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Siempre apetece partirle la cara a alguien - Alberto Olmos - Zenda
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Siempre apetece partirle la cara a alguien

Hay mucho que razonar sobre esta pérdida de sentido común emocional que hemos visto en el lance hollywoodiense. Yo creo que se ha entendido todo mal. Primero, hablemos de los límites del humor. Los límites del humor están justo ahí donde alguien se levanta y te parte la cara. Entonces has hecho bien tu trabajo....

Sólo la pérdida de valores, la inhumanidad y la completa falta de empatía pueden explicar que la bofetada de Will Smith a Chris Rock haya sido unánimemente condenada. Antes, cuando éramos civilizados, estas cosas resultaban entrañables. Todo el mundo reconocía en un puñetazo algo de sí mismo, cierto hartazgo y cierta liberación. Desde el “que te pego, leche, que te pego”, de Ruiz Mateos a Miguel Boyer al puñetazo de Camilo José Cela al periodista del corazón Jesús Mariñas, pasando por el cabezazo de Zidane a Materazzi en la final de un Mundial, la agresión calderoniana contaba con la compresión popular. Son muchas las veces en las que siente uno ganas de partirle la cara a alguien. Y algunas pocas veces, vas y le partes la cara a alguien.

Hay mucho que razonar sobre esta pérdida de sentido común emocional que hemos visto en el lance hollywoodiense. Yo creo que se ha entendido todo mal.

Primero, hablemos de los límites del humor. Los límites del humor están justo ahí donde alguien se levanta y te parte la cara. Entonces has hecho bien tu trabajo. Yo, sinceramente, envidio a Chris Rock. Llevo más de cinco años escribiendo artículos con el único objetivo de que me partan la cara, y aún no lo he conseguido. Por supuesto, Ricky Gervais o Anthony Jeselnik no pueden dormir después de que Chris Rock tocara el cielo de la comedia. Gervais se ha reído de los niños con cáncer; Jeselnik hacía fiestas cada vez que un tiburón se comía a alguien. Generaron polémica, sí, les amenazaron de muerte, sí; pero nadie les dio un bofetón. Eso sólo lo puede decir Chris Rock, y por tanto Chris Rock es ya el mejor de todos los tiempos.

"Yo, sinceramente, envidio a Chris Rock. Llevo más de cinco años escribiendo artículos con el único objetivo de que me partan la cara, y aún no lo he conseguido"

Los que trabajamos con la palabra, y con la posibilidad moral de la palabra, buscamos precisamente un límite, un muro, una hostia. Buscamos saber qué se puede aún decir que a ustedes les remueva por dentro. Chris Rock obviamente no ha denunciado a Will Smith, como pedían algunos salvajes; sencillamente, le debe el mejor momento de su vida.

Uno de estos salvajes favorables a la denuncia ha sido Jim Carrey, por lo demás un actor adorable. Carrey dijo que Rock debía denunciar a Smith y que, ojo aquí, “nada te da derecho a pegar a alguien por sus palabras”. Por supuesto, todo te da derecho a pegar a alguien muy exactamente por sus palabras. Aquí es donde el sentido común —en este caso encarnado en Carrey— sufre la adulteración fatal que les cuento.

Por decirlo pronto: póngame frente a una persona cualquiera, el propio Carrey, usted, Cristina Pedroche, un panadero. Denme información sobre la vida privada de esa persona (por ejemplo, familiares muertos de cáncer, niños perdidos al nacer, infidelidades dolorosísimas…) y en quince minutos como mucho dirigiéndole la palabra con la peor de las intenciones consigo que esa persona se lance sobre mí para sacarme los ojos. ¿Cómo que no puedes pegar a alguien por algo que te dice? ¿Se nos ha olvidado el dolor inmenso que puede causar una simple frase? ¿Se nos ha olvidado la maldad que anida en muchas personas a nuestro alrededor y en su capacidad para decirnos aquello que más daño puede causarnos? A una mujer que perdió a un hijo en un atentado terrorista, alguien le dirigió esta frase desde algún rincón de internet: “Yo te hago otro”. Si eso se lo hubiera dicho en persona, ¿a quién le parecería mal que esa mujer le diera un bofetón?

"¿Ustedes saben lo que lleva una persona en su corazón, en su cabeza? ¿Lo que arrastra, lo que soporta, el pozo sin fondo de su aflicción?"

