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Dos cuentos góticos, de Gustave Flaubert - Zenda
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Dos cuentos góticos, de Gustave Flaubert

Los dos relatos que componen este volumen reflejan la vehemencia del literato adolescente que fue Flaubert: cuando los publicó apenas tenía quince años. «Bibliomanía» viaja a una Barcelona gótica que el autor no había visitado para trazar la desmesurada ambición de un excéntrico bibliófilo. A su vez, «La peste en Florencia» recrea un sangriento episodio...

Los dos relatos que componen este volumen reflejan la vehemencia del literato adolescente que fue Flaubert: cuando los publicó apenas tenía quince años. «Bibliomanía» viaja a una Barcelona gótica que el autor no había visitado para trazar la desmesurada ambición de un excéntrico bibliófilo. A su vez, «La peste en Florencia» recrea un sangriento episodio de época medicea. El resultado son dos incursiones en el tema favorito del autor de Madame Bovary: las pasiones humanas. Esta nueva traducción incluye un prólogo escrito por el periodista y novelista Miquel Molina Muntané (Barcelona, 1963), experto conocedor de la obra de Flaubert que desde 1995 ejerce de director adjunto en La Vanguardia.

Zenda adelanta un fragmento del libro.

Jacques Moulinier, Vista de la Plaza Nueva y de una de las puertas antiguas de Barcelona (1806). Colección B.N.E.

BIBLIOMANÍA

(1836)

En una calle angosta y sombría de Barcelona vivía, no hace mucho, uno de esos hombres de frente pálida y ojos apagados y hundidos, uno de esos seres satánicos y extraños como los que Hoffmann exhumaba en sus sueños.

Era Giacomo, el librero. Tenía treinta años y ya parecía viejo y agotado. Era alto, pero encorvado como un anciano; su cabello era largo, pero blanco; sus manos eran fuertes y vigorosas, pero marchitas y cubiertas de arrugas; su traje era miserable y andrajoso; su aspecto, torpe y timorato; su rostro, pálido, triste, feo e incluso insignificante.

Rara vez pisaba las calles, excepto cuando se subastaban libros raros y curiosos. En tales ocasiones dejaba de ser el hombre holgazán y ridículo de siempre. Sus ojos cobraban vida, corría, caminaba, pisoteaba; le costaba moderar su alegría, sus inquietudes, sus angustias y sus dolores; llegaba a casa con la lengua fuera, sin aliento, tomaba el preciado libro, lo acariciaba con los ojos y lo amaba con la pasión de un un avaro por su tesoro, de un padre por su hija, de un rey por su corona.

Este hombre nunca había hablado con nadie, excepto con los libreros de viejo y los anticuarios. Era taciturno y soñador, lúgubre y triste. Solo tenía una idea, un amor, una pasión: los libros. Y este amor y esta pasión lo abrasaban por dentro, consumían sus días, devoraban su existencia.

A menudo, de noche, los vecinos veían, a través de las ventanas del librero, una luz que parpadeaba, luego se acercaba, se alejaba, se elevaba y, a veces, se apagaba. Entonces oían un golpe en la puerta y era Giacomo, que venía a pedir fuego para encender de nuevo la vela que alguna corriente había apagado.

Pasaba aquellas noches febriles y abrasadoras entre sus libros. Corría por los almacenes, recorría las galerías de su biblioteca con éxtasis y deleite, luego se detenía, el cabello alborotado, los ojos fijos y brillantes. Le temblaban las manos al tocar los libros de los estantes; estaban calientes y húmedos. Tomaba un libro, pasaba las páginas, palpaba el papel, examinaba los dorados, las cubiertas, las letras, la tinta, los pliegos y la composición de los diseños que ornaban la palabra finis. Después lo cambiaba de sitio, lo colocaba en un estante más alto y se quedaba horas enteras mirando el título y la forma.

Se dirigía después a sus manuscritos porque eran sus hijos más queridos; tomaba uno, el más viejo, el más gastado, el más sucio; miraba el pergamino con amor y alegría; olía su santo y venerable polvo; luego sus fosas nasales se hinchaban de alegría y orgullo, y una sonrisa asomaba a sus labios.

¡Oh, aquel hombre era feliz! Feliz en medio de toda aquella ciencia, de la que apenas entendía el significado moral y el valor literario; feliz en medio de todos aquellos libros, contemplando las letras doradas, las páginas gastadas, los pergaminos descoloridos. Amaba la ciencia como un ciego ama el día.

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Autor: Gustave Flaubert. Traductor: Alberto Gómez Vaquero. Título: Dos cuentos góticos. Editorial: Carpe Noctem. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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