Foto de portada: Ricardo Mena
Sin los tebeos de Mauro Entrialgo (Vitoria, 1965) no podría entenderse la tradición del cómic underground español. Suyos son algunos de los personajes más brillantes y corrosivos de la historieta patria: Herminio Bolaextra, reportero de tres huevos adicto al Ricard y a la farlopa; El Demonio Rojo, combatiente de lucha libre obsesionado con echar un polvo; Drugos el acumulador, enfermo del coleccionismo más vacío y obsesivo. Mauro participó en la fundación del TMEO; publicó largo tiempo en El Víbora; desde el año 2000, la revista El Jueves acoge semanalmente las disquisiciones de su personaje Ángel Sefija, escritor fracasado de mediana edad que disecciona hasta el detalle el mundo que nos rodea. Con un estilo gráfico elemental e inconfundible, un manejo inteligentísimo del gag hablado de una sola página y una lucidez admirable para ejercer la crónica social, el trabajo de Mauro es una de las mejores lupas con las que mirar críticamente la sociedad de nuestro tiempo. Y lo que es más importante: con el trabajo de Mauro te acaba doliendo la barriga de tanto reír.
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—Empecemos por el principio, por tu primera publicación “oficial”. A los 17 años te estrenas en Makoki con la serie Pastiches Show presenta. ¿Cómo fue el camino hasta llegar allí y qué recuerdo guardas de aquella primera etapa?
—Todo fue bastante rápido. A los 14 empecé autopublicándome fanzines en fotocopias que vendía en el colegio y por correo, luego me llamaron de otros fanzines y me salieron algunos trabajillos como pintar murales en bares, dibujar pegatinas o diseñar carteles. Ernesto Murillo “Simónides”, el primer dibujante de cómics profesional que conocí, enseñó mis historietas a Gallardo, que entonces dirigía la versión original de la revista Makoki, empecé a publicar allí, y a partir de ese momento fui enlazando y solapando todo tipo de colaboraciones. Recuerdo esa época como un torbellino inagotable de actividades y energía juvenil. Al mismo tiempo que iba al instituto dibujaba, hacía cortos en super 8, cantaba en un grupo punk, pintaba cuadros, escribía cuentos, y todo eso sin parar de ir a conciertos, filmotecas, exposiciones y bares todos los días de la semana. Y, además, como todavía vivía con mis padres y tenía pocos gastos, empecé a disponer de más ingresos que cualquiera de mis amigos.
—Tienes un estilo gráfico muy particular que es característico de toda tu obra, y que está presente ya en tu trabajo desde prácticamente tus comienzos. ¿Cómo fue el proceso para concebir este estilo inconfundible que te acompañaría ya para siempre? ¿Te fijaste en la obra gráfica de otros autores?
—Hace unos años saqué un volumen llamado El dibujosaurio, que contiene mis trabajos de ilustración durante los primeros treinta años de carrera (1982-2012), y allí puede apreciarse que, en realidad, mi estilo siempre ha ido evolucionando sin llegar a fraguarse en algo concreto definitivo inmutable pero, al mismo tiempo, creo que siempre ha estado presente. Supongo que el truco ha sido ser permeable a todo tipo de influencias, pero no obsesionarse con intentar hacer lo mismo que otro autor o querer pertenecer a una escuela concreta. Observo a veces a autores principiantes que recogen influencias solo de obras de su propio campo creativo o, incluso peor, del subgénero al que se dediquen en su propio campo creativo. Un ejemplo: un dibujante de superhéroes que se inspira solamente en dibujantes de superhéroes. Personalmente, entre los autores que más me han influido no hay solo humoristas gráficos sino también dibujantes de superhéroes, artistas contemporáneos, diseñadores de dibujos animados, escritores o directores de cine.
—Háblame del TMEO. ¿Cómo surgió, allá por el 87, qué importancia tiene en tu trayectoria como creador y por qué habéis peleado tanto por mantenerlo vivo hasta el día de hoy?