Establecido que, en efecto, hay simples frases que muy naturalmente provocan en alguien una acción violenta inmediata, la cosa se complica más. Porque a lo mejor una frase no tan demoníaca como la dedicada por ese miserable a la mujer que perdió a su hijo en un atentado también puede derivar en una acto de violencia. ¿Ustedes saben lo que lleva una persona en su corazón, en su cabeza? ¿Lo que arrastra, lo que soporta, el pozo sin fondo de su aflicción?

En el cine hay muchas escenas calcadas moralmente de la que en la vida real protagonizó Will Smith. Tomemos por ejemplo una de Manchester by the Sea. El protagonista, interpretado inolvidablemente por Casey Affleck, está solo en un bar tomando una copa. Enfrente, al otro lado de la barra dispuesta en U, hay dos hombres trajeados. De vez en cuando, alzan la cabeza y le miran. De vez en cuando, se ríen y le miran. Casey se levanta, rodea la barra, se arrima a ellos y les pregunta si se conocen. Ellos dicen que no. Casey: “¿Entonces por qué cojones me miráis?”. Y le suelta un puñetazo al que tiene más cerca, y después al otro.

¿Hace mal este hombre? Contexto: este hombre ha perdido en un incendio provocado en buena medida por su culpa a sus dos hijos pequeños, que acabaron carbonizados ante sus ojos. Desde entonces, después del divorcio y de un intento de suicidio, vive la vida como una penitencia interminable. ¿Hace mal este hombre? Sí. ¿Debemos perdonarle? Por supuesto.

"Will Smith eres tú, en tu peor momento, en la situación menos adecuada, no soportándolo más"

Así, ¿qué sabes tú lo que tenía Will Smith en la cabeza, lo que tenía su mujer, Jada Pinkett, lo que andan soportando ambos, y su familia? Quizá una burla sobre la alopecia de Jada en una gala que estaba siendo vista por el planeta entero no era precisamente lo que más les apetecía. Quizá la suma de frustraciones, discusiones, medicamentos, terapias, llantos y desesperación que llevó la pareja a la gala sólo necesitaba un pequeño empujón para derivar en violencia. Quizá Chris Rock, sin saberlo, dio ese pequeño empujón. Una buena persona sólo puede comprender a Will Smith. Will Smith no cuenta con un historial de hostias dadas gratuitamente a personas que no le han hecho nada. Will Smith eres tú, en tu peor momento, en la situación menos adecuada, no soportándolo más. Toda esa gente denunciando desde el sofá de su casa una bofetada como si condenara un fusilamiento me ha parecido patética. Habría que haberlos visto tan firmes en la denuncia de la violencia si en lugar de Will Smith hubiera sido Nicole Kidman (una mujer) la que diera una bofetada a un hombre; o si hubiera sido Ricky Gervais (un hombre blanco), y no Rock, el que la recibiera de un hombre negro. Ahí todo su postureo moral adaptativo hubiera dado en columnas, artículos y tuits de muy distinta naturaleza, como sabemos todos perfectamente (ignoremos higiénicamente a los zumbados que en esta bofetada han visto no sé qué expresión precisa del heteropatriarcado y del machismo y de la fragilidad masculina, pues me precio de estar escribiendo para adultos).

Añadido a esta bajeza interpretativa generalizada, hemos contemplado además la total incomprensión de una bofetada o de un puñetazo de esta especie. Will Smith no ha pegado a Chris Rock para causarle un daño físico, ni le ha pegado por lo que ha dicho: le ha pegado para que dejara de hablar. “Quita el nombre de mi mujer de tu boca”, le gritó además. Pegar a alguien por algo que te ha dicho significa cerrar la conversación. Se trata, en rigor, de disparos al aire, un ataque preventivo, perfectamente diplomático. Si sigues por ahí, habrá guerra de verdad, es lo que significa este gesto violento: un aviso de que algo terrible puede suceder. Cállate, por el bien de ambos.

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Alberto Olmos

Alberto Olmos (Segovia, 1975) es escritor y columnista. Ha publicado nueve novelas, entre las que destacan Trenes hacia Tokio (2006), Alabanza (2014) o Irene y el aire (2020). Su primer libro de relatos se tituló Guardar las formas (2016), y su primer ensayo, Vidas baratas: elogio de lo cutre (2021). Es premio Ojo Crítico RNE de Narrativa (2009) y I Premio David Gistau de Periodismo (2020). Escribió y locutó el podcast sobre literatura Todo está en los libros (2022). Vive en Madrid.

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