He vuelto a correr por el Retiro. Al cuarto día lo que era una obligación un tanto penosa para mí, se ha tornado un gran placer. Poco a poco me cuesta menos correr, y cada vez disfruto más del espectáculo de la Naturaleza y de la gente, de las gentes, de las personas que nacen, crecen, viven y mueren —morimos, pero también vivimos—, como dijo alguien antes que yo, acaso algún clásico. Más que una frase es un pensamiento, una verdad, una certeza. Quizá lo dijera yo mismo también, humilde pluma, pequeño clásico que se mueve con chándal por entre los senderos del Retiro, bordeando su estanque, amando todo lo que ve, pues todo se le antoja verdaderamente amable, festín de los sentidos, y de los sentidos interiores. Resonando.
El sol cae en un lento atardecer. Los días son ya más largos. El sol es de un naranja intenso, bellísimo: parece que se va a convertir en rojo, pero se mantiene naranja, cada vez más intenso, cada vez más bello.
Mientras corro y escucho música con los auriculares de mi móvil me fijo en la riqueza de las personas, en todo lo que hacen. Cada persona se muestra diferente, ante mis ojos, en el Retiro. Algunos se hacen fotos en el estanque: hacen o se las hacen. Muchos pasean del brazo o de la mano del novio o de la novia, o de la mujer o del marido. Otros montan en bici o corren, como hago yo ahora, aunque también me guste pasear o montar en bici. Lo importante es moverse, ejercitarse, como lo hace uno cuando escribe, peculiar deporte, pero que no por peculiar deja de ser deporte, aventuro ahora. El escritor, cuando escribe, tiene el cuerpo quieto, tal vez, pero todo su ser, sin embargo, está en movimiento, hermoso y fructífero dinamismo.
Sigo mirando a la gente. Los hay que meditan en un banco, por ejemplo, mientras dejan que les dé el saludable sol que tenemos estos días, tan maravilloso como el de enero, tan magnífico como el ya primaveral. Los hay que practican gimnasia en el césped.
Cada uno, observo, cada persona, lleva su novela consigo, y para mí esto es una gran riqueza. Digamos que lo es como imagen y como texto, como imagen que contemplo, y que podría fotografiar, y como texto que elaboro, primero en mi mente, ahora mismo en el ordenador.
Con el confinamiento dejé de correr, y luego he vuelto poco a poco a hacer ejercicio, caminando y con la bici. Ahora parece que estoy volviendo a correr y a coger ritmo, y estoy muy contento. Día tras día me va costando menos, voy disfrutando más. Y al costarme menos el esfuerzo físico puedo disfrutar de lo que veo, de lo que siento, de lo que me hace sentir todo esto, del espectáculo que se me va abriendo ante mí a medida que avanzo.
Mientras corro aprovecho para trabajar mentalmente temas de lo que tengo entre manos: un artículo, un libro, una edición, cualquier asunto. También rezo un poco. Correr, como caminar, en mi experiencia, es un momento muy bueno para rezar. Yo pienso en los que creo que más necesitan esa oración, como seres queridos, o seres desconocidos, pero también pienso, mucho, en este mundo, en nuestro mundo, tan necesitado siempre de que alguien rece por él. Sólo con que cada uno de nosotros pensara un poco más en los demás el mundo mejoraría muchísimo. Si pensáramos en los demás y actuáramos también a favor de los demás.
El Retiro es vida, y bulle la vida en él y por él. También lo es Madrid, la ciudad entera. Hace poco he visto una foto aérea en la que aparece el Retiro a vista de pájaro y algunos de sus límites con los edificios que lo circundan, al fondo el horizonte, el cielo fundiéndose con la ciudad, como despegando de ella, gran pájaro blanco y azul. Los cielos de Madrid son famosos; hay quien dice que no hay cielos como los de Madrid. Cada vez amo más Madrid y este espacio mágico, verde y bello, muy real y asequible, que tenemos los madrileños, no sólo los madrileños, pues en el Retiro se ve una gran variedad de gentes, de culturas, de nacionalidades. De vida, como una gran fiesta de la Naturaleza y de la humanidad. Y la vida es generadora de vida, como la belleza de belleza.
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