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Manual de filosofía portátil, de Juan Arnau - Zenda
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Manual de filosofía portátil, de Juan Arnau

¿Por qué un manual? Porque aspira a ser fácil de manejar y fácil de entender y su intención es fundamentalmente práctica. Porque no es un libro oficial, académico o doctrinario, y compendia lo más sustancial de unas cuantas vidas filosóficas. ¿Por qué portátil? Porque es un homenaje a caminantes. La filosofía portátil es un esfuerzo...

¿Por qué un manual? Porque aspira a ser fácil de manejar y fácil de entender y su intención es fundamentalmente práctica. Porque no es un libro oficial, académico o doctrinario, y compendia lo más sustancial de unas cuantas vidas filosóficas. ¿Por qué portátil? Porque es un homenaje a caminantes. La filosofía portátil es un esfuerzo por liberar al pensamiento de la reclusión a la que ha estado sometido por escolásticos y académicos. Un modo de conjurar esa manía erudita de hablar sólo para aquellos que comparten cátedra o facultad.

Zenda reproduce la introducción a Manual de filosofía portátil, de Juan Arnau.

 

¿Por qué manual? Porque aspira a ser fácil de manejar y fácil de entender. Porque su intención es fundamentalmente práctica. Porque prefiere la ligereza del cuaderno a la pesadez del tomo. Porque no es un libro oficial, ni académico, ni doctrinario. Porque compendia lo más sustancial de unas cuantas vidas filosóficas. Porque contiene los ritos del pensamiento que administra la filosofía, ritos que no requieren de altares o cátedras y se limitan a ciertos hábitos de la percepción.

¿Por qué portátil? Porque es un homenaje a caminantes. La primera edición del Dictionnaire Philosophique de Voltaire, denominada portatif, sólo registraba setenta y tres entradas. Contrastaba con otro diccionario famoso de la época, el de Pierre Bayle, que requería un carro para transportarlo. La filosofía portátil es una llamada a aligerarse: «Demasiadas pesadas palabras ajenas y demasiados pesados valores ajenos», se lamenta Zaratustra. El espíritu de la pesadez infecta como ningún otro el de la filosofía, que tiende con demasiada facilidad a la ceremonia. El portátil es un soltador de lastre. Frente a los voluminosos sistemas ofrece ironías, vislumbres, migajas. El portátil tiene bien aprendido que la razón generalmente sirve al deseo y la voluntad. Burlarse de la filosofía siempre fue un modo de hacer filosofía: contra la sombra de la seriedad se levantaba la carcajada del cínico, la ironía del sofista, el juego del lenguaje. El filósofo portátil prefiere la sonrisa jovial, que conserva al mismo tiempo la distancia y la cercanía y permite sortear obstáculos de otro modo insalvables.

La filosofía portátil es además un esfuerzo por sacar el pensamiento de la solemne reclusión a la que ha sido sometido por escolásticos y académicos. Un modo de conjurar esa manía erudita de hablar únicamente para aquellos que comparten cátedra o facultad. Para ello no es necesario volver la espalda a la metafísica o a la filosofía como sistema, sólo hace falta abandonar presuntuosas vanidades y hacer que la claridad y el diálogo se abran paso para que tengan una utilidad más allá de la mera información y puedan así tonificar el espíritu.

 

 

Bajo ningún concepto

 

La filosofía portátil es filosofía de caminantes, que se distinguen aquí del viajero. Deja para el adolescente la voracidad insaciable de experiencias y novedades. La sorpresa es indispensable para el portátil, pero la sorpresa sólo es posible en el barbecho de la atención. La tensión entre ambas hace posible el asombro. Demasiadas sorpresas embotan el entendimiento, lo paralizan y, desesperado, lo abocan a la creencia desatenta. La atención les pone coto, las delimita, y pasa a otra cosa cuando éstas sacan el látigo. Se podría objetar que el hombre tiene piernas y no raíces. Pero si no somos el árbol, tampoco somos el planeta. Podemos caminar sin errar. Cualquier viajero tenaz sabe que el nomadismo exacerbado endurece el corazón y agrava la soledad. El hombre pisa un suelo y debe saber reconocerse en él. La causa eficiente sugiere: «Busquemos aprender del exterior, absorbamos el conocimiento de otros». La causa formal protesta: «No es el conocimiento ajeno lo que buscamos, sino una transformación interior». A lo que la primera replica: «Precisamente, la mayoría de las veces es el otro el que despierta y anima esa búsqueda tan personal y al mismo tiempo tan universal». La causa final acepta esa puntualización y dice: «Caminemos».