—El TMEO surgió en 1987 como una idea de la gente del fanzine navarro Hamelín, que decidió que, juntando fuerzas con otros fanzines del País Vasco se podría hacer una publicación con mucha más difusión y relevancia que la de cada uno por separado. Las fuerzas eran los autores, pero también las redes de distribución, los lectores o los anunciantes. Yo procedía del fanzine Octopus de Vitoria-Gasteiz (en donde, por cierto, el TMEO acabó recalando al cabo de unos años). El sistema de distribución original del TMEO por bares y pequeños comercios permitía saltarse cualquier tipo de censura y su organización horizontal de base asamblearia nos trajo caos, cabreos y discusiones endémicas, pero también una longevidad inesperadísima, porque cualquiera podía aportar, pero nadie fue imprescindible nunca porque nadie mandó nunca demasiado. A lo largo de estos 35 años mi relación con la revista ha ido variando, pero siempre ha existido. En un principio fue una de las publicaciones que más dieron a conocer mis historietas, e incluso fue el TMEO quien publicó mi primer álbum recopilatorio. Ahora mismo mi pertenencia a su consejo de redacción me da, sobre todo, trabajo no remunerado y preocupaciones, pero me gusta mucho que siga existiendo esta tremenda anomalía editorial y que siga sirviendo tanto para publicar puntos de vista que es difícil ver en otros medios como para que nuevos autores se den a conocer.
—También quería preguntarte por las diferencias que notas entre la manera en que trabajabas, por ejemplo, en El Víbora, revista de cómic indispensable en el panorama contracultural español de los 80 y los 90, y tu trabajo actual para una revista satírica como El Jueves.
—El sistema es muy parecido. Antes, los originales en papel se mandaban por agencia a las redacciones y luego te tenías que preocupar de que te los devolvieran. A finales de los 90 pasamos a los archivos digitales enviados por mail y ahora se suben a un servidor. Pero el concepto es el mismo: las series se solicitan con una idea muy general y luego en ambos casos he tenido completa libertad en su desarrollo. Cuando han sido páginas de encargo de un tema concreto, para un especial, por ejemplo, también en ambos casos se precisa más lo que necesitan. Lo que sí cambia en la forma de abordar el humor gráfico es la periodicidad de las publicaciones para las que trabajas. El Víbora era mensual, El Jueves es semanal. Los asuntos que puedes tratar con distintas periodicidades son distintos o, si son los mismos, requieren una aproximación diferente. No te digo ya cuando la publicación es inmediata, como los años que estuve haciendo una tira diaria para el periódico Público o ahora que publico en El Salto.
—En el ejercicio de comparar una de aquellas primeras páginas publicadas, a comienzos de los 80, y una de las últimas, ya en esta década, situando una al lado de la otra, ¿en qué aspectos de tu trabajo señalarías una evolución más notoria?
—Creo que, en mis historietas, he tendido a eliminar cualquier elemento que no fuera útil para lo que quiero contar. Los detallitos cuya utilidad es meramente ornamental me sobran en el tipo de humor gráfico que hago ahora. Aunque, claro, luego me encargan una ilustración para otra cosa y sí que me puede apetecer meter detallitos en cada esquina.
—Hace unos meses charlé con Miguel Ángel Martín, y hablamos largo y tendido sobre la censura que sufrió en Italia su cómic Psychopathia Sexualis, lo que llevó a su editor a afrontar incluso un proceso judicial. En tu caso, también has estado alguna vez inmiscuido en este tipo de situaciones, como cuando censuraron tu página sobre la prohibición de las drogas en Tentaciones. ¿De qué manera afectan este tipo de cortapisas a tu trabajo?
—Curiosamente, tuve más problemas con censuras cuando se suponía que había menos censura. Toco madera, pero hace muchos años que no he tenido ningún tropezón por ese flanco. Probablemente porque, por un lado, en la actualidad no trabajo en medios muy pejigueros y, por otro, porque cuando me apetece hacer algo un poco burro lo mando al TMEO, donde no solo sé que nadie me va a decir nada sino que sé que encaja mucho más con su línea editorial. La manera más molesta en que me afectaron a mí en su momento esas cortapisas, como afortunadamente nunca he estado involucrado en juicios, es que me echaban de una publicación y me quedaba sin curro.
