casilda. La encargada de la edición es Nuria Capdevila-Argüelles.
Actualmente, la única biografía que existe es Los mil sueños de Elena Fortún, escrita por Marisol Dorao en los ochenta. La filóloga pudo recabar datos gracias al descubrimiento en Canarias de la familia de Félix Díaz, el niño que inspiró el personaje de Cuchifritín. Los padres fueron amigos íntimos de Elena Fortún y su marido, Eusebio de Gorbea. Florinda, la hermana de Félix, se convirtió en la inspiración para el personaje de Celia. La biografía es hoy un objeto prácticamente para coleccionistas: se puede adquirir en el mercado de segunda mano a precios por encima de los cien euros o a través de la familia de Dorao, responsables de su publicación. Es el estudio que más permite profundizar en la figura de la autora.
Para empezar, Elena Fortún no era su auténtico nombre. Nació como Encarnación en el Madrid de 1886, hija del segoviano Leocadio Aragoneses y de la vasca Manuela Urquijo. Su infancia transcurrió en dicha ciudad. El hogar familiar se estableció siempre en calles muy céntricas: Bailén, Huertas, Villanueva… A causa de una debilidad física congénita, Encarna no se relacionó demasiado con otras niñas y se centró más en los libros. A menudo jugaba con Vicenta, la hija del conserje, Pedro, aunque a su madre no le agradaba, porque pertenecía a una condición social más baja, a pesar de que fueran compañeras en el colegio. Pedro y su hija, y su propia relación con Vicenta, le inspiraron para crear dos personajes con cierta relevancia en la saga de Celia. Su personalidad se fue forjando a base de lecturas y observación, a lo que ha de añadirse ciertas dotes intuitivas que para algunos rayarían en lo sobrenatural. Leemos en su biografía:
“En 1903, antes de cumplir ella los dieciocho, falleció su padre. Cuatro días antes, la joven había tenido un extraño sueño. […] En el jardín de enfrente de su casa habían levantado un monumento. Era de madera roja y brillante, y representaba un viejo de larga barba con el brazo derecho extendido… Algo le decía que los que pasaran por debajo de aquel brazo, no volverían más…
Estaba mirándolo desde el balcón, cuando oyó voces en la calle, y, al mirar, vio a dos hombres, seguidos de un grupo de gente. Al acercarse al monumento, se dio cuenta de que uno de esos dos hombres era su padre. Quiso gritar para avisarle del peligro… pero no pudo: ¡no le salía la voz! Los dos hombres, seguidos del grupo, se acercaron al monumento, y Encarna vio, aterrada, cómo su padre se adelantaba y pasaba por debajo del brazo del monumento, perdiéndose en la sombra. […] Leocadio Aragoneses murió cuatro días después.”
Según cuenta Marisol Dorao, aquel no fue el único sueño “premonitorio”. Aunque jamás podrá probarse el grado de veracidad de estas historias, lo que sí resulta claro es que, igual que el personaje de Celia, Encarna Aragoneses derrochaba imaginación.
La relación con Leocadio Aragoneses siempre fue muy estrecha e inspiró a la futura escritora para definir la complicidad entre el personaje de Celia y su padre. Su muerte le cambió la vida, arrebatándole, en gran parte, la inocencia. Cuando en 1904 apareció en su vida su primo Eusebio de Gorbea, Encarna se casó con él sin pensárselo demasiado, algo de lo que se arrepentiría durante muchos años, porque su relación se parecía más a la amistad que al amor. Con Eusebio tuvo dos hijos: Luis y Manuel, más conocido como “Bolín”, que murió a causa de unas fiebres —en el registro de defunción se menciona una “encefalitis letárgica”— en 1920, con diez años. Fue un duro golpe para sus padres, que incluso trataron de contactar con el niño mediante prácticas de espiritismo. Encarna y Eusebio estaban familiarizados hasta cierto punto con el ocultismo; incluso Eusebio había ideado un personaje fundamental para una obra de teatro, a quien describía así: “Elisa Fortún, dama que vive en nuestros días, nerviosa, histérica, loca, o lo que se quiera, escribe la obra, pero sirviendo de médium extraño, porque en ella se da el caso de que le dictan los libros espíritus de seres que ella misma ha sido en todas las épocas que recorre”. Solo se publicó el primer tomo de la obra, Magerit, y, en el último momento, modificó el nombre del personaje, que pasó a llamarse “Elena”. He aquí el origen del célebre seudónimo de Encarna Aragoneses.
A medida que su primogénito crecía y necesitaba menos cuidados, Encarna fue descubriendo su verdadera vocación: la escritura. Una perspectiva de la vida cotidiana desde su mirada de mujer y grandes dotes de observadora se convirtieron en su mejor baza. Comenzó con colaboraciones periodísticas en diversos medios, hasta que, en 1928, su amiga, la también escritora María Lejárraga, la puso en contacto con Torcuato Luca de Tena. Además, estaba muy comprometida con instituciones como la Residencia de señoritas o el Lyceum Club, lugares fundamentales en la forja del feminismo español. En 1939, cuando finalizaba la Guerra Civil, marchó al exilio acompañando a su marido, quien había sido militar republicano. Se instalaron en Buenos Aires, donde conoció a una persona fundamental: la intelectual Inés Fields. Según la investigadora Nuria Capdevila-Argüelles, coeditora de Oculto sendero, ella fue su gran amor platónico.
Elena Fortún regresó a España en 1948. Su marido permaneció en Buenos Aires, donde se suicidó ese mismo año. En cuanto a Elena, o Encarna, falleció en Madrid el 8 de mayo de 1952 a causa de un cáncer de pulmón. Setenta años después de su muerte, nos encontramos en plena reivindicación de su figura y de su obra. Parece impensable que una escritora con un mundo tan fascinante —no tiene nada que envidiar al de su personaje, Celia— continúe siendo una gran desconocida para muchos.
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