El portátil no se ata a una creencia, pero ello no lo convierte en un escéptico. Cada momento y lugar ofrece la oportunidad de elegir lo mejor, ya sea para el bien general o para la inteligencia de la vida. Acepta sin cortapisas la tarea ineludible del quehacer filosófico: el cuidado de los conceptos. Sabe atenderlos, pulirlos, nutrirse de ellos, precisar sus contornos y asignar sus aplicaciones. Sin embargo, no se detiene en ellos, aunque hayan sido de su invención. O al menos no lo hace definitivamente, sino que sirven de albergue a sus jornadas.

A fin de mantener la discusión dentro de límites manejables, la filosofía que recoge este manual se circunscribe a una pequeña parte del planeta. Desde el norte de África hasta la península de Jutlandia, desde las costas del Egeo hasta la isla de Irlanda. Otras grandes filosofías, como la árabe, la india o la china, merecerían otro volumen, aunque quizá la tesis del portátil, para quien la historia de la filosofía es perfectamente reversible, no se aplicaría en estos casos.

Entre las vidas filosóficas reunidas en este volumen encontramos a cínicos, astutos y joviales. En la Antigüedad el cínico era aquel para quien las cosas del mundo resultaban indiferentes. Más que una filosofía, el cinismo era una forma de vida, entre el desprendimiento y la carcajada. La astucia es un afecto compartido por todos los grandes filósofos, siempre hábiles para engañar o evitar el engaño, siempre capaces de lograr artificiosamente cualquier fin. La jovialidad no es tan común, pero cuando asoma hace de la filosofía un lugar tranquilo y apacible: uno puede echarse en su hierba y contemplar desde allí el devenir de las nubes, reflejo evanescente del devenir de uno mismo. Los filósofos aquí consignados han sido, por encima de todo, astutos. Algunos de ellos, como se podrá comprobar, cínicos, y sólo unos cuantos, joviales.

Se podría pensar que este libro trata de historias que sucedieron hace mucho tiempo y fueron registradas en papiros o manuscritos. No es éste el caso. Las páginas que siguen tratan de algo que nos concierne y guarda una estrecha relación con nuestras vidas, con nuestra manera de ver y estar en el mundo. Quizá algunas de las cosas que se digan arrojen extrañeza sobre lo familiar, quizá se recuerden algunas cosas olvidadas que un día supimos. Despertar esta sensibilidad dormida no obedece aquí a una agenda nostálgica (los refugios de la historia), académica (la erudición y sus aparatos) o frívola (ficciones y evasiones), sino que apunta a las fuentes mismas de la vida, la de cada cual y esa otra vida colectiva que los románticos llamaron Zeitgeist, el clima espiritual en el que vivimos.

En ese clima, hoy más arrebatado que nunca, la memoria se está convirtiendo en una obsesión. Algo nos hemos dejado en el tintero. Algo hemos perdido y sentimos un vacío, un agujero en el corazón. Podemos ser más o menos conscientes de ello, pero en el ánimo ambiente (en las películas y en las novelas, en las ciencias y en las artes) se observan por doquier intentos de recuperarlo. Los más inquietos recurren a otras culturas y se fragmentan interiormente. Buscan refugio en el pasado, en ciertas comunidades y tradiciones exóticas. Cuanto más fascinan los dioses extranjeros, cuantos más tesoros se descubren, más enajenada resulta la propia cultura. La diversidad parece ser la única diversión, deambulamos de un deseo a otro, se nos convence de que valoremos todo aquello que carece de importancia. Sufrimos una demencia incurable y degenerativa, pasamos de una cosa a otra con la velocidad del sueño. Pero hay signos que advierten que es posible revertir la situación.