—Herminio Bolaextra es uno de tus personajes más emblemáticos, y sus viñetas destacaban principalmente por la brutalidad de su humor, corrosivo y desvergonzado, con una total ausencia de pudor y pelos en la lengua a la hora de abordar cualquier tipo de asunto delicado. ¿Cómo afecta la corrección de política propia de los últimos tiempos al trabajo de un historietista y humorista gráfico como tú? ¿Alguna vez te has visto tentado, aunque puedas haberla esquivado, por la autocensura?
—Ha cambiado todo bastante en los medios de comunicación, pero no es cierto ese mantra recurrente que se oye mucho de que ahora se pueden decir menos cosas que antes. Hay cosas que antes no se podían decir en unos sitios y ahora sí, y al contrario. Ahora pones la tele en horario infantil y hay tertulias de cotillas mediáticos hablando de sexo anal y meterse farlopa sin ningún problema, que era algo antes reservado a las publicaciones underground y las radios piratas. A Las Vulpes por una chorrada naíf punki en TVE les montó el ABC tal linchamiento en los ochenta que acabaron eliminando el programa de la televisión y jodiéndole bastante la carrera a su director, Carlos Tena. Ahora incluso vale hacer chistes con el rey de España o la familia real en casi cualquier sitio, pero hace solo unos años, por esa razón, tanto El Jueves como en el TMEO tuvimos que visitar la Audiencia Nacional. Pero claro, también es cierto que antes hacían chistes de Carrero hasta Tip y Coll sin ningún problema. Ahora, si haces un chiste de Carrero o te cagas en dios, se puede cabrear una asociación de ultrajaditos —de esos mismos que luego se ponen en el perfil de sus redes sociales que son “políticamente incorrectos”— y meterte en algún lío judicial. Por eso me dan un poco de risa cuando los columnistas viejunos lloran porque dicen alguna barbaridad contra el feminismo, reciben opiniones contrarias en las redes sociales y lo consideran un linchamiento. Un verdadero linchamiento conlleva quedarte sin curro o que te monten un proceso judicial, no que te digan una cosa u otra por haber dicho una cosa u otra. Finalmente, hay cuestiones que no se podían tratar nunca en un chiste que siguen sin poderse abordar en casi ningún sitio. Porque solo conozco una publicación donde se puede y siempre se han podido hacer chistes, por ejemplo, de temas tabú como El Corte Inglés o Telefónica: el TMEO.
—Además de Herminio Bolaextra, que es un iconoclasta que atenta contra todo y todos, o de tus viñetas más underground para medios como el TMEO, también has creado otros, como Ángel Sefija, que tienen más de “cronistas” sociales. Tus trabajos para El Salto, por ejemplo, también son demostrativos de una conciencia social. ¿En qué terreno te sientes más cómodo? ¿Arremetiendo contra todos o poniendo sobre la mesa los males del sistema con un posicionamiento político más claro?
—Como más cómodo me siento es pudiendo hablar de lo que me apetece en ese momento. Por eso cuando presenté el proyecto de serie que me pidieron para El Jueves a finales del siglo pasado, pensé en un personaje llamado Ángel Sefija cuya única característica fundamental era que se fijaba en cualquier cosa. Lo cual me ha permitido que, tras 22 años y muchas más de mil entregas, pueda seguir escribiendo sus páginas con total comodidad. Personajes como Herminio, con definiciones tan particularísimas –“un sinvergüenza drogadicto que siempre hace gamberradas”– tras doscientas páginas empiezan a hacerse repetitivos y, por eso, limité su dosis de producción a solo media página bimensual.
—Siempre me gusta preguntar a los creadores por sus referentes: obras de otros artistas que, ya sea en fondo o en forma, han influenciado sus maneras de mirar y hacer. ¿Qué artistas de cómic, escritores, músicos o cineastas consideras que, de una u otra manera, han sido definitorios de tu trabajo? Y ya en el contexto actual, ¿qué artistas contemporáneos te interesan más?
