Marialuz Albuja Bayas es una poeta, narradora y traductora nacida en Quito, Ecuador, en 1972. Magíster en Estudios de la Cultura con mención en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Andina Simón Bolívar. Ha publicado los poemarios Las naranjas y el mar, Llevo de la luna un rayo, Paisaje de sal, La pendiente imposible y Detrás de la brisa. En novela ha publicado En caso emergencia (no) rompa el vidrio y Maura. En 2017, la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras le otorgó el premio Dámaso Alonso en la categoría Creación Literaria. Obtuvo el premio Proyectos Literarios Nacionales, otorgado por el Ministerio de Cultura del Ecuador en 2008. Sus dos novelas ganaron el premio Darío Guevara Mayorga a la mejor obra publicada en su categoría (2017 y 2019). Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, portugués, francés, italiano y árabe.
***
Entonces
en una oficina
calada hasta los huesos con los vientos de la Siberia
lejos del sol ecuatorial
escribía poemas.
¿Qué importa ya dónde?
Escribía poemas.
***
Les temo a las palabras porque no me sirven
porque ignoro lo voraz
lo prematuro.
Porque me niego a suplicarles
y soy, sin embargo, la esclava que les besa las sandalias.
Le temo a la llegada del poema
porque viene rodeado de ausencia
porque sus bordes quebradizos amenazan con desaparecer entre mis manos
porque si lo miro, se deshoja.
¿Qué hiciste, madre, para llenarme de palabras?
¿Por qué no es posible el silencio?
Le temo al cuerpo que no entiende lo que digo.
A su lenguaje atroz le tengo miedo.
A la amenaza de una muerte que no me abandona:
pájaro revoloteando las naranjas de la carne
golondrina que endulzará su lengua con mi néctar.
Mi cuerpo se parece al tuyo, madre.
Pero siempre seré hija para ti.
La hija mayor.
Primera en desgarrarte
y en dejarte
nido abandonado a medianoche
en el enorme graderío que no termina
que no calla
que no escribo.
Le temo al final del poema
a la súbita desdicha en sus ojos
a los vacíos que lo perforan
como balas atravesadas en un tronco a punto de caer
a las imágenes mudas que aprietan su cuello
y agitan mi entorno que no logra desprenderse de ellas.
Le temo, madre, a tu angustia
y a las palabras que me enseñaste
porque no son las que quiero.
***
Algo de oscuro en ese vuelco de la sangre
donde unos ojos imprimieron el terror de mis cuatro años
sin roce alguno que calmara el aluvión
sin un abrazo que ciñera mis rodillas.
Despedazada la matriz
endurecidos mis pulmones, ya sin aire.
No me salvé.
Apenas pude resistir entre las mantas
por si la luz
al otro día era un milagro
la fugitiva que me abriera pasadizos
para llegar a los horrores que en mi cuerpo se agazapan.
Algo de oscuro fue volviéndose poema
bajó hasta el fondo de mi voz
gritó por mí.
***
Más allá del páramo
donde los gallinazos entretienen la mirada
antes de anclar su soledad
una no sabe si podrán cerrar los ojos
para verse
si un sonido de campana los lastima
si acaso su sangre en remolino se agolpa
cada vez que la garúa desdibuja la montaña
y si entonces morirán de pena
si el picoteo de la ruina
algo de pulcro dejará en sus paladares
algo de triste
de insaciable
de sombrío
cuando la luz se desmorona entre las nubes
y ellos atrapan, consumada, la belleza.
Oscuros ángeles que marcan el sendero
mientras al filo de la muerte me encamino.
Con sus señales he logrado desandar la destrucción
volver intacta.
Pero esta noche no será.
Llevo una soga entre las manos
y me esperan.
***
Mamá un día preparó lengua acaramelada.
Nunca pensó que al esparcirse la panela
se regarían los deseos por las venas del jardín
tan lleno, entonces, de dolor y bichos muertos.
Un vapor súbito
de sangre y de melaza
nubló su vista y agitó
la ubre enterrada del placer.
Jamás creí que iba a dejarme en este miedo pegajoso
la lengua fría
costra pura de la muerte
tan llena ahora de dolor e insectos vivos.
***
Escribe tú
mientras me ocupo de lo esencial:
mirar la caída del mundo
por esta ventana que todo lo agranda
limpiar la huella de vaho que alguno de mis hijos abandonó sobre el espejo
quedarme sin palabras.
Confío en lo que vayas a decir
(por otro lado, poco importa).
Permite que sea yo misma
que salte hacia los peñascos.
Y escribe por mí
que yo nunca he querido empezar.
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