 

 

El banquete de la filosofía

 

La filosofía tiende a pasar por alto lo histórico. Y aunque en ocasiones el tiempo mismo es su asunto de reflexión, le gusta funcionar como si el tiempo no existiera. El diálogo que se supone a toda actitud filosófica tiende a obviar el salto histórico que media entre el que lee o dialoga y aquel al que se lee o con el que se conversa. Los prejuicios, los supuestos y lo tácito han cambiado, pero los contertulios fingen que comparten los mismos intereses y preocupaciones. Esa simulación es consigna ineludible del filosofar, pues sin dar existencia ideal a esa actualidad, la filosofía desembocaría en mera reseña de lo acontecido. Aguas fugitivas no mueven molino. La presencia viva que encarna el texto permite reconocer en sus palabras la propia voz. Ahí empieza el diálogo, en la interiorización de la conversación, en la inmersión en un nuevo mundo antiguo.

Admito que escribir una historia de la filosofía en menos de seiscientas páginas supone ya cierta deformación de perspectiva, pero los límites de espacio impuestos por el libro me han obligado a elegir sólo a unos cuantos filósofos. Sirva como justificación que en la raíz misma de la actividad filosófica siempre es necesario un filtro. Cada filósofo elige quién ha de participar de su conversación. Hegel escogió a Kant, Kant a Leibniz y Hume, Leibniz a Spinoza, y así, de diálogo en diálogo, uno puede remontarse hasta Heráclito.

De este modo irán apareciendo, en la mesa de la filosofía, nuevos comensales, cada vez más antiguos. Los modernos se irán retirando una vez que hayan presentado a aquellos por los que se dejaron guiar. Hegel vio el asunto desde una perspectiva invertida: para él los modernos llegaban tarde a la mesa, cuando en realidad son los primeros en llegar y los primeros en retirarse para dejar paso a sus precursores. Para que el banquete de la filosofía sea verdaderamente un festín es necesario que sea de este modo, el único posible para que la conversación no se vea interrumpida y nadie quede solo y mudo por carecer de interlocutor. Algunos alimentos sentarán mal o serán difíciles de digerir, pero sin ese ágape, sin esa asimilación continua, los efectos nutritivos del filosofar no se dejarán sentir.

El espectáculo de este ágape es sorprendente. Si un Dios separado del mundo pudiera verlo, contemplaría un baile de máscaras. Cada nuevo diálogo es una nueva representación, Leibniz tiene una cara cuando conversa con Kant y otra diferente cuando lo hace con Spinoza. Pero afortunadamente, al no haber filosofía sin el filosofar, no debe preocuparnos que desde fuera se observen estos desconcertantes efectos.

 

 

Remontar la corriente

 

Los individuos singulares deben remontarse también en la otra dirección del Espíritu.

 

Hegel

 

Hegel concibió una hermosa idea: la de un Espíritu que se despliega a sí mismo. La historia del mundo era así historia de los avatares, vicisitudes y transformaciones de dicho avance. En su evolución, el Espíritu va encontrando objetos, en los cuales, por los cuales y contra los cuales se realiza. La verdad no se opone aquí a la falsedad. La falsedad es un momento evolutivo de la progresión del Espíritu, que es capaz de asimilarla y, al mismo tiempo, superarla. El pensamiento marcha imparable hacia su propio objeto, que resulta ser él mismo, y acaba por absorberse finalmente en lo pensado.

El portátil hace suya la idea de Hegel, pero le da la vuelta. El viaje del Espíritu ha de recorrerse en sentido inverso. Conviene «tomar las aguas desde más arriba». La razón es muy simple. Hay que empezar con lo que está vivo, con el ahora donde respira el hábito, con el presente de la percepción y la conciencia. Esta nueva perspectiva ofrece interesantes paisajes. Desde ella puede verse un repliegue en lugar de un despliegue. El Espíritu, que antiguamente lo impregnaba todo, hoy se encuentra encerrado en la cavidad del cráneo, lugar donde las neurociencias sitúan la actividad de la conciencia. El mundo ha dejado de estar animado. Nos hemos vuelto insensibles a sus hechizos. Ciertas intimidades parecen definitivamente arrebatadas. Un hueco se abre bajo nuestros pies.