—Me han influido tanto Marge como Murnau, Chumy como Tezuka, los nueve ancianos de Disney como Frank Zappa, Muriel Sparks como Crumb, Reiser como Truffaut, Shrigley como Steven Appleby, Asimov como Kirby, Dino Risi como Hergé o Vázquez como Sophie Calle. Cada una de las personas mencionadas y muchas otras me han influido de alguna manera que quizás no sea fácil de detectar en el cóctel final que son las cositas que he hecho yo, pero veo ciertas características comunes en sus obras. En general, siento especial afinidad con autores personales cuya obra es fácil de identificar como suya y que no suelen pertenecer a ninguna escuela de forma muy evidente o que crearon ellos la suya propia. También me gusta la claridad, la visión humorística, un punto didáctico, no dejar que la técnica se coma tu estilo, lo híbrido y el no ser evidente. Y, en cualquier caso, soy fan de obras, no de ídolos. De todos los mencionados admirados conozco algo que me parece fallido o muy poco interesante.
—Me gustaría preguntarte también por tus incursiones en otros medios, más allá del ámbito de la historieta: tu guion para Gente Pez, tus trabajos en teatro con la compañía Sobradún, tu labor como solista y letrista en Esteban Light. En tu perfil de Instagram veo que también te interesa la pintura abstracta. ¿Qué te llevas de estas experiencias fuera del mundo del cómic?
—Me dedico a contar historias y utilizo distintos medios para ello. Pero aquellas historias que he contado mediante historietas me han dado dinero con más asiduidad, con lo que he acabado haciendo más historietas que otra cosa. Además, todos los demás medios también me gustan, pero la falta de consideración cultural que tiene el cómic y la poca importancia económica de su industria hace que, al menos de momento, sea un medio mucho más libre que los demás.
—Una de tus publicaciones más recientes es el Diccionario ilustrado del BOE, una suerte de “traducción” de los conceptos necesarios para entender el Boletín Oficial del Estado. Cuéntame un poco acerca de cómo surgió este proyecto junto a Eva Belmonte.
—La idea es de Eva, directora de la fundación Civio. Una de sus muchas ocupaciones consiste en leerse el BOE absolutamente todos los días a las siete de la mañana y extraer de él las informaciones que pueden resultar interesantes y contárnoslas de forma inteligible a todos los lectores de su blog El BOE nuestro de cada día. Debido a ello, se le ocurrió escribir un libro que explicase ciertas expresiones que maneja a diario porque aparecen constantemente en el BOE y que no siempre se entienden bien, entre otras cosas porque en los medios tampoco las suelen explicar bien. Para ello, además de utilizar un estilo un poco más humorístico que el habitual, también me convenció para que acompañara cada una de las palabrejas y expresiones con una o más viñetas de humor gráfico. Así que, de pronto, me vi teniendo que hacer chistes sobre temas aparentemente tan áridos como “personal eventual”, “disposición derogatoria”, “negociado” o “real carta de sucesión”. El resultado es un libro mucho más entretenido de lo que parece, pero también mucho más riguroso que muchos artículos que aparecen en prensa sobre estos asuntos.
—Y ya para terminar: ¿en qué proyectos andas metido ahora?
—Para no aburrir mucho, te cuento mi plan editorial de aquí hasta finales de verano. Tras el libro con Eva, publicamos hace pocos meses Una palabra random, un inusual libro de poesías de Nacho García que he ilustrado con collages extraídos de mis libretas de calle y bares que ha editado Aristas Martínez. En unas semanas Diabolo Ediciones sacará a la venta una reedición en tapa dura para coleccionistas de Drugos el acumulador, ya que la original de los 90 de este personaje mío obsesionado con el acopio de objetos estaba descatalogada. Y, en septiembre, Astiberri publicará Para acertar los catorce, la décimocuarta entrega de los volúmenes recopilatorios de las historietas de Ángel Sefija. Y, mientras tanto, por supuesto, seguiré con mis entregas habituales en El Jueves, El Salto, Bar & beer y el TMEO.
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