El hombre moderno es incapaz de enfrentarse a la experiencia antigua, queda demasiado lejos, pero quizá sea posible marchar hacia ella. Para no ahondar en derrotismos y hacer el camino más estimulante, el portátil propone seguir el itinerario de Hegel, pero invirtiendo su sentido. De la caverna del cráneo a la cueva de Platón. Con ello el despliegue del espíritu es un despliegue real, no figurado. Al portátil no le resulta difícil ni artificioso invertir la flecha del tiempo, sintoniza con facilidad con la vieja idea del eterno retorno, para la cual todo pasado es futuro y toda reminiscencia profecía. La historia viva de la filosofía portátil se inicia así en un momento preciso del siglo xx (no importa mucho el que elijamos) y culmina en las colinas de Éfeso (allá por el siglo v antes de nuestra era). Empezaremos con la espantada de Lévi-Strauss, que huye de la filosofía profesional de la Sorbona y se refugia en el pensamiento salvaje del Brasil. Seguiremos con Wittgenstein, quizá el filósofo más influyente del siglo pasado, un siglo de guerras en cuyas trincheras redacta el Tractatus. A partir de ahí remontaremos la corriente hasta el corazón de las tinieblas, donde Heráclito asegura que «el orden es siempre reversible».

El despliegue del espíritu nos permitirá además atisbar nuestra posición. Pocos creen ya que la filosofía prefigure las ciencias. Ya no es, como antaño, la madre de todas ellas, sino una servidora fiel y más bien sumisa de los grandes laboratorios. Y cuando no lo es se retrotrae ensimismada en su propio juego. El portátil se propone recuperar la dignidad perdida, mirar al pasado como se mira al futuro, desde la perspectiva del ahora. Por eso lee la historia de la filosofía en sentido contrario, negando que lo viejo sea lo primero y lo joven lo último. Hay algo retrógrado en ese orden. La única forma razonable de comenzar es comenzar por el ahora. Lo otro es mera noticia o crónica. Al portátil le interesa participar, vivir la filosofía, y sólo puede emprender su marcha desde el momento en el que vive. Empezar por los griegos es hacer que empiece otro, un otro extraño y lejano; lo que hace falta es remontar la corriente hasta dar con Heráclito, un experto en ríos. Desde esta perspectiva ayer es mañana; y anteayer, pasado mañana. La filosofía no puede ser algo que se nos viene encima, sino un lugar adonde ir.

La querencia por lo antiguo es muy reveladora del espíritu de los tiempos. Los entusiastas del progreso se apresuran a ignorar una verdad esencial del portátil: nuestros antepasados están presentes en nosotros. Recorrer el camino inverso nos procura el único favor que cabe merecer: desacelerar la marcha, rescatar un ahora que nos haga más sensibles al estilo del universo. Desde Nietzsche sabemos que hoy resulta más fácil que nunca comprender a los presocráticos. No hay en esta actitud nostalgia alguna, al portátil lo mueven intereses sumamente prácticos y contemporáneos. Sospecha que, filosóficamente, hemos ido a menos, encerrando el Espíritu en el laberinto de las neuronas, limitando la inteligencia a unas cuantas operaciones hermenéuticas, aceptando demasiado precipitadamente la desconfianza, la clausura de la cosa en sí.

Perfección técnica, coherencia interna y destreza dialéctica son asuntos que preocupan poco al portátil. Búsqueda de perspectivas, experimentos con uno mismo, inteligencia de la vida, hábitos de percepción y conciencia, empatía, con genialidad: sus hábitos esenciales. La filosofía en la vida, no la vida en la filosofía. Mientras las cuestiones ideológicas le huelen a imposturas, las decisiones para las que no hay receta o máxima le parecen lo más normal del mundo. Conoce bien la futilidad dialéctica que postula un Kant superior a Spinoza, como si Cézanne pudiera estar por encima de Caravaggio, como si el tiempo diera la razón y no la quitara.

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Juan Arnau (Valencia, 1968) es astrofísico y especialista en filosofías orientales. Entre su extensa obra destacan La fuga de dios, Historia de la imaginación, Manual de filosofía portátil (Premio de la Crítica valenciana y finalista del Premio Nacional de Ensayo) y La mente diáfana. Historia del pensamiento indio, publicada por Galaxia Gutenberg en 2021. Ha traducido del sánscrito las principales obras del budismo y el hinduismo: Upanisad, Bhagavadgita, Abandono de la discusión y Fundamentos de la vía media, y escrito ensayos como Antropología del budismo o Cosmologías de India. Actualmente es profesor de la Universidad Complutense de Madrid, donde imparte clases sobre pensamiento de la India. Defensor del humanismo frente a las acometidas de la era de la distracción tecnológica, colabora habitualmente con el diario El País.

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Autor: Juan Arnau. Título: Manual de filosofía portátil. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros.

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